RBBE REDACCIÓN PAZO DA MAZA Amiguitos, quién no le ha chupado el sobaco a una mujer obesa, quién no ha asido los pellejos de una escuálida hembra para darle por detrás. No todo va a ser churrasco, vino y fueros viejos. Nos lo enseñaron nuestras propias madres: La vida ofrece un sin fin de opciones beta. Una de ellas, como no, relativa al balompié. Trátase del fútbol sala. Engendro que todos hemos catado. En Desmontando a Harry, Woody Allen realizaba un divertido ejercicio de humor e ironÃa en la pieza «El Hombre Desenfocado»… sólo sé que me reà y lo pasé bien. Más tarde, las imágenes regresaron a mi cabeza y pude entender algo más: las dificultades de un hombre difuminado en medio del absurdo, o una existencia absurda en un mundo acribillado de sinsentido. Tranquilos. Ahora vendrÃa la conexión con el tema que voy a tratar, pero no la haré evidente, simplemente, me centraré en los hechos futbolÃsticos y dejaré que seáis vosotros los que en algún momento podáis extraer algún sÃmil con la parábola cinematográfica que cité antes, de la cuál me arrepiento, recristo.
El fútbol como deporte, tal y como hoy lo conocemos, nació en 1863 en una taberna de dudoso nombre de no menos dudoso origen y reputación – Freemason’s Tavern, Great Queen Street, Londres, Inglaterra, Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda del Norte, Commonwealth- al escindirse de otro deporte desde entonces llamado rugby, variante que debe su nombre a la universidad que fijó sus reglas, aunque si los padres fundadores hubieran tenido un poco más de vista y espÃritu pedagógico (y menos orgullo localista) podrÃan haberse anticipado a la RBBE y llamar a lo uno ultratennis light y a lo otro, ultratennis hard. De esta misma familia de deportes con balón en campo de hierba al aire libre nacieron luego el fútbol australiano, o ultratennis bondage, el fútbol americano, o ultratennis fetish – y mucho más recientemente el fútbol a siete, o ultratennis mature-, todas ellas variantes más o menos respetables por la indudable virilidad que exudan sus practicantes. La historia de nuestro deporte empezó a torcerse de manera irremediable al engendrar el fútbol de salón, también llamado fútbol sala, futsal, fútbol a cinco o futbito, invento que, contraintuitivamente, no se debe al concejal de deportes de Cherrapunji, la zona del mundo con mayor Ãndice de pluviosidad, sino a los brasileños, igual con la intención de protegerse del sol, vaya usted a saber, aunque obviando que esta primera aproximación del noble deporte del balompié a la comunidad homosexual tenÃa antecedentes desde el mismo dÃa que un súbdito francés se puso a darle pataditas a un balón de cuero. La última vuelta de tuerca, el golpe cuasidefinitivo al cromosoma Y del ADN del fútbol, podemos situarlo con cierta precisión al final de la nefasta década de los ochenta y a principios de la no menos nefasta de los noventa, cuando mientras en el mundo se aceptaba como normal el uso de hombreras o crepados masculinos, en el mismo Brasil decidieron regular la práctica del -hasta entonces respetable- deporte del balompié en calas, golfos, playas y otros accidentes geográficos marÃtimos caracterizados por acumular obscenamente arena y obreros de veraneo. Nada que no hubieran hecho, lo de jugar en la playa digo, los primeros ingleses que llegaron al mismo Brasil, o a las costas sur y norte de la PenÃnsula Ibérica. Pero aquéllos, a diferencia de éstos, lo hacÃan porque no tenÃan más cojones. Y éstos… bien, estos lo que no tienen precisamente son cojones. Vienen a ser los maricones de playa de toda la vida de Dios.