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Pablemos contra el bipartidismo

España lleva décadas sometido a una ominosa dictadura: la dictadura del bipartidismo. No es una dictadura violenta, que se imponga a la gente a la fuerza; no, las cosas han evolucionado mucho. Ahora, la manera de colar determinados preceptos entre el público consiste en hacerles creer que, en realidad, son ellos quienes han elegido que las cosas sean así. Aunque detrás de esa decisión soberana estén, qué duda cabe, los poderes públicos y privados, y notoriamente los medios de comunicación, para escenificar que las cosas son así, que es inútil tratar de cambiarlas, y que, además, tampoco están tan mal.

De hecho, durante un tiempo pareció que las cosas iban muy bien. Había dos opciones: una opción de raza, agresiva, con las ideas claras, emanada fundamentalmente desde la capital de España, pero que irradiaba a todo el país. Y una alternativa que se presentaba desde la Bondad, el mestizaje, el multiculturalismo y la modernidad representadas por el polo alternativo español por excelencia: Barcelona.

Los dos venían, y vienen a ser lo mismo: máquinas de ganar con muchos millones, y también millones de seguidores, detrás, que han acabado por acapararlo todo, y han dejado a los demás, a los modestos, en el arroyo; arruinados. Pero los dos presentaban las cosas como una lucha agonística, a muerte, entre dos formas antagónicas de ver el mundo, entre las cuales había que optar. Todo ello, por supuesto, con la aquiescencia de los ciudadanos, a la mayoría de los cuales esto les parecía estupendo.

Pero, poco a poco, la cosa comenzó a hacer aguas. Primero, por exceso: era demasiada la diferencia entre los dos grandes y los cientos de pequeños. El escenario era cada vez más aburrido, menos competitivo. Y como, además, en esencia los dos grandes, insistimos, ofrecían lo mismo, más y más gente se sintió insatisfecha con los resultados. A cambio de un par de momentos brillantes al año, tenían que arrastrarse por semanas y semanas de aburrimiento.

Hasta que apareció un hombre que, por fin, se atrevió a desafíar el statu quo. Un hombre que dijo: ya está bien de bipartidismo. Ya está bien de repartirse todos los beneficios del asunto en nuestra cara, de reducir el fútbol a un mercado, de dejarse guiar únicamente por los preceptos del espectáculo barato, las revistas de papel couché y los oscuros intermediarios. Vamos a devolver el fútbol al sitio de donde nunca debió salir: al juego. Ese hombre era el entrenador del Atlético de Madrid, Diego Pablo Simeone; o, como le conocen millones y millones de personas: “Pablemos”.

Jugador él mismo de raza en los noventa (repartía hostias como panes, el tío), protagonista del mítico doblete de 1996 en el que Gil y su caballo Imperioso protagonizaron la celebración posterior en la inevitable caravana atlética, Pablemos cogió un equipo que en los últimos años ya había logrado medio recuperarse de los desmanes del gilismo (descenso a segunda división, y dos añitos que estuvieron allí, incluido). Se había convertido ya en uno de los sub-grandes; uno de los aspirantes a entrar en Champions, que había logrado ganar la UEFA en 2010 (me niego a llamarla Europa League, o como se llame; además, para mí siempre será “Copa de Ferias”, que es la que ganó el Zaragoza en los sesenta) y había hecho un par de temporadas resultonas en la Copa del Rey.

Pero, desde 2011, con Pablemos al mando, el Atlético ha seguido una trayectoria ascendente: en su primer año ganó de nuevo la UEFA; en el segundo, le birló una Copa del Rey al Madrid (si hay un título en juego y uno de los competidores es el Madrid, la forma periodísticamente correcta de escribir la victoria del rival es “birló”, “robó” o equivalentes); y en este, en pleno éxtasis atlético, acaba de birlarle una Liga al Barça (si uno de los competidores es el Barça se aplica lo mismo, siempre y cuando el otro no sea el Madrid). Y, con un poco de suerte, en una semanita hará lo propio con el Madrid en la Champions.

Para ello, no sólo han tenido que armar un equipo extraordinariamente competitivo, y tener mucha suerte (con un montón de victorias por la mínima, sufriendo); también se han beneficiado de un Madrid que comenzó la Liga un tanto errático y un Barça que la ha acabado totalmente desquiciado, como no podía ser menos después de haber echado al impresentable de Laporta para que pudiera colocarse a un hombre serio, de números, de buena gestión: Sandro Rosell, el hombre que trajo al padre de Neymar por una millonada.

Probablemente, el año que viene las cosas vuelvan a su cauce y sigamos disfrutando de unos cuantos años de horripilante bipartidismo; la victoria del Atlético sólo sea un oasis. Pero ya es mucho. Tiene un montón de mérito lo que ha hecho Pablemos. Felicidades a él, a todos los seguidores del Atlético de Madrid y a todos los que ya estan muy hartos del bipartidismo, entre los cuales me cuento.