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ÁRBOL GENEALÓGICO DE NUESTROS AMIGOS ANARCO-LIBERALES

La familia liberal. Dentro de lo que comúnmente es denominado “liberalismo” o incluso (lo que es una pequeña gran barbaridad) “neoliberalismo” en Europa (como nuestra viajada audiencia sabrá en Estados Unidos, por el contrario, calificar a alguien de liberal significa, más o menos, que Marx a su lado era un gran gurú del pensamiento conservador) encontramos muchas versiones de una misma idea central. Unas son bastante razonables, pero otras verdaderas barbaridades. En cualquier caso todas ellas pretenden ser hijas de la misma madre: la tradición del liberalismo inglés que, con pretendidos orígenes en Locke, se hace fuerte en el siglo XIX. En efecto el siglo XIX en Inglaterra fue, por encima de todo, liberal. La cosa puede parecer sorprendente, sobre todo sila comparamos con el estado prusiano que empezaba a pergeñarse (y cuyas loas cantaba en esa misma época con entusiasmo Hegel) en el centro de Europa o con el batiburrillo francés (por una parte la herencia revolucionaria y por otra la burguesía y los seis millones de nuevos campesinos, políticamente inertes, que se unían sistemáticamente a ella configurando un libéralisme à la française digno de un análisis psiquiátrico más que otra cosa), pero no deja de ser una más de las burdas ideologías “nacionales” de la época (en la que se unían sin recato de ningún tipo el cristianismo evangélico, el radicalismo no religioso de Bentham y los radicales filosóficos, siendo la columna vertebral de todo el movimiento las sectas religiosas no conformistas). Los ingleses, en esa época, eran liberales porque eran ingleses, y punto. De esta exposición no podemos sino deducir unos orígenes tan poco puros para la hegemonía del liberalismo que el rechazo a al Revolución Francesa y sus excesos, es decir, unas ideas calcadas, pero menos enfurecidas, a las del primer ultraconservador de la historia: Burke. ¿Confirma esto las sospechas de que el liberalismo suele ser una mera coartada dogmática utilizada por los conservadores y de modo señero la Iglesia para hacer pasar de un modo más dulce la amarga píldora contrarrevolucionaria? Esta pregunta es de difícil respuesta y de momento se la dejamos a Ustedes.

Laisser faire, laisser passer .... En ese caldo de cultivo surgen las primeras manifestaciones de la ideología liberal, que merece ser calificada de idiotología en toda regla. Aunque en sus inspirados imperaban loables intenciones: la búsqueda de un mayor ámbito de libertad y felicidad para el mayor número de personas posibles, los mecanismos que se les ocurrieron mueven en muchos casos a la carcajada. En primer lugar, lo que es un muestra de cómo funciona el mundo a veces, los primeros formuladores de lo que es una de las corrientes de pensamiento político más importantes de la Historia, simplemente, olvidaron la política. Por mucho que ahora parezca de buen gusto hablar del “fin de las ideologías” y esas cosas el Gobierno de un Estado escosa cuya importancia es complicado exagerar. Pero para Bentham o Mill (padre) era algo poco importante en comparación con dos aspectos: la teoría jurídica (diseñada por Bentham) y la economía clásica (Ricardo, Smith). Desgraciadamente, obnubilados por la bondad de lo que creían haber construido en esos campos, los primeros liberales se limitaron a trasladar miméticamente a la política esas ideas economicistas. En conclusión, y haciendo gala de un encomiable grado de coherencia (que es lo que se carga, precisamente el sistema) el sistema político construido era más o menos como sigue:  

- En primer lugar, y al igual que en economía la libertad absoluta hacía que las cosas funcionaran bien solitas (la mano invisible, que mueve la cuna, diríamos ahora), ¿qué mejor garantía para que un Gobierno funcionara correctamente que el que dispusiera de libertad? Si además (rasgo darwinista) el Gobierno era fuerte, miel sobre hojuelas. En conclusión cualquier limitación legal a la soberanía era considerada como una patochada confusa e innecesaria. En consecuencia un sistema de pesos y contrapesos (lo que hoy llamamos separación de poderes) no era preciso y una Declaración de Derechos era un límite inadmisible (además de propio de los paletos de las colonias americanas pero no de la Madre Patria o, peor aún, algo típicamente francés).  

- En consecuencia los liberales de la primera hora confían ciegamente en el Parlamento y su único contrapeso es lo que ellos llaman “opinión pública ilustrada”, que se encargará de responsabilizar a quienes adoptan decisiones.      ¿Opinión pública ilustrada? Si esta afirmación le mueve al escepticismo en la actualidad, imagínese lo que ocurría en torno a 1850. Como es lógico todos estos señores, en consecuencia, deberían haberse opuesto furibundamente a la extensión del sufragio pues, claro, ¿cómo mantenemos a la opinión pública “ilustrada” si todo es invadido por el pueblo sin formar? Pues, agárrense, no era así. Al parecer sólo concebían limitaciones “temporales” a la universalidad del sufragio, con lo que acabamos de describir exactamente la estructura de      gobierno de cualquier república bananera (o lo más cercano que tenemos en la actualidad, la Venezuela de Chávez).  

- Por otro lado James Mill tiene la gentileza de apoyarse en Hobbes para justificar la necesidad de un base representativa amplia (si todos somos lobos mejor que actuemos juntitos, pues así nos comeremos a los otros y no entre nosotros), que a su juicio garantizaría que la clase media industrial “la parte más sabia de la comunidad” guiaría a “las clases bajas”. Por supuesto, y según estos apóstoles del liberalismo, la clase media industrial, por motivos que nos son francamente desconocidos, nunca se aprovecharía de esa preeminencia.  Y claro a nadie escapa que, al margen de los problemas para conciliar una teoría basada en el egoísmo innato de los seres humanos con el desmedido altruismo de la clase media, esta ideología trabaja con una visión esquemática y simplista de las motivaciones de los seres humanos (en las que sin embargo se basa todo su andamiaje dogmático).

No podemos menos que sospechar que, a pesar de su pretendido empirismo, ciertas afirmaciones recuerdan demasiado a la filosofía política clásica del conservadurismo del XVII, y simplemente se adoptan porque venían muy bien en un momento determinado como coartada ideológica de un régimen que no veía con buenos ojos el reconocimiento de ciertas libertades. Por todo ello hubo de ser rápidamente modernizado a partir de los trabajos de John Stuart Mill. Sin embargo el más grave de los problemas del liberalismo inicial es la absoluta (y falsa) equiparación de los intereses de una determinada clase social con los de la totalidad de la sociedad. Su teoría del “no gobierno” desconocía absolutamente la realidad social y la necesidad de introducir elementos correctores y de poner en marcha políticas activas par corregir desequilibrios políticos y desigualdades sociales. Los breves intentos de puesta en práctica de estas ideas se saldaron, obviamente, con peligrosos indicios de estallidos sociales. Porque si bien el andamiaje no intervensionista podía llegar a ser bastante atractivo en la teoría la práctica la conocemos todos: jornadas laborales de16 horas (niños y mujeres incluidos), condiciones de trabajo insalubres y penosas, graves problemas de seguridad e higiene etc... Semejante caldo de cultivo no podía dejarse más tiempo así y son los propios sucesores de este primer liberalismo los que reconocen la necesidad de que el Estado intervenga. A nadie se le escapa que ciertas garantías deben imponerse pues si se dejan al libre arbitrio del mercado el desastre es monumental.

En la actualidad, en consecuencia, casi nadie pone en duda la necesidad de que ciertos mínimos sean reconocidos como derechos e impuestos coactivamente (salario mínimo, condiciones de trabajo, jornada laboral ....) Y decimos “casi nadie” porque, sorprendentemente, todavía hay quienes, como el ínclito Carlos Rodríguez Braun, fustigan constantemente cualquier regulación, ya que a su juicio no son sino residuos de opresión ilegítima. ¿Esta gente añora los peores momentos de la Revolución Industrial? ¿La desaparición de la oposición marxista les hace desear volver a los orígenes de los que sólo el miedo a una Revolución les hizo salir? Aunque no esté en la actualidad de moda conviene recordar que es justo y preciso que se establezcan medidas correctoras que protejan a los más débiles y les permitan trabajar y prosperar en condiciones no tan disímiles a las que arrastran desde la cuna. La libertad y la potenciación del individuo deben velar porque los mejores y los más trabajadores puedan prosperar, y no potenciar desequilibrios injustos que perpetúan diferencias de clase. No debemos engañarnos: en la actualidad los ultraliberales (como los libertarios americanos) sostienen como base de sus postulados ideológicos la refutación de las ideas más básicas de justicia social (las expresadas por gente tan pocos ospechosa como John Rawls, por ejemplo), situando como centro único de todas las cosas al individuo (nótese lo de“único”, que les conduce a no reconocer más derechos que los de libertad y propiedad). Para esta gente, como para los primeros liberales del siglo XIX, es inadmisible que el Estado intervenga en sus asuntos privados, hasta el punto deque para estos anarco-capitalistas el propio concepto de Estado es ilegítimo. El exponente más conocido de estas ideas es Robert Nozick, quien no obstante es bastante “tibio” y un alarde de colectivismo no va tan lejos al reconocer que ciertas funciones del Estado son necesarias. Funciones que, en su explicación, se reducen a una: el mantenimiento del orden capitalista de la sociedad (con lo que ello significa: policía, justicia, prisiones, ejército).

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