Franco en una camiseta
(Texto publicado originariamente en mi Facebook el 29 de julio de 2015)
Ha tenido que venir un portugués Nuno Silva, a darnos una pequeña lección. ¡Un portugués! Tras años de privilegiados que no vivieron la guerra civil, ni la dictadura -ni tan siquiera la transición-, dispuestos a apropiarse del sufrimiento ajeno para enarbolar la bandera de una moralidad superior, tras años de Memoria Histórica basada en Comisiones de la Verdad, con mayúscula, y prestos a lanzar esa Verdad Única contra el rival político exhibiendo a ancianos enfermos si fuese necesario, tras años de quitar nombres de calles secundarias en periodo electoral dejando las importantes que se relacionan directamente con las matanzas más graves porque se perderían votos, tras años donde los antifranquistas se han ocupado con mimo de conservar el cadáver de Franco (copyright José Antonio Montano ), creyéndose capaces de decidir qué reparaciones hay que ofrecer a unas víctimas inexistentes (la mayoría han muerto), llega un portugués y nos da una pequeña lección: Franco es ya sólo un personaje de camiseta de coña.
Ni que decir tiene que los antifranquistas, esos forenses que se ocupan a diario de aplicar formol al cadáver, se han mostrado escandalizados. Su chivo expiatorio, el justificante que puede excusar cualquier acción o exabrupto, el motor de sus complejos y rencores, el viento que ventea los linchamientos, de pronto protagoniza una ilustración de cachondeo. ¡No puede ser!
Recuerdo ahora una escena que viví hace seis o siete años. Había salido de trabajar por la noche y me dirigía hacia mi casa. En la acera, mientras esperaban para cruzar la calle, hablaban dos chavales de unos nueve o diez años, montados en sus bicicletas. Uno le preguntaba al otro sí había visto un vídeo en Youtube. El otro decía que todavía no había tenido tiempo. El primero, muerto de risa, empezó a imitar a alguien con la voz de pito: españooooles. Era Franco, convertido en personaje de ficción para dos chicos, en humorista involuntario, en alguien de quien mofarse. Supongo que coincidiría con las primeras emisiones de El Informal. El programa, imbuido de espíritu forense, resucitaba al asesino fallecido casi 40 años atrás para beneficio propio, para el tradicional deporte del cainismo. Sus espectadores, estos dos chavales, más inteligentes, y más limpios, lo habían convertido en lo que ya solo puede ser: una caricatura, un espejo deformado. Los niños, montados en sus bicicletas, daban una lección a los necrófilos.
Ahora ese portugués con algo de niño vuelve a ponernos en evidencia y a indicar el camino correcto, es decir, el que nunca tomarán los amigos de los muertos siempre que los muertos puedan arrojarse contra el prójimo.
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