Ciudadanos: Una crónica de la Revolución Francesa – Simon Schama
Al hablar de la Guerra Civil Española, hay una forma para quedar bien con todos: decir que “todos eran igual de malos”. Una fórmula santificada incluso por los más altos popes de nuestras letras, como Arturo Pérez-Reverte, que acaba de sacar un libro en esa línea (que no nos hemos leído, pero que por las críticas vertidas parece encajar como un guante en el revertiano proyecto de “España, unidad de destino en lo Testicular”: “todos eran malos, pero también muy machotes, muy españoles, con cojones, cojones dignos de los Tercios de Flandes, cojones como cocos, como sandías peludas, cojones ESPAÑOLES”). Y se podrán decir muchas cosas de España en la década de 1930, pero casi todo se puede decir también de Francia en la década de 1790 (y siendo LPD, eso será un gag recurrente en este post). Y no vamos a reprocharle a la gente que quiera quedar bien con todos, pero con Reverte vamos a hacer una excepción, y la vamos a hacer porque el propio Reverte insiste en definirse como “jacobino”. Es decir, que en la Revolución Francesa parece que no todos eran igual de malos, pese a la violencia desbocada (solo para la Revuelta de la Vendée se estiman unos 200.000 muertos). ¿Es que Reverte ignora todo esto? Claro que no. Lo que pasa es que, a diferencia de “falangista” o “cenetista”, “jacobino” se ha convertido en un significante vacío, que solo sirve para decir de forma elegante “soy progresista, pero sin bajarme los pantalones ante los putos cacalanes” (o a lo mejor es que tomar partido sobre la Guerra Civil implica que te salten miles a decirte los tuyos fusilaron a mi abuelo, has perdido un lector, mientras que el número de españoles que perdieron a un abuelo en la Vendée tiende a cero).
La ruta a la Revolución
En fin, que hemos venido a hablar de este libro sobre la Revolución Francesa, publicado en 1989 para el bicentenario de la misma. Simon Schama empieza con un largo repaso a la Francia anterior, que en teoría era un estado absolutista y en la práctica un caos bastante poco cartesiano. La narrativa “el pueblo contra los privilegios aristocráticos” (muy presente en el imaginario británico, donde la aristocracia sí se comportaba como una casta aparte) le parece exagerada, por cuanto los privilegios se podían comprar y los aristócratas ya no eran lo que habían sido. Muchos eran poco más que campesinos con un vacuo titulillo, otros se habían mezclado provechosamente con la burguesía en alza. La otra narrativa, “los hombres de letras soñaron con un mundo diferente y trajeron la Revolución”, tan mimada por los hombres de letras de todas las épocas posteriores, tampoco se mantiene demasiado en pie, aunque el surgimiento de una culturilla muy atrevida y rompedora a finales del siglo XVIII sin duda fue importante. La estricta censura solo funcionaba sobre el papel.
Tradicionalmente, se le suele echar la culpa de todo al altísimo endeudamiento público, fruto de la intervención francesa en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Sí, y no: sin salirnos del siglo XVIII, deudas similares las hubo tras la Guerra de Sucesión Española, la Guerra de Sucesión Austriaca, y la Guerra de los Siete Años, esta última un desastre que le costó a Francia casi todo su imperio colonial. Pero ninguna trajo una bancarrota ni desató una revolución. ¿Por qué en 1789 sí? Schama se mete en toda una nebulosa de razones contingentes, pero mirando el papel del rey Luis XVI, tan calcadito al de Carlos I en la Revolución Inglesa y al de Nicolás II en la Revolución Rusa, nosotros concluimos que para una revolución exitosa es casi esencial tener al mando a un autócrata engreído, no demasiado listo, que se ha llegado a creer su propia propaganda.
(A un nivel menos materialista, pero igual de simbólico y aún más costumbrista, parece que otro catalizador es emparejar al autócrata con una reina impopular: la católica Enriqueta María hizo sospechoso a su marido ante los protestantes, y la emperatriz Alexandra metió a Rasputín hasta la cocina del gobierno. María Antonieta, aunque nunca parece haber sido más que una niña mimada que no tenía ni idea del mundo real, se crió fama de disoluta –cette putain autri-chienne– y despilfarradora, hasta el punto que su propio cuñado la llamaba Madame Déficit, que hay que reconocer que tiene más clase que “Letizia la ficticia”. Es curioso, por otra parte, que a ninguno de los tres reyes se le conociesen amantes y que los tres matrimonios fuesen felices – lo que implicó que los tres les hiciesen mucho caso a sus reinas, las cuales generalmente aconsejaban muy mal.)
Las finanzas, como dijimos, estaban de pena. Y casi todos los intentos de resolverlas acababan sacrificando cualquier medida racional en el largo plazo para implementar un parche que resolviera los problemas inminentes (qué raro, ¡si según los monárquicos la ventaja de una monarquía sobre una democracia es que el rey no está condicionado por elecciones inminentes!). Las clases más humildes pagaban mucho más que los nobles, exentos de muchos impuestos, y que lo justificaban con argumentos propios de novelas de caballería. Para 1788 ya no había más dinero en la caja, y nadie quería prestarle nada al bueno de Luis. Luis intentó recuperar la confianza de los mercados nombrando a Jacques Necker director de finanzas (no podía ser ministro por ser protestante). Necker era financiero en cuerpo (suizo) y alma (calvinista), y había vendido cierto optimismo, esto-lo-resolvemos-entre-todos, tampoco-estamos-tan-mal, que creía necesario para arreglar el desastre financiero, del que era plenamente consciente. Su optimismo y la imagen banquero+calvinista=serio le hicieron muy popular, y aconsejó al rey reunir a los Estados Generales, una especie de Cortes de Francia que no se habían reunido desde 1614. Y no solo eso: recomendó que el voto fuese por cabeza y no por estamentos.
Tradicionalmente, los Estados Generales se dividían en tres estamentos: clero, nobleza, y el llamado “Tercer Estado”, en teoría para agrupar a todos los que no fuesen clero o alta nobleza (el 95% de la población, así a ojo), aunque en la práctica estaba dominado por burgueses ricos y algún noble. El Tercer Estado sentaba en la asamblea al mismo número de delegados que clero y nobleza juntos… pero el voto era por estamentos, de modo que el clero y la nobleza, aliados, siempre ganaban 2:1 al Tercer Estado. Al imponer el voto por cabeza, es decir, por delegados, clero y nobleza iban a perder. Esta jugada no se debía a altos ideales de igualdad: Necker simplemente quería subir impuestos, no hacer reformas de calado, y pensó que una subida progresiva que afectase mayormente a clero y nobleza contaría con el apoyo unánime de todo el Tercer Estado, razón por la que necesitaba el voto por cabeza. Pero en los tres estamentos, aunque sobre todo en el Tercero, había gente que sí estaba imbuida de altos ideales e ideas innovadoras, nacidas de la Ilustración. Gente de pasta, claro, que estaba harta de estar encorsetada por un sistema socioeconómico esclerótico y que quería una reforma para abolir la explotación feudal y acercarse a la moderna explotación capitalista que veían con envidia en Gran Bretaña. Los pueden llamar “la facción Albert Rivera” (¡si encima se llamaban a si mismos “Ciudadanos”, citoyens!). A esta corriente, el discurso inaugural de tres horas de Necker el 5 de mayo de 1789, murmurando acatarrado sobre finanzas y nada más, le sentó como un jarro de agua fría.
Pero al margen de estos citoyens, estaba el pueblo llano, sin representación, pero cuyas quejas nos han llegado mediante los Cahiers de doléances, unos escritos de queja redactados antes de los Estados Generales. Y lo que quería el pueblo llano no era reformismo basado en datos, sino lo que podríamos llamar Marianismo en estado puro: que les respetaran “lo suyo” y sus privilegios y libertades “de toda la vida”, que se acabaran los abusos contra la gente sencilla, que se garantizase un precio justo por el trigo y el pan, y que todo volviera a ser como antes, en los buenos tiempos, para lo que confiaban ciegamente en le roi, el bon pére du peuple, le pere nourricier. Y mientras unos iniciaban la revolución institucional en Versalles, los otros harían una revolución paralela en el campo. No eran extraños casos como el de Frédéric Dietrich, que lideró la revuelta para expulsar al oficial realista de Estrasburgo y se convirtió en el primer alcalde de la ciudad… mientras en el campo su chateau era atacado por hordas de campesinos. Cuatro años más tarde acabó bajo la guillotina.
Volviendo a Versalles, cuando la facción reformista dijo que todo eso estaba muy bien, pero que a ver cuando hablamos de reformas constitucionales, el rey empezó a cabrearse, pero luego hizo lo que iba a hacer en casi todas las disyuntivas: nada. Lo que, combinado con el boato absolutista que se habían tenido que tragar los delegados, garantizaba su hostilidad.
Las negociaciones sobre el voto, si por cabeza o estamento, ocuparon el siguiente mes, hasta que al Tercer Estado se le acabó la paciencia. Dirigido por los líderes que habían surgido en las discusiones (Mirabeau, Sieyés, Mounier, Bailly), se reunieron el 20 de junio en una cancha de pelota, se proclamaron Asamblea Nacional Constituyente, invitaron a miembros de los otros dos estados a unirse a ellos, y se conjuraron para “no separarse jamás, y reunirse siempre que las circunstancias lo exijan hasta que la constitución sea aprobada y consolidada sobre unas bases sólidas”. ¿Y que hizo el rey? Pues encogerse de hombros y decir “buah, pues que hagan lo que les salga de las narices”. Eso dio tiempo a que muchos clérigos (la mayor parte de los delegados del clero eran curas y diáconos, y tenían un considerable cabreo con los obispos, a los que consideraban corruptos y veniales) y unos cuantos nobles, liderados por el Duque de Orleans y Lafayette, se uniesen a la Asamblea, que se negó a disolverse cuando Luis XVI se lo ordenó. Vencido y derrotado (dos semanas antes, al rey se le había muerto un hijo, así que probablemente no estaba muy pendiente), el rey accedió al voto por cabeza y ordenó a clero y nobleza unirse a la Asamblea.
Pero mientras la facción reformista se las prometía muy felices, el rey empezó a movilizar tropas hacia Paris, incluyendo unidades formadas por mercenarios extranjeros. Y el 11 de julio despidió a Jacques Necker, al que la corte consideraba culpable de toda la deriva. Todo esto causó una considerable inquietud en los habitantes de Paris (“el rey concentra a mercenarios suizos y alemanes, y ha despedido a nuestro Necker”), que azuzados por demagogos y temiendo una noche de San Bartolomé contra los patriotas (y también por otros asuntos más mundanos y locales que llevaban un tiempo cociéndose, como muestra el hecho de que atacaron sobre todo las aduanas municipales), empezaron a formar una milicia. Para reconocerse, ya que no tenían uniformes, se adornaron con escarapelas en los colores de Paris, rojo por Saint Martín y azul por Saint Denis. El 12 de julio, la caballería real cargó contra una manifestación y se desató una revuelta, con asalto a las armerías y el Hôtel des Invalides. Pero para las armas hacía falta pólvora, de modo que, a la mañana del 14 de julio, una muchedumbre se dirigió al almacén real sito en el número 232 de la rue Saint-Antoine. Ustedes probablemente lo conocen por el nombre de la Bastilla.
La toma más sobrevalorada de la Historia
La toma de la Bastilla (y para llegar aquí nos hemos tirado casi casi la mitad del libro) es uno de los mitos más conocidos de la Revolución Francesa. Y más sobrevalorados. Creo que podemos decir sin miedo que hay más drama, más épica, más muertos y más necesidad estratégica en el asalto al Cuartel de la Montaña. La Bastilla era una prisión en desuso (siete presos, entre ellos cuatro lunáticos, fueron liberados; por una semana no estaba el Marqués de Sade), de quizás 22 metros de altura en su torre más alta, y los presos tenían una vida relativamente confortable para el sistema penitenciario de la época. En el patio había huertos y en el porche tiendas, y el edificio se usaba ya más como almacén que otra cosa. Nunca sirvió para ejecuciones. El comandante, Launay (que curiosamente había nacido en la Bastilla, como hijo del gobernador de ese momento), primero se negó a rendirla, tras unos asalto ofreció hacerlo a cambio de salvoconducto, este le fue negado, intentó entonces volar toda la pólvora, fue detenido por sus propios hombres, y estos le obligaron a rendirse sin garantías. Llevado al ayuntamiento por una turba que ya discutía como ajusticiarle y no paraba de humillarle, Launay decidió cortar por lo sano y le pegó una patada en la entrepierna a uno de sus guardias. Ipso facto fue despedazado, y su cabeza cortada y paseada por la ciudad en una estaca. Y así se gestó el Día de la Bastilla, Fiesta Nacional de Francia. Recuérdenlo cuando alguien diga pues a mi me da mucha envidia ver a los franceses tan unidos el 14 de julio, es que eso la izquierda española no lo entiende.
Aunque ya hemos dicho que el absolutismo era más bien eres rey absoluto mientras no se te ocurra hacer absolutamente nada que toque los intereses heredados, sí había una cosa donde funcionaba como se supone: las lettres de cachet, la prerrogativa real de poder emitir una orden para meter a cualquiera en prisión. Sin juicio, sin apelación, sin límite de tiempo. Y por cercanía y comodidad, solía ser en la Bastilla. En ese sentido sí era una encarnación muy real del poder absoluto del rey, aunque la posterior propaganda republicana convirtió la Bastilla en una sombría y ciclópea fortaleza gótica donde la tortura era el pan de cada día.
Mientras tanto, los citoyens estaban sacando con mucha pompa la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Redactada por Lafayette siguiendo el modelo estadounidense (y ayudado por Tomas Jefferson, que pasaba por ahí en calidad de embajador), quedaba muy mona aunque ignoraba a las mujeres y a los esclavos. Pero para la nobleza más conservadora aquello (junto con el reconocimiento que la soberanía residía en el pueblo y no en el monarca como delegado directo de Dios) era tan intolerable que prefirieron irse de Francia. Los primeros émigrés, haciendo lobby en el extranjero para que las potencias presionaran a favor del Orden Como Dios Manda.
¿Y cómo lo llevaba Luis? Pues por el momento sorprendentemente bien. Al no decir nada, todas las facciones creían que estaba con ellos. Incluso las turbas y pandillas callejeras afirmaban actuar en su nombre, creyendo que todo lo malo del régimen había venido de sucias maquinaciones extranjeras, un oscuro “comité austriaco” dirigido a través de María Antonieta al que se culpaba también de las subidas del precio del pan, ¡pero el rey es bueno, viva el rey! Y mientras los debates continuaban, se formaba una Guarda Nacional, para la que Lafayette amplió la escarapela rojo-azul de la milicia de Paris con el blanco monárquico, dando lugar así a la tricolor francesa (los tradicionalistas en cambio se adornaban con blanco y negro).
Paris-Versalles y vuelta
Pero mientras los próceres soñaban con una patria basada en datos, el pueblo llano seguía apegado a lo material. Y el 5 de octubre de 1789, con el precio del pan por las nubes, la cosa estalló por primera vez. Es importante recordar que, aunque por supuesto había corrientes de fondo y fuerzas sociales y económicas que lo condicionaban todo, también es cierto que en ese día –y en muchos otros- las cosas fueron tan locas que, con una palabra mal puesta, un gesto equivocado, o un error estúpido, toda la Revolución habría sido muy diferente. Estas cosas, que a toro pasado parece que “se veía venir”, en realidad no lo hacen. En Francia, en algún momento iba a pasar algo. Pero ese algo podría haber tomado muchas formas diferentes y haber ocurrido diez años antes o veinte después. Que nadie previese la Revolución y la forma que tomó no implica nada.
El 5 de octubre de 1789, el descontento parisino desembocó en una marcha improvisada de miles de personas, mayormente mujeres, a Versalles (seis horitas a pie, que encima hicieron bajo una lluvia de narices, con lo que llegaron bastante cabreadas). Las acompañaban unidades de la Guardia Nacional, que tenían sus propias quejas, con Lafayette al frente (obligado porque no quería que fuera nadie, pero temía perder el control). Una vez llegados, exigieron ver al rey, y empujando y agitando lograron entrar en palacio. María Antonieta escapó de una muerte segura básicamente por el grosor de una puerta cerrada. Tras cortar y pasear las cabezas de un par de guardias reales, la muchedumbre se agolpó en un patio, y la familia real salió al balcón. Con igual facilidad podría haber caído un “¡Hosanna!” que un “¡Crucifixión!”, pero Lafayette salvó el día acompañándoles y besando la mano de la reina. (Al ir a ver al rey, un cortesano todavía había dicho “ahí va Cromwell”; Lafayette le replicó “Cromwell no habría venido desarmado”.) El rey ordenó que se vaciara la despensa real para alimentar al pueblo parisino, y aquí paz y después gloria. Solo que pueblo y Guardia Nacional exigieron amablemente que el rey y la Asamblea Constituyente se viniesen con ellos a Paris. Cosa que estos hicieron, para encanto del pueblo y de Lafayette, que le grabó a la Guardia Nacional en las banderas la santísima trinidad de los citoyens: la loi, le roi et la Constitution. Pobres: a los dos años, el Primero de los Franceses se escabulló de su palacio como un ladrón en la noche para huir al extranjero.
La causa última de su huida, aparte de los malos consejos de María Antonieta, fue la política religiosa de la Revolución, que deja en pañales cualquier cosa que jamás firmara Manuel Azaña: la Asamblea decidió resolver los problemillas de las finanzas confiscando bienes eclesiásticos, y coronó la cosa mediante la Constitución Civil del Clero, una ley para integrar a la iglesia de Francia en el estado nacional. Los sacerdotes serían funcionarios públicos pagados por el estado (y debían hacer un juramento de obediencia a la nación y a sus leyes), los obispos serían elegidos por los franceses, los obispados se ajustarían a los nuevos departamentos racionalistas, se acabarían los privilegios, y la Iglesia dejaría de ser un estado dentro del estado, obediente de Roma. Al pobre Luis, que se había coronado y ungido con todo el boato medieval posible y jurando “defender la fe”, se le hizo un poco cuesta arriba firmar, y cuando al final lo hizo fue con evidente desgana. Ídem lo de conceder plenos derechos a protestantes y judíos. Por eso, un inocente viaje de sus tías a Roma para la Semana Santa de 1791 desató rumores salvajes de un pacto secreto con el Papa para dar marcha atrás, lo que resultó en nuevos tumultos, y un intento de pasar una ley prohibiendo los viajes. Francia se transformaba en un estado policial. Total, que ante esto el rey decidió irse a la francesa. Pero le pillaron en Varennes y le trajeron de vuelta. Como encima había dejado atrás un manifiesto firmado con lindezas como “nunca os amé, todo lo que dije eran mentiras obligadas por la amenaza de violencia”, “esta constitución me incapacita para gobernar”, o “la asignación real de 25 millones de libras es una miseria que no me da ni para pipas”, sus defensores ni siquiera pudieron argumentar que iba engañado.
Como los franceses, pueblo primitivo, no supieron distinguir entre la persona y la institución, su reputación quedó totalmente hundida: la gente se negó a quitarse el sombrero en su presencia, y un gracioso puso un cartel de “se alquila” en la verja de las Tullerías. Si Luis siguió en el trono fue porque inmediatamente dio el visto bueno a la nueva constitución, y porque sus detractores habían sido pillados tan por sorpresa que ni siquiera tenían claro si querían sustituirle por su hijo, por una regencia, o por una república.
La nueva constitución creaba un régimen que, visto con ojos de hoy, es una distopía ultrareaccionaria que ni siquiera VOX defendería en voz alta: aunque ahora compartía soberanía con la Asamblea, el rey seguía siendo el gobernante (ya no como “rey de Francia”, sino “rey de los franceses”), ponía y quitaba ministros, y tenía derecho a vetar legislación. Solo aquellos franceses con unos determinados ingresos podían votar. Las mujeres no pintaban nada. El cuadro lo completaban medio millón de esclavos solo en Santo Domingo. Pero para el absolutismo de la época, aquello era un gran avance. Para unos más que otros, claro: la burguesía que había alcanzado al fin un cierto poder político y –merced a las desamortizaciones- mejorado aún más su poder económico, dijo que como mola esta constitución, qué bien está todo, de hecho, está tan bien que vamos a votar oficialmente el final de la Revolución y a restringir la actividad de los clubes políticos, que ahí se le calienta mucho la cabeza a la gente. Apenas hubo cambios significativos en el orden social entre 1789 y 1792.
El Vuelco
En octubre de 1791 arrancó el nuevo régimen constitucional, sustituyendo a la Asamblea Constituyente por la Asamblea Legislativa. Y la cosa debería haber quedado ahí, con Francia adoptando un sistema político similar al de Gran Bretaña. Los diputados más radicales habían formado un club político en el monasterio de los jacobinos (¡son ellos, ya están aquí!), pero solo eran una minoría muy ruidosa con poca influencia (y de la misma extracción social que los girondinos). Siglo y medio antes, sus equivalentes ingleses habían acabado emigrando a Norteamérica. Pero seis meses más tarde todo descarriló con el estallido de la Guerra de la Primera Coalición. Fue esa guerra, más que ninguna otra cosa, la que precipitó la “verdadera” Revolución Francesa. La guerra no la causaron los jacobinos, si bien la apoyaron junto al resto de la Asamblea (con la notable excepción de su líder Robespierre y una minoría jacobina, que temían que una guerra reforzara al rey). Fue la soberbia de los ministros próximos a los girondinos, presionando a los príncipes extranjeros para que retiraran su apoyo a los emigrés; soberbia respondida por parte de Austria, donde las cartas de María Antonieta a su hermano habían creado una imagen completamente equivocada de la situación real en Francia. Finalmente, el propio rey Luis empezó a ver una guerra con buenos ojos: si se ganaba, él quedaría como el puto amo; y si se perdía, los ganadores iban a exigir la restauración del absolutismo. Win-win. El 20 de abril de 1792 Luis declaró la guerra a Austria.
(A los cinco días de la declaración, en Estrasburgo, se celebró una cena de despedida a las tropas, durante la que los mandamases le propusieron a un desconocido capitán de ingenieros con algún pinito en el teatro, Rouget de Lisle, que a ver si les componía algo, que el Ça Ira estaba bien para las tabernas pero no para marchar. De Lisle no había hecho nada significativo en sus 32 años de vida ni iba a hacer nada significativo en los 44 que le quedaban, pero aquella madrugada, de vuelta en su alojamiento y algo tajado de vino, recibió una chispa del Olimpo para garabatear cinco estrofas antes de caer en el catre a dormir la mona. Al principio, su “Canción de marcha para el ejército del Rin” solo recibió educados aplausos. Su gran momento llegó tres meses después, cuando 500 voluntarios de Marsella la cantaron a su entrada en Paris, quedando bautizada como “La Marsellesa”. Identificada hoy como francesa hasta las trancas, no fue declarada himno nacional hasta 1879, y durante todo el siglo XIX y entrado el XX fue patrimonio de revolucionarios de todas partes, y cantada en España en 1931.)
La guerra empezó mal: un intento de invasión de los Países Bajos Austriacos falló, y pronto hubo ejércitos enemigos penetrando en Francia. Pero los invasores no eran conscientes de cómo habían cambiado las reglas del juego, y sacaron un comunicado (redactado por emigrés) diciendo que venían a restituir al rey en su derecho. A restaurar el absolutismo, vamos. Al mismo tiempo, el rey decidió usar un veto muy impopular y despedir a tres ministros. Para los parisinos, entre quienes llevaban años circulando las fake news del “comité austriaco”, aquello fue la gota que colmó el vaso: se formó un comité revolucionario llamado la Comuna Insurreccional (fue en homenaje a ella que la Comuna de 1871 adoptó su nombre), y el 10 de agosto de 1792 asaltaron el palacio de las Tullerías, donde se distinguieron los marselleses, lo que contribuyó a que “su” marcha se convirtiera en el himno de la Revolución. Al rey lo encerraron en el Temple, y la Asamblea Legislativa transfirió sus poderes a un nuevo parlamento, elegido esta vez por sufragio universal, la Convención Nacional. Aprovechando una oportuna victoria sobre los invasores prusianos en Valmy (una escaramuza acabada en empate, y protagonizada por un ejército más bien monárquico-constitucional, pero que combinada con superior posición estratégica obligó a retirarse al enemigo y fue explotada concienzudamente por la propaganda republicana), el 22 de septiembre proclamaron la república… y su voluntad de “expandir sus ideales”. O como dijo Jaques Brissot: “no estaremos seguros hasta que toda Europa esté en llamas” (por contraste, quisiéramos recordar que el artículo 6 de la Constitución de la Segunda República Española decía “España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional”).
Pero antes vino el Paracuellos de la Revolución: las masacres de septiembre. Bajo la excusa de eliminar a una supuesta quinta columna antes de que los soldados fueran al frente, una turba organizada de soldados, guardias, gendarmes y civiles asaltó las prisiones y mató a la mitad de los presos, especialmente sacerdotes y nobles, unas 1400 personas en total. Matanzas que se hicieron a la vista de todos, y con el gobierno haciendo la vista gorda e incluso certificando oficialmente en algunos casos que había habido intentos de fugas masivas. Las matanzas parisinas fueron acompañadas de otras menores en otras ciudades de Francia.
Primer Interludio: la culpa es de los catalanes
Llegados aquí, ya podemos hacer un diagnóstico preliminar: todos los pecados de la Segunda República Española están también presentes, a menudo de forma hiperlativa, en la Primera República Francesa, la cual además añade unos cuantos más de cosecha propia. Y la defensa en ambos casos también es similar: que el fin supremo (que por supuesto no justificaría los medios empleados por elementos incontrolados), una sociedad laica con elecciones por sufragio universal, redistribución de la riqueza y reconocimiento de derechos humanos, estaba amenazado por enemigos internos y externos. Medir los fines contra los pecados ya depende de la balanza personal de cada uno y se lo dejamos a ustedes, a lo que vamos aquí es que, por alguna razón, para la derecha la tricolor española y el himno de Riego son sinónimo automático de “Paracuellos”, y sin embargo la tricolor francesa y la Marsellesa no son sinónimo automático de “masacres de septiembre y el Terror”, sino qué envidia, qué bonito, qué unidos los franceses, yo soy jacobino, así sí. Vamos, que quienes más defienden el republicanismo francés y pasan por alto estas cosillas son los que luego más critican el republicanismo español y no le pasan ni una.
¿A qué se debe este doble rasero? Pues a priori, a que el modelo civilizatorio instaurado por el republicanismo francés, “una sola nación, una sola lengua, y una sola bandera reivindicada con orgullo desde la extrema derecha hasta la izquierda radical, todo englobado en un estado fuertemente centralista”, es el sueño húmedo de la derecha española (ojo: este sueño ni siquiera es monárquico per se, pero como la monarquía siempre ha tenido claro quiénes son “los suyos”, desde Isabel II todos se han apuntado entusiastas al modelo en sus sucesivas encarnaciones). El republicanismo español, en cambio, con esos coqueteos federalistas que acostumbra (léase: ceder ante los pérfidos catalanes), es EL MAL. Esta es la única diferencia significativa. El golpe del 18 de julio se produce a los pocos meses de que el Frente Popular amnistiara a Companys y restaurara el Estatuto de Cataluña, y justo tres días después de que las Cortes republicanas iniciaran la tramitación de un Estatuto para Galicia, y en su manifiesto Franco parece mucho más preocupado por la unidad nacional que por las iglesias quemadas. Así que, si no tenemos una derecha republicana y “europea”, ya saben: la culpa es de los catalanes.
La Primera República Francesa
Al principio, la república aún está dominada por los girondinos, y es bajo su mandato que se juzga a Luis XVI (o mejor dicho, al “ciudadano Luis Capeto”). El juicio da para intríngulis jurídicos que no vamos a reproducir aquí, pero el rey apela a que es inviolable, niega que lo de Varennes fuera una fuga, y afirma que fue él quien “otorgó” la libertad a los franceses. No solo los jacobinos se picaron por esto último. En última instancia, y dado que toda la legitimidad de la república (y de ellos como Convención) derivaba de la culpa del rey, los diputados acabaron condenándole a la muerte inmediata. Fue ejecutado el 21 de enero de 1793. Y con él realmente murió la monarquía en Francia: todas las restauraciones e “imperios” siempre estuvieron condicionados por esa ejecución.
La ejecución real no fue ni el comienzo del Terror, ni el primer uso de la guillotina, aunque sin duda fue el más destacado. (La guillotina, por cierto, se concibió como una forma más “humana” de ejecutar: más efectiva que el hachazo de un verdugo muchas veces borracho, e igualadora de los reos, ya que se ejecutaba igual a nobles, curas y plebeyos). Lo que sí desató fue la Guerra de la Vendée: en la costa atlántica francesa, en varios departamentos estallaron revueltas de monárquicos, dirigidas por sacerdotes y nobles. A ellas hay que añadir una serie de insurrecciones llamadas “federalistas” en varias ciudades, Marsella y Lyon las más destacadas. Las revueltas no se distinguieron por su gentileza, pero la respuesta desde Paris iba a ser brutal: una guerra de tierra quemada y 200.000 muertos en la Vendée, y 4000 muertos solo en Lyon. Lyon y las ciudades portuarias, hasta entonces los motores económicos del país, empezaron a estancarse mientras Paris empezaba a despegar. A este caos interno le acompañó una inflación galopante, y declaraciones de guerra de Gran Bretaña, Países Bajos y España, a sumar a las que ya había en marcha con los austroprusianos. La cosa iba mal.
El gobierno jacobino
Por ello, en el verano de 1793, aprovechándose del descontento generalizado con el gobierno girondino, y usando como chispa el asesinato de Marat, los jacobinos tomaron el poder. La forma de hacerlo fue instaurar una serie de comités ejecutivos para facilitar la toma de decisiones, y en los que luego tuvieron mayorías: el Comité de Defensa, el de Seguridad General, pero sobre todo el Comité de Salvación Pública. Con este podemos decir que empieza el Terror. Un Terror muy arbitrario: en algunos departamentos murieron miles, en un tercio menos de diez, todo dependía del humor del delegado de turno. Paris, donde más muertes hubo, iba por libre, con un precario equilibrio entre Comuna, Convención y Comités.
Siguiendo a la muerte de Marat, el reducido y reconstruido Comité de Salvación Pública rápidamente se convirtió en la más concentrada maquinaria estatal que Francia hubiese visto jamás. Agarró la ortiga del gobierno revolucionario con una determinación que había eludido a todos sus predecesores. Por primera vez desde Brienne, incluso Maupeou, los intereses del estado guerrero recibieron prioridad absoluta sobre los de la expresión política. En consecuencia, el Terror expresaba la liquidación del sueño inicial de la Revolución: que libertad y poder patriótico eran no solo reconciliables sino mutuamente dependientes. Consecuentemente, lo que fuera la más irreprimible característica de la Revolución Francesa –la efervescencia política- quedó atrapada en la botella de una dictadura nacional. La política tenía que terminar para que el patriotismo pudiese conquistar: este sería el credo fundacional del Bonapartismo.
En Paris también es donde se juzga a María Antonieta: para darle gusto al populacho y a las fake news sobre sus perversiones sexuales, le montan un fake juicio acusada de pervertir a sus hijos y animarlos al incesto y la masturbación. Su propio hijo, tras un lavado cerebral, declara contra ella. MA es guillotinada (por otra parte, los historiadores han probado que MA les pasó a los austriacos los planes bélicos franceses justo antes de que estallara la guerra, lo que es una traición como la copa de un pino, en Paris y en la China popular).
Los jacobinos también aprovecharon para sustituir a la religión católica por un Culto a la Razón y al Ser Supremo (una iniciativa de Robespierre, que la ideó como respuesta al ateísmo rampante y agresivo de muchos jacobinos). Incluso, cambiaron el calendario: los años se contarían desde la proclamación de la república el 22 de septiembre, la semana de siete días sería reemplazada por “décadas” de diez días, y los meses serían renombrados con nombres agrícolas y meteorológicos. La persecución religiosa alcanzó niveles que la Segunda República, a su lado, parece una balsa de aceite.
Pero: con todas las revueltas, y con toda Europa contra ellos, los jacobinos lograron darle la vuelta a la guerra. El siglo XVIII había sido el siglo de la guerra como una de las bellas artes, con pequeños ejércitos profesionales y mucha ceremonia. La república jacobina decretó la levé en masse, la llamada a filas de todo el mundo, y organizó la primera guerra total de la edad moderna. Montaron ejércitos de cientos de miles de hombres, fundieron campanas para obtener metal, y movilizaron todos los recursos posibles. Combinado con algunos generales hábiles (Napoleón Bonaparte ya estaba dando sus primeros pinitos, recuperando Toulon), en menos de un año, y mientras el Terror reinaba en Francia, se había dado la vuelta a la situación. Los invasores fueron expulsados y las revueltas aplastadas.
Supongo que es esto lo que pone a tanta gente cachonda con los jacobinos, a pesar del Terror (eso, y que casi todos los que fueron a la guillotina lo hicieron por el otro fetiche de nuestros jacobinos patrios, LA LEY, y no por esa cosa tan castiza de pues ahora vamos a resolver lo de las lindes en la tapia del cementerio). Se me ocurre que los bolcheviques hicieron también bastantes cosas en el sentido de estado-centralista-que-barre-las-desigualdades-y-moviliza-todos-los-recursos-frente-a-un-pérfido-invasor, pero por alguna razón no veo ni a Reverte ni a los modernillos definiéndose como “bolcheviques” o “estalinistas”. Ni siquiera en plan postureo. Pero claro, donde los jacobinos proclamaron la Unité et Indivisibilité de la Republique, el perroflauta de Lenin se sacó de la manga la Declaración de los Derechos de los Pueblos de Rusia, reconociéndoles (gasp) el derecho de secesión y autodeterminación. Va a ser eso.
Segundo Interludio: críticas al líder
Criticar a políticos, movimientos o republicanos actuales es totalmente legítimo, e incluso una necesidad democrática, ya sea por sus viviendas habituales, porque se tomaron una coca-cola, o por un tuit de hace 12 años. Vengan de donde vengan las críticas. Lo que tiene que activar el detector de reaccionarios es que esas críticas se rematen con un “no como antes, que eran hombres de verdad”. HABER: que los de antes eran igual de vergonzosos, y a poco que rascas aún peores. Mirabeau iba de patriota mientras se llenaba los bolsillos de sobornos reales. Danton, con 34 años, se casó en segundas nupcias con una muchacha de 17. Saint-Just le robaba a su propia madre. El marqués de Condorcet, huyendo disfrazado de plebeyo, fue pillado porque al preguntarle en una fonda cuantos huevos quería en la omelette dijo con toda naturalidad que doce. Jean Paul Marat recibía a la gente desnudo en su bañera. Talleyrand celebró su nombramiento como obispo cenando con su amante en el Louvre. Y Robespierre, el ídolo de los sans-culottes, nunca dejó de llevar culottes. El pasado, como el extranjero, es la utopía de los paletos.
Final y legado
Lograda la salvación de Francia y de la Revolución, y tras apenas un año en el poder, el gobierno jacobino cae por la Reacción de Termidor, una conspiración de diputados “moderados” que pensaron “o los purgamos nosotros, o nos purgarán a nosotros”. Robespierre y sus colaboradores llaman a las secciones parisinas a movilizarse, pero las incesantes purgas las han dejado inoperativas, y las tropas de los termidorianos se imponen. Robespierre se intenta suicidar de un disparo, pero tira tan mal que solo se revienta la mandíbula. La Reacción posteriormente hará una nueva constitución (esta vez sin sufragio universal) y encumbrará un gobierno de cinco miembros, el Directorio,
Con la ejecución de Maximilien “Mandíbula Ausente” Robespierre el 10 de Termidor del año III de la Era Republicana (28 de julio de 1794) termina Schama su historia de la Revolución. Bueno. Determinar cuándo termina la Revolución Francesa es una de esas peleillas recurrentes de los historiadores. Algunos sitúan el final en 1795, otros en 1799, también 1804, y algunos incluso llegan a 1815. El final de Schama es tan válido como cualquier otro, pero tiene una característica distintiva: es a la vez el pico de la violencia revolucionaria y el final del Terror (aunque aún habrá un importante “terror blanco” contra los jacobinos a lo largo y ancho de Francia). Lo que convierte el libro en una historia sobre la violencia, más que sobre la revolución. Sobre todo al final, donde Schama se recrea una y otra vez en las vivencias particulares de las víctimas. Para mí, esto acaba haciendo que el libro sea un poco limitado; por otro lado, es un libro de 1988, víspera de una gran celebración muy festiva deseosa de pintarlo todo de color rosa, y Schama quería poner un poco de realismo y recordar las partes feas. Cosa que siempre es de alabar. La violencia se desbocó con el gobierno jacobino, pero en el fondo estuvo ahí desde el principio. Los idealistas reformadores de 1789, que acabaron casi todos en la guillotina, no habrían logrado nada sin la violencia revolucionaria de Paris. Cada salto evolutivo posterior, cada cambio de dirigentes de la Revolución, se hizo con violencia, y sentó a su vez las bases para el siguiente salto evolutivo y la siguiente purga de dirigentes.
Sobre la violencia, en el fondo, todos estamos de acuerdo: la violencia no es el camino. Excepto en circunstancias extremas. ¿Y esas cuáles son? Pues esa es la pregunta del millón. Aunque la imagen rococó del Ancien Regime nos ha dejado una imagen azucarada del siglo XVIII, la realidad para el 80% de población era de una pobreza y miseria que hasta el más enragé de los editorialistas del ABC hoy lo consideraría una “circunstancia extrema”. Aderezada además con asesinatos judiciales rocambolescos. Pero lo cierto es que muchas de estas “circunstancias extremas” que justifican una revolución lo hacen a toro pasado. Es decir, que como la Revolución Francesa tuvo éxito y es la base del mito nacional francés, pues en Francia en 1789 sí se daban las “circunstancias extremas”; como lo de España en 1931 ya tal, para nuestros jacobinos patrios no había “circunstancias extremas”. Dicen que los vencedores escriben la historia, pero la triste realidad es que ni siquiera necesitan hacerlo: en cuanto vencen ya salen de debajo de las piedras plumillas deseando felicitarles y narrar su historia con la mejor luz posible.
Llegando a nuestro ilusionador presente: con el reciente asalto al Congreso de Estados Unidos ha habido mucho análisis: que si revuelta, que si fascismo, que si tal y pascual. Pero casi nadie se atreve a decir que se daban las “circunstancias extremas” necesarias. Sin embargo, en el siglo XIX incidentes similares los hubo con frecuencia… y en general los vemos con simpatía porque es una época sin sufragio universal, piedra angular de lo que hoy entendemos por democracia (excepto para los inmigrantes y para decidir aquellas cosas que mejor dejamos a los “expertos”, claro). Contra un régimen que lo negara, estamos –hoy- de acuerdo, sí estaría justificada la violencia, ¿de qué otra forma iba el pueblo llano a manifestar su desacuerdo con el gobierno?
¿Sirvió de algo la Revolución? Pues tras muchas vueltas, sirvió para hacer esas reformas que acabaron con el antiguo combo explotación+derechos de propiedad feudales, para sustituirlos con el moderno combo explotación+derechos de propiedad capitalistas, pero el nivel de vida de un campesino en 1799 seguía más o menos igual que en 1789. Políticamente, en cambio, dos legados principales destacan. Todas las corrientes políticas europeas -liberales, conservadores, socialistas o nacionalistas- o nacieron allí o fueron marcadas de forma permanente por la Revolución. Y el segundo es la idea misma de la Revolución: la idea de que se puede hacer una revolución exitosa y cambiar la sociedad. Una idea tan poderosa que perfunde todo el siglo XIX, y vuelve una y otra vez a resurgir en arrebatos revolucionarios: 1820, 1830, 1848, 1868 (snif), 1871.
Y 1917, claro. ¿Se acuerdan ustedes? La URSS, ya saben, los malos malísimos de la Guerra Fría, que se hundieron hace 30 años, y desde entonces solo surgen en las admoniciones de los sospechosos habituales, es evidente que el comunismo es un chiste, que no funciona y que es incapaz de organizar nada, como respuesta estándar cada vez que alguien propone poner carriles bici o dar de comer a niños hambrientos. Curiosamente, cuando aún existía la URSS las admoniciones de los sospechosos habituales iban justo en el sentido contrario, el comunismo es una maquinaria implacable que está organizando eficazmente la destrucción de todo el Mundo Libre (ayudado por estas libertades democráticas que nos debilitan); por eso es imprescindible que aumentemos en un 19% el presupuesto del Pentágono. Discursos así eran perfectamente normales cuando Simon Schama escribía este libro. Sí, aquí tenemos a un experto en “caída de régimen”, escribiendo del tema a apenas 13 meses de la caída del Muro, y ni una referencia a lo que hoy nos venden como “de cajón y puro sentido común”: de hecho, las poquitas puyas a “imperios sobreextendidos y fiscalmente irresponsables” es evidente que van dirigidas contra los Estados Unidos de Reagan.
Los dos siglos posteriores a 1789 son un tiempo de enormes cambios. También de progreso material. La causa última, que si capitalismo o socialismo, que si revolución industrial, que si la ciencia, seguirá siempre a debate, pero no olvidemos que estos son los dos siglos de las revoluciones, el tiempo en que estas fueron vistas como posibles, en que los gobernantes de todo el mundo tenían sobre su cabeza la espada de Damocles de una revolución: “haz que estemos contentos, o tu cabeza acabará en una pica”. Con el hundimiento de la URSS esta idea se ha evaporado. Culpa, en gran medida, de los propios comunistas, que tras 1917 convencieron a todo el mundo que la única revolución viable era la suya, y en cuanto esta perdió el aliento en 1989 todo el mundo pensó que ninguna lo era. Hemos vuelto a 1788: no hay revolución viable en las mentes o el discurso público, solo reformismo letizio. La Primavera Árabe ha acabado que ni fu ni fa. Aquí lo más parecido ha sido el 15M, cuyos integrantes, al levantar la acampada de la Puerta del Sol, se afanaron por limpiarlo todo y dejarlo bien recogidito, que no se diga (y aun así, se dijo). Las élites ya no tienen ninguna espada sobre la cabeza, solo un futuro aynrandiano por construir.
Valoración
¿Era inevitable la Revolución Francesa? En lugar de responder directamente, vamos a hacer amigos: ¿era inevitable la Guerra Civil Española? El consenso “todos eran iguales” más o menos obliga a responder que sí: que la Guerra Civil es la consecuencia inevitable de la existencia de “las dos Españas”, creadas y forjadas a partir de la chispa revolucionaria llegada de Francia un silgo antes. En la historiografía española de los últimos 80 años, todo el siglo XIX se ha reinterpretado como un lento pero imparable deslizamiento hacia la catástrofe. Una visión, curiosamente, muy del gusto de ambas Españas: la una, porque pasar de ser el mayor imperio global en 1808, a perder humillantemente los últimos restos en 1898, casa perfectamente con la imagen de decadencia nacional que hacía necesaria e inevitable una Reacción Nacional-Sindicalista; la otra, porque el siglo XIX vendría a ser un siglo de descuelgue de Europa, de atraso y analfabetismo, y ¿qué puedes esperar de brutos y analfabetos sino violencia y destrucción?, menos mal que las gentes de letras y de la enseñanza nos han salvado y han hecho imposible otra Guerra Civil alfabetizando España (una visión que, por alguna razón, es defendida por casi todas las gentes de las letras y la enseñanza). Si la Guerra Civil es la consecuencia de fuerzas imparables que llevan más un siglo en marcha, efectivamente, es inevitable, y si es inevitable realmente nadie es responsable, y si nadie es responsable tampoco tiene sentido decirnos cosas y hacer reproches, ¿no?, dejémoslo todo atrás y miremos con ilusión el futuro. Y aunque uno puede entender la utilidad, incluso necesidad, política y social de un relato así en los años 70, conviene recordar: en la Historia, NADA es inevitable. Para bien o para mal.
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Comentario de emigrante (08/02/2021 15:45):
Un placer leerle como siempre. Lo suyo con Arturo Pérez-Reviente empieza a ser una obsesión. Supongo que al ser un señor difícil de encajar en el arquetipo de facha, nacionalista español pero al mismo tiempo antimonárquico y anticlerical, tiene descolocado a más de uno. En if, un par de cosas que se me han ido ocurriendo según iba leyendo. Vaamos por partes como Madame Guillotine.
“ninguno de los tres reyes se le conociesen amantes y que los tres matrimonios fuesen felices – lo que implicó que los tres les hiciesen mucho caso a sus reinas, las cuales generalmente aconsejaban muy mal” Avisen a la inquisición antimachista que aquí hay material para censurar. Al mismo tiempo al otro lado del canal Jorge III también estaba felízmente casado y tuvo quince hijos con la reina, entonces se especulaba en serio si su locura se debía a la falta de amantes. En el otro extremo tenemos a los Borbones de aquí donde era la reina Maria Luisa de Saboya, muy empoderada ella, la que ponía los cuernos.
“pues a mi me da mucha envidia ver a los franceses tan unidos el 14 de julio, es que eso la izquierda española no lo entiende” Supongo que el equivalente español sería el 2 de mayo pero si desconfía de él porque Perez-Reviente ha escrito un relato sobre él tembién están otros autores más republicanos y de izquierdas como Galdós que usaron esos mismos episodios nacionales para reafirmarnos como nación.
Comentario de emigrante (08/02/2021 15:49):
“Sobre la violencia, en el fondo, todos estamos de acuerdo: la violencia no es el camino. Excepto en circunstancias extremas. ¿Y esas cuáles son? Pues esa es la pregunta del millón” Supongo que para los etarras el hecho de que el Estatuto de Gernika no satisfaciera todas sus aspiraciones políticas era una “circustancia extrema”.
Para mí la circunstancia extrema está clara y no es otra que el HAMBRE, y no me refiero a una justificación moral o filosófica sino a un hecho histórico real. En todas estas revoluciones tanto la francesa como la rusa o incluso nuestra guerra civil encontramos masas de hambrientos. Uno puede aguantar toda la injusticia y desigualdad del mundo mientras tenga el estómago lleno pero si hay necesidad no dudará en salir de casa para ir a las barricadas. Y entonces les dará igual que haya una tiranía o un gobierno democrático, a por ellos!
No habrá más revoluciones mientras estemos bien comidos, incluso en una crisis como ésta preocupan más las existencias de papel higienico que las de comida.
Dicen que la verdadera causa de la revolución francesa fue la erupción de un volcán y que las malas cosechas subsiguientes trajeron las hambrunas y crisis financieras que desencadenaron los acontecimientos https://en.wikipedia.org/wiki/Laki#Consequences_in_Europe
Comentario de emigrante (08/02/2021 15:58):
Sobre nacionalismos varios, o el mismo de siempre.
“para una revolución exitosa es casi esencial tener al mando a un autócrata engreído, no demasiado listo, que se ha llegado a creer su propia propaganda” A menos que el líder revolucionario se peine como los Beatles porque entonces la revolución se quedará en agua de borrajas.
“Franco parece mucho más preocupado por la unidad nacional que por las iglesias quemadas. Así que, si no tenemos una derecha republicana y “europea”, ya saben: la culpa es de los catalanes” Pues sí, también los catalalanes solo proclaman sus repúblicas durante los periodos democráticos de nuestra historia que durante las dictaduras siempre están aparentemente muy agusto tranquilos y calladitos.
“el perroflauta de Lenin se sacó de la manga la Declaración de los Derechos de los Pueblos de Rusia, reconociéndoles (gasp) el derecho de secesión y autodeterminación” Pues tampoco es que les sirviera de mucho porque ese derecho no se empezó a ejercer hasta que la Unión Soviética pasó a mejor vida. Antes de eso incluso los países satélites, formalmente independientes, si se decidían a ejercer su autonomía se encontraban con tanques en la calle.
Comentario de emigrante (08/02/2021 16:04):
Y para tereminar.
“porque el siglo XIX vendría a ser un siglo de descuelgue de Europa, de atraso y analfabetismo, y ¿qué puedes esperar de brutos y analfabetos sino violencia y destrucción?”
Lo que nos ha traído el siglo XIX es el complejo de inferioridad por ser español. Es algo de lo que me di cuenta al empezar a vivr fuera de España. Es esa melancolía de la generación del 98, el lamento de Perez-Reverte por no haber hecho una revolución como Dios manda a tiempo con las cabezas de los Borbones rodando por la plaza mayor, los suspiros de la izquierda por una derecha culta democrática y “europea”, es esas ganas de ser como los demás o de ser aceptado entre ellos. Ese complejo de inferioridad es lo que también nutre al separatismo ya que la forma más sencilla y rápida dejar de ser inferior es dejar de ser español.
El siglo XIX también es el siglo del colonialismo y del racismo y esos argumentos también se usaron para justificar el colapso del Imperio Hispánico. Los españoles, todos los de ambos hemisferios, éramos una raza mestiza que se había mezclado con negros e indígenas y esa “degenaración” hizo fracasar el imperio. Tanto españoles como latinoamericanos hemos comprado ese argumento racista para justificar nuestro complejo de inferioridad.
En definitiva es que nos dura todavía el trauma de haber sido el estado más extenso y poderoso del mundo y ahora somos uno (o veinte) del montón y nos deprimimos porque si no somos lo máximo somos una mierda.
Comentario de tabalet i dolçaina (08/02/2021 23:24):
“nosotros concluimos que para una revolución exitosa es casi esencial tener al mando a un autócrata engreído, no demasiado listo, que se ha llegado a creer su propia propaganda”, no estará pensando en cierta testa coronada casado con una periodista y padre de dos hijas
Comentario de Pablo Ortega (09/02/2021 06:05):
Siendo justos, una de las cosas que más me sorprendió de la historia de Nicolás II, cuando leí a Montefiore, es que Rasputín no llegó a la corte imperial… hasta después de la revolución de 1905, de la cual el pobre Nicky se salvó de pura suerte, bueno y porque su primo el gran duque Nikolasha (sí, lo voy a llamar por el apodo, porque decir “Nicolás Nikolaévich Románov” no tiene gracia) amenazó con pegarse un tiro cuando el zar quiso nombrarlo dictador para reprimir a los revolucionarios.
O sea, ya Nicky y Alicky habían hecho bastante daño, y casi destruido, la dinastía Románov, desde antes que apareciera Rasputín. Y tan malo no era el santón, no se crean: ¡incluso aconsejó al zar no meterse en la Primera Guerra Mundial! Se sobrevalora mucho su figura, ya desde su propia época.
Comentario de Pablo Ortega (09/02/2021 06:07):
@tabalet: ya hay un caso en la historia de España que confirma ese dicho, Alfonso XIII, aunque a ese no es solamente que tenía amantes de sobra, ¡es que hasta fue el primer cineasta porno en la historia de España!
Alfonso XIII, qué onvre
Comentario de Pablo Ortega (09/02/2021 06:11):
Otra historia escalofriante de Montefiore, ya que hablamos de la revolución francesa: hubo un ministro al que se le ocurrió proponerle a Alejandro III, padre de Nicolás II, que convocara a un Zemsky Sobor, una Asamblea de la Tierra, el equivalente ruso a los Estados Generales, para confirmar su elección como zar.
Ya todos se podrán imaginar que hubiera pasado en aquella Rusia de finales del siglo XIX si se convocaba una Asamblea de la Tierra.
Comentario de Pablo Ortega (09/02/2021 07:06):
Se me olvidaba, Alejandro III era otro que no tenía amantes y gozaba de un matrimonio feliz, curiosamente.
Comentando ya el artículo propiamente dicho:
“qué raro, ¡si según los monárquicos la ventaja de una monarquía sobre una democracia es que el rey no está condicionado por elecciones inminentes!”
Eso mismo dicen a día de hoy los defensores del régimen chino, que ya no se diferencia en nada de una monarquía desde el momento que Xi Jinjiang, actual emperador de China por la gracia de Mao, digo, presidente de la República, restableció la reelección indefinida.
“Recuérdenlo cuando alguien diga pues a mi me da mucha envidia ver a los franceses tan unidos el 14 de julio, es que eso la izquierda española no lo entiende”
Callése rojo que usted desprecia no sólo la bandera nacional de su país, si no que también la morada de la República, por la que ningún amor siente, como para estar hablando del patriotismo francés. Y después se queja de Albert Rivera
“fue la política religiosa de la Revolución, que deja en pañales cualquier cosa que jamás firmara Manuel Azaña”
Manuel Azaña firmó una ley que expulsaba a los jesuitas y una Constitución que prohibía de forma total y absoluta la educación católica, incluso la privada. Y aunque es cierto que Azaña técnicamente no firmó nada al respecto, era el presidente de la República cuando estalló la revolución de 1936, que eliminó de facto, por tres añazos, que se dicen pronto, el culto cristiano en toda la zona republicana, o mejor dicho, revolucionaria.
Comentario de Pablo Ortega (09/02/2021 07:10):
“para la derecha la tricolor española y el himno de Riego son sinónimo automático de “Paracuellos””
Querrá decir Usté ese himno marxista de La Internacional, que es que de verdad cantaban por esos días de Paracuellos, porque ni los mismos republicanos españoles, tanto los de entonces como a día de hoy, incluyéndole, sienten el menor respeto por el Himno de Riego, un himno muy bonito por cierto, que me gusta mucho, como para además querer cantarlo con el patriotismo que un francés canta La Marsellesa. Es más, ni se duda que en una final de Copa de la República, disputada por FC Barcelona y Athletic de Bilbao, se pitaría el Himno de Riego con igual o hasta más odio que la marcha real.
“en su manifiesto Franco parece mucho más preocupado por la unidad nacional que por las iglesias quemadas”
¡Pero si aún no las habían quemado cuando Paquito escribió ese manifiesto! Es cierto que ya se habían quemado iglesias varias veces durante los cinco añitos que duró la República, pero fue con la revolución de julio de 1936 que empezaría la quema de iglesias a gran escala, deporte nacional por excelencia del pueblo español, aún más que el fútbol.
Hay quienes comentan que fue precisamente esa persecución religiosa la que radicalizó a Paquito, que antes de la guerra no daba ni remotamente señales de convertirse en el nacional-católico furibundo que sería después. El general era muy tibio en lo religioso en esos tiempos, ¡si fíjese que en ese manifiesto hasta prometía mantener la separación de Estado e Iglesia!
Por cierto, ya que estamos con el tema del Estatuto para Galicia, dudo que eso emocionara mucho a una región bastante derechista ya para entonces -no es solamente que Paquito era gallego, ¡es que Calvo Sotelo era diputado por una provincia gallega!-.
“La persecución religiosa alcanzó niveles que la Segunda República, a su lado, parece una balsa de aceite”
Querrá decir Usté que esos niveles de persecución era lo que la Segunda República Revolucionaria de 1936-1939 quería emular. Es cierto que no lo lograron, pero se quedaron lo suficientemente cerca como para entrar en la Champions League del infierno destinado a los enemigos de la Cristiandad, eso tengánlo por seguro.
Si hoy “jacobino” es sinónimo de algo, fuera de la mente de Reverte, es de persecución religiosa, de ateísmo estatal, de traer de vuelta horrores que se creían eliminados para siempre desde el Edicto de Milán, en resumen, de ser los Nerones de la modernidad.
“Supongo que es esto lo que pone a tanta gente cachonda con los jacobinos, a pesar del Terror”
¡Si es precisamente gracias al Terror que tantos anti-cristianos, ateos, paganos y demás enemigos de la Iglesia del día de hoy se ponen cachondos con los jacobinos!
Comentario de Pablo Ortega (09/02/2021 07:13):
“Lo que tiene que activar el detector de reaccionarios es que esas críticas se rematen con un “no como antes, que eran hombres de verdad””
Antes al menos tenían la cuestión testicular bien puesta, yo en eso sí estoy de acuerdo con Reverte, y fíjese que no son muchas las cosas en las que estoy de acuerdo con él.
“como lo de España en 1931 ya tal”
El problema no es el 14 de abril de 1931, a ver si se entera de una vez, ni Reverte se queja de lo que pasó ese día (más bien lo celebra en sus escritos, que por lo visto Usté no ha leído), el problema es lo que pasó después, sobre todo el temita de que las Cortes Constituyentes de la República promulgaron una Constitución que no le gustó al 40% de los españoles, incluyendo mujeres (que no pudieron votar para las Constituyentes pero sí para las Cortes de 1933, que extraño que fueran tan poco agradecidas con las Cortes que les dieron el derecho al voto).
“Las élites ya no tienen ninguna espada sobre la cabeza, solo un futuro aynrandiano por construir”
Pues a riesgo de sonar como voxero, por quienes no siento especial simpatía, si hay un partido ahora realmente revolucionario en España, a día de hoy, es VOX. Pero bueno, si usted cree que más élites salidas del PSOE e Izquierda Unida (porque eso, y no otra cosa, era el 15-M y el “gobierno de progreso” de hoy) es lo que necesita España para hacer una revolución, cuando desde 1982 es el PSOE y sus satélites quien ha gobernado España la mayor parte del tiempo, no la malvada derechona comeniños.
Que de paso, interesantísimo que Usté no considere “revolución” a la caída del Muro, ni a Solidarnosc, ni a la ejecución de Ceascescu, ni las demás revoluciones de 1989, incluyendo la que estuvo a punto de acabar con el Partido Comunista de China (y que a duras penas, y con mucha sangre, logró sofocar Deng Xiaoping), que ya nadie hoy se acuerda de ella. Ya se sabe que cuando son contra las élites comunistas, no son revoluciones de verdad. Ha terminado comprando Usté esa idea de los comunistas que critica en el mismo texto.
Pero sí, estoy de acuerdo en que nada es inevitable. NADA. Hugo Chávez, por ejemplo. Si es por hablar precisamente de un cisne negro, allí tiene uno. Donald Trump, otro que tal, por más que haya terminado como terminó.
Comentario de Pablo Ortega (09/02/2021 07:36):
Pero vamos a ver qué dice Reverte de ese 14 de abril de 1931 del cual según Usté denosta tanto. No parece sentir mucha simpatía por Alfonso XIII, me temo:
https://www.xlsemanal.com/firmas/20160710/una-historia-espana-lxvi.html
Comentario de Lluís (09/02/2021 09:40):
Pablo, algunas cosillas
La ejecución de Ceuacescu fue más bien un golpe palaciego. Los que le fusilaron no fueron los revolucionarios, sino la misma élite cercana al poder que vio que era la mejor forma de seguir en él.
De los jesuítas, decirle que antes de Azaña, ya los había expulsado el bolchevique ese que atiende por Carlos III. Y no fue el único, en su época les echaron de unos cuantos países de Europa, sería la moda.
Confiscar bienes eclesiásticos es algo que se ha hecho toda la vida. Empezando por alguno de sus admirados emperadores bizantinos. En España, recordar a un tal Mendizábal, que dio nombre a las confiscaciones producidas durante el siglo XIX aunque no redactó todos los decretos. Y ese era un liberal moderado, claro que comparado con los que a día de hoy se llaman liberales en España el hombre queda bastante más escorado a la izquierda. Incluso quemar conventos, en otras partes de España no sabría decirle, pero en Barcelona ya se hizo en la década de 1830, durante la I Guerra Carlista.
Comentario de Casio (09/02/2021 12:08):
#13 Efectivamente. Recomiendo leer textos de liberales
muy liberales españoles del siglo XIX de los que sospecho que el PP se sentiría directo heredero clamando por una intervención directa y contundente contra las “manos muertas” de la Iglesia. No fué posible iniciar la creación de una economía mínimamente moderna en España hasta que no se expropiaron miles de propiedades de la Iglesia. Si algo perjudicó en España su enganche a la expansión económica europea del S. XIX fué la resistencia de la Iglesia, la corrupción brutal de la monarquia, y el conchabeo de las elites polítícas con monopolistas extranjero y de aquí: leer sobre ese siglo y llorar. Respecto a la Constitución de la II República, que yo recuerde no se realizó ningun referendum sobre ella, asi que no sé de dónde puede salir ese dato del 40 por ciento. Ni qué tipo de Constitución se proponia como alternativa, ya que si se llegó al 14 de abril de 1931 fué porque la monarquia, en colaboración con una parte del ejercito “africanista” que no quiso asumir el fiasco de la guerra de Marruecos se habia cargado de facto la anterior Constitución.
Comentario de Pablo Ortega (09/02/2021 13:37):
@Lluís: yo no me quejé de la confiscación de bienes eclesiásticos, sobre la cual de todas formas poco tenía que hacer Azaña que no hubiera hecho Mendizábal antes. Me quejé, como dije, de la prohibición total y absoluta de la educación católica, que es el verdadero grave error donde nació la Guerra Civil.
Lo de Ceaucescu jamás hubiera ocurrido de no ser por la revolución popular, aún si es cierto que fueron sus propias élites las que lo sacrificaron para calmar a las multitudes enfurecidas.
Constantino V, emperador romano de Oriente, el emperador que perdió Roma a manos de Pipino el Breve, sí, él fue el basileo que confiscó bienes de monasterios e iglesias.
@Casio: me refiero a las elecciones de 1933, las que ganaron las malvadas derechonas. Casi 40% de votos para la CEDA y sus aliados, incluyendo partidos tan amantes de la República y las libertades como la Comunión Tradicionalista y Renovación Española. Dicha coalición de derechas ya había anunciado en campaña electoral sus intenciones de reformar la Constitución de 1931, por anticlerical y otras cositas que no les gustaron. Si le interesa saber qué tipo de Constitución proponían ellos, puede leerse los discursos de Gil Robles y Calvo Sotelo, están disponibles en Internet
Comentario de emigrante (09/02/2021 17:14):
“el segundo es la idea misma de la Revolución: la idea de que se puede hacer una revolución exitosa y cambiar la sociedad. Una idea tan poderosa que perfunde todo el siglo XIX, y vuelve una y otra vez a resurgir en arrebatos revolucionarios: 1820, 1830, 1848, 1868 (snif), 1871”
Pues sin querer quitarle mérito a los gabachos los que de verdad tienen el copyright son los romanos. La idea de república surge cuando los patricios de la urbe se juntan y renuncian a elegir un rey entre ellos y montan todo ese tinglado con su senado y sus cargos electos. Esa es la verdadera revolución primigenia que inspira a los franceses. Incluso copiaron sus instituciones nombrando cónsules y tal. La Republique Francaises pretendió ser un remake de la Republica Romana.
Sin el concepto de república, invento romano, a lo mejor Louis XVII habría conservado la cabeza. Se le habría ocurrido a alguien tal solución de no haber tenido ese precedente histórico? A los liberales españoles en sus intentos de imitar la revolución en las Cortes de Cádiz o en la Gloriosa ni se les pasa por la cabeza y la I República llegó porque no quedaba otro remedio después de agotar todas las posibilidades para fracasar inmediatamente. Para los liberales del XIX España no podía existir sin el trono, incluso los mexicanos (españoles hasta la víspera) lo primero que hacen tras la independencia es coronar un emperador. Para ellos revolución y república eran conceptos separados, para los romanos o los franceses no.
Y es que la república solo tiene sentido si ello supone un cambio radical de régimen o sistema político. Me gusta más una república pero no pidan que me lleve mal con nadie por ese tema. En mi opinión las monarquías constitucionales son repúblicas de facto. El soberano no es más que un símbolo como el himno o la bandera. Pretender que se va a mejorar algo cambiando solo los símbolos es pensamiento mágico. Si nos fijamos todos los países bañados por el Mar del Norte, excepto Alemania, son monarquías y se cuentan entre los más avanzados del mundo en parámetros democráticos (garantías y derechos políticos, bienestar, igualdad, etc.) The Economist acaba de sacar su valoración de la calidad democrática de los países y entre los diez primeros solo hay tres repúblicas, el resto son monarquías y países de la Commonwelth. Quiere esto decir que las monarquías funcionan mejor que las repúblicas? No. Es justo al revés, a estos países les ha ido bien y no han tenido necesidad de hacer una revolución. Luego la forama de elegir al jefe de estado es irrelevante mientras sea un cargo simbólico. Después está España donde parece que ninguna revolución nos sale bien, con o sin rey, y a pesar de todo dicen que somos una democracia plena en el puesto 26.
Ah! y a los que querían proclamar una república para ser la Dinamarca del Mediterraneo díganle que Dinamarca es una monarquía.
Comentario de Atlas (09/02/2021 19:10):
De un tiempo a esta parte los autores de este blog están tan empeñados que TODO sea Cataluña que empiezan a parecer madrileños.
Comentario de Cas (09/02/2021 19:32):
#15 Si cuestionamos la legitimidad de una Constitución a partir de unos resultados electorales concretos no veah dónde nos puede llevar la cosa: lo de las reformas constitucionales está encima de la mesa a la vuelta de la esquina. Y en todo caso la Constitución de la República es la más democráticamente legitima en la historia de España hasta la de 1978.
Comentario de Pablo Ortega (10/02/2021 06:12):
@emigrante: en realidad el copyright lo tienen los griegos, tanto en sistemas democráticos como oligárquicos, aunque claro está, los griegos abolieron la monarquía sin mucha ceremonia, fue un proceso lento y gradual, por eso los griegos preferían reírse de los reyes en vez de pegar gritos de espanto como hacían los romanos. Por eso no supuso especial trauma (excepto tal vez para los tebanos) aceptar al rey de Macedonia como hegemón, aunque de todas formas hubo constantes y permanentes revueltas que Macedonia nunca pudo sofocar del todo, y que se hicieron aún peores luego de la emigración masiva a Asia. Pero la respuesta al Epífanes de turno era más la risa -a sus espaldas, claro está- que jugar a repetir la leyenda de Bruto. Por la misma razón, los griegos y macedonios emigrados a Asia tampoco tenían muchos problemas con someterse a unos reyes que imitaban fielmente las ceremonias y rituales de los viejos soberanos orientales, incluyendo la divinización en vida. Gracias, Alejandro III.
Y sí, Esparta tenía dos reyes, pero su poder se restringía a ser comandantes del ejército, presidir el consejo de ancianos (recuerde que “senadores” significa ancianos), y poco más. Si se fija bien, los dos cónsules de la República Romana son casi calcados a los reyes espartanos.
Estoy totalmente de acuerdo con usted en lo que dice de las monarquías. Por la misma razón, pese a todas las desventajas del presidencialismo, no quiero que Venezuela, ni ningún otro país, se vuelva una república 100% parlamentaria como las europeas. Ahora mismo Alemania podría tener un Hohenzollern como emperador constitucional en vez de su tan nulo y aburridísimo presidente de la Bundesrepublik, que dudo que incluso los frikis de LPD conozcan su nombre, y hasta atraería más atención internacional. ¡Si ni siquiera escogen al presidente de la República por voto popular como al menos hacen los portugueses!
Y eso que un rey como Carlos XVI Gustavo o Guillermo Alejandro I tampoco es que sean muy emocionantes que digamos, pero para tener a un político aún más aburrido que ellos… mejor dejarlo así. Y aquí nadie negará que Juan Carlos I nos dio muchos ratos de diversión, lástima que su hijo sea más aburrido. Precisamente lo de Cataluña fue lo único que se ha atrevido a hacer en todos estos años (e hizo falta una amenaza de DUI para ello), y para una vez que hace algo interesante, toda LPD lo despellejó a críticas.
Como bien dice Atlas, demasiados complejos veo en esta casa con los catalanes. Ojalá Bocs consiga el domingo más de 10 escaños aunque sea solo para bajarles un poco los humos con “la Dinamarca del Mediterráneo”, que por cierto, en la Dinamarca original la “ultraderecha” llegó a participar en gobiernos (que no son realmente ultras, pero ya se sabe que todo es “ultraderecha” para los que hablaban de “Albert Primo de Rivera”).
Por cierto, para el que quiera monarquías de verdad (y ojito que los apologistas de esos regímenes usan argumentos prácticamente calcados de los monarquistas), ahí está Su Majestad Vladimir III, Emperador y Autócrata de Todas las Rusias, a quien solo le falta la sangre imperial para llegar a ponerse la corona de Pedro el Grande. O Xi Jinping, nuevo Hijo del Cielo y emperador de China por la gracia de Mao.
Comentario de rayario (10/02/2021 11:26):
Sobre el amigo Vlad, les recomiendo escuchar a Ekaterina Schillmann (ahora mismo carezco del enlace, quizás más tarde pueda proporcionarlo), donde comenta que el amigo no baja del 60% de popularidad. Lo que hace que Rusia (siempre según esta señora), un estado burocrático, dependa del tirón de carisma de este hombre para mantener el status quo.
La explicación es la siguiente. Los oligarcas observan que el amigo Vlad, por un lado tiene el savoir faire y los contactos en la arena internacional de los que ellos carecen. Y por otro lado, tiene el apoyo popular. De lo que resulta que es mejor tenerlo a él al mando (la frase textual me suena que era “a nosotros no nos conocen, y si nos conocen, nos odian. Pero a él lo aman. Bebamos de ese pozo de amor y gobernemos”). Hablando de zares, creo que fue Nicolas I el que dijo aquello de que Rusia no la gobernaba él, sino cien mil secretarios (enlazando también con esos mandarines chinos, que probablemente también reparten mucho bacalao hoy en día).
En cuanto al artículo, que como siempre es maravilloso, me sumo al sr Emigrante en que no sé que tiene contra Perez-Reverte, alguien que a mí me cae bastante bien y le apoyo totalmente en su última teoría. Nada en la historia es inevitable. Ahora bien, ¿causas o efectos? ¿Si en lugar del Ciudadano Luis Capeto hubiéramos tenido a algún ancestro suyo con más facilidad para tirar de sable, quizás Jefferson se habría encontrado algo incomodo en París? Tírese de la moto, ¿en qué año acaba la revolución según ud?
Y por favor, no deje de escribir. Nos da la vida.
Comentario de Pablo Ortega (10/02/2021 11:49):
“Si en lugar del Ciudadano Luis Capeto hubiéramos tenido a algún ancestro suyo con más facilidad para tirar de sable”
Napoleón Bonaparte, que recordemos que hizo su debut en política masacrando a cañonazos a una manifestación popular monárquica (lo que le valió el mando del ejército de Italia), era de esa misma opinión, curiosamente.
Comentario de bacteria (10/02/2021 14:14):
Me hace mucha gracia que el pecado de Danton que se comenta aquí es que se casara con una muchacha de 17 años, algo completamente normal en la época, en lugar de mencionar que era un corrupto se hizo inmensamente rico con la Revolución e incluso protagonizó algún escándalo con sus dudosos negocios en colonias. Cómo cambian los pecados según la época.
Robespierre sí que era incorruptible y su fanatismo moral fue el que precipitó el Terror. Encima cayó porque quería aplicar la ley rigurosamente, si hubiera actuado con prontitud, violencia y alevosía contra sus adversarios no hubiera perdido la mandíbula y la cabeza.
Recomiendo la excelente novela sobre el tema de Hilary Mantel, “La sombra de la guillotina”.
Comentario de maca (10/02/2021 19:14):
Me estas sacando a un ídolo. Marat no atendía gente en la bañera porque estaba enfermo?
Comentario de tabalet i dolçaina (10/02/2021 21:02):
En días galeses como hoy, como hecho de menos que no se pusiera en funcionamiento una guillotina en la plaza del sol
Comentario de Lluis (11/02/2021 11:57):
Otra de nuestro excelso Borbón. Muy orgulloso de España, pero ha decidido que en su país no hay ni un centro educativo cualificado (público, concertado o privado) en el que su hija pueda estudiar, no ingenería aeroespacial, sino un vulgar bachillerato.
Comentario de emigrante (12/02/2021 15:31):
#19, cierto, los griegos hicieron el primer experimento de un gobierno participativo pero los franceses copiaron el modelo romano, supongo que por ser más elaborado y avanzado. Además los romanos practicaban un republicanismo a la española, es decir, con especial aversión a la figura del rey.
Y ya que menciona el presidencialismo americano, éstos también se adelantaron a los franceses. Otro dato curioso es que los gringos estuvieron a punto de coronar a Washington y no llegaron a hacerlo porque éste se negó. Se imagina si llega decir que sí y hoy en día ese país “exportador de la democracia” tuviera un rey con los poderes del POTUS? Porque a decir verdad el juramento ante el Capitolio es en realidad una ceremonia de coronación, y los ciudadanos americanos veneran a la figura del presidente con la misma devoción que los católicos al Papa. Nada que ver con los cancilleres y primeros ministros europeos donde es un simple trámite parlamentario. El papel de la Primera Dama y todas esas ceremonias y tradiciones hacen que parezcan más una familia real que un jefe del ejecutivo, de todas maneras creo que su mayor ventaja es que la división entre los poderes legislativo y ejecutivo está mejor definida que en los sistemas parlamentarios.
Y siguiendo con zares y emperadores de nuevo cuño, lo cierto es que estos autócratras orientales han sabido controlar el virus y proveer de vacunas a su pueblo mucho más pronta y eficientemente que los incompetentes de nuestros políticos. Señora Von der Leyen, a quién se le ocurre encargarle la vacuna a una empresa británica en mitad del Brexit? Y es que hasta los antíguos romanos sabían que en tiempos de crisis había que dejarse de pamplinas y populismos y nombraban a un dictador para que les sacara las castañas del fuego. Lo que me da miedo es que si la gente empieza a coscarse de que estos déspotas cuidan de su pueblo mejor que los cargos elegidos de manera escrupulosamente democrática podemos llegar a tener un problema muy serio.
Comentario de Eye (12/02/2021 19:36):
#20 Con opositores como los que tiene, Putin podría gobernar mil años. Después de los locos años noventa, los liberales rusos son tan populares como Atila. El apoyo explícito que se les da desde el extranjero tampoco les ayuda, más bien al contrario. Y encima son mayormente unos esnobs que apenas ocultan el desprecio que sienten por el resto del país. Ksenia Sobchak, por ejemplo, tuvo su momento Hillary Clinton, dijo que Rusia era un «país de degenerados» y se quedó tan ancha; obtuvo un merecido 1’68% de los votos en las presidenciales de 2018. Otros, como Kasparov, piensan más en sus hipotéticos lectores occidentales que en sus conciudadanos… Vamos, que si digo que el opositor más popular de Putin es Zhirinovski creo que nadie debería sorprenderse.
Joder, el día que yo gobierne un país quiero adversarios políticos como esos.
Comentario de Lluís (13/02/2021 08:19):
#26
Para mi, una diferencia fundamental entre un presidente EEUU y cualquier monarca es que al presidente de EEUU se le elige por un tiempo determinado, se ha de ganar la renovación y a los 8 años se va si o si. Incluso Bush hijo tuvo que ganárselo.
Ciertamente, la mayoría de países que tanto admiramos (Dinamarca, Suecia,…) son monarquías con una larga tradición y que no parecen peligrar, igual el comportamiento de sus titulares ayuda un poco, no lo sé. Lo que si sé es que desde 1990 han cambiado muchas cosas en Europa, y ninguno de los nuevos estados han creído necesario constituirse en monarquía hereditaria. Es más, la caída del Telón de Acero tampoco ha comportado la restauración de las monarquìas finiquitatas en 1945, y eso que personajes a los que todavía se hacen llamar reyes de Bulgaria, Albania, Rumanía, Montenegro,…
Comentario de Pablo Ortega (13/02/2021 11:09):
@emigrante: ya que habla de las ceremonias de las repúblicas presidencialistas, tiene gracia que comente eso de los juramentos del POTUS, cuando aquí en Latinoamérica, las juramentaciones de los presidentes son literalmente coronaciones, con banda presidencial, collar, medallas y en algunos casos hasta bastón de mando. Me jodió bastante ver la ceremonia de proclamación de Felipe VI, parecía cuasi clandestina, demasiado simplona para el que se supone es el heredero de los que fueron nuestros reyes, no lo estoy jodiendo cuando le digo que aquí la juramentación de cualquier alcalde es más ceremonial y más monárquica, que lo que supuestamente fue la proclamación del actual rey de España.
Si vas a tener un rey, dale al menos un ceremonial digno de uno, aprovecha esos elementos tal y como lo hacen los ingleses. Al fin y al cabo, la gente que se quejará de esas ceremonias ya eran republicanos de por sí, no vas a atraerlos al monarquismo con una estrategia de -muy- bajo perfil. Si en algo le doy la razón a los votantes de Bocs es que la izquierda igual te va a coser a críticas hagas lo que hagas (que igual a Abascal se le va la mano muchísimo en varias cosas, pero tiene más sentido lo que él hace, que Casado saliendo a decir estos días que lo que hizo Rajoy el 1-O estuvo mal, gesto con el que no conseguirá ni un solo voto más y solo queda mal con sus votantes de siempre), así que un poco menos de complejos en la derechita no vendría mal.
Al fin y al cabo, ni siquiera el quietismo de don Mariano logró evitar que en diciembre de 2015 se movilizara más el voto izquierdista que en toda la historia reciente de España. Esa fue una cifra récord que ni el Nuevo Frente Popular de Pdr Snchz ha logrado superar.
Sobre lo que comenta de los nuevos emperadores de nuestros días, yo siempre he pensado que la historia es más cíclica de lo que las élites intelectuales están dispuestas a reconocer, y que el regreso de los reyes es cuestión de tiempo, tal y como luego de siglos la República Romana terminó convertida en el Imperio de los Césares. Se demoró algo, eso sí, pero igual ocurrió. Estados Unidos es la república más antigua del mundo a día de hoy (a menos que cuenten ciudades-Estado irrelevantes como San Marino), y aún no ha cumplido ni 250 años desde la Proclamación de Independencia.
Comentario de Pablo Ortega (13/02/2021 11:26):
@Lluís: se llama inercia, que es exactamente la misma razón por la cual Felipe VI sigue siendo rey, y por la cual Cataluña sigue siendo parte de España. Hacen falta circunstancias muy excepcionales para que la gente quiera alterar el status quo. En los Balcanes, la República constituía el status quo, y no habían muchas ganas de alterarlo. En el caso concreto de Austria y Hungría, le recuerdo que si no hubo una restauración Habsburgo en los años 20 o 30, fue más por presión internacional, que por otra cosa. Checos y yugoslavos recordaban muy bien, de hecho creo que aún lo recuerdan, cuál era la familia que había gobernado por tanto tiempo al Imperio austro-húngaro. No había ánimos de darles una segunda oportunidad. Hungría incluso terminó siendo un reino sin rey, con un militar de regente vitalicio, invento que imitaría después Paca la Culona tratando de contener las presiones de sus generales monárquicos.
El poder de la inercia es tal, que incluso hizo que fracasara un referendo republicanista en, fíjese usted, ¡AUSTRALIA!, porque los republicanos no se ponían de acuerdo sobre qué tipo de república tendrían luego de darle la patada a la reina Isabel. Terminó ganando la monarquía ese referéndum.
Lo mismo pasa con Cataluña. Hay mucho miedito al que pudiera pasar si de verdad se da la indapandensia, sobre todo por el euro, la deuda soberana y otras cositas que Puigdemont, Junqueras y las CUP no suelen mencionar en sus grandilocuentes discursos, y ya me podrá decir usted que todos los indepes están dispuestos a arrostrar con las consecuencias en caso de un referendo real, que los resultados demostrarían lo contrario. Si en Cataluña no se ha realizado un referendo vinculante, es porque supondría reconocer que:
1) Cataluña es algo totalmente diferente a Restoespaña, idea que escama incluso aquí en LPD, imagínese en alguien capaz de votar a alguna de las tres derechas
2) Se sienta un precedente que podrá ser invocado para convocar referendos una y otra vez hasta que salga el resultado que quieren los indepes
Yo pagaría por ver cuál sería la reacción prucesista a una Ley de Claridad en España, sobre todo si esa ley establece que bajo ningún concepto se podrá realizar un nuevo referendo, sea cual sea el resultado del primero, en mínimo 50 años.
Y sobre el tema de Felipe VI y su emérito padre, que casi todos los republicanos pertenezcan a la extrema izquierda no ayuda en nada. El día que los republicanos españoles acepten que instaurar la república no cambiará esencialmente nada, excepto que quien ocupará la Moncloa será Aznar y no un Borbón, será el día que el republicanismo pueda volver a tener una oportunidad en España.
Por cierto, le recuerdo que la limitación de la reelección a un solo mandato era solamente una tradición no-escrita desde tiempos del mismo Washington, habla bastante de Estados Unidos que el primero que decidiera explotar a su favor ese vacío legal fuera Franklin Delano Roosevelt, que llegó al extremo de postularse en 1944 casi moribundo, al más puro estilo de Chávez, cuando cualquiera mínimamente cercano a su entorno sabía bien que las posibilidades de Roosevelt de terminar otro mandato presidencial eran remotas. El precedente que dejó FDR fue tal, que apenas murió, el Congreso se apresuró en aprobar una enmienda que formalizaba esa prohibición jurídica (y que es la razón por la cual no hemos tenido a Obama de candidato-presidente por los siglos de los siglos).
Comentario de Lluís (13/02/2021 12:27):
Pablo,
Felipe VI es rey porque Franco así lo dispuso. Por cierto, saltándose la propia legitimidad monárquica, porque el padre de Juan Carlos seguía vivo y se había pasado décadas reclamando el trono para si.
Tiene una visión bastante sesgada del republicanismo español. Actualmente, no es todo de extrema izquierda, como tampoco lo era durante la II República. De hecho, podría pasar que a Felipe VI le pasara como a su bisabuelo, que en un país que era presuntamente monárquico excepto cuatro gatos, a la hora de la verdad descubrió que nadie quería salir a defenderlo.
No sé si con una república cambiaría nada. Yo creo que si. Por lo menos, cambiaría la sensación del “atado y bien atado” y que no es posible cambiar nada, y siempre es agradable que el “primer ciudadano” puede y deba responder por sus trapicheos privados.
Y por los indepes, no se preocupe. Puede que mañana se lleven un buen batacazo, no lo sé. Lo que les puede salvar es que la “mejor gestión” que promete el constitucionalismo está entre el ex-ministro Illa y el de Cs-PP-Vox que tanto éxito ha tenido en la comunidad de Madrid.
Comentario de Pablo Ortega (13/02/2021 13:05):
@Lluís: precisamente al quejarse del “atado y bien atado” me está dando la razón. Felipe VI es rey por la inercia que dejó Paquito en su momento, así de simple. Y harán falta razones MUY excepcionales para que la gente olvide ese principio tan fundamental de “si no está roto, no lo arregles”. Que en todo caso, Franco designó rey al emérito, no a Felipe VI, que para cuando murió Paquito, tendría si acaso 7 años.
Alfonso XIII cayó precisamente por destruir el status quo en el que se basaba su legitimidad en primer lugar. Que por cierto, ese status quo que llamamos “la Restauración” estaba en 1923 en un estado bastante más frágil que el status quo actual que ustedes llaman “Segunda Restauración” o “régimen del 78”. Y aún así fue un error garrafal, un tiro en el pie, que Alfonso XIII apoyara el golpe de Primo de Rivera.
Por eso fue que cayó Alfonso XIII, no por su dudosa vida privada o sus aún más dudosos negocios.
Usted sabe mejor que nadie que el republicanismo español no se va a conformar con ver al Borbón exiliado o en la trena, mientras Aznar es presidente de la República en su lugar, empezando por ese asuntillo de la bandera que tanto les incomoda, ya sabe, la rojigualda de Carlos III. Y apenas vamos empezando. Precisamente usted menos va a entender que para el españolito promedio, cuántos menos cambios haya en su vida, mejor para él.
Y viendo como le ha ido a las comunidades con “gobiernos de progreso” al frente, yo que usted no me quejase mucho del dragón facha de tres cabezas PP-Cs-Vox, que ni las CCAA gobernadas por la izquierda, ni tampoco la misma Cataluña, están en condiciones de reírse de Madrid a día de hoy.
Comentario de lalo (13/02/2021 13:24):
plas plas bacteria.. definido perfectamente donde se encuentra hoy el problema político . por no mencionar eso tan del gusto del posmodernismo de juzgar hechos y sociedades pasadas desde la actual.
Comentario de Lluís (13/02/2021 17:33):
#32
Si, le doy la razón en lo de la inercia. Pero llegado el caso, eso no es un apoyo demasiado sólido. Los mismos que ahora se encojen de hombros cuando claman los republicanos, harán lo mismo cuando el Borbón de turno se vaya al exilio. La mayoría de los VIPs que le defienden ahora le darán puerta si con ello pueden salvar el sistema en si. Ya lo han hecho con el Campechano. Y por cierto, vaya papelón el de Felipe, es incapaz de adaptar la institución a algo digerible para una democracia del siglo XXI pero no duda en echar a su propio padre a los leones. Por ahora, yo le veo más paralelos con Fernando VII que con Alfonso XIII. Lo único bueno de eso es saber que Fernando VII no murió en el exilio. Para completar el sainete, faltaría que Froilán le disputase el trono a su prima.
Nadie dice que Aznar vaya a ser presidente de la República. Aunque visto así, si el presidente de la república española va a tener el mismo poder que el de Alemania, da igual quien ostente del cargo, sólo se requiere que sepa llevar bien el traje y no se le note demasiado la borrachera cuando dé un discurso.
Respecto a la gestión de la pandemia, no creo que nadie se ría de nadie, llevamos casi 65.000 muertos oficiales, extraoficialmente puede 10.000 más, y a eso hay que añadir la gente que ha muerto o morirá de otras cosas porque no ha podido recibir el tratamiento sanitario adecuado. Pero de toda España, la comunidad con resultados más desastrosos ha sido la de Madrid, y la irresponsable esa de Ayuso todavía va por ahi diciendo a los demás cómo han de gestionarlo. La gestión en Cataluña ha sido nefasta, pero las lecciones se pueden recibir de Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, incluso China, pero no de los dirigentes autonómicos de Madrid, ni del anterior ministro de Sanidad.