.reportajes:No al fútbol moderno- 1. El nou Camp Nou*

Hay una noticia que a buen seguro para muchos ha pasado desapercibida y para los pocos que no lo haya hecho habrán sido incapaces de conmensurar la magnitud de la cosa. A mí ni me ha pasado por alto ni tampoco, huelga decir, me ha costado contextualizarla en su justa medida. Aunque no les contaré el porqué.

A principios de febrero el Fútbol Club Barcelona firmaba con el Colegio de Arquitectos de Catalunya un convenio en virtud del cual el segundo se comprometía a montarle los fastos al primero para seleccionar quién debería ser el afortunado encargado de alicatar las paredes del Estadi del Futbol Club Barcelona (que nombre tan anodino le reconocen los estatutos, por el amor de Dios). Y dejarlo niquelado, que no se trata sólo de forrar el exterior con placas de falso mármol, como en el Vicente Calderón, no amigos, no. Se trata de garantizar un concurso internacional de ideas a lo bruto y que el Norman Foster de turno convierta el orinal blaugrana en algo que cuando los turistas se paseen por Arístides Mayol sean incapaces de saber qué es pero digan, asombrados: ooooooh, qué bonito y se mueran de ganas de echarse una foto y, sobre todo, de comprar algo. Vamos, nada que no pase ya en decenas de edificios singulares de Barcelona.

Esto no tendría mayor importancia si no fuera porque podemos deducir sin riesgo a equivocarnos que todo este tinglado se monta con voluntad de permanecer. O sea, que puede que los paneles falsos del Calderón no sean una muestra de avaricia sino más bien una inquietante señal que la afición colchonera haría bien en interpretar de la única manera posible: coger un plano de la entidad del transporte metropolitano de Madrid y trazar el itinerario más razonable para llegar a La Peineta o a algún sitio mucho peor. En el casó culé parece, gracias a Dios, que no va a ser así. Pero tampoco es cuestión de celebrarlo, porque es una victoria a medias o, todavía peor, una derrota a plazos.

En época de pelotazos urbanísticos, de crecimiento desmesurado de las ciudades, de endeudamientos olímpicos de los clubes, de confusión en los modelos de gestión (básicamente entre dos tipos: servir al club o servirse de él), la tendencia mayoritaria es la de recalificar los generosos espacios que los viejos estadios de los clubes tradicionales ocupan en medio de las ciudades por vete tú a saber qué pacto firmado con algún sucio gestor fascista. Véanse los casos del Valencia, de los clubes sevillanos, el pionero del Español o los que están todavía por venir, con el Atlético a la cabeza. O los de otros países, que nos sacan cabeza y media, qué sé yo, Inglaterra mismo. O una alternativa, sólo apta para potentados, de la que todavía no se ha hablado lo suficiente, encarnada en el Real Madrid, que vendió unos retazos que le quedaban (todo aquello de la esquina, y las torres y los buenos momentos de la radio deportiva de madrugada) en medio de la ciudad, convirtiéndose en el abanderado del pelotazo, devolviéndolo al campo semántico del que jamás debió salir.

El Fútbol Club Barcelona, deducimos, seguirá la senda madridista, como siempre, tarde y mal. El proyecto de reforma del Camp Nou se financiará con la recalificación del Mini Estadi -bueno, en realidad se financiará con las viviendas que allí se construyan, pero la recalificación es condición sine qua non para ello-. Pasaré de puntillas sobre la mentira de la junta Laporta («no venderemos patrimonio») porque ahora no me interesa. Me interesa más ahondar en el hecho de que la venta del Mini, si los vecinos y, sobretodo, el Ayuntamiento lo permiten, garantizará que el Barça siga jugando sus partidos en la ciudad por unos cuantos años más.

Y este no es un hecho baladí, sino que, a mi entender, es la derivada principal de la firma del convenio antes mencionado y el hecho de mayor trascendencia que de éste se desprende, mucho más, dónde va a parar, que el hecho que el nuevo Camp Nou luzca más o menos, arquitectónicamente hablando. Y lo es porque se cortan de raíz las especulaciones, cada día más insistentes, de que el futuro de los estadios de fútbol es alojarse lejos de los núcleos urbanos, ya que es totalmente irracional reducir la utilidad social de un espacio tan grande a un solo uso por semana, con suerte (y quizá a un concierto de U2 y a otro de Lluís Llach o a una misa del Papa cada par de años).

Pero ya les decía que esto no es más que una victoria a medias. Admitamos como positivo el hecho de que el Camp Nou no se mueva de donde está en los próximos veinticinco años y que el Barcelona siga teniendo una relación íntima con la ciudad de la que toma el nombre (Montmeló puede esperar y conformarse con el Circuit de Catalunya, que ya es algo). Pero admitamos también que estos pasos, pequeños, dados con disimulo y precaución no garantizan, sino más bien al contrario, que el Barça (miento, el público del Estadi es mucho más preciso) mantenga una, a mi entender deseable, continuidad. Si bien la persecución del mayor apoyo al club posible –por difuso que sea, bien como socio, como aficionado o como comprador del pago por visión o de camisetas- es un fin lícito, me merece otra opinión la desconfianza con que se mira al socio abonado, pues al fin y al cabo es la cara visible de la afición, la avanzadilla.

Porque la fría racionalidad económica no asume renunciar a la posibilidad de recalificar un área como la del Camp Nou de manera gratuita. Tenemos que suponer que existe un plan B, un plan B que compense, y este plan B, con la misma racionalidad y la misma frialdad, es el de optimizar la ratio de ingresos por asiento. Porque casi cien mil asientos son muchos asientos, y la directiva actual se va a quedar afónica de repetir, una y otra vez, que el del Barcelona es el abono más barato de Europa.

Bien, el Español (y otros como él) ya ha tomado su camino: recalificación – alquiler – estadio nuevo en las afueras de la ciudad. Pero el Español es un club segundón que lo tiene difícil para llenar un estadio, el que sea (de hecho, tiene difícil incluso llenar la mitad de estadio que le corresponde cuando llegan a alguna final de copa). Así que sus esperanzas no se centran en los asientos, sino en el centro comercial anexo, y en las salas de cine y en todo cuanto polo de atracción económica quepa al lado del estadio. Y si algún personaje de los que frecuentan estos sitios entra en el estadio, pues bien, pero si no, da igual, ya que el negocio, para estos clubes, no es el fútbol.

Nótese la capacidad de convocatoria del Español a la que hace referencia el autor en esta imagen del partido jugado ayer contra el Livorno.

Para los clubes como el Barcelona (o el Madrid, que lo mismo da) tampoco. Pero no pueden rebajarse a hablarles de tú a tú a los mendrugos del área metropolitana. Para estos clubes (la mayor parte de) el negocio es la televisión. Y ese es el puesto que nos tienen reservado: la televisión. Los estadios son hoy por hoy una pérdida de dinero, tienen un coste de oportunidad altísimo y hay quien quiere hacer frente a ello. Y ya han empezado, colocando palcos de lujo y asientos VIP en sitios inverosímiles, y ofreciendo servicios extra –que poco tienen que ver con el fútbol- a los aficionados que multiplican por mil el precio del asiento o usando las entradas para los partidos como moneda de cambio en transacciones comerciales con las empresas patrocinadoras.

El abonado tradicional sobra, es el freno que impide aplicar de manera implacable todo aquello tan manido de la oferta y la demanda. Y una remodelación espectacular del estadio a tiempo es una excusa perfecta para echar, progresivamente, a todos aquellos que todavía entienden el fútbol (en vivo) como un entretenimiento popular, como poco, y que mantienen el vínculo todavía con la extensión de la práctica deportiva y la democratización del tiempo de ocio. Están condenados a ir al bar o al salón de casa, mientras sus asientos de toda la vida son ocupados por turistas, potentados, compromisos comerciales o vayan ustedes a saber quién que pueda permitirse pagar lo que el mercado pida (y que el nuevo estadio seguro que bien lo vale, dirán).

Ya me perdonarán esta visión tan pesimista, pero el fútbol hace ya años que es un negocio, no me engaño. La novedad es que, en la más pura lógica capitalista de crecimiento continuo, el proceso se ha acelerado tanto que ya somos incapaces siquiera de asimilar los hechos que se suceden ante nuestros morros. Lo que les decía: una derrota a plazos. Lo que les anticipaba: no al fútbol moderno.



5 Comentarios en “.reportajes:No al fútbol moderno- 1. El nou Camp Nou*

  1. Alex Dijo:

    Ràtzia, cacho perro, el partido de Livorno se jugó a puerta cerrada !!!

  2. Dermatitis Dijo:

    Oye Álex, Dermatitis al aparato (hay que joderse los nombres que nos ha im-puesto el capi). Vaya por delante que la foto no la he puesto yo, sino el editor. Y siga que supongo que la habrá puesto para alegraros la vista, entre tanta letra. Que digo yo que ya que he hecho el esfuerzo de escribir una parrafada de órdago, documentada y tal (no desvelaré mis fuentes), no seas cacho perro y mires sólo la foto.

    No al fútbol moderno.

  3. Alex Dijo:

    Que me lo he leído !!!! Me ha gustado mucho, pero no tengas tanto miedo, que no creo que los estadios más importantes sufran una adaptación «a la americana» y los manden al extrarradio. A su favor juega que aunque sea cierto lo del poco uso de espacio urbano, éste se extiende hacia afuera, la gente se va del centro a vivir afuera, y tampoco es tan grave reservar ese espacio para uso limitado. Especulación aparte, claro. La remodelación es lo menos malo que le puede pasar.

  4. alvarez Dijo:

    Alex, ya sabemos que se jugó a puerta cerrada. Era una coña irónica, redios!

  5. Alex Dijo:

    Os estoy tocando un poco los huevos, hefe !