En RBBE nos gusta el fútbol, el de verdad, y también nos gustan los hombres, los de verdad –guiño para ver si aumentamos las visitas entre la comunidad gay, sección sudor y pelos-. Y por tener tenemos muchos otros vicios menos confesables por si nos lee la familia. Este fin de semana uno de los redactores de esta casa recuperó el gusto por todo ello a la vez y hoy sufre las consecuencias en forma de resaca, ojeras, afonía y mal cuerpo en general. Pero joder, soy feliz. Feliz porque en un acto de ingeniería social que no se le hubiera ocurrido ni a Ron Hubbard, George Orwell y Aldous Huxley juntos y empapados en vino barato, el Olesa Club de Fútbol se convirtió en el primer equipo catalán campeón, diciendo adiós a la 1ª Regional a falta de cinco partidos por disputar, enfrentándose, en casa, al Esparreguera, equipo del pueblo vecino, al que nos une una gran amistad que hunde sus raíces, más o menos, en el tiempo que Colón hacía sus primeras clases de náutica en alguna escuela genovesa, cuando a algunos lamecirios de ambas localidades les dio por lustrar un poco los autos sacramentales y convertirlos en obras de teatro de enjundia, las Passions, que a día de hoy se siguen representando, con gran éxito de crítica y público entre los geriátricos más reputados de la comarca. Aunque, quede claro, la nuestra es mejor.

Hace años, antes de que se inventara el fútbol, las rencillas intermunicipales se dirimían a hostias o a pedradas, a lo ancho del río que compartimos y que, afortunadamente, nos separa. Hoy en día, con el fútbol como sublimación más o menos pacífica de los enfrentamientos bélicos, se dirimen a través del balompié… y a pedradas, también. Que no hay que perder las viejas tradiciones. Y supongo que todo esto subyace en el subconsciente colectivo, porque sino no me explico que el viejo Municipal de las Planas albergara ayer a, más o menos, 1700 (milsetecientas) personas, bueno, individuos, tantos como cabían, alguno de ellos salidos, al ojo no avisado, de un péplum barato, ataviados de romanos y judíos, que eran, yo se lo explico, actores de la Passió, representada durante la mañana y que quisieron apoyar al equipo sustituyendo las bufandas por palmas y ramos de olivo, y los cantos de ánimo por gritos rebosantes de gozo cristiano -ya les he dicho que aquí somos muy de nuestras tradiciones-. Y tampoco me explico que las viejas instalaciones aguantaran el peso de tanta gente, que si no fuéramos tan inconscientes hubiéramos temido acabar sepultados en un hoyo a imagen y semejanza del de El Carmelo. A ver si algún político espabilado se marca un detalle y nos regala un campo nuevo –prometido ya cuando el que esto escribe era benjamín de ese glorioso club-, que no queremos ser el hazmerreír de la Preferente Catalana.

Instantanea tomada en nuestro planeta

Les hablaría del partido, pero la verdad es que no sé exactamente qué pasó, y los escasos momentos de lucidez que tuve se han perdido como gotas en la lluvia dorada de alcohol que fuimos dejando, como un reguero, por allí por donde pasábamos. Se ganó 3 a 0, más que suficiente, e intuyo que no hubo jugadas remarcables, que en el fútbol de verdad estas cosas no pasan (y si lo pretendieran, dudo que lo consiguieran al jugar en un campo que más que moqueta, tapiz u otros tópicos de la prensa deportiva, parece un labradío de avena de la Extremadura meridional en época de barbecho, tanto que es para creer que, efectivamente, se usa entre semana para conrear algo y sacarse unos ingresos atípicos). Las cosas que pasan aquí es que los equipos salen equipados con pantaloncitos prietos y cortos, estilo setentero, para que se intuya bien el tamaño y la negrura de sus cojones, que sepa el rival con quien se juega los cuartos. Y que donde aparentemente se intuyen unas espinilleras, lo que hay en realidad es un objeto punzante al gusto y una estampita de la Virgen de Montserrat o de la del Rocío, a escoger, que esto es el Baix Llobregat.

Ciudadano del mundo

Que imagino que cuando uno ha jugado la Champions League encontrarse con estas cosas debe ser parecido a tener que gastarse sesenta eurazos en una puta rumana de aspecto insano que ni siquiera te reconoce sólo seis meses después de haber sido expulsado de la casa del Gran Hermano, gloria efímera en la que el interesado se habrá podido cepillar a toda cuanta estulta de buen ver halle por la megadiscoteca de turno. Sic transit gloria mundi. Y no lo digo por mí, que sólo fui convocado a un partido con el equipo de regional y encallecí mis posaderas en el banquillo del equipo filial –y jamás he pagado por los servicios de un lupanar-, sino por Jordi Lardín, que formaba en el Esparreguera, el equipo de su pueblo natal (remarco lo de su pueblo natal, porque cuando el tipo tenía éxito no teníamos reparos en decir que era “de al lado de Olesa”, antes que admitir que era de Esparreguera). Y todo ello se ocupó la grada de recordárselo, con humor primero (“buscando en el baúl de los recuerdos, uuuuu, cualquier tiempo pasado nos parece mejor…”) y con un poco más de mala leche después (“peor que Maradona, acabas tú Lardín, lorololó…”, versión libre de la de El barco de Chanquete que se hace eco de los rumores de los peores caladeros). Ya buscaremos la manera de reparar, en RBBE, esta afrenta, y de darle al bueno de Jordi el homenaje que se merece, que ayer fue poco más que el convidado de piedra a la sesión de bondage en la que el Olesa ejercía de dómina y el Esparreguera, de sumisa.

La Espanya negra de los crímenes rurales

Bah, de hecho, para qué mentirles, ni siquiera sé el nombre de los jugadores de mi propio equipo. Y es normal, porque apenas hay un par del pueblo, y sólo uno de ellos es de la cantera (el único tipo que se hace mechas en el pelo, porque sabe que la grada es indulgente con él). Nuestro equipo está preñadito de promesas rotas, eternas promesas, viejas glorias, obreros del fútbol y otros esforzados deportistas a sueldo y loor del mayor promotor inmobiliario en kilómetros a la redonda. Así que, para animarles, la grada se limita al halago colectivo y andando (adaptando con mayor o menor fortuna grandes clásicos que pegaron fuerte en las gradas de los estadios sudamericanos), con el reverso que no puede uno individualizar los insultos, aunque esta gente no los merece. Pero a mí me parecían mejores que el Brasil del Mundial de Suecia (de hecho, me parecían de la misma época, prueben sino a ver un partido de fútbol borrachos, que se te enturbia la visión y el mundo está en efecto sepia, como mirando una Telefunken en UHF) y más después, cuando se unieron a la afición de bar en bar, en un vía crucis en el que llevábamos el alcohol como condena. Momento tópico-lacrimógeno que sé que me sabrán perdonar: grandes jugadores, mejores personas. Gracias chavales.

Pero en Olesa es la afición la que tiene nombre, apellidos, apodos y, en lugar de currículums, antecedentes penales. Ahí estaban todos, a las órdenes del gran Hugo, barcelonista irredento, y el pequeño Ríchar, madridista confeso, unidos por su Passió particular. Dos años largos llevaban los andobas esperando un momento como el de este domingo (y también sus familias, supongo, que con la excusa del fútbol no parecen haber puesto una lavadora en las dos últimas temporadas). Ellos y varias decenas más de tipos que le hacen recuperar a uno la fe, laica, en el fútbol como rasgo característico de la clase obrera, y no sólo porque el fútbol esté irreconocible, que lo está, sino porque la estructura de clases ha sufrido unas sacudidas que ríete tú de las caderas de Shakira. Pero miren, todavía hay sitios donde una cosa y la otra se dan la mano.

No, no es Somalia, no

¿Y saben qué? Que me alegré por el ascenso, pues no deja de ser el equipo de mi pueblo. Y manché los pantalones al ver a milsetecientos de mis conciudadanos reunidos para algo que no sea la versión a escala de la Feria de Abril. Pero en realidad casi me emocioné al ver las caras de felicidad –inducidas, a partes iguales, por el ascenso y por el alcohol- de Hugo y de Ríchar, también las de Felipe, Txiqui, Eloy, Artero, Jacint, Blas, Gemma, Xente y todos los que me dejo y que se hacen llamar Green Warriors. “No saben quién (sic) somos”, cantaban desde el fondo. Pues sí, ahora ya todos os conocen. Nuestro pueblo, nuestra ley.

Este artículo fue publicado el jueves, 26 abril 2007 a las 2:54 pm en la categoría de Actualidad, Reportajes.