Narcisismo

Una de la más acrisoladas tradiciones de la Universidad es dejarnos llevar por una muy característica deriva narcisista a poco que se nos deje: ponernos a hablar de lo nuestro de manera descarnadamente autocrítica. Por este motivo, han menudeado siempre las reflexiones endogámicas de tono milenarista y ha habido momentos históricos, incluso, en que escribir un articulito o un libro sobre el estado de la Universidad, a poco de llegar uno a la condición de funcionario o a la Cátedra (lo que antes, pero no ahora, solía ser todo uno), era casi un acto ritual. O al cumplir las bodas de plata. Siempre y cuando, eso sí, la mirada fuera más bien escéptica, no fuera uno a ser tomado por un ingenuo optimista o algo peor.A mí es ésta una tradición que me encanta, probablemente porque, para bien o para mal, estoy muy, muy metido en el mundo. Estoy, que diría aquél, institucionalizado. De modo que, a modo de humilde homenaje, pero también con la intención de adaptar a los nuevos tiempos este ejercicio narcista que es lo de enfangarse en la autocrítica, me apetecía tener una excusa para reunir a gente joven, de la generación que, más o menos, hemos tenido que lidiar (para bien o para mal) con el sistema de acceso ya extinto que prescribió la LOU en sus orígenes, y ponernos a charlar sobre cómo vemos nosostros, que se supone que somos quienes nos dedicaremos a esto en los próximos años, en las próximas décadas (en concreto, más o menos, en los próximos 40 años, que se dice pronto y da un poco de vértigo, a poco que nos apetezca seguir en la brecha hasta nuestra jubilación), la Universidad y su futuro. Como somos gentes de Derecho administrativo, inevitablemente lo haremos partiendo en ocasiones, llegando en otras, de y a las normas que regulan la cosa universitaria. Pero, en el fondo, la idea es hablar de una parte importante de nuestra vida, de cómo la vemos, de cómo la sentimos y de por dónde creemos que irán los tiros. También, claro, de lo que nos gustaría que fueran las cosas, o fueren, pero constatamos que no son o tememos que no serán. Para que no se diga que no hay el debido punto de catastrofismo. La idea, en definitiva, espero que haya quedado claro, es pasarlo bien con una reflexión conjunta que espero que sea entretenida y provechosa. Continúa leyendo Narcisismo…



Beni

¿Estamos todos locos o qué?

He de confesar que, en un primer momento, cuando escuché en un radio que la mujer del Presidente de la Sala encargada de juzgar a los acusados por la matanza del 11-M iba a escribir un libro, no me lo creí. A medida que los medios de comunicación han ido informando de extractos de la obra, de cómo da cuenta de conversaciones del juez con otros magistrados, con fiscales, de cómo abunda en datos obviamente reservados… lo que uno no se cree es que nadie haya actuado todavía disciplinariamente contra el juez que ha permitido semejante despropósito filtrando información respecto de la que tiene el evidente deber profesional de guardar secreto y de comportarse con sigilo, que decían históricamente los codigos de conducta. Para más inri, se desentiende gravemente de sus obligaciones logrando con ello un evidente beneficio económico, pues en el peor de los casos (que no tenga sociedad de gananciales con la autora de la obra) el dinero que ésta obtenga contribuirá en parte a soportar las cargas del hogar conyugal. La cosa es descacharrante. Pero, para alucinar en colores más todavía, me entero hoy leyendo en la prensa sobre la presentación del libro de que su autora es la jefa de prensa del Tribunal Superior de Justicia de Madrid. Visto lo visto, digo yo que dimitirá. A fin de cuentas, demostrada su valía para el best-seller judicial, qué menos que ganarla para la causa a tiempo completo y que abandone la canonjía pública en que por lo visto anda instalada.

Hay una cosa alucinante de España. Se trata de la tendencia a patrimonializar, en todos los sentidos, los cargos y oficios públicos, se trata de la absoluta ausencia de sentido de la responsabilidad y del deber institucional. Campa a sus anchas una visión repugnante que nos instruye a todos en «aprovechar la ocasión» en cuanto ésta se presente. Parece, casi, que sea de mal gusto señalarlo. Uno es un resentido, un envidioso, un pesado. También es de mal gusto, incluso, no aprovechar ciertas ocasiones. Uno se cree superior o, lo que es peor, es tonto o, rizando el rizo, sospechoso de estar haciendo a saber qué para compensar (porque de otro modo no se entendería tanta contención). A mí me da igual que el libro cuente cotilleos o ventile las filias y fobias del magistrado. Tal comportamiento puede parecerme más o menos sensato, más o menos inteligente, más o menos propio de lo que habría de ser un buen juez. Es lo de menos. Lo que me escandaliza es la absoluta carencia de sentido cívico y del Estado que todo esto refleja. Por parte del juez, a quien se puede entender cegado por el afecto (aunque obviamente eso no justifique su actuación), pero sobre todo por parte de los órganos de gobierno de la Audiencia Nacional que asisten impasibles al espectáculo. Por parte de la autora, a quien se entiende obnubilada ante la perspectiva del éxito profesional y de su rentabilización económica (lo que tampoco disculpa su lamentable oportunismo), pero sobre todo por parte del TSJ de Madrid que la sigue teniendo de responsable de comunicación.



¿En España no se puede atacar a la Monarquía?

Dentro del esperpento nacional en que la Fiscalía, secundada por la Audiencia Nacional y sus jueces, están convirtiendo ciertas manifestaciones antimonárquicas, sobresale con luz propia el asunto de hoy.

Esta mañana, mientras iba en bici a la facultad, me sobresaltaba al enterarme de que el Fiscal pedía casi dos años de cárcel a dos jóvenes por quemar una foto de Su Majestad. Al parecer, tal acción constituye, según su calificación, un delito de «injurias graves a la Corona». Esta tarde, viendo la tele, me he enterado de que el juez ha condenado, por la vía rápida, a los dos chavales. Aunque magnánimo él, ha optado por no enchironarlos porque ha entendido, supongo, que no suponían ninguna amenaza demasiado grave para nadie ni genera excesiva alarma social dejar sueltos a los maleantes. Vale.

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11-M: Ne bis in idem

Desde que el tribunal encargado de dictar sentencia en primera instancia la hizo pública hace unos días, vengo rumiando si tiene algún sentido que escriba algo sobre el asunto. La ventaja de los procedimientos judiciales (y de sus tiempos) es que aspiran a zanjar las cosas con cierta calma, desde el desapasionamiento que permite la distancia. Además, cuando quien habla es un tribunal que, con las ventajas que ofrece la inmediación, ha podido formarse una privilegiada convicción sobre la exacta forma en que se produjeron los hechos o, al menos, los que se tienen por probados, lo hace con una autoridad, que va más allá de la que el ordenamiento jurídico le concede, que tiene efectos socialmente muy positivos.

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Tipo único

Decía el sábado pasado Miguel Sebastián en El País que nuestro sistema fiscal es, además de enormemente complejo, más proporcional que progresivo cuando no, dado que supone concentrar el peso recaudatorio vía imposición directa en las rentas del trabajo asalariado, probablemente incluso regresivo. A Miguel Sebastián, de nuevo, le han llovido críticas desde todos los frentes. Por supuesto, su exposición no se corresponde, ni de lejos, con la doctrina oficial del Gobierno de España, que no contempla el tipo único, al menos de momento (sin embargo, lo cierto es que cada vez tenemos un IRPF con menos tramos). Prácticamente nadie está de acuerdo con él. No es el caso de quien esto escribe, como ya he dejado claro en otras ocasiones en este mismo bloc.

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