Asesinos y guapos

Sospecho que la persona que grita “asesino” en la puerta de los juzgados es la misma que exclama “guapa” en los estudios de televisión. Las mismas cuerdas vocales adaptándose para misiones que parecen tan diferentes. La campanilla o úvula dando el último toque agudo y roto en “asesino”, vibrando para hacer de trampolín, para que la palabra se eleve por encima de las vallas y de los guardias y caiga como un halcón peregrino sobre el famoso que acude compungido a la vista oral con las esposas ocultas tras un jersey enrollado (a alguien se le ocurrió esto por primera vez, alguien pensó y dijo: voy a enrollar un jersey para que no se note que voy esposado. Y esa escuela ha tenido éxito). Las manos puestas alrededor de la boca para hacer de altavoz en “guapo”, para que la palabra vuele torpemente y se pose sobre el famoso como una mariposa que le haga sonreír mientras saluda al público con la mano.

Qué hará que esa señora o ese caballero decida si es día de “asesino” o de “guapa”. Hoy me siento de “asesino”, pensará el caballero desvistiéndose mientras mira la cartelera de juicios con famoso o con psicopatilla ensalzado por las noticias de sucesos. Podemos pasar un jueves de “guapa”, dice la señora a sus amigas antes de llamar por teléfono para asistir a la grabación de un programa. Dos Españas que son la misma y que te hielan el corazón dos veces, al estilo de la vieja nevera que congela el filete de pollo envuelto en papel de plata y luego lo sepulta en escarcha rara que no se sabe muy bien de dónde sale y por qué llena de esa forma de yedra fría desatada algunas paredes del frigorífico y otras no.

El mismo famoso español que el lunes recibe un “asesino” en el juzgado acoge el martes con agrado un “guapo” en el estudio, ambos procedentes de la misma garganta desgañitada española, que pasa de uno a otro de forma automática. Cainismo y reconocimiento admirado del mismo hacia el mismo, espíritu de Iberia: le deseo lo mejor porque se lo merece pero mal puntero láser le ciegue mientras va en bici cuesta abajo por las calles de San Francisco.

Quizá algún día llegue la modernidad, una especie de aire europeo, o euroasiático por los países emergentes. Qué ocurriría si eso sucediese, si aturdidos la señora o el caballero gritan “guapo” en el juzgado y “asesino” en el estudio, si el famoso se vuelve sonriente en el juzgado, con una sonrisa de qué pasa aquí pero yo sigo la corriente porque noto un cambio renovador euroasiático y quiero participar de él, o se agacha compungido en el estudio con un jersey enrollado de cualquier modo en cualquier sitio para continuar con la tradición pero notando bastante lo contemporáneo que le llega sin ser todavía consciente del todo del esperanzador proceso.

Este cambio seguramente parta de China, o quizá de Indonesia o Corea, que están emergiendo bastante, aunque menos que India, que ha emergido tanto que dejó atrás el “La” de toda la vida, el de su reciente pasado sumergido de lepra y tigre. Y luego pasará por Francia, como toda corriente renovadora que se precie. A este paso cuando llegue aquí a ver si estamos.

Breve historia de las enanas rojas

Vivir en una enana roja tiene que ser tremendo. Si ya en la playa cuando calienta el sol tienes que pegar carreras hasta el agua, a veces a una velocidad que no creías capaz de alcanzar sin motor de apoyo. Además como de puntillas, así de uh-oh-ah-ay y muchísimas veces con escalas en las sombrillas. Cómo se desarrolla el instinto de supervivencia. Localizas las sombras como un depredador. Ahí hay una. Y vas y es la sombra que crea por poco una tumbona con el respaldo alzado conforme el sol le da así y un cúmulo-nimbo viene por Antequera o bien la que forma un hidropedal justo antes de la parte de arena húmeda a la que no ibas a llegar sin un considerable daño y alguna lágrima saltada. De normal, en tu sitio, tranquilito, a tu rollo, con los ojos medio guiñados por la luminosidad, no la verías. La ves entonces cuando la necesitas y tu vida pende de ese mínimo descanso. Viene del pasado del cazador-recolector.

Y luego está el asunto de las paradas, esas paradas en la sombra descubierta por poco o en la sombrilla ajena. Vas de puntillas, encogido que parece que quema menos, uh-oh-ah-ay y te paras ahí, poniendo una cara de compromiso rara, una cara de compromiso que sale en el rostro solamente en la playa cuando pasa eso y que es como de no mirar a la familia que come tortilla o a las tetas fuera de la inquilina del lugar y a la vez pedir comprensión y mandar el mensaje de que te vas en seguida, que ese descanso va a ser muy breve. Miras como con una sonrisa forzada exclusiva de playa. Fuera de la playa no sale nunca. Es como así de puf, sí, bueno, je, je, hostia cómo quema, ya me voy, hágase cargo, venga, no molesto pero piedad, por Dios, que estoy aquí sonriendo cuando quisiera echarme a llorar de la abrasión que tengo encima. E inmediatamente miras a lo lejos, a la boya que está a cien metros de la orilla, donde al nadar imaginas acechante al marrajo, para demostrar a esa gente que estás de paso.  Son momentos muy anti-lujuria, porque las tetas de la inquilina te dan igual, puede ser joven o vieja, da lo mismo. En ese instante el cerebro está concentrado por un lado en el agua, y una parte del hipotálamo dice “agua”, y por otra en las plantas de los pies, que también tienen su correspondiente reflejo similar al anterior en otra parte quizá cercana del hipotálamo quizá lejana, que con las circunvalaciones pueden generarse bastantes fenómenos que aun en su interdependencia no tienen por qué resultar físicamente próximos incluso desarrollándose en el mismo órgano.

Pues si eso, como decía,  pasa en la playa, que en cuanto a temperatura no llega ni por asomo a enana roja, que son como trescientas mil playas de bandera azul, que no pasará allí con lo recalentado. Los habitantes tienen que estar agobiadísimos desplazándose de puntillas y encorvados hasta para ir a la compra, todo el rato pegando carreras. Mi teoría es que su físico está muy determinado por eso y se quedan altos, enjutos y con los ojos como huevos y la boca muy chica que sólo sirve para protestar un poco y soltar el quejido universal uh-oh-ah-ay, que se entiende aquí y en Beltegeuse. Lo demás va ya por telepatía desde un punto concreto de su evolución sucedido hace mucho. Y mi teoría también es que vienen a la Tierra para buscar sombra, o mejor dicho sombrilla. Esas apariciones en los cuartos donde alguien duerme o en el campo a unos pastorcillos son paradas de sombrilla. Van y pegan la carrera, cuando ya no pueden más de la quemazón horrible le dan al teletransporte porque tienen una tecnología asombrosa, avazadísima en unos aspectos y no tanto en otros. Paran unos segundos en la Tierra, que es su sombrilla, y ponen su cara de compromiso playera, que al tener esa pinta de niño gigante de hambruna somalí da bastante miedo y surgen las historias de abducciones, que no son otra cosa que cagarse encima cuando uno está oyendo “Hablar por hablar” en el transistor Aiwa con los cascos y se le aparece ahí unos segundos un alienígena que va camino de algún sitio de su enana roja con las plantas del pie hechas una auténtica mierda. Y te pone la cara de compromiso, de que ya se va, que no es nada, compréndalo. Pero se produce ahí un error de interpretación que lleva a lo que lleva, al acojone y  a la creencia de que esas criaturas son hostiles cuando son iguales que nosotros o incluso más cordiales y su vida cotidiana es muy de andar por casa pero con mucho calor en el suelo de su país y mucha guasa a causa de los procesos químicos subyacentes que lo originan. Y como no pensamos en esto y al verlos soltamos un grito o fundamos una secta pues verás cuando de verdad los necesitemos nos van a mandar al carajo. Y con razón.

Extremidades

Me fascina el deporte paraolímpico. Sobre todo la natación, y dentro de la natación los cien metros muñones. El tío de los cuatro muñones con gorro y gafas que va a toda la velocidad que le permite la ausencia de extremidades, preocupado por esa velocidad, pero sobre todo preocupado por qué hacer cuando llega a la pared con la cara. Interiorizando la velocidad de otra forma al resto de los mortales y diciéndose conforme llega uy, uy, uy, qué loco voy, qué voy a hacer. Vive una velocidad distinta, relativa. Es algo einsteniano.

Seguramente cuatro administrativos del C.O.I. hayan tenido que lanzarle a la piscina. Cómo incluir eso dentro de las funciones de un administrativo de categoría internacional. Mamá, estoy en el C.O.I., lanzando a un hombrecillo con los miembros cercenados al agua. Se los llevó la gangrena. Y luego mucho trabajo de oficina e informes. Y entre los informes de pronto esa verdadera labor de echar al agua a ese tío, al Tío Muñones, porque lo demás es una tapadera, un justificante para que se pueda llegar ahí con cierta normalidad, para darle una pátina de cotidianeidad a eso. Ese ambiente paraolímpico con chistes manidos y groseros sobre que tal nadador se impulsa con el gran miembro que tiene (en realidad dicen polla en otros idiomas), un chiste hecho en la piscina paraolímpica cien mil veces. Pero siempre consigue sonrisillas de compromiso para quitar la tensión paraolímpica, una tensión de verse rodeados por gente muy hecha mierda pero a la vez muy competitiva y que puede tener muy mal carácter fruto de la adversidad.

Pero aún más fascinante es el impulso de superación, lo que lleva al Tío Muñones a dedicarse a la natación. Antes del accidente no había pisado una piscina en la vida. Ni siquiera hacía footing. Es perder los miembros y decir, ¿qué hago? Nadar, hostia. Voy a dedicar mi vida a la natación, voy a llegar al canal de Panamá, al mar Cantábrico. Cuando están todos los miembros no había manera y justo ahora llega un impulso irrefrenable a nadar, correr o lo que sea. Justo ahora. O a jugar al baloncesto en silla de ruedas. Justo ahora. El enemigo de la buena salud: tener todas las extremidades. Con todas las extremidades uno tiene demasiado peso y tiende al sedentarismo y la melancolía.  Si algo le sobra a este mundo opulento son extremidades. Demasiadas piernas, demasiados brazos para ¿al final qué?

Crítica invertida de «Dietario Voluble»: La droga invertida (y V)

Cuando llegue el Apocalipsis aguante un poco. Que lo mismo pasa rápido. El Apocalipsis por el que van a tener que pasar los fumadores sirve para revitalizar esta costosa “Crítica invertida” que se está resistiendo más de lo debido. Eso gracias a que el propio tabaco ya es de por sí una especie de droga inversa. Apenas tiene efectos salvo calmar la propia adicción. Es una droga que va directa al grano, sin tonterías. Prescinde de relajar, de dar euforia o crear visiones. Para qué. Al grano. Tan invertida es que merece una nueva vuelta de tuerca de esta crítica. Esta entrega se realiza prescindiendo del libro criticado, un paso adelante que se realiza por primera vez reconociéndolo y a tumba abierta, aunque la mayoría de suplementos literarios lleve practicándola ya muchos años de forma solapada. De esta manera, colocando “Dietario voluble” de Vila-Matas en un lugar alejado, a la vista de todos, destacamos la obra de este magnífico escritor y vemos mejor el libro. Helo ahí en su esplendor. La crítica invertida ha ido de dentro hacia fuera, en lugar de al contrario. Llegamos ahora a la portada y a su bonito diseño.

Con respecto al tabaco ya saben que esta droga invertida no se podrá tomar más en lugares públicos cerrados. Los fumadores prevén cataclismos y queremos tranquilizarlos. La situación va a ser difícil. Pero de todo se sale. A partir de aquí desarrollamos brevemente algunos puntos que pueden servir como guía para pasar los primeros momentos:

1) Sobre la amistad y el amor de las personas humanas.- Muchos fumadores creen que echar el humo a la cara o cercanías del resto de las personas crea vínculos y lazos estrechos. Por eso se resisten a fumar en el exterior del bar, entre otros motivos. Piensan que las otras personas además contraen un compromiso de gratitud debido al olor que se les deja en el pelo y la ropa, además de por compartir el humo en sus pulmones. A lo largo de décadas la palabra “compartir” ha sido el leit motiv de los fumadores. “Compartir” o “regalar”. En cualquier caso generosidad en estado puro, desinteresada.

Esto es muy importante. Está demostrado científicamente que la inhalación de humo ajeno y el olor a humo no influyen en la amistad. El fumador debe comprender que esas personas que le aprecian lo harán también aunque no les eche el humo. El fumador debe superar este miedo. Sus amigos lo seguirán siendo.

Si a pesar de todo el miedo paraliza durante los primeros meses el fumador que salga al exterior del bar puede pegarse mucho a la pared para mantener todo lo posible esta cercanía. También recomendamos buscar bares de diseño con cristaleras grandes. Así el fumador al salir no perderá de vista a sus amigos. Ellos también pueden contribuir cogiendo la mesa pegada al cristal. Cuando el fumador salga se pueden poner las naricillas en el cristal, para estar los de dentro y fuera más cerca, o bien las manos, como se hace en las visitas a las cárceles en las películas.

2) Sobre el movimiento de la Tierra.- Esto es muy importante también. Hay que aclarar que cuando una persona sale al exterior del bar, el movimiento de rotación terrestre permanece fijo tanto para el bar como para el trozo de acera anexo, es decir, que ambos viajan junto al resto de lo que se puede ver en una bola terráquea. Lo mismo que cuando la giramos. Esa bola reproduce a escala un movimiento real. Y ese movimiento de rotación hace por decirlo de manera coloquial que el bar no se vaya.

Ese es otro de los miedos del fumador ante la ley. El miedo a que el bar cambie de lugar mientras está fuera fumando. Está demostrado científicamente, por decirlo de manera coloquial, que todo va junto. Además al entrar no hay cambio de velocidad en la rotación terrestre entre fuera y dentro, de forma que el fumador que fuma fuera no va a desequilibrarse con ese efecto de escalera mecánica, ya saben que cuando termina la escalera mecánica y se llega al firme o suelo parado uno se cae como para adelante con peligro de ahostie. Pues eso no ocurre, así que el fumador puede salir a fumar y, repetimos, lo de dentro sigue ahí y a la misma velocidad. Además es una velocidad del tipo que no se nota, la propia de la rotación, así que no pasa nada.

3) Sobre el propio movimiento y cómo desarrollarlo.- Poco a poco la costumbre hará que se habitúen. Pero el principio es lo peor. ¿Cómo salir de un bar para fumar? Muchos fumadores no están habituados a enfrentarse a una situación así. El miedo que vimos al principio a perder amistades se une a la incapacidad para moverse. No es que los músculos estén atrofiados. Es que ese miedo colapsa el cerebro y hace que el fumador no sepa como salir del bar para fumar fuera. También hemos visto que tienen un miedo añadido a la rotación terrestre. Qué hay que  hacer para salir de esta situación espantosa. Lo ponemos en cursiva para que se diferencie y el fumador pueda imprimírselo y llevarlo en una nota en el bolsillo. O copiar y pegarlo y tenerlo en el móvil para cuando llegue el caso.

Si está sentado con su adicción en un lugar donde hay no fumadores pruebe a ordenar a su cerebro en primer lugar que mande impulsos eléctricos a los cuádriceps. Ese músculo permite que se levante de la silla. A partir de ahí la acción pasa a los glúteos, que le mantienen erguido. Con una combinación de impulsos eléctricos a los lumbares y abdominales oblicuos, en comandita con otros que van a los hombros y brazos, gire y eche la silla para atrás. Aquí empieza la parte más interesante. De nuevo el cuádriceps, junto a otros músculos como el bíceps femoral, antagónico del anterior, y los aductores, abductores, sóleo y gemelos, posibilitan al conjuntarse un desplazamiento acompasado del cuerpo conocido comúnmente como caminar o andar. Gracias a ese movimiento, donde el cuerpo va progresivamente ocupando el espacio vacío que le antecede, puede con ese ejercicio de las extremidades inferiores avanzar hacia adelante. Es la maravilla del ser humano. Impulsos eléctricos a los brazos y los pequeños músculos de la muñeca le ayudarán a abrir la puerta. Voilâ: está en el exterior.

4) Sobre la extenuación física.- Al principio costará, lo sabemos, y está claro que las ciudades se llenarán de fumadores desplomados en la puerta de los locales, luego arrastrados hacia dentro por sus amigos y colocados de nuevo en la silla, pero poco a poco el cuerpo se fortalece y lo que parecía imposible se consigue ya de forma natural. No obstante, estar de pie durante dos minutos y medio en el exterior de un bar no es fácil si no hay hábito. Así que al principio recomendamos que los fumadores tomen otras drogas euforizantes o esteroides para soportar este castigo físico.

Con esta guía sobre una droga invertida damos también por concluida y fumada la crítica invertida a “Dietario voluble”, que ha sido la crítica más lenta realizada hasta la fecha y que además se salta su propósito de tener siete entregas. En este punto innovamos una vez más, la quita entrega y última, vuelta del revés, sirve como sexta y séptima y resume una lección: nunca pongas numeritos al escribir un texto que luego tienes que escribir los siguientes. Primero hazlos y luego divídelos, aparentando obra. Al contrario se invierten las tornas en el caso de las críticas invertidas, volviéndose el texto contra el que pretende escribir pero no escribe. Vamos, todo al revés.

Crítica invertida de «Dietario Voluble» (IV): donde estamos

Desde el último episodio de esta crítica invertida de «Dietario Voluble» han pasado casi cuatro meses. Las tres primeras salieron solas, como suele decirse. Todo empezó con el entusiasmo de una suave resaca. El alcohol afecta de forma diferente a hombres y mujeres. A los que creemos ser hombres nos produce cierta euforia al día siguiente debido a esa diferencia. A ambos sexos les genera cierta desinhibición según la cantidad que se tome durante la ingesta, pero sólo las mujeres ven aumentado el deseo sexual, de ahí que tratemos con desigual fortuna de emborracharlas, incluso durante el desayuno en la cafetería el martes en medio del trabajo. Al varón le llega ese aumento de la libido al despertar, junto a esa euforia extraña que supongo relacionada. Si los grandes artistas esperan que la inspiración les pille trabajando, los que no podemos esperar arte o inspiración alguna ni trabajo que la acompañe confiamos en que la euforia de la resaca nos pille frente al ordenador, y que esa resaca no sea tan fuerte como para desplomarnos encima del teclado o terminar vomitando en él, aunque sería el momento idóneo para ya de paso quitar las cáscaras de pipa de entre las teclas. De esa manera, hace casi cuatro meses, me entusiasmé yo solo ante la idea de hacer una crítica algo especial de Dietario Voluble. A ello contribuyó, claro está, un segundo entusiasmo más fuerte y duradero, ese que parece surgir de las páginas de un libro que nos está encantando, que nos cautiva. De esta manera, la pequeña euforia alcohólica hizo dúo con su hermana mayor, la euforia que me producía el libro. Y así, en tres patás, como se solucionan las cosas en España, vinieron las tres primeras entregas de la crítica.

Poco después de la tercera, o poco antes, no recuerdo, me terminé el libro y fue disipándose la euforia del lector. Afortunadamente la alcohólica lo había hecho en su momento, dando paso a otras que ya nada tuvieron que ver en este asunto. Y de esa manera lo que empezó teniendo todo el sentido que pueden tener las pequeñas empresas que en nuestra mente se aparecen como una Odisea, la crítica invertida pasó a dar la sensación de que hubiese sido planeada por otro. “¿Cómo diantres se me ha ocurrido hacer esto y cómo lo termino?”, me preguntaba (pongo diantres porque no digo palabrotas en la cabeza). Para colmo había pensado en que fuesen al menos siete entregas, ya que siete es un número sagrado en muchas culturas que creen que el siete es un número sagrado.

La vergüenza por no actualizar el blog, sentimiento que han tenido muchos blogueros y que mezcla la vieja vergüenza por no haber hecho los deberes con las nuevas tecnologías, me llevaba esta misma Navidad a buscar de nuevo el «Dietario Voluble» para continuar como fuese, escogiendo cualquiera de sus pasajes y a partir de ahí escribir hasta concluir el desaguisado en el que me metí en los meses de verano.

Y así se acentuaba, sin querer, el proceso de inversión de esta crítica, que ya era bastante invertida desde el principio y que ahora, perdida la fascinación de esa lectura en concreto, se encontraba con otro factor añadido: era una crítica que creaba a partir de la crítica y, por otro lado, que criticaba, y encima invertidamente como vemos, un libro del que ya no recordaba casi nada, salvo que me encantó.

Decidí hojear el principio, para ver qué pasaje me gustaba y salir del atolladero. Una vez concluida por el paso del tiempo la seducción de la obra que leí, se me aparecía curiosamente un pasaje que hablaba sobre la hipnosis que produce la lectura. Lo vi claro: «Dietario Voluble» conversaba conmigo. No cabía otra posibilidad que esta pequeña alucinación que otros quizá menos entusiastas llamarían casualidad, siendo además la casualidad uno de los temas fundamentales en la obra de Vila-Matas. Lo vi todavía más claro. No cabía otra posibilidad mas que los dioses querían que escribiese sobre eso, lo que quizá otros menos entusiastas describirían como “quien no se consuela es porque no quiere”.

Reflexioné brevemente sobre la casualidad para conectar mentalmente con el autor de la obra, lo que otros menos entusiastas definirían como “aburrimiento insoportable”, y llegué a la conclusión de que la casualidad supone unir mediante la ficción dos hechos fortuitos aunque reiterativos. De esta forma, la casualidad sólo es tal en la mente del que la vive y conoce dicha reiteración, o bien en la del que le escucha o lee, pero gracias a la narración. No existe casualidad sin su “novela”, de ahí que quizá interese tanto a autores como Vila-Matas o Auster, siempre tan preocupados por los propios mecanismos de la ficción y la metaliteratura, siendo las casualidades la esencia de la metaliteratura, pues se trata de ficciones que se justifican a sí mismas. A partir de ahí reconozco que mi reflexión perdió fuelle, pues ya me bastaba para justificarme yo mismo.

En el pasaje escogido donde convenimos que el libro me hablaba, se trata acerca de la literatura de Agata Christie. Se lee: Encuentro a un buen amigo muy alterado porque acaba de enterarse de que el éxito de las novelas de Agatha Christie se basa en el uso de técnicas literarias similares a las utilizadas por hipnoterapeutas y psicólogos, según un estudio hecho público en el Reino Unido. Entre esos métodos, los científicos destacan que las estructuras de las frases de los libros de la escritora inglesa se vuelven más sencillas cuanto más cerca está el desenlace de la novela, lo que incrementa el nivel de interés del lector. 

Esto lleva a pensar en el método por el que el lector se “despierta”. Si seguimos los lugares comunes del cine o la novela, el hipnotizado suele despertarse bien con una serie de palabras que lo van desentumeciendo o bien con el chasquido de los dedos, o con una combinación de ambos métodos. Resulta hermoso pensar que el lector queda hipnotizado, ya sea por Agatha Christie o por otro gran escritor con capacidad para sugestionar hasta ese punto, y al final la realidad ejerce de chasquido de los dedos. Una tarea rutinaria (ahora nota relajadas las piernas), un deber ineludible (ahora nota relajados los brazos), el pitido del teléfono (todo el cuerpo está relajado), el propio cansancio de la lectura (poco a poco se va despertando), un calambre en el gemelo por la posición inverosímil en la que se lee en el sofá (cuando cuente tres se despertará), el vecino con la música a todo volumen (uno, siente una enorme tranquilidad), el camión que pasa por la calle (dos, nunca ha estado tan en paz), que llaman a la puerta porque traen el supermercado (y tres)…

Y pensaba sobre esto mientras leía, ya que los buenos libros pueden producir dos tipos de hipnosis, bien como la de Agatha Christie, una hipnosis que atrapa, bien como otros libros que hacen divagar, abandonar la lectura un ratito para imaginar mientras se mira al techo o al tendido. Ese era el caso de Dietario Voluble cuando lo leí hace meses y de nuevo volvía a conseguirlo. No obstante continúa el pasaje: (…) le hago ver que esos sabios (…) no tienen ni idea del oficio novelístico y, es más, ignoran en qué consiste la operación de leer, pues ni siquiera es preciso haber leído mucho para saber que si uno llega a esas frases del final ‘que se vuelven más sencillas’ tiene que haber atravesado previamente las menos sencillas, que es algo que no todo el mundo cruza. El propio Vila-Matas se transformaba en un chasquido de dedos, haciendo que la posibilidad de la hipnosis se difuminase tal y como estaba planteada, despertando de paso de su fascinación al crítico invertido que en ese momento era yo.

Pero la clave estaba aquí, medio confundida entre el “paisaje”: ignoran en qué consiste la operación de leer. Y si antes veíamos que la casualidad era una operación de ficción que nace, se reproduce y muere con la ficción, aquí vemos cómo la hipnosis sólo nace, se reproduce y muere en el propio lector. El elemento fascinante está entre las páginas de un libro pero sólo el lector es dueño de su fascinación, que en cierto modo no deja de ser una ficción propia aunque tenga como mediadora a la ficción ajena.

Así, de casualidad, una vez activada de nuevo la sugestión del Dietario Voluble, la hipnosis permite seguir con esta crítica invertida, gracias a este círculo que quizá sólo tenga sentido en el crítico, pues se trata de un casual, fascinante e hipnótico círculo invertido.

Concluye el pasaje: (…) con lo cual volveríamos a estar donde ya estamos.

Crítica invertida de «Dietario voluble» (III): Borges y los apócrifos

En la página 178 de “Dietario Voluble”, Vila-Matas estructura el texto en efemérides que no atienden a fechas redondas. 99 años del nacimiento de Cesare Pavese, 101 años del nacimiento de Nino Buzzati, 97 años que cumple Julien Gracq, 95 años del nacimiento de Antonioni…El escritor afirma que se siente cómodo con esa falta de redondez e introduce el tema de la espera en la literatura. No creo que esa elección de la estructura en pasajes que corresponden a efemérides no redondas esté elegida al azar, puesto que tan sólo unas páginas atrás, en la 158, ha hablado sobre la relación entre Borges y Bioy Casares y en concreto sobre el libro biográfico de Bioy acerca de Borges, también sobre el malestar que las frecuentes cenas de Borges en casa de Bioy despertaban en su esposa Silvina Ocampo.

Hay escritores, y Borges es uno de ellos, que tienen la suerte, casi siempre mala, se ser candidatos a la atribución de textos apócrifos. ¿Por qué sucede eso con algunos autores? Quizá el gusto de Borges por el juego literario o sus muchas citas cultas lo hagan proclive, o bien la insistencia en algunas cuestiones, como la vejez y la muerte o el paso del tiempo. O simplemente su ceguera le sigue acompañando y muchos piensan que si no veía en vida tampoco verá ahora a quien le suelta una colleja en forma de pésimo texto apócrifo, curiosa forma ésta de que una invalidez física siga actuando después de la muerte. En este aspecto de los apócrifos el más conocido es el ñoño poema “Si volviera a vivir”, tan alejado del estilo del argentino e incomprensiblemente atribuido a él por tratarse de unas estrofas realizadas por un anciano próximo a la muerte o por un personaje que se pone en la piel de tal. Otro sin embargo más coherente es el conocido “Efemérides” que casi seguro inspira a Vila-Matas a estructurar así un capítulo de “Dietario Voluble” 20 páginas después de hablar de Borges. Está fechado en 1971:

Hace 2.612 años un alquimista busca oro en el barro.

Hace 2.571 años un bisonte agoniza y en su ojo se refleja un cazador que se acerca y arma un arco.

Hace 2.210 años un niño intenta torpemente componer su primer hexámetro.

Hace 2.019 años Julio César llora la muerte de Cayo Crastino.

Hace 1.979 años alguien queda ciego por un mal extraño. El pueblo le atribuye poderes sobrenaturales.

Hace 1.777 años un campesino chino prueba la carne humana. Su familia ha muerto de hambre pocos días antes.

Hace 1.521 años nadie oye a un ruiseñor en el bosque. Un eremita lo imagina y lo dibuja.

Hace 1396 años Varaja Mijira consigue que antiguos textos hindúes no se pierdan en el olvido.

Hace 1.233 años una joven pareja juega a inventar los nombres de las flores que les rodean. Inventan los nombres de los peces y de las aguas.

Hace 998 años el monasterio de Lindisfarne ve nacer un terror que durará dos siglos. Una mujer espera en la arena de Dinamarca sin saber que su marido rueda por la tierra.

Hace 905 años el rey sajón que curaba con las manos murió a manos de su madrastra. Las gentes le honrarán como a un santo.

Hace 867 años un ladrón roba las monedas de los ojos y la boca de un cadáver.

Hace 467 años la muchedumbre se agolpa en una plaza española donde arden más de cien personas.

Hace 316 años Baruch Spinoza pule una lente para ganar un sueldo.

Hace 193 años el poeta William Blake observa durante horas a un tigre enjaulado. El tigre observa a su creador sin saberlo.

Hace 98 años un bastón con estoque rompe el silencio de la noche en un callejón de Buenos Aires.

Hace 56 años un soldado improvisa una oración en una trinchera.

Hace 16 años vi por última vez mi rostro en un espejo.

De nuevo el tema de la ceguera al final, el paso del tiempo y un conjunto de referencias habituales de Borges, desde los nombres propios hasta su gusto por la antigua Sajonia, el ruiseñor o el nombramiento de objetos por parte de alguien. Estos asuntos resultan habituales en sus poemas de “enumeración”, donde una serie de hechos dan lugar a una conclusión. Los ejemplos más conocidos son, entre otros, “Inventario”, “East Lansing”, “Cosas”, “Heráclito”, “Talismanes”, “Elegía del recuerdo imposible”, “Thing that might have been”, “Las causas”, “Aquél” o “Himno”.

Precisamente la existencia de conclusiones en los poemas de “enumeración” me parece el principal motivo para descartar a Borges como autor de esos versos. Otros expertos, pues también hay expertos en poemas apócrifos atribuidos a Borges como bien puede haberlos en datos biográficos asignados dudosamente a Melville, arguyen que las principales razones están en la utilización de fechas o en cierta cadencia del lenguaje. Pero Borges ya utilizaba fechas en muchos títulos de poemas. No resulta descabellado pensar que en algún momento decidiese escribir un poema de enumeración de fechas. En  cuanto a la cadencia del lenguaje se me antoja algo bastante inasible. En el caso que nos ocupa no está mal logrado.

Lo cierto es que falta la conclusión. El verso final “Hace 16 años vi por última vez mi rostro en el espejo” remite a otro tiempo. Sí, se puede decir que la conclusión es “estoy ciego”. Sin embargo sus otros poemas de “enumeración” concluyen, unas veces con más claridad y otras con más divagaciones, en el presente.

En cualquier caso, creo que muchos grandes literatos ven aumentada su obra con textos apócrifos tras su muerte. Se convierten al final en autores de escritos que no escribieron y a lo mejor ni merecieron escribir, unas veces por ser demasiado buenos, otras por lo contrario, casi siempre por lo contrario, aunque en las características e intenciones del apócrifo se identifican las características e intenciones del autor al que se achaca el apócrifo. O dicho de otra forma, “Si volviera a vivir” puede ser ñoño y afectado pero también ofrece  ternura y gusto por vivir, además de una imagen de falta de felicidad que ya mencionaba Borges en otro de sus poemas, lo que identificaba con el mayor de los pecados. “Si volviera a vivir”, con toda su cursilada a cuestas, hace que Borges pueda redimirse de ese pecado. Y “Efemérides” rompe con la tendencia de considerar a la ceguera como un accidente sin importancia o incluso una característica que puede mejorar la percepción en otros aspectos de un escritor, algo que manifiesta el argentino y que no se entiende sino como un esnobismo de quien tiene la vida solucionada cuando llega la invidencia.

Y así estos apócrifos hacen que nos encontremos con un Borges más contento con la vida, y también con un Borges más humano, al que la ceguera le crea impedimentos que no se mencionan pero que se dejan caer con el último verso de “Efemérides”, donde añora ver su rostro, por lo que se deduce ha de añorar muchas otras cuestiones. Al final de lo que se trata muchas veces es de si el autor merece el apócrifo o no, independientemente de su calidad. Si se ha de hacer responsable de ese texto que no escribió pero que es suyo por mano interpuesta. En este caso ni “Si volviera a vivir” ni “Efemérides” fueron escritos por Borges, pero sin duda son de Borges. Hay otra historia de la literatura en los apócrifos, que no es más que la historia que debió ser y no fue.

Crítica invertida de «Dietario Voluble» (II): Pepín Bello contra los zombis

Una de las frecuentes citas de Vila-Matas es Pepín Bello, el eterno amigo de las principales figuras de la Generación del 27. Autor sin obra que ya aparecía en “Bartleby y compañía” y vuelve a hacerlo en este “Dietario voluble”. Una vez lo definió como “el arquetipo genial del artista hispano sin obras”. Esta cita aparece en la Wikipedia, quedando Bello y Vila-Matas unidos por la red, como un extraño matrimonio entre ese arquetipo hispano del artista sin obras y el arquetipo hispano de escritor preocupado por los artistas sin obra.

Pepín Bello fue amigo sobre todo de Dalí, Lorca y Buñuel, testigo de sus aventuras y desventuras y nexo de unión entre todos por su amistad incondicional, una amistad que siempre se destaca como su principal característica, que se resalta y se eleva también a la categoría de arquetipo. Pepín Bello, arquetipo genial del artista hispano sin obras es también arquetipo del artista genial hispano sin obras excelente e intachable persona.

La figura de Pepín Bello me fascina, no sólo por tratarse de un escritor sin obra tan del gusto de Vila-Matas, sino por el contraste entre esa bondad personificada, entre la representación que muestra de una especie de amistad calmada sin límites con total ausencia de envidia o frustración y una generación de compañeros del alma donde el que no es sodomita es putero, ambas cosas, o todo a la vez más su propia caricatura al servicio del franquismo.

¿Pepín Bello persona excelente o Pepín Bello como retrato de Dorian Gray? Mientras sus amigos hacían menos angosta la angosta vía, mientras más bebían, se drogaban, eran infieles o se vendían a la dictadura, más bueno era Pepín. Quizá no por elección propia, sino porque todos los pecados de sus colegas, por siniestra ósmosis o fantasmagoría difícil de entender, se convierten al llegar a Pepín en una bondad que oculta un espíritu podrido por la acumulación de porquería ajena. Pero al contrario que el retrato los otros van muriendo mientras que a Bello casi hay que cortarle la cabeza con una espada para que muera, en teoría en enero del 2008, a los 103 años. ¿Alguien ha visto su cadáver? Todavía está por investigar la cara oculta de este hombre, al que creo vivo y sitúo en estos momentos en la ciudad autónoma de Melilla.

No se casó ni tuvo hijos, tan ocupado como estaba por absorber los pecados ajenos y transformarlos en bondad. Tanta bondad, tal carácter no es posible. Tanta amistad no es creíble sin este papel que representaba de reciclador de emociones de toda una generación. Tanta amistad, tanta bondad arquetípica y, para colmo, hispana, no resulta creíble sin ese trasfondo de basura del prójimo. ¿Jamás se puso en pompa? ¿Jamás traicionó? ¿No se iría de putas o esnifaría cocaína alguna vez? ¿No tuvo un desliz con una mujer casada o fue infiel a una novia? ¿No detestaba en el fondo a sus amigos de la Residencia de Estudiantes? Tanta perfección resulta vomitiva. Como vivo retrato de Dorian Gray queda humanizado.

No se casó ni tuvo hijos. Parece que dejó una novela en un cajón. Quiero creer, o más bien intuyo, que alguna vez se publicará  «El libro perdido de Pepín Bello». Narra la historia del hijo ilegítimo de Pepín Bello, gran maestre de la logia hispanolusa, que busca el único libro que escribió su padre, que tras el rostro de la bonhomía escondía a una persona resentida y envidiosa. Esa obra supone un ataque a sus amigos de la residencia de estudiantes, con detalles escabrosos de todo tipo. A través de una antigua maldición, los componentes de la generación del 27 reviven para intentar detener a Pepín Bello J.R, que en realidad de llama Francisco Montemayor o Enrique Vila-Matas. La mordedura de cualquiera de ellos hace que el infectado componga ripios sobre el aire y los lirios que no puede parar de recitar en voz alta. Al final, en un trenecito sodomita, todos penetran a Bello, centenario anciano inmortal oculto en la ciudad autónoma de Melilla. El anciano muere por fin y el resto puede descansar en paz gracias a la justicia poética que supone acabar con un impostor, con un impostor sinvergüenza que se pasa su vida absorbiendo cosas que no le pertenecen, con un ladrón de sentimientos que se lleva la buena fama a costa de la mala fama de los semejantes. Con un cabrón hispano y arquetípico en suma. Esta obra, claro, es una alegoría. Una arquetípica alegoría hispana sobre España.
 

Crítica invertida de «Dietario voluble» (I)

Desde la habitual de los periódicos, que consiste en la pontificación tras la lectura de la sinopsis de la contraportada y según lo que ordenen los de arriba, hasta la acompasada que con gran sentido del humor realizan los componentes de la Fiera Literaria, hay toda una serie de corrientes de crítica literaria con nombres como impresionista, psicológica, semiológica o deconstructiva, según la cercanía de las gafas a la punta de la nariz del que la realice. A partir de ahora inauguramos una escuela más, la de la crítica invertida o del revés. En ella el crítico ofrece otro texto creativo a partir del libro que critica, y que no es por tanto criticado sino mediante la sugerencia que genera. De alguna forma se puede decir que el libro criticado al final se critica a sí mismo al arrojar contra él otra narración de la que resulta nacimiento y desembocadura. Si no sirve ese símil del río tenemos el del boomerang, que aquí otra cosa no pero símiles sobran. También se conoce como crítica del calcetín vuelto. En cierto modo consiste en aceptar que toda crítica tiene en el fondo el propósito de volar por los aires a la obra que critica, en este caso toma el camino honrado y destroza a la víctima pero también matándose ella. Es una crítica suicida que pretende que salten hechos pedazos crítico, autor, el lector de la crítica y el lector del libro, sea ya un lector de hecho o potencial. Si toda crítica encierra ciertas intenciones ladinas, ocultas con diversos recursos, esta crítica terrorista tiene más piel de cordero que nunca y así debe de ser. Pero no hay que fiarse, todos sabemos lo que puede encontrarse en un calcetín al volverlo. La víctima escogida para la ocasión es Enrique Vila-Matas, con su “Dietario Voluble”.

La editorial Anagrama ha recopilado los artículos que Enrique Vila-Matas publicó en la edición catalana de El País entre el 2005 y el 2008, junto a fragmentos añadidos para la edición. Este “Dietario Voluble” se trata de un cuaderno de notas literario. Durante los próximos textos voy a realizar una crítica invertida, del revés o de calcetín vuelto de este libro que mezcla géneros y que permanece constantemente en el límite entre el ensayo literario y la ficción. 

Cuenta Vila-Matas en su “Dietario Voluble” (pág. 39) que el escritor Sergio Pitol imagina en su obra “El mago de Viena” a un novelista que no se amedrenta ante la crítica y al que le aterroriza justo que su novela suscite el entusiasmo de algún comentarista tonto. Al parecer dicho personaje está basado en la figura de Emiliano Gómez “Verdiales”, apodado así por una paloma que tuvo a la que puso ese nombre y a la que cuidaba en su azotea. La paloma tuvo un triste final y sirvió de aderezo a un arroz cocinado por unos albañiles que realizaban obras en el edificio, aunque esto no pudo comprobarse. En cualquier caso Emiliano heredó el nombre de su mascota, que pasó a ser mote suyo, en un traslado poco habitual y desde luego inimaginable si en lugar de paloma hubiese sido perro o gato.

Emiliano Gómez, alias  “Verdiales”, suscitó desde el principio una especie de odio cerval en la crítica. Dentro de las clasificaciones de la filología se escapan cuestiones como el eco de los adjetivos, que quedan fuera de su campo científico. Y así el término cerval queda dentro de esas clasificaciones, desmenuzado y colocado en su particular estantería, pero al margen de lo que sugiere en realidad. Sólo al poner cerval junto a sus padres adoptivos, odio o miedo, puede alguien aproximarse a cuán cerval es tanto ese miedo u odio como el mismo cerval, que no es de verdad cervalísimo hasta entonces. Dicho de otro modo, el odio que desde el principio despertó Emiliano Gómez en la crítica fue cerval cerval, o si nos inventamos una palabra “cervalérrimo”. Era muy odio y muy cerval, sin saberse donde empezaba uno y acababa el otro.

Como las simpatías o antipatías que despierta una persona a la que se acaba de conocer, su primera novela corta, pues siempre se centró en ese género, produjo críticas devastadoras no se sabe bien por qué, por nada concreto, por impresiones generales no tanto fundamentadas en la reflexión como una serie de superficialidades o prejuicios inconsistentes que pronto se convirtieron en verdades casi inamovibles. “Estruendo” mostraba a un narrador hábil aunque demasiado centrado en algunos clichés de su generación. Quizá su ambientación en el mundo de la helicicultura produjo un efecto viscoso, el de la mucosidad que atrapa y de la que resulta difícil deshacerse, como si no fuese la historia sino donde se situaba la historia lo que produjese el rechazo. La crítica fue unánime y despachó la novela con palabras tan gruesas como un caracol de buen tamaño. A partir de entonces cualquier crítica recibida por el autor fue gelatinosa, espesa o pegajosa debido a su densidad.

El resto es bien conocido. Aunque pocos leen hoy a Emiliano Gómez sí son muchos los que conocen sus avatares literarios. A “Estruendo” le siguen  “Viento en un jardín obsoleto”, “Katiuskas” y “Sobre yelmos”. Hoy nadie se explica como unos libros más que aceptables e incluso talentosos despertaron ataques tan furibundos. La crítica despedazó al escritor en lo que si se hubiese tratado de una investigación criminal se catalogaría de crimen pasional, dado el exceso de puñaladas y la ira que demostraban. 

Gómez contó con suficientes lectores como para subsistir, además de la ayuda de sus artículos de periódico, donde se limitaba a responder a los críticos con maneras suaves y elegantes. Esto generó, como se puede suponer, el redoble de los ataques y su furia. La serie que más éxito tuvo en la carrera del autor fue la del espía y contraespía Clarck Obstante y Nicholas Maryweather, ambientadas en dos repúblicas imaginadas y enemigas. El primer libro de la serie consistía en el intento de Obstante por conectar con un grupo resistente. En el segundo Maryweather respondía con contundencia. De esa forma, durante 22 números, cada ejemplar se centraba en los avatares de uno de los personajes. Títulos como “Vericuetos”, “Gatuperio” o “Recovecos” son hoy objeto de coleccionismo por lo insólito de una propuesta en la que muchos quisieron ver un trasunto del enfrentamiento real entre el escritor y Juan José Arévalo, el crítico habitual del diario “La verdad absoluta”. Arévalo había sido el único que insistió pertinaz en el intento de acabar con la carrera de Gómez una vez  el resto de críticos se cansaron de agredir sin motivos claros al literato o vieron como se agotaban las posibilidades de arremeter contra él sin caer en la repetición de la repetición de la repetición y por tanto en una caricatura que además tenía su fuente en un conjunto pringoso y difuminado de sentimientos sin base, en una especie de moco arbitrario de convencionalismos y cabezonería.

Con esta serie conocida como “de los espías”, el autor se hizo con un aceptable grupo de seguidores pero sobre todo trasladaba al papel el asunto de su relación con la crítica y en especial con esa especie de Némesis, Juan José Arévalo, una vez retirados por cansancio o vergüenza el resto. Espía y contraespía eran más violentos y malvados entre ellos de lo que Arévalo era con Gómez y no digamos ya el elegante y pacífico Gómez con Arévalo. La parte más feroz de Gómez se manifestaba en un personaje, mientras que con el otro, más feroz también que el propio Arévalo, se apoderaba de la voz del crítico. Esto fue captado de inmediato por él, que se reconoció en gestos y actitudes, por lo que redobló la vehemencia de sus críticas.

En cierto modo, “Verdiales” fue el pionero de la crítica inversa, al criticarse a sí mismo mediante la creación de un personaje que velaba tras sus acciones las propias críticas que le hacían –aumentadas, exacerbadas-, con lo que a la vez criticaba al crítico y, para colmo, traspasaba las fronteras entre realidad y ficción, convirtiendo a sus personajes en espejo deformado de la realidad y suavizando una realidad que parecía ya deformada desde el principio por lo desmesurado de las reacciones críticas. El punto de confluencia entre ambos mundos estuvo cuando Juan José Arévalo, llevado por la desesperación y la cólera ante la dificultad de subir aún más de tono unos textos que rozaban la locura, sufrió un infarto y hubo de acelerar su jubilación.

El escritor, por tanto, logró golpear al crítico partiendo de la ficción, con un certero golpe en el corazón de los que se veían en las antiguas películas de artes marciales que, por decirlo así, surgió del libro. A su vez eliminaba al crítico de su labor real, que pasaba a desempeñar ya sin obstáculos su propio personaje a través de sus propias novelas. Así el creador, sereno, sensato y planificador, se quedaba del lado del sentido común a veces tan ajeno a los que juegan con la imaginación y absorbía la crueldad del crítico. Mientras, el que supuestamente debió ganarse la vida con la reflexión y el análisis se encaminaba ya enfermo hacia el delirio que devasta a algunos grandes poetas y acababa como una víctima de la que hay que sentir piedad.

No es casual que haya reflejado aquí esta historia hoy más conocida que las propias novelas de Emiliano Gómez, como digo poco leído pero con numerosos “fans”, pues se trata a diez años de su muerte de un literato con el que se simpatiza pero al que no se lee. Y así tiene no pocos grupos de fans en las redes sociales, grupos que realzan su recuerdo y convierten en ficción su historia real, tan complicada y tan invertida. En cierto modo Gómez es el primer crítico invertido, el más perfecto y el patrón fundador de la orden que aquí se inaugura con esta crítica también invertida de una obra de Vila-Matas, autor conocido por admirar y dar a conocer a escritores sin obra, escritores que desaparecen o incluso viajeros verticales. Sin embargo nunca se ha ocupado de estos escritores invertidos o del revés, que tan de su gusto parecen y que ahora llegan a él por retaguardia, en esta crítica invertida, sin que inversión o retaguardia tengan aquí otro sentido ajeno al espacial. Estos escritores invertidos y estas críticas invertidas tienen a la postre bastante de circular, como un calcetín vuelto que se pudiera lanzar como un boomerang, un calcetín vuelto australiano. Todo gran asunto termina siendo un poco australiano, un poco antípoda.

Queremos tanto a Amy

Dr. Allen Eldbridge

El H/344 se puede describir como una mezcla de virus y microchip. A los tres meses se ha producido su asentamiento. Entonces se puede aplicar desde un puerto USB. Antaño se hacía con disquete, un proceso que llevaba bastante más tiempo y un sinfín de quebraderos de cabeza. Convertido en bit puede transportarse de un lugar a otro. Su aplicación, sin embargo, es tradicional, casi siempre mediante jeringuilla, aunque también se ha probado en polvo. Los experimentos para introducirlo en pastilla no dieron resultado, tampoco como disuelto en solución acuosa.

Dr. Emerick Barrymore

Todas las cursiladas habituales se podían decir entonces. Que si era el bebé más bonito del mundo. Que si tenía unos ojos enormes. Esos ojos eran marrones para unos, verdes para otros, o bien azules. A ratos se parecía al padre. A ratos a la madre. Un gesto era del abuelo paterno, otro de la abuela materna. Lo de siempre. Mírala qué cosita, cuánto pesa, comparaciones con los pesos de otros niños, va a ser enorme etc. La verdad es que era un hermoso bebé.

Dra. Candice D’uberville

El H/344 tiene diversos efectos secundarios. A la larga puede destruir la pared alveolar, provocando un enfisema. Se ha mostrado bastante útil tomado en dosis pequeñas y durante tiempos muy limitados para resistir el hambre y la sed. La rata Skyppy, con dosis altas casi diarias pudo estar sin comer ni beber 45 días. No perdió peso. Los efectos secundarios fueron numerosos, desde pérdida del cabello hasta ceguera y desorientación total.

Dr. Dimitri Benavides

Lo que hacemos es que ponemos una serie de variables en el programa. Todas esas variables proceden de cálculos minuciosos, de un estudio de campo no sólo del sujeto, sino también de la familia y de los amigos. Se llega en el árbol genealógico a los bisabuelos como mínimo. Vamos, que todo está controlado. Se mete y ya está. Lo que sale es la persona idónea. Ahí pasamos a la segunda fase. Lo llamamos prólogo, simplemente.

Dra. Bianca Papasoglou

Hombre, se producen sentimientos encontrados. También somos humanos. Pero el resultado es lo que cuenta. Se pueden salvar muchas vidas. Se puede conseguir que algunos conflictos duren mucho menos. No lo sé, es difícil. Pasan años y te encariñas. Pero tienes una especie de deber, algo que es más importante. Sabes que lo estás haciendo por los demás.

Dr. Allen Eldbridge

El F/133 es algo más agresivo. También se puede transportar por USB y de ahí te lo llevas donde quieras por correo electrónico. Lo llamamos el virus retro. ¿Por qué? Porque provoca una merma muy particular en las defensas. No acaba con ellas… pero las convierte en unas defensas vintage, siguiendo con el chiste. Atraen enfermedades ya extintas o muy controladas, como si tuvieran nostalgia de ellas. Por ejemplo variedades más suaves de la rubeola o la viruela. Suaves pero constantes, aparecen y desaparecen, hasta el punto de que los médicos se vuelven locos y no consiguen identificarlas.

Dr. Dimitri Benavides

Probamos el F/133 durante meses en la rata Skyppy. Con dosis altas casi diarias pudo estar sin comer ni beber durante un mes. Sin embargo tuvo efectos secundarios como diarrea y un gusto extraño por comer sus heces, que a su vez recuperaron su salud, aunque después pasó por un periodo de ceguera transitoria.

Dr. Emerick Barrymore

Nunca pensamos en hacerle daño. Todo estaba controlado y se trataba de ver las reacciones. La escogimos por su genética y por su ambiente. Es importante contar con padres disfuncionales, los padres no disfuncionales están demasiado pendientes de sus hijos. Los padres disfuncionales son calificados como idóneos por nuestro programa de selección y por el grupo selector.

Dra. Candice D’uberville

El lupus es ahora, de pronto, una enfermedad muy conocida por algunas series de televisión. Yo diría que hay gente que hasta quiere coger lupus. Es broma, claro. Pues el L/22 produce una variante de lupus, sí. Se transporta por correo electrónico y puede contagiarse por la ranura donde se conecta el USB. No es, digámoslo así, un lupus lupus, para que me entienda. Es también algo más suave.

Dra. Bianca Papasoglou

El entorno disfuncional, como dicen los psicólogos, permite que se pueda experimentar más tiempo. Claro, le hacen menos caso al sujeto. A Amy no le hacían mucho caso. Pero no puedes evitar quedarte sorprendida por cómo tratan a una persona. Le seré franca: la familia de Amy son una panda de… mire, no lo voy a decir, pero puede imaginárselo.

Dr. Dimitri Benavides

Probamos el L/22  durante meses con la rata Skyppy. Con dosis que fueron aumentando notamos una tolerancia cada vez mayor y un proceso inverso. Al principio un caos mental que nos hizo temer por su vida. Pero, como digo, empezó a tolerar y al final hasta nos pedía su dosis moviendo los bigotes de una  forma particular. Y no le hacía nada. Notamos un ligero cambio en la tonalidad de la piel.

Dr. Allen Eldbridge

El entorno disfuncional, los problemas que de él derivan y surgen en la escuela… todo eso suele producir soledad. Mucha soledad. Se trabaja mejor con un sujeto en soledad, cuentas con menos obstáculos. Un estudio de hace tiempo lo demuestra. La soledad, en cierto modo, es una probeta. El sujeto se mete dentro. Y después echas cosas en la probeta. Ya sé que suena como suena, pero es mejor explicarlo así, directamente.

Dra. Candice D’uberville

El FF/68 es una variante del L/22. Se transmite por disco duro de portátil, y sólo de Macintosh. La versión para PC suele alterarse y sólo funciona tras reiniciar varias veces. Sale por los altavoces, incluso aunque se tengan apagados. Sus síntomas casi siempre son erupciones, problemas digestivos y debilidad general. También mareos. Luego parece parar. Pero vuelve a los meses, aunque se desvía a los dientes y produce gengivitis. La debilidad general también vuelve.

Dra. Bianca Papasoglou

Probamos el FF/68 en la rata Skyppy durante tres meses. Con dosis cada vez más altas. Al principio no le afectaba. Luego vimos que parecía tener una ligera hinchazón en el vientre, y mayor sensibilidad olfativa a algunos alimentos. Pero nada más. Aumentamos las dosis todo lo que pudimos pero ahí se quedaron los síntomas.

Dr. Emerick Barrymore

Claro, lógicamente no podíamos introducir eso en Amy por ordenadores. El mundo de la informática no estaba tan avanzado. Se hacía a través de los juguetes, de las muñecas y eso. O de balones y juegos de mesas. Era relativamente sencillo y había soluciones para eso. Más tarde fue más sencillo, bastaba ponerlos en el alcohol y la droga. Además ya estaba predispuesta para las adicciones. Nos habíamos ocupado de eso.

Dr. Dimitri Benavides

Sí, sí. Era duro verla así. Y saber que estabas, como diría, conduciéndola por ese camino. Y no creo ni mucho menos que el fin justifique los medios ni que haya que sacrificar. Tampoco la considero un ratón de laboratorio, un ratón de laboratorio humano. Era… no sé. Una persona que estaba ahí. En cierto modo era buena para ello. Estaba analizada. Podía soportar todo eso. Otros no. O sea, tenía un don para resistir. Y eso la convirtió en idónea. Pero… no sé, idónea en el sentido de que era nuestra colaboradora. Sólo que ella no lo sabía. Sé que suena cínico, pero…  Tenía un don, un talento. Podía aguantar, meterse de todo. No contábamos con lo que venía.

Dr. Allen Eldbridge

Era solitaria, rara. Pero a la vez popular por mala. Ejercía esa atracción en los niños de Ashmole School. La temían y querían estar con ella. Pero no muy cerca. Ya en la pubertad llegó su éxito con los chicos y también  la promiscuidad. Nada que no tuviéramos previsto. Una de las consecuencias de la mezcla de virus era esa. Y las adicciones claro, que venían bien para las dosis que queríamos administrarle. Era más fiable hacerlo por ahí que probar la vía del ordenador. Pero, efectivamente, no contábamos con lo que iba a pasar.

Dra. Bianca Papasoglou

El T/999 paracía inocuo en principio, es decir, que era un producto fallido. Cuando menos lo esperábamos produjo en Amy una inflamación de las cuerdas vocales. Estaba dejando de ser una niña. Debía de tener unos 13 años. Justo antes había hecho una banda de rap infantil, pero la reacción transformó su voz. No mucho, pero suficiente. Una guitarra, esa voz… y empezamos a temer por el experimento. El aislamiento era fundamental. Y ahora empezaba a ser popular de una manera muy diferente. Y a eso se sumaba el sexo, que por sí solo no estorbaba, pero todo unido…

Dra. Candice D’uberville

La rata Skyppy no tuvo reacción alguna al T/999. Aumentamos las dosis y esperamos. Pero nada de nada. De pronto empezó a tener un aspecto más saludable. El pelaje le brillaba y tenía más actividad… y parecía que más alegría. Esa rata parecía estar hecha a prueba de bombas. Le pusieron el mote de Superskyppy. Y no le venía nada mal, no.

Dra. Bianca Papasoglou

Las alarmas se dispararon. La capa de soledad que habíamos construido se desvanecía. La adoraban en los pubs de Camden Town donde solía actuar. Se drogaba y se acostaba con muchos. Pero se hacía popular por momentos. Y eso que a veces estaba muy tirada. Algunos de los virus le produjeron problemas intestinales y bastante delgadez. Luego se recuperaba. Contábamos con las adicciones, de hecho las habíamos provocado, pero no contábamos con tantas. No podíamos controlar tantas contraindicaciones.

 Dr. Emerick Barrymore

Durante la misma época, la rata Skyppy no mostró signos de adicciones, problemas digestivos u otros problemas. Su salud cada vez era mejor y su pelo más brillante. Algunos dejaron de llamarla Superskyppy y la llamaban con otros nombres. Era algo desmoralizante. Cierto es que sus reacciones eran dignas de estudio, pero esperábamos, no sé, un cierto paralelismo con Amy, salvando las distancias. Pero es que cada vez estaba mejor. Más activa. Con el pelo más lustroso… movía sus bigotitos con gracia. Bueno, la llamaban… rata del demonio, o la rata del exorcista.

Dr. Allen Eldbridge

Esperábamos en broma que Skyppy girase la cabeza dando vueltas y nos insultase, como lo de la zorra de tu madre, pero con su buen aspecto, cada vez mejor, bromeábamos con insultos ya poco habituales, o sea, giros de cabeza y una voz modulada y elegante que susurrase “alcornoques”, “cantamañanas” o “berzotas”. Algo así. ¿Y Amy? Tenía éxito en sus actuaciones. Su voz era especial. También tenía costras y era complicado ya saber de dónde venían. Su piel… no sé. Y se drogaba y se acostaba con todo lo que se moviese. Era cada vez más complicado aplicar los tratamientos.

Dr. Dimitri Benavides

En realidad no apreciaban a Amy. Querían estar cerca… pero no compartir con ella nada más que un polvo, una raya, una foto… Probamos con el Y/621. Se transmite mediante el flash de la cámara, a través de una tarjeta de memoria de Nikon. Con las Canon produce otros efectos parecidos pero menos duraderos… ansiedad, piel reseca, ojeras… pero su vida era tal vorágine que quizá tuviese eso de todas maneras sin necesidad de tratamiento. Todo empezaba a ser demasiado complicado, demasiada gente alrededor, demasiadas atenciones.

Dra. Candice D’uberville

Tuvimos que ir más allá. Era complicado. Muy, muy complicado. Drogas, infecciones. Estudiamos cómo se relacionaría eso con nuestros tratamientos. Parecía mentira. Aquel bebé tan bonito era ya toda una cantante famosa. Uno se siente orgulloso de eso. Nos sentíamos orgullosos. En cierto modo, no sé cómo explicarlo… la queríamos. Trabajamos con el V/905. Se transmite a través del móvil. Eso empezó a producirle un enfisema pulmonar. Recuerdo que fuimos a uno de sus conciertos y la aplaudimos a rabiar.

Dr. Allen Eldbridge

A la rata Skyppy le administramos los últimos tratamientos. No ocurrió nada. Salud inmejorable e incluso se notó una mejora muscular. Yo creo que se mofaba de nosotros. Movía los bigotes de una forma rara, provocando o algo así. Ya sé que es una rata, pero yo creo que era algo más que una rata. Era… no sé… una cosa muy evolucionada con aspecto de roedor. Sí, sí, ya sé que suena tonto, pero eso es lo que siento. Era un animal un poco raro, aunque no había nada raro. Era raro.

Dr. Emerick Barrymore

La cosa se desmadró bastante. El periodismo de ahora es muy sensacionalista. Al menos más que el de antes. No conozco muy bien el de antes, pero eso parece por lo que sé. Era asombroso. Los diarios empezaban a tener casi una sección de Amy en exclusiva. Todos los días ahí estaba. Explotaban el morbo. Que si la droga, que si el sexo. Lo peor era el morbo a las enfermedades. Algo asombros. Era la sección del diario de sus enfermedades.

Dra. Bianca Papasoglou

Demasiada indiscreción. El experimento peligraba desde hacía mucho. Desde que empezó a ser conocida. Esto era demasiado. Tuvimos que andar muy cautos. No era fácil. Querían resultados. Pero ya era demasiada atención. Un día la sobredosis, otro día el novio, otro el enfisema. Y salía en las fotos con una apariencia tremenda. Muchas veces tenía las piernas llenas de cardenales. Se daría con todo al andar tambaleándose. Y eso se veía en las fotos. Eso ya no estaba provocado por nuestro proyecto.

Dr. Dimitri Benavides

Tuvimos que centrarnos más en la rata Skyppy. Triplicamos las dosis de todo y las combinamos. El resultado fue nulo. Skyppy tenía una salud de hierro. No nos lo explicábamos. Un día uno de nosotros, y no puedo decir quién, se puso bastante nervioso. Intentó sacar al animal de la jaula para hacerle algo, matarlo con sus propias manos o algo. Estaba muy nervioso. Tuvimos que aplacarle con una dosis de tranquilizantes.

Dra. Candice D’uberville

La última fue el M/553. Tratamos de adaptarnos a la vida de Amy e innovamos. Se pasaba por móvil y reaccionaba a la laca del pelo. Una vez en el pelo la laca servía de base reproductiva y a la vez acogía al virus, a modo de casa, por decirlo así. Produjo enrojecimiento de ojos y pústulas. Pero en seguida dejó de hacer efecto. Tomaba ya tantas cosas por su cuenta que yo creo que contrarrestaban al experimento. No había ya manera. Desde arriba nos presionaban.

Dr. Allen Eldbridge

Probamos el M/553 con la rata Skyppy. Cuando nos acercábamos el animal acudía como alegre para pedir el producto que le aplicásemos. No le hizo absolutamente nada. Era algo demencial. Uno de nosotros, no puedo decir quién, fue sorprendido mientras iba hacia la jaula con un soplete. Estaba muy nervioso. Tuvimos que aplacarle con unas dosis de somníferos. Había mucha frustración en el ambiente y esa rata no ayudaba. Era como el símbolo de nuestro fracaso en cierto sentido. No entendíamos nada.

Dra. Bianca Papasoglou

Lamentábamos bastante el estado en el que estaba Amy. Muy delgada, ojerosa. Con muchas enfermedades, con la piel poco lustrosa. La habíamos visto crecer y ahora era como ver a una hija ir por el sendero equivocado, el sendero de la perdición. Ni siquiera una dosis redoblada de M/553 le hizo ya nada. Estaba tomando muchas cosas. Vaya amistades impresentables y vaya padre impresentable, incapaz de coger a su hija y llevarla a un centro de rehabilitación. Llega a ser mi hija y la cojo de los pelos y la llevo donde sea. Todas las mañanas nos íbamos lo primero a la sección de Amy del diario y nos poníamos enfermos. Joder, qué panda alrededor de ella. Perdón.

Dr. Emerick Barrymore

Le dimos a la rata Skyppy una dosis quincuagesi… bueno, cincuenta veces superior a lo recomendado. A lo recomendado compatible con la vida, como se dice ahora: compatible con la vida, sí. Pues la rata compatibilizaba todo, y lo compatibilizaba a base de bien, ya lo creo. Todo perfecto. Unas heces impresionantes. Era la viva imagen del concepto “sano”. Nos congregábamos a veces alrededor de su jaula para observar sus evoluciones en la ruedecita, porque tenía ruedecita en su jaula, para que jugase. Y ahí nos quedábamos. Observando. Era como un rito, un rito de admiración y odio. Y también de apoyo entre nosotros. A veces nos cogíamos de las manos. Y a veces reconozco que le echamos un gargajo a la rata.

Dr. Dimitri Benavides

No podíamos asegurar ya ningún resultado. Lo transmitimos a los de arriba. Ya estaban probando algunas cosillas en Palestina. Pero podía ser contraproducente por la falta de pruebas empíricas. No hizo ninguna gracia. Estábamos acabados de no ser por lo de la rata. Pudimos pasar el experimento a la rata. No lo hicimos nada más que para salvar el culo. Pero los convencimos. Sabíamos de todas formas que no íbamos a sacar nada, la rata parecía ya inmunizada contra todo. Pero esto se hace mucho. Se toma algo anómalo y se convierte en objeto de estudio. La cuestión es alargarlo y alargarlo sin tener demasiados resultados, entre comillas. Así funcionan muchos proyectos. Se pueden terminar en un año pero duran doce. Y son doce años de sueldos y subvenciones. Aquí era por salvar el culo. Skippy nos daba diez años de vida.

Dr. Allen Eldbridge

Seguimos a Amy por la prensa. Nos sentíamos un poco como de la familia. El padre, por cierto, es un hijo de puta, con perdón. Y vaya novio. En fin. Ya no podíamos hacer nada por ella. Pero le teníamos mucho cariño. De buen grado hubiera cogido a todos esos periodistas y les hubiera  hecho tragar sus cámaras y sus artículos. Y mientras seguíamos administrando a Skyppy de todo. Y nada ocurría. La cosa iba bien. O sea, iba bien en el sentido de asegurarnos el trabajo. Luego ya mareábamos en el papeleo los experimentos y reflejábamos teorías para que los de arriba estuviesen contentos. Lo desviamos casi todo hacia la figura de un soldado indestructible. Pero claro, no teníamos ni idea de por qué en este caso la rata era indestructible. Y además teníamos la certeza de que con tantos pasos perdidos en toda la evolución del experimento y por la peculiaridad del propio animal no íbamos a sacar jamás nada en claro.

Dr. Emerick Barrymore

Poco a poco la cosa, bueno, no sé cómo se llegó hasta ahí. Se supone que teníamos que alargarlo todo, que prolongarlo. Pero esa rata… es que no reaccionaba con nada. Y hasta mejoraba. Se convirtió en una especie de rata superdotada y atleta. Le metíamos de todo y… nada, mejoraba. Eso frustra a cualquiera. Lo que sentíamos por ese animal no sé lo que era. Pero aquello empezaba a no pintar bien. Había un clima raro y lo notábamos. Una vez uno de nosotros fue sorprendido cuando intentaba saltarle un ojo a Skyppy. Estaba a punto de lanzarle un grano de arroz utilizando como cerbatana el canuto de un Bic Cristal.

Dra. Candice D’uberville

Lo de Amy no era normal. Era vulgar, malhablada, chabacana. Y luego su aspecto físico deteriorado. Pero a la vez no desprendía nada de eso. Todo eso malo junto y desprendía… ternura. Ternura y sensibilidad. Todos lo comentábamos. Amy era una criatura maravillosa. Toda esa mierda, con perdón, y luego de su mirada, de sus gestos, de su voz… sólo salía algo luminoso. A lo mejor suena contradictorio y algo cínico, pero creo de cierta manera contribuimos a eso. Todos lo comentábamos. No era normal. Parece un ser hecho polvo, pero lo ilumina todo. Es una criatura maravillosa. No sé si me explico. Es como si de una boca casi desdentada y con dientes podridos saliera un aliento perfumado o algo así. Algo muy extraño. Todos lo comentábamos.

Dr. Emerick Barrymore

Cada vez que veía un ratón o una rata en la tele me ponía enfermo. Una vez le lancé una lata de cerveza a la tele cuando pusieron un traíler de “Un ratoncito duro de roer”. La iban a poner esa misma noche. Menos mal que la lata estaba vacía. Si no me cargo la tele de plasma.

Dr. Dimitri Benavides

Inventamos de todo. Hicimos cuanto pudimos para cargarnos a ese maldito ratón o rata o lo que sea. Y todo lo resistía. Y cada vez parecía más joven y…no puedo seguir.

Dr. Allen Eldbridge

Se convirtió en una obsesión para todos nosotros. Prolongamos el experimento con trolas y lo que se nos ha ido ocurriendo por el camino. Le pusimos hasta un motor a la rueda de juego para reventarle el corazón. Pero la muy hija de puta, con perdón, batió el record. Antes lo tenía la rata Carmichael. Se experimentó con un tipo de nandrolona con ella, hace años, para soldados-ciclistas que tuvieran que ir en mountain bike por las cordilleras de algunos países. Pues lo batió.  Qué cojones le íbamos a reventar el corazón a la puta rata de mierda ni qué hostia.

Dra. Bianca Papasoglou

Había ido mordisqueando durante años la puertecilla y un día escapó. La vimos salir por la ventana. No hubo manera de atraparla. Se giró. Juraría que se giró para hacer burlas y cucamonas.

Dra. Candice D’uberville

Entonces llegó aquello, el vídeo de Amy drogada y los ratoncillos y… comprendimos. Estaban juntos, no sé cómo. Había una conexión entre ellos. Cómo se han encontrado, no tengo ni idea. Una conexión. Ahora vivimos escondidos. Sabemos que llegará la venganza de ambos, y de la estirpe de ambos. Esas cosas se reproducen a gran velocidad.. Y los dos son indestructibles.

Dr. Emerick Barrymore

Hicimos mucho por ellos. Ahora nos lo pagan así. Ahora tenemos que vivir así. Huyendo, esperando, huyendo. Esto no es vida, ¿lo oye? Esto no es vida.

Dr. Allen Eldbridge

Esto no es vida, no.

Dr. Dimitri Benavides

También tememos un poco por la humanidad.
 

Breve historia de las notas de suicidio

El género literario de las notas de suicidio requiere un verdadero compromiso del autor con su obra. Sin ese compromiso no existe el género. Todos estos escritores, desde los mediocres a los mejores, se han volcado con su vocación, consiguiendo que la habitual cantinela de los pseudoartistas que se llenan la boca con esa manida frase de «escribir duele» quede en caricatura al lado de esta entrega en cuerpo y alma. El problema del suicidio es un porcentaje altísimo una cuestión literaria. En realidad no existe el problema, sino interpretaciones erróneas. Es verdad que hay un grupo de suicidas que se quitan la vida en momentos de ofuscación, pero en su mayoría son escritores de notas de suicidio que han escogido un género poco valorado y que deja muchos sinsabores.

La labor crítica de las notas de suicidio es a su vez la que más compromiso exige, como si el compromiso extremo del escritor empujase al crítico a asumir su parte. Aquellos que nos dedicamos a esta labor conseguimos diferenciar con el tiempo a los pocos suicidas auténticos de los escritores de notas de suicidio. Es una labor cuya primera etapa es fácil. Basta con leer las noticias, estar al tanto de los sucesos y tener algún contacto en la policía o los juzgados. Muchas veces no hace falta ni emplear esos contactos, los periódicos ya indican dónde hay nota, el equivalente a la publicación de una obra. La actividad promocional y publicitaria del autor se lleva a cabo en las esas páginas de sucesos.

Por ejemplo hace unas semanas un tipo se lanzaba desde el balcón de la habitación de un hotel de Córdoba. En la nota se disculpaba por el engorro que tales asuntos suponen para el personal y huéspedes del hotel (aunque muchas veces el suicidio en hoteles se traduzca paradójicamente en buena imagen para el hotel, sobre todo si se producen en la misma habitación). También se disculpaba por el trabajo extra que las características de su muerte iban a suponer para los servicios municipales de limpieza.

Bien, ya tenemos nota. A partir de ahí se sigue un protocolo bien pormenorizado en las normas de la Asociación de Críticos de Notas de Suicidio, organización que surgió en los años 40 para evitar abusos, ya que muchas veces son necesarios sobornos o allanamientos de morada, por ejemplo. Hoy día también, pero hay sobornos y sobornos, y allanamientos de morada y allanamientos de morada. La asociación también indica los pasos que hay que seguir para reconstruir el contenido de una nota si fue destruida, y cuándo el testimonio de varias personas, según de quiénes se trate y cómo surja este testimonio, permite dar veracidad a una obra a modo, entre comillas, de transmisión oral, aunque siempre se diferencien de las notas que sí quedan y que son las únicas que se consideran a todos los efectos como Obras Alfa.

Luego está el problema no resuelto de las notas de suicidio que proceden de un escritor que falla en su intentona de suicidio. ¿Cómo se confirma su compromiso? Puede tratarse de un farsante. Sin ir más lejos entre los poetas de la experiencia españoles se ha encontrado varios casos de intentonas fallidas que no son sino torpes maniobras plenamente elaboradas de añadir falsas vivencias para crear una imagen bohemia y atormentada. También la Asociación de Críticos de Notas de Suicidio establece protocolos para estos casos. Cuando se confirma que el intento era válido, y sólo se consigue confirmar en pocos casos, la obra se considera Obra Alfa Beta. Tiene entonces el reconocimiento de la autenticidad, pero no el valor crítico, ya que este género es también el único que requiere de coherencia entre vida (y muerte) y obra.

En fin, una vez se sabe que hay una nota, empieza la segunda fase, que ya comentábamos se basa en conseguir la nota, que tras su análisis crítico se devuelve al lugar dónde estaba. A veces se consigue con los consabidos sobornos y allanamientos, otras hablando con la familia, incluso pagándoles. En los últimos años se ha hecho todo más complicado, ya que los medios de comunicación empezaron a no publicar sucesos de suicidio por temor a  una especie de efecto llamada. Otras veces publican accidentes que huelen a suicidio, pero días después no confirman si se trataba de suicidio o no. Y ahí están esos contactos también comentados, pero también la red de corresponsales que la Asociación tiene. Se trata de corresponsales voluntarios que se ponen en contacto con nosotros cuando se enteran de que se ha producido un suicidio en el barrio. Esta  red empezó a confeccionarse en los años noventa y ha dado un buen resultado.

No existe un canon literario en las notas de suicidio, aunque al tratarse de un género tan particular se valoran ciertos aspectos. El autor tiene libertad en el estilo y extensión, pero la mayoría de críticos suele tener una gran consideración por cómo conecta el compromiso de su muerte con la vida. Se desprecian los excesos sentimentales, la noñería y los lugares comunes, como el listado de despedidas o las referencias a los familiares. Todo ello, por supuesto, puede existir, ya que funcionan como tópicos del género, al igual que la mujer fatal en el caso del género negro, pero tienen que ir acompañados de otras cuestiones.

Hay otras notas mucho mejores, pero la siguiente nota del chileno Augusto Labarca, que se quitó la vida en Sevilla pasado mañana hará cinco años, está considerada unánimemente como una notable muestra del género. Labarca se pegó un tiro en la boca en su cama de matrimonio en su vivienda de Triana. Aficionado a la caza, tenía un pequeño bar. Achacan su suicidio a la desesperación por unas deudas que le iban a llevar a juicio. La gente suele buscar chivos expiatorios  a posteriori, y el crítico de notas de suicidio ha de sortear esos elementos. Casi cualquiera, en un supuesto caso de suicidio y a poco que haya vivido, tiene un chivo expiatorio que explicaría su muerte a ojos ajenos. El caso de Augusto Labarca es un caso de canónico de escritor de nota de suicidio, y de notable escritor. Esta es su nota:

Estimados todos:A unos 300 metros por segundo, cuando sólo le hará falta recorrer unos centímetros, una bala me atravesará la tráquea, el cuello, saldrá por la nuca más o menos calculo, dará en la pared que pintamos hace dos meses y hará caer el crucifijo al suelo, que quedará debajo de la cama al pasar por detrás de la cabecera. Mi mujer despertará sobresaltada y espero al borde del infarto. Con su pan se lo coma, hija de puta. Espero que mi madre y mis hermanos sepan disculpar este acto voluntario. Tomo mi decisión de forma libre. Les dejo a ellos mi bar.

Esta nota cuenta con una introducción muy literaria, por decirlo así. Las referencias al crucifijo resultan extraordinarias. Sin entrar en la blasfemia muestra su desprecio hacia las creencias o al menos que no cree en el más allá. También está ese pasaje sobre la pintura de la pared y el plural “pintamos” que empieza a generar el universo de la vida cotidiana, una vida cotidiana que al final, con el pasaje de su mujer, sabemos ya aburrida, frustrante y seguramente plagada de discusiones. Con unas cuantas líneas ha dibujado su pasado sin necesidad de escribir 400 páginas. Luego llegan los tópicos del género y una parte de testamento totalmente justificados. La media después de la consulta a cien críticos de notas de suicidio ofrece un resultado de siete sobre diez. Hay otro detalle magnífico que a mi modo de ver debería reflejarse en un mayor aprecio a esta nota. El encabezamiento empieza por “estimados”, lo que sugiere un distanciamiento del mundo ya manifiesto en el momento de escribir. Me atrevo a calificar de magistral esa introducción.

Los críticos de notas de suicidio, al igual que cualquier otro crítico literario, tampoco se libran de las críticas. Autores supervivientes de su intento de sucidio o algunos familiares que han tenido acceso a este mundo marginal no han cesado de manifestar sus quejas. Si al crítico de novela se le atribuye que su dedicación a ese trabajo se debe a que se trata de un escritor frustrado, es frecuente que el crítico de notas de suicidio se vea acosado por otras críticas que le tachan de no poder conocer un tipo de literatura que tan sólo se puede comprender con la propia muerte voluntaria. Es algo tan sencillo como una acusación de falta de compromiso con su labor y de cobardía a no ir más allá, de temor a implicarse como lo hace el escritor, de miedo a traspasar la frontera.

Bien. Parece legítimo y normal que las críticas no se reciban con entusiasmo. Sin embargo esos argumentos carecen de coherencia. Para empezar son labores distintas, y al igual que al comentarista de boxeo no se le exige que haya subido al ring, y no por ello puede ser el mejor observador y más perspicaz analista de este deporte, al crítico de notas de suicidio no se le puede pedir que sea escritor para tener juicio crítico, y mucho menos suicidarse. Pero Grullo me asiste, ¿cómo va a emitir una crítica alguien que se mata? ¿Habrá que acudir a una médium o a la ouija?

Parece que esto no está tan claro. Quizá por las emociones encontradas que se da en nuestra labor, por lo difícil que resulta tratar con la muerte, varios de los críticos de la Asociación han sucumbido a estas críticas y se han suicidado. En todas las ocasiones intentan conjugar su trabajo de críticos con el de escritores de notas de suicidio, intentado desde su punto de vista adentrarse en los dos mundos y conciliarlos. Desde nuestro punto de vista sólo han obtenido lo que se prevé: un fracaso aún mayor que el que les achacaban las críticas maledicentes. Calificamos a estas notas de suicidio, y van ya catorce de ellas, como Obras Gummo, por su parecido con las letras griegas pero tomado del apodo del único hermano Marx que abandonó al grupo antes de su éxito en el cine, como metáfora de decisión estrepitosa que genera humor involuntario y mofa.

He aquí el ejemplo de la nota de Frank Duncan, crítico de notas de suicidio y miembro de la Asociación que decidió dentro de una semana hará un año, matarse para combatir las críticas recibidas después de su crítica de la nota Obra Alfa “Querida Mamá 135/44”, obra de Tsubasa Kobayashi, adolescente japonés que se hizo el hara-kiri. El chivo expiatorio de la “sociedad” es que se suicidó a causa de su obsesión por los códigos de honor reflejados en un manga cuyas protagonistas eran paramecios samurais transexuales que combatían contra euglenas-robot eunucas que mataban mediante el canto de notas agudísimas. También en que era estúpido. Una vez la familia confirmó que se trataba de un escritor del género notas de suicidio –y de un aceptable escritor, todo hay que decirlo- y que su obra contaba con críticas favorables pero con bastantes matices, empezaron una campaña de descrédito contra Duncan, que se vio abocado a lo que él consideró ir más allá y nosotros un error y un disparate. A continuación su nota, traducida del inglés:

Bla, bla, bla y más bla. No quiero más. Entre balbuceos y [ilegible] Me despido y soy yo también aquel que caerá a plomo, el que respiró gas y se cortó las venas. El que metió la cabeza en la trampa para osos y nadó hacia la boya con bandera roja. Quizá el mismo. Trazo un círculo en el aire con mi cuerpo. Perdón a aquellos a los que hago daño.

También yo pido perdón: es penoso. Además de los tópicos forzados, incluyendo el poner a propósito una parte ilegible mediante un borrón de boli –pues la nota para colmo se escribió en una servilleta de bar, ¿cabe más patetismo?-, intenta hacerse con una especie de papel de suicida único, diluyendo su personalidad entre todos y de estar fuera de ese papel con la referencia circular que los sitúa con torpeza también del lado de los críticos. Esto es inadmisible y la consecuencia no puede ser otra que el escarnio y la vergüenza. Esperamos cese esta tendencia cuanto antes, pues no conduce a nada.

Nos enfrentamos, eso sí, a otra posibilidad. Que el que fracasa con una intentona verdadera y por tanto es autor de una Obra Alfa Beta se convierta en crítico. Esa sería la forma más cercana a ese concepto de atravesar la frontera. Para que tal cosa suceda se tienen que dar dos supuestos evidentes, que sobreviva y que luego pase de ser escritor a ser crítico, paso éste muy complicado en un escritor tan comprometido como es el de notas de suicidio y que ha fallado en su compromiso, aunque mantenga la dignidad porque su empeño era sincero. Conocería, por así decirlo, el otro lado. Y a su vez tendría una capacidad de juicio diferente gracias a dicho conocimiento.

El asunto clave quizá esté en este punto en considerar si esa posibilidad de juicio ha de destinarse a su propia obra, esto es, a su nota de suicidio, o a otras. Soy de los que opinan que no podría ser objetivo con su nota, y que el resultado de esa crítica ofrecería una visión descompuesta. En efecto, una persona sentada en el retrete no huele su propia mierda, o la huele pero menos. A pesar de eso creo interesante esa potencial reflexión, pero la calificaría si se produjese de Crítica Alfa Beta. En el caso de que la crítica de este escritor, y ahora también crítico, se dirigiese hacia otras notas de suicidio, creo que en el fondo su experiencia no le serviría de gran cosa, quizá para comprender algunos motivos, algunos hechos y decisiones, pero esa comprensión hay que trasladarla a la crítica y, en resumidas cuentas, un escritor crítico, cualquiera que sea su género, no ha de estar por encima de un crítico a secas. Esa experiencia sólo se haría válida en la crítica en casos muy determinados, donde el talento crítico ya estuviese presente y se hiciera de esa forma más sólido.

Junto a eso surge una interrogante, ¿qué sucede si al igual que ocurrió con los críticos suicidados se dan intentonas de intentonas, valga la redundancia, que finjan veracidad con el único objeto de que el autor salga reforzado con el doble papel de escritor Alfa Beta y crítico Alfa Beta? Todo esto son cuestiones a las que se enfrenta la Asociación en los próximos tiempos después del congreso que celebrará su aniversario (dentro de dos semanas hará 90 años).