Shōgun (Disney+, 2024)

(AVISO DE EXENCIÓN DE RESPONSABILIDAD: al parecer, algunos lectores no ven bien que en nuestras críticas desvelemos aspectos importantes de las series, lo cual les quitaría atractivo. Con independencia de que nos resulte un poco sorprendente que uno busque, en una buena crítica cultural, la exclusión de casi todo lo que tiene que ver con el producto y su sustitución por verborrea expuesta con suficiencia y que carece totalmente de contenido –es increíble, en este contexto, el daño efectuado por la crítica cinematográfica al cine-, como somos gente de bien les avisamos: aunque no se lo crean, la crítica de “Shōgun” desvela la trama de la serie “Shōgun”).

 

Juego de Tronos nipón

Hace mucho, mucho tiempo, yo tenía un jefe al que apodé “el shogun”. ¿Por qué? Pues miren: ni me acuerdo. Fue una de esas cosas que surgen en un momento chorras, nacida de algún Juego de Tronos de la empresa, y ya no logro reconstruirlo 100%. El caso es que, en aquel momento, y por seguir la coña, me descargué la serie “Shōgun” de 1980 (basada en la misma novela de 1975 en la que también se basa la versión actual) y me dije “cualquier día de estos la veo”. No voy a decir cuanto tiempo ha pasado, pero sí diré que cuando anunciaron esta nueva versión me dije “vale, ya no tengo que buscar el portátil viejo para cargar los CD-ROM’s y copiarlos al USB para enviar al ChromeCast desde el portátil nuevo, ahora sí que no hay excusas”.

¿Y de qué va todo esto? Pues de un anglosajón, en este caso inglés, que llega a Japón en el año 1600 y se ve envuelto en tremendo Juego de Tronos, pero como es occidental pues el lado al que él apoye triunfará. Para que no se note demasiado el chuleo occidental (y también para ahorrarnos el arco de “no hablan el mismo idioma y tiene que indicarlo todo con gestos, lo cual es complicado cuando tienes las manos atadas a la espalda”), siempre hay a mano un misionero portugués para hacer de traductor. O una dama de la corte que al fin puede poner en práctica todos esos años con el Duolingo. O un español, “Vasco Rodrigues”, que curiosamente combina un excelso dominio de la lengua inglesa con un absoluto desprecio por esa isla de piratas y herejes, y todo cuanto ella contenga o de allí venga.

 

“¡inglés que te arreo!”

 

Los ingleses, además, resulta que han venido cruzando el Estrecho de Magallanes (territorio en teoría español), quemando y arrasando asentamientos y misiones católicas. Negrolegendarios, abstenerse. Y encima llevan el barco hasta los topes de armamento. Lo de “pobres e inocentes mercaderes”, como que no. Estamos ante el equivalente de 1600 del fondo de inversiones buscando rentabilizar la inversión por los medios necesarios.

Y a todo esto, ¿cómo son “los Japones”, esa misteriosa isla tan lejana con la que todos quieren comerciar? Pues no muy apetecibles: es un lugar cerrado, dominado por oligarcas que están a punto de desatar una guerra fratricida para ver quién se queda con el cotarro, donde el cacique local te puede cortar impunemente la cabeza en mitad de la calle si piensa que toca demostrar algo, donde si eres de fuera te tiran a una olla de agua hirviendo solo para ver de qué pasta estás hecho y cuánto te lleva morir (un castigo cruel e inhumano, incluso para hacérselo a un inglés), y donde por levantar la voz en una reunión el “consenso social” te exige que te rajes las tripas y ya de paso mates también a tu hereu de pocos meses para que tu linaje se extinga – todo esto delante de la esposa y madre, que lo tiene que contemplar sin torcer el gesto, no vayan a decir. Vamos, una sociedad que es una MIE***. Fíjense hasta que punto es una MIE*** que el escapismo de los más desesperados y puteados es la conversión al catolicismo.

 

Y no a un catolicismo cualquiera sino al jesuítico de la Contrarreforma.

 

Tampoco se nos van a caer los anillos por decirlo: Europa en ese momento era prácticamente lo mismo, con la mayor catástrofe del siglo, la Guerra de los 30 Años, cociéndose lentamente. De hecho, si compartieron nuestras lecturillas, sabrán que Japón a partir de 1600 va a escaparse de la trampa de las guerras de religión y a entrar en una época de extraordinaria placidez, propiciada precisamente por la entronación de un shogun, Tokugawa Ieyasu, que impone un fuerte gobierno central. Si a pesar de eso no ha sido reivindicado por el Extremo Centro como modelo a seguir, es porque ipso facto prohibió la práctica del cristianismo en general, pero especialmente del catolicismo.

 

Ni Shoguno ni shoguna

Volviendo a la serie, se supone que justo estamos en un periodo de confusión, con todo a punto de estallar. Una parte de la población japonesa se ha convertido al cristianismo, y lleva orgullosa sus cruces bien visibles, mientras la otra mira con suspicacia esa nueva fe que ha llegado de fuera. Y no es que los japoneses le hagan excesivo asco a lo que venga de fuera (el budismo también fue una importación), pero no se fían de una religión que en teoría te obliga a obedecer a un notas que vive a un año de viaje.

 

Sobre la misionización en si, pues permítannos un chiste:

 

Un franciscano, un benedictino y un jesuita van de misioneros a África. En el trayecto de ida discuten cual de las tres órdenes es más grata Dios, y acuerdan una competición para resolverlo: el que logre convertir a más nativos, es el de la orden más divina.

Pasado un año se encuentran en el viaje de vuelta.

El franciscano empieza, orgulloso: “yo he convertido a 100 africanos. Mi orden es la favorita de la Divina Providencia.”

El benedictino le para los pies: “pues yo he convertido a 200. Es mi orden la que es más cara a Dios.”

Sin embargo, el jesuita zanja la discusión: “dejadlo, he ganado yo.”

El franciscano y el benedictino preguntan: “¿Por qué? ¿A cuántos has convertido, a 300, a 400…?”

“No, solo a uno,” replica el jesuita.

“¡Entonces no has ganado!”

“Ah, pero es que ese al que he convertido es el jefe de la tribu entera.”

 

Siglo y pico más tarde, los jesuitas van a ser expulsados también de media Europa. La paciencia de los jefes de las tribus a veces tiene un límite.

 

Sin embargo, los jesuitas, que tan importantes son al principio de la serie, luego desaparecen, y se nos queda un Juego de Tronos entre japoneses muy apañado, si bien desmerecido porque aquí te dejan claro que hay un lado bueno y otro malo, y a nosotros nos gustan los Juegos de Tronos donde todos son malos. Encima, el malo es malo porque solo le mueve la codicia, pero el bueno es bueno porque de vez en cuando deja caer “esto lo hago por Japón, que es más importante que el clan”. Y tampoco hay mucho más, porque esta es una serie “de personajes”, así que pasamos directamente a analizarlos.

 

Cristianos y cristianas

Yoshii Toranaga: trasunto de Tokugawa Ieyasu, unificador de Japón, el que va a ganar el Juego de Tronos del periodo Sengoku. La verdad es que según avanza la serie, el ONVRE se revela como el verdadero prota (¡como que está en el título!), y las cuitas del inglés como que cada vez importan menos y molestan más. ¡Queremos Juego de Tronos, no al equivalente de 1600 de los criptolays actuales! Para darle emoción al asunto, Toranaga comienza la serie enfrentado a otros cuatro daymos a la vez, en plan “cuatro a uno, imposible ganar”. Y todavía va a peor, porque en la familia Toranaga todos son unos liantes, aquí específicamente el hijo y el hermano de Don Yoshii.

Por otra parte, Toranaga lleva 46 años sobreviviendo a batallas y conspiraciones, y a los 12 años ya tuvo que hacer de Kaishakunin por primera vez (un poco más desagradable que Caixabank, al parecer), así que está bregado y confiamos en él, ya solo queda ver como se saca algún conejo de la chistera y le da la vuelta a todo. Y (SPOILER) efectivamente lo hace. Que nos esperamos que el Japón de 1600 fuese una sociedad tan rígida y estratificada que cualquier cambio sería imposible, pero en realidad en ese sistema (y en cualquiera) son posibles muchas cosas, si alguien sabe jugar con las palancas adecuadas. Bueno, pues Toranaga es ese alguien, y juega muy bien.

 

Quizás un poco menos guapo que en la serie sí era, eh.

 

Toda Mariko: dama de la corte, convertida al catolicismo, y al parecer inspirada en un personaje histórico. Como el catolicismo viene acompañado de un TOEFL B1 en lenguas occidentales, la tenemos hasta en la sopa (y en la cama del inglés) porque claro, alguien tiene que traducir (que lo podrían hacer los jesuitas íberos, pero ver a estos en la cama del inglés igual no es muy comercial). Su arco básicamente es que su vida es una MIE***/desgracia (por eso, básicamente, se hace católica) y ansía la muerte para escapar de TREMENDO DESHONOR, pero se ve obligada a trabajar para el japonés jefazo, que ya se aprovechará del HABER SI ME MUERO permanente.

Mariko también es la encargada del hogar, en este caso, la mansión donde tienen metido al inglés, que como corresponde a una casa japonesa pues está… vacía. Yo acabo de hacer una mudanza y me he hartado de mover cajas, pero esta gente tiene salas diáfanas sin armarios apreciables, y todo lo que ves es una esterilla, una mesita baja con dos palillos y un cuenco con soja, y -si van muy sueltos- algún cojín recatadito.

 

¿¡Pero dónde guarda esta gente las cosas!?

 

John Blackthorne: el inglés arrojado por el destino al Juego de Tronos nipón. Podría llamarse igual BlackRock, porque su rollo es muy “a la mierda la religión, especialmente la católica, yo comercio con quien quiero y ofrezco mis armas al mejor postor. Mi hija tiene dos años y aún no la he visto. ¿Que de los 500 hombres que salieron conmigo de Ámsterdam solo queda una docena? Haber estudiao”. De hecho, cuando Toranaga parece cautivo y derrotado, Blackthorne inmediatamente se busca un daimyo nuevo. ¿Qué el nuevo puso al baño maría a uno de los compañeros de Blackthorne nada más llegar a tierra, y le cortó la cabeza a un católico en mitad de la calle porque le había mirado mal? Bueno, sus razones tendría, follow the money and don’t ask questions. Casi que sufre más por el hundimiento de su barco que la muerte de su novia. Muy en línea con la ideología de James Clavell, autor de la novela y admirador de Ayn Rand.

Blackthorne es también un poco el “carácter puente”, el que nos debe servir para empatizar. Un tío al que podrías conocer en el pub de la esquina, frente a unos extranjeros cuasi-medievales luchando entre unas convenciones talladas en piedra y un destino implacable. Para que no se diga, el hombre tiene su arco y conversión: ¡Japón le mola! Unos meses vistiendo kimon0os de seda, y ya le da asco volver a mezclarse con la chusma hooligan (que es la que le ha llevado hasta el kimono, dejando en el camino unos 400 cadáveres). Todo ese sofisticado ritual, esa consideración del honor, esos ropajes molones, todo el mundo sabiendo estar en su lugar… pues claro, le pone palote. Una evolución que -tras muchos años de ver a “libertarios” en Twitter- tampoco nos sorprende demasiado.

(Fun fact: el simpático señor que fundó la Legión Española, José Millán Astray, modeló a sus legionarios en parte sobre los samuráis japoneses.)

 

No, que yo no soy de la derecha carca de toda la vida, yo soy libertario, abajo el estado, todo el mundo libre para perseguir sus legítimos intereses, ahora bien, no se puede negar que estos rituales, estos uniformes, esa precisión, joder, ¡que no todo va a ser dinero!

 

Kashigi Yabushige: un noble japonés, con la katana suelta y el oído siempre abierto para propuestas provechosas. Si le das la mano, cuéntate luego los dedos. Lo que viene a ser Una Mala Persona, pero -¡hey!- como Clavell era libertario, eso significa que te lo pinta para que te caiga bien, quieras o no. Algo a lo que la serie tampoco logra escapar: Yabushige se pasa la serie sonriendo a todo el mundo, mientras gente menos mala (tampoco mucho, no se crean) siempre va por ahí con el gesto torcido, para que no tengamos dudas de quién se merece nuestra simpatía y quién no.

 

Todo esto le puede parecer a usted una boutade, pero yo estoy seguro de que el mismito día que Ayuso juró el cargo de Repartidora Suprema de Publicidad Institucional Madrileña, en el ABC y en El Mundo contrataron a un becario solo para seleccionar fotos donde ella saliera ligeramente mejor que Casado y Almeida. Esto lo aplicas tres añitos sin prisa pero sin pausa, y ya puedes justificar el seppuku del daimyo ante los ronin de la hipoteca en el PAU.

 

Sin embargo, Yabushige, no se crean, al final recibe su merecido, y con su seppuku prácticamente acaba la serie. Seppuku que comete casi con alegría, a pesar de que, HOYGAN, ¡el japonés jefazo contaba con su fechoría! Sí, me tengo que rajar las tripas por algo con lo que el Jefazo contaba de antemano, pero lo hago contento porque ahora aprecio lo listo que es.

 

Valoración

En el aspecto técnico-visual, muy bien hecha, para que negarlo. Y la historia tampoco está mal, empieza con acción aceptable interrumpida por gente muy comedida en kimonos de seda que se dicen las mayores barbaridades a la cara mientras mantienen impoluta e inmóvil la tacita durante la ceremonia del té. Solo molesta el inglés, que pulula por la serie como Chiquito de la Calzada por una peli de David Lynch, al menos hasta su metamorfosis a samurái de Hacendado.

Y claro, el final, que es un poco anticlimático, dejándonos con un palmo de narices a todos los que tenemos nuestras lecturillas con ínfulas y que esperábamos ver la Batalla de Sekigahara. Esta batalla ve la ascensión de los Tokugawa al puesto de Shōgun (“primer ministro” sería la traducción más apropiada) y el comienzo del Shōgunato Tokugawa, que dura 268 años (poca broma: los Borbones solo llevan 258, si consideramos sus tres interrupciones). La batalla se medio insinúa mediante un flashforward, pero poco más, porque, como dijimos, la novela era “de personajes”, no de acción. Lo que si nos dejan claro es que el japonés jefazo juega al ajedrez pentadimensional con los demás en su cabeza. Matando o sacrificando a gente con la misma alegría que los demás jugadores del Juego de Tronos – aunque con el GESTO SERIO, y porque él “tiene una visión”. Cuando alguien empieza a matar porque tiene visiones, lo mejor, ya saben, es asentir mientras empiezas a retroceder lentamente, pero la serie y el libro nos dejan claro que como es una “visión buena”, pues Hurra y Bravo.

La visión de Toranaga/Tokugawa/Japonés Jefazo es “una nación sin guerra”. Es decir, vamos a matar por la paz, una consigna que podrían abrazar sin problemas incluso los estalinistas. Y aunque el Shōgunato Tokugawa, efectivamente, se caracterizó por el fin de la violencia generalizada, la unificación de Japón y un cierto aislamiento, no deja de dar un poco de mal rollo que el Japonés Jefazo nos detalle su “visión” mientras mira hacia afuera, hacia el mar, en plan “cuando tengamos paz entre nosotros saldremos allá afuera y les mostraremos a todos lo que vale un peine”.

Insisto, eso no es lo que hicieron los Tokugawa, pero sí quienes vinieron detrás (y que ponen a Tokugawa en un altar), con el resultado de que Japón es -todavía hoy- seguramente el país más odiado de Asia. Porque lo de “una sola nación” acabó pesando más que lo de “sin guerra”, y así hasta hoy, que ya vuelven a asomar la patita. En fin, mejor no pensarlo. El caso es que mi jefe era bastante legal y nos protegía de daimyos superiores y de los bárbaros gaijin de departamentos enemigos (todo esto no era incompatible con que amenazara con comerse tus higadillos si no terminabas tu trabajo en tiempo y forma). Tampoco es que hubiésemos saltado a hacernos el harakiri si él nos lo hubiese pedido, pero bueno, que era un jefazo, casi un Shōgun. Eso sí, mejor no hablar de política con él.


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  1. Comentario de Lubur (12/05/2024 19:54):

    Jo, como me gustan estas resenciones para evitar tragarme la mier de Disney

  2. Comentario de emigrante (13/05/2024 09:40):

    El 155 consigue mayoría absoluta. Además del tripartito y del “Puchilla” otra combinación que alcanza los 68 escaños es PSC, PP y Vox. Sí, ya sé que es una coalición imposible y que Vox no participó en el 155 porque en 2017 todavía era extraparlamentario pero ahí queda el dato.

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