Estoy vivo (TVE)

¡Ah, la televisión en España! Fuente inagotable para grandes artículos en LPD. Particularmente las series. Ya saben que vivimos la Edad de Oro de las Series, que las series son la Nueva Factoría de Sueños, y no se cuantas chorradas más. A nosotros, en todo caso, nos interesa lo de los sueños. Porque los sueños son la vía regia hacia el conocimiento de lo inconsciente dentro de la vida anímica. Las series de Antena 3 son un verdadero festival de actos fallidos del extremo centro y de la derecha españoles, pero TVE no se queda atrás. El Ente, por su naturaleza de “la televisión de todos”, tiene la obligación de soñar “los sueños de todos”, por así decirlo. Aplicar el psicoanálisis a las series que produce Radio Televisión Española es, en cierto modo, psicoanalizar a España. Confesamos que somos incapaces de resistirnos a semejante manjar.

 

Primera Temporada: manual de supervivencia

En el año 2012, Andrés Vargas, inspector de la Policía Nacional, destinado en Madrid, fallece en acto de servicio mientras persigue a un asesino en serie llamado El Carnicero de Medianoche. Pero la muerte no es el final, sino solo el principio… de un montón de papeleos burocráticos. Vargas aparece en “La Pasarela”, una especie de terminal de tránsito para las almas, donde le dicen que ha habido un error y que le van a devolver a la Tierra. La muerte viene a ser como la RENFE, pero con mejor servicio al cliente (al menos al principio, ¡luego es peor!). Y tampoco está muy claro en qué se han equivocado, pero como buen español, Vargas no pide explicaciones, se conforma con soltar unos cuantos tacos e imprecaciones y luego asumir mansamente que “esto es lo que hay”. Y todavía tendrá suerte que la RENFE celestial solo le ha dejado en el limbo cinco años, para Badajoz no deben haber procesado todavía ni los muertos de la batalla de Sagrajas. No solo vivir en Madrid es un privilegio, ¡morir también! El caso es que como su cuerpo ya yace sepultado en el camposanto, le tienen que dar otro. ¿Será un leproso bengalí, nos preguntamos? ¿Una agricultora yoruba en Benin? ¿Un obrero de Guangdong haciendo montajes en Bahrein? ¿O a lo mejor una oceanógrafa ruso-kirguiza? Pues no: le meten en el cuerpo de Manuel Márquez, también inspector de policía, también madrileño (aunque con menos pedigrí que los Vargas), también cuarentón, también del Rayo Vallecano, “sin familia ni ataduras”. Y así, cinco años después, Vargas, ahora Márquez, aterriza en Vallecas para seguir apatrullando la ciudad, casi como si nada hubiese cambiado.

¡Ojo en precipitarse a criticar el centralismo! Esto no es madrileñocentrismo, sino que está basado en DATOS FUERTES: Vargas vuelve con una misión, “debes capturar al Carnicero de Medianoche para que deje de matar, pero sin revelar tu verdadera identidad o vagarás eternamente entre los planos de existencia”. Difícilmente puedes completar tu misión si te reencarnas en un prisionero político en las mazmorras de Pyongyang. Pero hasta el final del episodio piloto ni siquiera lo insinúan: el cielo ha cometido un error y lo subsana poniéndole de vuelta casi en el mismo sitio, cinco años más tarde, sin devolverte el precio del billete, en un cuerpo que no es el tuyo, y sin poder decirle nada a nadie, a pesar de que Susana, la hija mayor de Vargas, resulta ser su nueva compañera de trabajo. ¿Cómo psicoanalizamos esto último? Pues como un quiero y no puedo -por arte y magia de poderes que me superan- hablar con mis hijos, que ya no los reconozco con toda esa tecnología y esa estética rara y votando a partidos raros como si no les preocupara lo más mínimo que se hunda el precio de los pisos, joder, que mis padres me hubiesen calzado una hostia guapa de tirar por ahí pero claro, eso ya no se lleva. Más de un sesentón –el público del Ente– podrá empatizar con esto, sin entender muy bien el mecanismo psicológico subyacente.

 

¿Qué ya no puedo aparcar en la Gran Vía? ¿Qué Rajoy ya no está y que el vicepresidente es un tertuliano con coleta? ¿Y que los jefes de todos los partidos políticos son más jóvenes que yo? Buff, yo ya no entiendo nada.

 

El caso es que Manuel Márquez tiene que capturar al Carnicero, que murió con él hace cinco años y ahora ha vuelto como ente demoníaco (pero para hacer las mismas cosas que antes, en plan C’s llegando con un aura como de otro plano existencial pero para acabar haciendo lo mismo que el PP). No obstante, hay una diferencia, y es que al parecer ahora a sus víctimas además de matarlas las encierra en un plano astral mazo chungo, donde están atrapadas y sufren mucho, y la única forma de comunicarse que tienen es mediante la radio de onda corta de Bea, la hija menor de Vargas/Márquez, que se la agenció para explorar los planos astrales en busca de su padre muerto. Además, el Carnicero ahora cuenta con el poder de “convertir” a humanos a su causa, los “hostiles”, dotándolos de fuerza sobrehumana y maldad a juego. Por ello la Pasarela, en plan “nivelar el partido”, le otorga a Márquez el poder paranormal de la regeneración casi instantánea, a lo Lobezno. Lo que no quita que romperte un hueso sea doloroso, por mucha regeneración que tengas, eso los de MARVEL se lo saltan, pero ahí tenemos a Márquez, murmurando por lo bajini que vaya mierda esto de perseguir demonios, que a mi una pizza y un partido del Rayo en la tele y no pido más, joder. Esta mezcla de humor de corrala hispano y copia descarada/paleta de series comerciales americanas se arrastra por toda la serie en múltiples detalles. Mi favorito: los ¡tres! bates de beisbol que hacen aparición en la serie para amenazar a alguien, como si esto fuese la bucólica Nueva Inglaterra, en lugar de la castiza y probada barra antirrobos del coche, más propia de los descampados de extrarradio españoles.

¿Y con esto rellenas 13 episodios de hora y cuarto? Pues sí, hoygan. Con esto y con mucho melodrama familiar de los Vargas, que si la niña sufre bullying, que si el abuelo tiene Alzheimer, que si la mayor se ha liado con un hombre casado, que si Mamá lleva cinco años de luto y va a echar al fin una cana al aire. Con Márquez y su asistente/enlace celestial metidos en todo esto, y claro, el Carnicero mientras tanto a lo suyo. Finalmente (OJO SPOILERS) el guión de la “escuela efectista” (“ve imaginando escenas chulas llenas de efecto, y ya las enhebraremos de alguna forma”) culmina en un final más forzado que un discurso de Felipe el Preparado hablando de igualdad, mérito y democracia: el Carnicero, resulta, no viene de desiertos lejanos sino del futuro, y sus víctimas eran las futuras científicas estrella del Instituto Espacial Europeo. Sí, los ocho mejores científicos europeos de 2050 son todos mujeres y todas ellas de aquí, de Madrí. La política científica patria, dando sus frutos contra todo pronóstico. Científicas que van/iban a desarrollar una misteriosa fuente de energía infinita que se va/iba a cargar la Tierra y ya de paso posibilitaría a los humanos desembarcar en el mundo/planeta/plano del Carnicero y ocuparlo a placer, conquistando y sometiendo a los nativos. Y claro, Bea como “chica lista” está destinada a ser la jefa de todas ellas (y por ello el Carnicero la tiene que matar, pero con toda su tecnología del futuro resulta que solo lo puede hacer en medio de una plaza de toros y durante el punto culminante de un eclipse lunar; si James Cameron fuese español la saga Terminator habría acabado con Schwarzenegger en el Sálvame Deluxe poniéndole velas negras a Sarah Connor). Todo esto nos lo cuenta largo y tendido el propio Carnicero en la típica escena final de “Malo que ha derrotado al Bueno pero en vez de matarlo inmediatamente le da primero tremenda paliza mientras desglosa en un Powerpoint uno tras otro los puntos de su plan maestro”. Aquí francamente nos esperamos que aparezca María Elvira Roca Barea a salvar el día agrediendo al Carnicero con un ejemplar enrollado de El País mientras le grita que los humanos fundaron las primeras universidades en la Dimensión Carnicera, que el ADN de los hostiles demuestra que los tercios del espacio eran de lo más civilizados, y basta ya de fake news y de humanofobia, pero nada, las acusaciones de genocidio quedan sin respuesta, no sabemos si por la lógica “a mí que me cuenta usted, eso es en el futuro” o por la lógica “a lo hecho, pecho”. El caso es que en lugar de MERB, TVE saca al padre de Vargas, que heroicamente salva a todos. Y muere, claro, pero para eso nos llevan machacando media temporada con su demencia senil, para dejar claro que si alguien tenía que morir mejor que fuera él.

 

Segunda temporada: los guiones son antiespañoles

A estas alturas, lo que TVE nos vendió como “serie de ficción policiaca con tintes sobrenaturales” ya ha devenido en melodrama familiar. Y de cara a la segunda temporada, parece que los actores han hecho huelga colectiva exigiendo aún más desarrollo dramático (lo que usted y yo, y seguramente los propios actores, llamamos “escenas de llorar”) para lucirse, y que TVE ha cedido ante los violentos. Por ello, los guionistas ya le dan la patada a lo que quedaba en pie de guión estructurado y crean sin parar nuevas situaciones más y más complejas para tener más drama, que digo, DRAMA, cual si esto fuese la televisión pública escandinava.

¿Recuerdan que Manuel Márquez no tenía “ni familia ni ataduras”? Pues la RENFE celestial no es que se equivocara, es que le mintió en toda la jeta. Justo cuando Márquez/Vargas se ha camelado a la viuda de Vargas al final de la primera temporada, aparece de la nada su mujer (es decir, la mujer con la que el Márquez original se casó apenas unos meses antes de abandonar este valle de lágrimas y ceder su cuerpo a Vargas; para más inri es su segunda mujer, hermana además de la primera, que falleció en un accidente de tráfico junto con las dos hijas que tenía con Márquez) y le monta un pollo. Pollo que se carga todo el buen feeling que Márquez había logrado establecer con la familia Vargas y sus allegados, y ale, vuelta a empezar. Pero no es bastante con esto: Márquez, comprensiblemente, monta en cólera con la RENFE y va a verles para quejarse. Allí, con la mejor actitud de un servicio al cliente te-doy-la-razón-en-todo-pero-la-mierda-te-la-comes-igual, le explican que él no estaba preparado para saberlo todo, que él es necesario para otras cosas, que tó está conectao, y que, ejem ejem, que te has olvidado que en la Pasarela el tiempo pasa un poquito más deprisa que en el mundo real. Márquez regresa a la carrera, pero en cinco minutos ha pasado año y medio, y ahora todo el mundo le odia por mentir y desaparecer más de un año, y encima la viuda de Vargas se ha casado con otro. Con lo que ya tenemos asentado el DRAMÓN familiar de la segunda temporada, que se intercala con hilos narrativos de secundarios de la primera temporada que cayeron en gracia a la audiencia y lo aprovechan para que les metan carga dramática a sus personajes en la segunda.

 

Aquí ya empezamos a añorar a Alfred Hitchcock, no tanto por el suspense (que también) sino por su sana filosofía de “los actores son ganado”.

 

Pero no desesperemos, ¡también hay un nuevo caso policial! Caso que refleja impúdicamente la llegada del PSOE al gobierno tres meses antes del estreno de la temporada, y las ganas de los pérfidos socialistas de manipularlo todo. Veamos: el primer malo es un militar que estuvo en Irak… aunque nos dicen que se volvió malo porque la patronal inmobiliaria lo desahució de su piso (un piso de unos 150 metros cuadrados, con ascensor, totalmente reformado, muy luminoso, para entrar a vivir, en el centro del barrio, ¡lo normal con los 1000 eurazos de salario de un soldado!) para gentrificar el edificio entero y venderlo a precio de oro. Edificio que cuenta a su vez con niña fantasma, que vaga por él desde que murió allí en un bombardeo aéreo de la Guerra Civil Española. Bombardeo seguramente nazi (lo que a su vez explicaría que al principio de temporada salgan un simpático e inofensivo matrimonio de jubilados alemanes en el AirBnb del piso contiguo al de Márquez, para mostrar una visión matizada de Alemania y que los teutones no se nos enfaden), que incluso nos muestran mediante un breve viaje al pasado del enlace celestial de Márquez. Quien por cierto lo cuenta como si hubiese viajado al Cretácico Inferior: a ver, que cinco minutos en la Pasarela equivalen a un año en la tierra, el enlace celestial debe haber atendido a los muertos de la Guerra de Cuba en la misma jornada laboral en que recibió a Andrés Vargas. Ah, y por muy Vallecas que lo vendan, el barrio del edificio es pura Malasaña (bien machacada, aunque Vallecas también se llevó lo suyo), en lo que supone una inaceptable rendición de Vacío ante sus socios morados.

Llegan entonces los giros chorra sorpresa del guión: personajes que parecían una cosa y son lo contrario. Por ejemplo, el ángel de la guarda que acompaña a Márquez a todas partes resulta ser un participante de la Guerra Civil (pero ojo: como médico) al que la RENFE celestial ha reciclado como enlace tras su suicidio por la pérdida de su familia. En el lado opuesto, el cara de pan del subinspector Palacios resulta ser el asesino desconocido. Y la coronación final: el malo malísimo va a abrir las puertas del fin del mundo. En solo una temporada, Madrid ha pasado de Capital Europea de la Ciencia a ser la Puerta del Infierno, en palpable prueba de como Pedro Sánchez ha claudicado ante todos esos malos anti-españoles golpistas y okupas que no son de Madrid y le han aupado a la Moncloa. A todo esto: al DRAMA familiar se le añade el drama laboral, con el ángel de la guarda metiéndose en un contencioso administrativo-laboral con la Pasarela. Pasarela que encima lo sabe todo acerca del malo malísimo pero que no ha dicho nada hasta casi el final.

 

Lo mismito que la RENFE cuando te anuncia que la conexión que llevas cuatro horas esperando ya lleva diez minutos en el andén más alejado y saldrá en los próximos treinta segundos.

 

El gran final, el Armagedón de la lucha entre el bien y el mal, resulta ser una ciclogénesis explosiva sobre Madrid, con la Pasarela enviando a todas las almas de los buenos a luchar contra los malos (los malos son el Carnicero y sus hostiles, revividos expresamente para el episodio final; no sé, pero me da que si en tu segunda temporada ya estás echando mano a los elementos más populares de la primera es que tu serie muy bien no va), y Vargas vagando ABER SI ME MUERO por las escenas. Finalmente, se salva de la muerte… pero porque pacta con los de La Pasarela que le devuelvan, a cambio de ser su agente en la Tierra, transformando su situación de falso autónomo en currito asalariado regularizado sin antigüedad. Y con la estabilidad laboral, al fin puede retomar su relación con su viuda.

 

Tercera temporada: PABLO está vivo

Pero lo de mantener una continuidad argumental no va con TVE, que comienza la tercera temporada (estrenada tres días después de que concluyera el plazo para evitar unas segundas elecciones generales) con un festival de ese feminismo podemita que con gran acierto intuyeron que iba a asentarse en la Moncloa: purga estalinista de personajes, el nuevo comisario es mujer, el nuevo malo-pero-no es mujer, los malos-de-verdad están dirigidos por una mujer, se incorpora a la comisaría un policía hispano-peruano (de Asuntos Internos, con lo que –gasp- les puede meter puros a los nativos en plan venganza de Atahualpa; ah, y además es mujer), se criminaliza injustamente a unos inmigrantes ilegales (extraterrestres que toman la forma de un protector de pantalla de Windows de los años 90, razón por la que no les puedo confirmar si son mujeres, aunque lo sospecho), cae incluso una leve crítica al MEMYUC, y el McGuffin principal de la temporada es un feto que crece en una especie de cuerpo subrogado para una pareja de dos hombres donde uno antes era una mujer.

 

El nuevo Consejo de Ministros aprueba la temporada.

 

Para abrir boca, nada más empezar la temporada se cargan a todas las mujeres de la familia Vargas-Beltrán, pero la Pasarela enseguida las manda de vuelta en otros cuerpos, no sabemos muy bien porqué, será que Manuel Vargas compró un abono familiar sin darse cuenta. La Pasarela insinúa que tienen una misión (ninguna a la vista), que si es un misterio (eso desde luego), que si todo será revelado a su debido tiempo (Spoiler: no explican nada), pero nada, que el guion ya ha perdido cualquier pretensión de no ser una sucesión absurda de McGuffins y Deux ex Machina (que por otra parte parece ser la tónica en las producciones culturales de este nuestro tiempo).

Una vez más, la Directora de la Pasarela se pone en modo misterio total, “Susana está embarazada y es de vital importancia que el embarazo llegue a término, así que la enviamos a la Tierra en una misión supersecreta y peligrosa que la verdad podría hacer cualquier otro”, a pesar de que de alguna manera sabe lo que va a pasar. Básicamente: que la nieta nonata de Vargas/Márquez es LA ELEGIDA porque representa “la unión de las razas” (a ver, que un chaval gallego y una chica de Vallecas no es que sean muy parecidos, pero llamar a su unión “el nacimiento de una nueva especie” ya es pasarse), y que en el futuro ella será la nueva Directora de la pasarela. Porque la actual Directora, vaya por donde, está siendo víctima de un golpe de estado soterrado, dirigido por elementos de la Pasarela que no ven con buenos ojos eso del mestizaje intergaláctico y que tras algunas vueltas para dar misterio resultan ser los malos malotes encubiertos. Algo así, por poner una analogía muy rebuscada y totalmente absurda, como si en un estado de la Unión Europea, gobernado por un simpático sesentón que no entiende ni su propia letra, un deep state de funcionarios y elementos autoritarios empezase a actuar al margen de consideraciones políticas y pelándose cualquier rigor y garantía judicial, para reconducir una situación política a su gusto. No sabemos muy bien a quién está dirigido este guiño, pero nos congratula que TVE lo compense mediante la afirmación del principio monárquico, “este bebé que no sabe ni andar ni cagar es EL ELEGIDO, y su mero llanto revive a los muertos y hace que los malos se disuelvan cual azucarillos” (aunque la temporada se resuelva con el nacimiento del bebé, y no con la concepción). Todo este guirigay culmina con la enésima reaparición del Carnicero, que aparece de repente, suelta cuatro frases de malote barato, y muere. Un Palpatine en toda regla el que se marcan los guionistas, que sin embargo no aclaran lo que ocurre con el narcotraficante que capitaliza media serie, con los alienígenas, o porqué a las mujeres Vargas les devuelven sus cuerpos originales mientras Andrés Vargas se tiene que quedar con el de Manuel Márquez. Enhorabuena en cualquier caso a los que hayan llegado hasta aquí.

 

Vivos y muertos

Andrés Vargas/Manuel Márquez: el prota. Padre que gobierna a su familia con firmeza, incluyendo broncas a la hija por llegar tarde, pero también con amor, que eso no se dice lo bastante. Si fuésemos unos frikis terminalmente enfermos de la cencia poletológeca, aquí debería caer una comparación con cierto gallego que también nos gobernó a todos, con broncas pero también con amor, que eso VOX no lo dice lo bastante. El caso es que tras 40 y pico años el varguismo, al igual que el franquismo, llega a su fin con el deceso del padre. Sin embargo, en menos de un lustro el padre vuelve bajo otra forma (pero no puede decirlo, tiene que pretender que es otro), y se encuentra con que su familia ya ha evolucionado hacia otras cosas. Que han pasado página, vamos, al parecer. Pero en el fondo el varguismo sigue ahí, larvado, expectante, dispuesto a salir. Así que Márquez, que debería estar cazando al Carnicero, se dedica a intentar rellenar el hueco de Vargas: ligándose a la viuda, protegiendo a la hija mayor, educando a la hija menor, comentando los partidos del Rayo con el abuelo.

Como buen español y mejor madrileño, Márquez se crió con bocatas de calamares y cañas de Mahou, dice más veces “me cago en mi puta vida” que “por favor” o “gracias”, conoció a su mujer en un concierto de la Movida Madrileña (concierto de Loquillo, ¡que no se diga que Madrid no aprecia a los artistas catalanes!), y pese a resultar gruñón al principio pues al final resulta tener un corazón de oro para quienes le rodean.

 

Ah, y con la Muerte tiene pase VIP.

 

Susana Vargas/Adrián Villa: Susana es la hija mayor de Andrés Vargas, de quien ha heredado esa querencia tan madrileño-española por soltar tacos a la mínima para ser “auténtico” y también la pasión por ser policía, y además en la misma comisaría, no sé, juraría que cualquier novato en el Cuerpo Nacional de Policía lo primero que hace es tragarse unos cuantos años en destinos que no quiere nadie, Euskadi-Cataluña-Línea de la Concepción, y luego ya si tienes méritos pues te puedes ir acercando poco a poco a casa. Pero Susana desde el principio ha servido a sus conciudadanos en el barrio que la vio crecer y a 5 minutos de casa. Y no, no es porque se acueste con su jefe, el inspector Aranda: eso vino después y solo le debe haber conseguido a Susana el portátil con el que hace sus informes y los coches seminuevos con los que apatrulla, en vez de usar un Pentium M con monitor de tubo y un Seat Panda al que se le caiga el parachoques, la cutrez Marca España con la que nuestros próceres nos indican lo que piensan de los servicios públicos.

Susana viene y va con los hombres, pero más allá de que sean guapos y apuestos no parece discriminar mucho. Por ello, cuando la matan en la tercera temporada, luego la reencarnan en el cuerpo de un policía guapo y apuesto, que se juega innecesariamente la vida en un montón de misiones, mientras su cuerpo verdadero yace embarazado en una cama en el hospital de la Pasarela. La “misión secreta”, resulta, era llevar el embarazo a término, pero esquivando balas al mismo tiempo.

 

Enlace DH65: la RENFE mística no devuelve el precio del billete, pero te proporciona un acompañante que actúa de “enlace” por la duración de tu misión. Un ángel, vamos. Encargado de meter todos los chistes costumbristas (“he descubierto algo místico que no conocía, se llama torrija”) y los homenajes al famoseo nacional (DH65 ha servido de enlace a Lola Flores y Julio Iglesias Puga) que parecen ser la obligación estatutaria, si es que no la razón de ser, de nuestra televisión pública. DH65 posa como “Iago”, supuesto sobrino de Márquez de Moaña, Galicia, y estudiante de criminología, y pese a su naturaleza angelical pronto empieza a sentir y evolucionar como un humano. Vamos, que descubre que le gusta metel.la, y además con Susana Vargas.

Luego en la segunda temporada le dan una mayor profundidad en forma de pasado dramático: en origen, Iago era un humano llamado Santiago Figueroa, médico durante la Guerra Civil. Que lo podría haber sido en las Guerras Carlistas o en la expedición de Balanguingui y no cambiaría nada, pero nosotros siempre a favor de Vacío rindiéndose ante PABLO y de meter a la Luftwaffe en todas las producciones culturales posibles.

 

¡Mirad, la patrulla Falconetti!

 

Laura Beltrán/Verónica Ruiz: viuda de Vargas, por el que lleva 5 años de luto. Tampoco es que vista de negro riguroso, pero no celebra sus cumpleaños y no sale con ningún otro hombre. Se dedica a sus hijas y a su suegro, y a mantener vivo el recuerdo de Andrés. Vamos, que viene con el drama de serie, y en la segunda temporada digievoluciona a DRAMÓN porque se casa con Oscar Santos, descubre que Márquez es su marido, lo “olvida” por una movida super-super-rara de la Pasarela, y en general siempre está cabreada. En la tercera temporada, la Pasarela la reencarna como Verónica Ruiz, la nueva comisaria, y pasa de estar siempre cabreada a siempre preocupada (con razón, porque la Pasarela olvidó darle el minúsculo detalle que la comisaria cuyo cuerpo ocupa estaba liada con un narcotraficante al que intentó robar dos millones de euros; narcotraficante por cierto que al final de la temporada escapa tan ricamente con su dinero). O quizás es que la frágil belleza de Aitana Sánchez-Gijón no es la más adecuada para una bregada comisaria.

 

Enlace DH4: en un momento de relajo los guionistas vieron alguna peli de Harley Quinn y decidieron “esto, pero en castizo”, y de ahí nació la –aparente- mala de la tercera temporada, que según llega a nuestra dimensión (o nuestro planeta, no queda claro) se pone a practicar abortos por la expeditiva vía de matar a mujeres embarazadas. Pero aunque parezca mala, luego resulta que es buena, y de hecho es un enlace de la Pasarela: Enlace DH4, alias Carlota. Carlota además pondrá la nota melodramática de la temporada, con la revelación de su historia personal: la historia de una niña andaluza de familia pobre que escapa de su destino para triunfar en el gran mundo con un pisazo de lujo y un trabajo realizador e interesante, pero que en el camino perdió a la familia, el amor, y el acento andaluz. Dado que Vallecas y los vallecanos ocupan el rol cultural de “andaluces de Madrid” (“pobres pero auténticos”), lo de meter andaluces de verdad (“pobres pero felices, cantando todo el día”) en la serie es un doble salto mortal que sin embargo se salva porque, francamente, en el sindios narrativo tampoco llama demasiado la atención. Carlota culmina su arco narrativo emigrando a Bermeo para estar todo el día con la familia de pintxos y txikitos.

 

Óscar Santos: policía, compañero y amigo inseparable de Andrés Vargas cinco años atrás. Menos la noche en que este muere, que ahí Óscar le dejó tirado porque iba con una mano ganadora en una timba de póquer. Tampoco es que la presencia de Santos hubiese cambiado mucho las cosas, porque lo que mató a Andrés fue que el Carnicero le empujó el coche al río y ahí no te sirve de mucho un compañero a tu lado, pero a Vargas/Márquez eso le ha dejado como un mal poso. El caso es que Santos ha aprovechado estos cinco años para llegar a jefe de comisaría. Con malas artes, suponemos, ¡si era un bala perdida! Y justo cuando Vargas vuelve como Márquez es cuando Santos decide intentar dar un paso más allá con Laura. This is Spain: el que aguanta, vence. Y como Márquez no aguanta y desaparece año y medio, eso es todo lo que Santos necesita para llevarse a Laura al huerto. En su defensa hay que decir que es el único personaje más o menos ambiguo y apoyado en un actor solvente, y en el que el drama parece natural y de andar por casa, alcoholismo y pocas habilidades sociales, no un absoluto impuesto cual tragedia griega por The Powers That Be, que es como llevan los demás personajes su pase por esta serie.

 

Beatriz Vargas/Rebeca: hija menor de Andrés Vargas. Adolescente bullyingeada en el insti que intenta contactar con su padre muerto mediante espiritismo radiofónico y a la que le montan una trama paralela a lo Stranger Things, plagiando homenajeando incluso la banda sonora de la serie de Netflix. Pero lo que en Stranger Things es un laboratorio ultrasecreto del gobierno de Estados Unidos, aquí es un cristal que a veces brilla en color verde, que sirve para mil cosas paranormales, y que la gente de La Pasarela deja alegremente en manos de una chica con un pavo adolescente que no puede con él, “porque son las mejores manos en las que puede estar”, sin que quede muy claro para qué. Bueno, sí, que Bea es la “científica” de la serie, con las cosas tan claras “que no quiso ni hacer la primera comunión”. (No sé si los guionistas son conscientes del acertado dibujo que hacen de la sociedad española cuando ponen en boca de uno de los “adultos” el siguiente comentario: “y nada, que no quiso hacerla, ni por los regalos ni por el convite, es que no hubo manera”; todos la animaron, ¡pero nadie intentó convencerla con que era lo necesario para la salvación de su alma inmortal!)

 

Vida de un científico: naces, estudias la ciencia, comes mierda y recortes, emigras a cualquier lugar donde tu doctorado sirva para algo que no sean chistes, te haces un nombre, llegan los de “la primera comunión por el convite” –que muchas veces son también los de los recortes- para hacerse la foto contigo y afirmar “ESPAÑA, líder en exportación de CENCIA”, y te mueres de asco.

 

El personaje tiene además dos acompañantes, Patri y Jon, compañeros suyos de clase. Patri es una adolescente sobreactuada que debe servir de contrapunto a “la lista” de Bea, pero el papel más interesante es el de Jon: no tanto por su aportación al guión, que se reduce a vector de salida de las hormonas de Bea, sino porque siempre es muy freudianamente revelador el tratamiento que da Televisión Española a los extranjeros, y en Jon han creado al único personaje de la serie que habla con educación y sin decir tacos (el único… aparte del Carnicero, los hostiles y los ángeles de la Pasarela, se ve que un afroespañol o en general cualquier extranjero no “occidental” es como si viniera de otro plano astral). Vamos, que un español de verdad tiene que ser campechano y soez, ese es el mínimo común denominador sobre el que el Ente edifica el ser de España y los españoles en la opereta de la Tercera Restauración (a la otra inmigrante de la serie, la subinspectora Alicia Izquierdo, sí le dejan soltar tacos y hacer cortes de manga; ¡si es que las afinidades culturales que compartimos con los hispanoamericanos facilitan mucho su integración!).

Bea y su trama de instituto además sirven, y el análisis de la psicología subyacente de esto ya se lo dejamos a ustedes, para medidas raciones de ese erotismo de baja estolfa que gasta la televisión en España: es decir, se ven ocasionales tetas y todas las mujeres jóvenes van siempre en shorts bastante cortitos (como concesión a la modernidad y el empoderamiento también nos deleitan ocasionalmente con los abdominales de Alfonso Bassave y el culo de Alejo Sauras… hasta la segunda temporada porque esto no casa con DRAMÓN). La aportación de esto a la trama es cero, pero aún hay guionistas que creen que esto hace que una serie sea “adulta”.

En la segunda temporada el papel de Bea se reduce, pero como por trienios o algo la actriz tiene derecho a sus escenas dramáticas, empieza a ver al veterano de Irak (pero cuando ya está muerto) a todas horas… pero él se limita a hablarle del pelotazo inmobiliario en el edifico Victoria, y luego desaparece, y Bea sigue con su vida tan feliz y contenta y WTF. Y en la tercera, vuelve a la Tierra como Rebeca, en misión ultrasecreta para… cambiar pañales y cuidar un bebé (uno que ni siquiera es ELEGIDO ni está en la línea de sucesión al trono de la Pasarela).

 

Dolores Arribas: la mujer con la que se casó el Márquez original. Inspectora también, en la brigada antiterrorista. Asesinada con un tiro a la cabeza a mitad de la segunda temporada, sigue apareciendo como fantasma al que solo Márquez puede ver. La muerte le ha abierto los ojos a todo un conocimiento oculto (por ejemplo, sabe instantáneamente que Márquez en realidad es Vargas), pero por alguna razón ha olvidado el momento digamos más impactante de su vida y no recuerda quien es su asesino. Claro que si lo recordase, la temporada acabaría aquí, y no puede ser una serie de seis capítulos cuando podemos hacer quince.

 

David Aranda: inspector del CNP y supervisor/ex compañero de Susana; llevan dos años liados a espaldas de su mujer con la que tiene un niño y busca el segundo. Pero ya saben: “me casé muy joven, me equivoqué, pero necesito más tiempo para dejarla”. También aporta sus bíceps y sus abdominales, y una trama “investigo a Márquez y a su sobrino porque no me parecen trigo limpio y ahí salen cosas que no me encajan del todo”, pero que tampoco lleva a nada. Posteriormente, cuando Oscar Santos vaya a curarse su alcoholismo, asciende a comisario, pero ni por esas renuncia a las camisetas entalladitas.

Como el personaje llega poco aprovechado a la tercera temporada, allí le utilizan para la trama “invasores del espacio exterior”. Trama que tendrá como principal efecto reconciliarle con su ex-mujer, para que así puedan irse a vivir al mega-chalet de jardinaco, piscina y dos plantas que ella se compró tras el divorcio, e ir juntos a comilonas con la familia Vargas al completo, incluyendo a Susana, aunque la mujer de Aranda no parece molestarle su presencia, ¡que eficaces consejeros emotivo-matrimoniales son los extraterrestres!

 

María Fernández + Sebastián Rey: secundarios que se hacen pareja y todo parece tan supertierno (aunque los dos peinen abundantes canas – o precisamente por eso, ¡joder, el triunfo del amor más allá de la hipoteca y de la experiencia, si eso no les emociona es que están muertos por dentro!) que piensas que lógicamente nos los están haciendo simpáticos para sacrificarlos en el altar de la Necesidad Dramática para mostrar la Maldad Del Malo. Porque las víctimas mortales del Carnicero no llegan ni a decir hola de lo rápido que las liquida, no da tiempo a que desarrollemos empatía con ellas (excepto con Vargas en el capítulo piloto, claro, ¡pero este vuelve de los muertos!). Cosa que RTVE parece querer solventar haciendo que sus víctimas sean todas mujeres jóvenes y bien parecidas, que se ve que los feos no despertamos las mismas simpatías, será que no hacemos esfuerzo por ciclarnos y bajar los michelines o vaya usted a saber porqué, pero vamos: que haría falta algún muerto “cercano” para que la cosa se vuelva personal. María y Sebas parecen destinados a ser ese muerto, y además con la edad justa para empatizar con el espectador medio de RTVE, pero al final no pasan de secundarios de lujo.

En la segunda temporada, “Sebas” entra en el ajo del misterio y descubre que Márquez es en realidad Vargas, pero tampoco puede contarlo, lo que añade DRAMA y ruptura a su relación con María, que para MEGADRAMA está embarazada (a una edad en que su mejor amiga tiene ya una hija de 25 años y se prepara para ser abuela; así que o llega un poco tarde o su amiga tuvo una adolescencia muy loca). Posteriormente se reconcilian, pero el DRAMA viene y va, con la pronto cansina secuencia “Sebas se va con Márquez en misión secreta” – “miente a María para protegerla” – “María le pilla” – “él no puede contar nada” – “María se mosquea monumentalmente”. Finalmente, él le revela a ella el GRAN SECRETO… mediante un audio en el WhatsApp, que es como se deben comunicar las cosas importantes.

 

Diagnóstico: personalidad múltiple

Esta serie es un producto cultural “pata negra TVE”: es caro, es cansino, es un festival de referencias castizas, pero sobre todo es totalmente inexportable. Como cualquier producto CT. Sí, la idea básica se puede usar en cualquier lugar, pero si sentamos a un extranjero a verse las 39 horas de los 39 capítulos del metraje realmente existente, al pobre le da una embolia. Donde otros países producen series universales que funcionan en todas partes, la nave insignia de nuestra Armada Cultural prefiere gastarse el dinero de todos en festivales autoreferenciales como Estoy Vivo o Cuéntame. Y damos gracias que empiezan a limitarse a 60 minutos.

La serie, como España, no sabe muy bien qué quiere ser, y por eso se deshace en varias tramas paralelas con poco que ver entre ellas que desdibujan la serie: melodrama familiar, remake de El Cielo Se Equivocó, thriller paranormal, culebrón policial, un Stranger Things en Vallecas. Ojo, esto puede funcionar bien, en Stranger Things también concurren media docena de tramas. La diferencia es que en ST, con todo lo calculadamente comercial que es, todas las tramas al final convergen en un fin común (dar yuyu). Fiel reflejo con ello del país que representan, los Estados Unidos de Norteamérica, donde desde la religión hasta el amor y pasando por la política todo será calculadamente comercial, pero donde generalmente todos trabajan por un fin común (generalmente, dar yuyu al resto del mundo). Las tramas de Estoy Vivo, en cambio, van erráticamente de aquí para allá, con un montaje al que se le ven mucho las costuras.

 

Viendo las temporadas uno, dos y tres, y anticipando la cuarta.

 

Reflejo psiquiátrico, suponemos, del paciente español, pero al que damos el alta por inofensivo y a quien certificamos como capaz de llevar una vida normal. Corolario: esto se traduce en no dar yuyu en absoluto. Algo que certifica el fracaso de Estoy Vivo como serie que se construye con elementos paranormales pensados para dar miedo, pero que -si nos permiten dar una opinión personal al margen de la estrictamente médica- es toda una bendición para un país. Al margen de algunas élites tirando a verdipardas, por encima de la crispación que últimamente tenemos, y por mucho que algunos ladren lo contrario, España se revela en esta serie como un país con sustrato inofensivo. Razón por la que caemos tan bien fuera, donde superaron la leyenda negra hace mucho y nos ven como un simpático país tirando a insignificante. Y si no me creen, vean las elecciones generales de los últimos 20 años: en 2000: Aznarin en su fase Charlot frente a la izquierda fea y cabreada de Joaquín Almunia y Paco Frutos. En 2004: ZP frente al Partido de las Azores. En 2008: Bambi frente a la Derecha Rabiosa. En 2011: la pachorra de Rajoy (una vez purgado el partido de peones negros) frente a Roba-El-Cobre y su partido Arruinador de Naciones. En 2015 y 2016: Rajoy, más pachorra que nunca, se impone a la Guapocracia sin bajarse del taburete del bar. En 2019-I y 2019-II: Vacío, el yerno ideal, frente al trifachito de Colón. Desde hace 20 años, España vota sistemáticamente al político más inofensivo como presidente de gobierno. Reflejo de lo que somos. TVE ha vuelto a dar en la diana. Enhorabuena.


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  1. Comentario de devilinside (26/02/2020 17:17):

    No tenía intención alguna de verla, pero agradezco el esfuerzo de disuasión. La verdad es que no soy de series españolas.

  2. Comentario de La Mansión de los Plaff (27/02/2020 19:07):

    1. Gracias por informar de tus gustos.

    Como la cosa va de que le gusta a la gente; yo tampoco veo series españolas, bueno no veo series, y menos si me las recomiendan.

    Que sois muy cansinos. Desde los Sopranos (2007), que estáis con la matraca.

  3. Comentario de parapartycium (28/02/2020 09:47):

    que grande en los tiempos de hbo para ver cosas de calidad y neflix para ver cantidad es de agradecer que alguien nos recuerde que existen aún series con capítulos de 60-70 minutos con 18 tramas en paralelo donde las tramas costumbristas tienen más importancia que la “trama” principal, sin más trama que aguantar hacer más temporadas, que empiezan 22:30…

    igualmente se agradece el tiempo y tus artículos ácidos que son una delicia.

  4. Comentario de l.g. (29/02/2020 22:24):

    Jo. Yo agradezco los comentarios, la acidez, los spoilers… pero lo lamento sinceramente por el ejercicio de masoquismo estéril que ha hecho el amigo Jenal: Cuídesenos, que vivir a base de telebasura produce el mismo efecto en la salud que alimentarse a base de hamburguesas.

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