Acreditación nacional para profesores universitarios

Ya he tenido ocasión de comentar en otras ocasiones la desaparición del modelo de selección de profesorado que a mí me tocó vivir: la dichosa habilitación nacional. Resumiendo muchísimo qué me parecía la medida, básicamente creo sinceramente que es una vergüenza que un sistema público de enseñanza e investigación superior renuncie a establecer un método público, exigente, competitivo, oral y abierto de selección y, por ello, me parece muy mal la eliminación del actual modelo para sustituirlo por la más absoluta discreción de cada centro, departamento o camarilla. No obstante lo cual, y dado el evidente fracaso del concreto modelo de habilitación que se puso en marcha, sus muchos costes (personales) para no lograr luego, a la hora de la verdad, (casi) nada de lo que se pretendía, ya dije que no sería yo quien derramara demasiadas lágrimas por su desaparición.

Lo cual no quita para que sí crea importante denunciar, y dejar constancia de ello por escrito, las perversidades del modelo que se nos viene encima, a la vista de lo que promete el borrador que ha preparado el Ministerio. Tenía pensado escribir una diatriba en toda regla contra el borrador y el método de selección que santifica, pero hoy he descubierto que ya no hace falta. Lo ha hecho mucho mejor de lo que lo podría haber hecho yo mismo Francisco Sosa Wagner en el diario El Mundo del pasado viernes. Como los contenidos de este diario son en parte de pago me permito enlazar sendos PDFs con la primera y segunda parte de su opinión, dado su evidente interés.

El actual modelo de borrador santifica una evolución de la cosa universitaria que no me gusta nada pero que es, lamentablemente, hacia donde vamos de cabeza: una carrera burocratizada hasta el extremo, donde la clave será cada día más la demostración de un nivel de mínimos a partir de testigos de rendimiento y de calidad altamente estandarizados, a partir de los cuales será posible conseguir el papelajo de turno sin necesidad de dar la cara ni enseñar la patita demasiado ante la comunidad universitaria; con el papelito de marras ya estará abierta la puerta de la Universidad siempre y cuando, como es obvio, se cuente con el beneplácito de la institución (creadora y dotadora de plazas) y de quienes, en concreto, controlen el área o departamento correspondiente (que, en consecuencia, decidirán quiénes quieren que estén con ellos).

Las ventajas del sistema son obvias: permite formar a tu personal, garantiza unas exigencias de mínimos a todo el mundo, es flexible, fomenta la constitución de grupos, no plantea demasiados problemas para ir adaptando a las necesidades de un departamento la contratación de personal (si se hace con un mínimo de sensatez), genera muy pocos costes personales a los partícipes en la rueda (porque el único vector de inseguridad pasa a ser, al menos a medio plazo, la incertidumbre respecto de la evolución de la relación de confianza personal con quienes estén en disposición de decidir cómo un departamento o área desea reclutar a su personal fijo) y da una apariencia hacia el exterior de pax universitaria.

Pero también lo son las desventajas: una enorme opacidad, una creciente facilidad para convertir cada centro en una unidad de gestión autónoma, también en cuestiones de contratación, a partir de criterios que sólo tendrán una relación contingente con los principios de mérito y capacidad, así como con su exquisito respeto, una predeterminación creciente de los curricula de los docentes e investigadores, pues habrán de preocuparse de superar unas cribas que se realizarán a partir de un baremo estrictamente tasado y además orientado de forma muy «productivista» (algo que, por lo demás, es difícil de impedir si la evaluación se hace a partir de un baremo)…

Tal sistema (con sus luces y sus sombras), es perfectamente coherente con el modelo de Universidad al que nos dirigimos, donde, muy resumidamente, puede decirse que se permite a cada cual hacer aquello que más le plazca. Algo que, como es obvio, posibilita (al menos idealmente) que haya quienes lo empleen extrayendo sólo sus ventajas y minimizando sus inconvenientes. Ojalá sea ésta la tónica dominante. Poco a poco la misma presión competitiva y la paulatina erosión de los monopolios de los que ha disfrutado históricamente la Universidad pública (incluyendo el de la financiación) obligará a ir sacando el resto de consecuencias que, por coherencia, tal modelo impone y, quizás, acabe incentivando un cierto tipo de excelencia.

En cualquier caso, incluso desde esta visión optimista del futuro, lo que es claro es que con este sistema cambia radicalmente el modelo de investigador y docente que vamos a tener. El sistema potencia cada más la aparición de especialistas apañados, de profesionales de la Universidad, probablemente en consonancia con la creciente necesidad social, a la que está dando respuesta la Universidad, por una parte, de provisión de muchos licenciados/agresados/como-se-quiera-llamar-a-los-que-obtienen-un-diplomita más o menos formados para salir al mercado y saber currárselo, pero sin demasiadas pretensiones de profundidad y calidad (que, por lo demás, el mercado tiene como algo por lo general superfluo). Pero, además, por otra parte, hay una creciente exigencia y desarrollo de un sector servicios de I+D, cada vez más demandado y contratado por particulares y Administración, donde los universitarios ponen en el mercado vertientes con utilidad práctica de su saber. Ambas cosas las hace muy bien a día de hoy la Universidad española, y cada día mejor. Ambas cosas las hará probablemente todavía mejor con el nuevo sistema de selección y contratación del profesorado, que será muy eficaz para lograr equipos que funcionen de forma óptima para satisfacer tales demandas.

No obstante lo cual quizá convenga refrenar el entusiasmo si tenemos en cuenta que ello será, está siendo ya, a costa de una total renuncia al principio de que, en tanto que funciones y responsabilidades públicas como históricamente eran tenidas éstas, la selección de quiénes hayan de realizarlas compete al Estado con una orientación clara y bifronte: seleccionar a los mejores y que todos los que lo deseen tengan la oportunidad de competir en condiciones de igualdad. De alguna manera, la valoración moderadamente optimista o por el contrario un tanto desilusionada que el nuevo modelo suscite depende bastante de hasta qué punto uno se crea la importancia de tales postulados y, sobre todo, de la conveniencia de que sigan orientando con fundamentalismo talibán si es el caso, la labor de reclutamiento en nuestros centros de enseñanza superior. Parece obvio que en el Ministerio y aledaños ya han dejado de creer en esos valores para pasar a dar mucha más importancia a la eficacia en la consecución de los fines que comentábamos antes (producción estandarizada de profesionales titulados de suficiente y satisfactoria competencia, capacidad de generación de I+D volcada al mercado). Yo, por el contrario, me reconozco un poco inadaptado a esta nueva realidad. Lo que pasa es que no se lo puede uno permitir, me temo, en demasía, porque las cosas avanzan, eso ya está claro, imparables en esa dirección.

No sé si esto es bueno o malo globalmente. Tengo la sospecha de que, en términos generales, es bueno. Es una opinión que he expresado en otras ocasiones y creo que, además, es una valoración que se intuye fácilmente de lo que llevo escribiendo sobre estos asuntos desde hace tiempo. Ahora bien, sí creo también que es malo que no surjan posibilidades de desarrollo de otras tareas, más reflexivas, más teóricas, más desvinculadas de las necesidades sociales inmediatas y de las posibilidades de rentabilización del saber en términos de mercado. Históricamente, más o menos, gran parte de estas tareas se realizaban en la Universidad. Los tiempos han cambiado y las Universidades lo están haciendo para poder satisfacer lo que ahora les pedimos, de forma que en unos años no quedará apenas rastro de esta otra labor que históricamente tan importante fue. Será necesario que, de alguna manera, logremos montar una alternativa porque, de una forma u otra, este trabajo intelectual continúa siendo muy importante. Alguien lo tiene que hacer, alguna institución tendrá que amparar a quienes se dediquen (¿nos dediquemos?) a eso. La cuestión es cómo, quiénes y, sobre todo, dónde.



4 comentarios en Acreditación nacional para profesores universitarios
  1. 1

    Dónde: ¿hace falta una sede física?
    «Una simple conexión a Internet permite en la actualidad la puesta en práctica de todo tipo de actividades incluyendo aquellas que requieren de la participación y colaboración de muchos actores, sin importar ni dónde se encuentren geográficamente cada uno de ellos ni la distancia que los separe. De esta manera es posible compartir conocimientos y trabajo en tiempo real (…)», ¿te suena?

    Si bien suena un pelín a vuelta al estadio de la caridad.

    Comentario escrito por Mar — 26 de junio de 2007 a las 11:50 pm

  2. 2

    Al estadio de la caridad… si lo aplicamos como posible sustituto de instituciones tipo Universidad.

    Comentario escrito por Mar — 26 de junio de 2007 a las 11:57 pm

  3. 3

    «porque el único vector de inseguridad pasa a ser, al menos a medio plazo, la incertidumbre respecto de la evolución de la relación de confianza personal con quienes estén en disposición de decidir cómo un departamento o área desea reclutar a su personal fijo»

    Esto es ironía, ¿no?. ¿El nuevo sistema va a seguir potenciando eso?.
    En una institucuión en la que se supone deben de primar los espíritus libre e independientes, se va a (seguir?) potenciar el seguidismo, al menos, hasta que el postulante consiga el objetivo y en el mejor de los casos empiece a desarrollar cierta independencia y en el peor se rebele contra el jefe al que siguió, le plante cara y empiece a generarse un conflicto insalvable en el departamento con todas las pérdidas que eso supone para la vida posterior de ese departamento…

    Comentario escrito por Mar — 27 de junio de 2007 a las 12:02 am

  4. 4

    Aunque el comentario llega con retraso, pero bueno. Ya esta en marcha el nuevo sistema de acreditación y en mi opinión supone un sistema «que hace justicia» es decir si tienes meritos te acreditas. En el mundo universitario español es muy frecuente el sistema de «servidumbre». Eres el «siervo» de turno de un «amo» y cuando el «amo» lo dispone saca una plaza para el individuo en concreto sin que necesariamente tenga un curriculum que lo avale. Esto cambiará. La unica pega que tiene el nuevo sistema es que deja en manos de los departamentos la ultima decisión. En este punto debería haber más transparencia. Ya veremos

    Comentario escrito por maria — 24 de enero de 2009 a las 12:33 am

Comentarios cerrados para esta entrada.

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