La Paella Rusa presta atención a la actualidad política pero también trata de hacer un análisis más pausado sobre cómo funcionan las cosas en Valencia y sobre cómo ha evolucionado nuestra sociedad. También es por eso, por qué no reconocerlo, una privilegiada plataforma para reconocernos como valencianos y sentirnos orgullosos de lo que hemos llegado a ser. Por este motivo entre las razones que motivaban la imbatibilidad del PP cuando analizábamos el marco electoral previo al 25-M pasado decíamos que no sólo de tías buenas y de follar bien vivíamos los encantados seguidores del PP que somos los valencianos. No. Había algo más. Había un proyecto de bienestar, progreso y desarrollo, un proyecto de futuro, un proyecto con cimientos. Pretendemos iniciar ahora una saga que vaya recogiendo algunas de esas grandes historias de éxito de la era popular.
El Centro de Investigación Príncipe Felipe. Así se monta en Valencia un centro puntero en investigación científica.
Para entender lo que es el Centro de Investigación Príncipe Felipe y su génesis hemos de remontarnos a 1995. El Partido Popular puede ganar las elecciones autonómicas por primera vez en la historia debido al desgaste general que sufre el PSOE en toda España y a que en esa época todavía no se ha concluido la A-3 que unirá en unos años Valencia con Madrid por autovía, en lo que es una afrenta lacerante al honor de los valencianos que toda la sociedad sufre mientras se le abren las carnes por no poder ofrendar glorias a la capital en menos de 3 horitas. Desde 1991 el PP ha conseguido gobernar la ciudad de Valencia y algún municipio más, pero la imagen que se proyecta desde las instituciones con Rita Barberá y Vicente González Lizondo a la cabeza, entre paellas gigantes y demás eventos, no es fácil de cohonestar con la modernidad y el progreso (con los años esta cualidad de nuestras alcaldesa ha pasado a ser una virtud, fíjate tú cómo son las cosas, pero en esa época no se veía precisamente así).
Sin embargo, Eduardo Zaplana gana las elecciones mientras el PSOE se lía con escándalos de corrupción de todo tipo, aunque sin mayoría absoluta, lo que le obliga a «abrirse» a la sociedad valenciana (en todo su espectro). En primer término acaba gobernando, tras el famoso «pacte del pollastre», con UV en medio del general escepticismo de las gentes de la Universidad, periodistas, escritores y todos esos reductos sospechosos que no saben lo que es vender solares y construir apartamentos. Pero Zaplana, en cuanto asegura su llegada al poder, se da cuenta de ese déficit y, animal político por definición como es, decide acometer una obra de reconstrucción de la imagen pública del partido.
Ficha a gentes como Fernando Villalonga y lo pone de conseller de Cultura. Se va a la Universidad y pesca al inefable Sanmartín, que llevaba años tratando de pillar cacho con los socialistas y que, preso de mucha hambre de gol, le dice rápidamente que sí al PP, que le colmó con regalos en forma de financiación generosísima para chiringuitos varios desde que dejó la Conselleria (que si un centro sobre la violencia, que si una universidad virtual -en todos los sentidos-), en una lluvia de oro que ha durado hasta que se ha acabado el oro, momento que Sanmartín ha elegido para denunciar una persecución de la «derechota» contra su persona. También la gente del catalanismo recibió mimos y cariños en forma de sueldazos en la Acadèmia Valenciana de la Llengua. Y museos y bibliotecas públicas, financiados generosamente, vivieron momentos de esplendor con personajes de solvencia profesional y académica al frente, tal y como hemos relatado aquí al hablar, por ejemplo, de la Biblioteca Valenciana. Eduardo Zaplana dio en el clavo: el mundo de la cultura, de la ciencia, de la Universidad… no era en sí mismo hostil al PP. Todo era cuestión de cómo acercarse a él. Y de los ceros que podías poner en el cheque.
Una política semejante emprendió Zaplana para dotarse de algún asesor de relumbrón en el mundo científico. Santiago Grisolía, bioquímico valenciano de indudable prestigio, discípulo de Severo Ochoa (que esas cosas siempre impresionan, lógicamente, en un país como España porque ya hay que tener vocación para ponerse con experimentos con lo bien que se vive aquí y el solazo que tenemos) que por entonces pasaba ya de los 70 años tras una rutilante carrera en el ámbito de la bioquímica (desarrollada, como no podía ser menos, en Estados Unidos, porque en la España franquista ya me dirán Ustedes) y que debía de hacer como cuatro décadas que no tenía noticias de ese lugar llamado Valencia donde había nacido casi un siglo antes, estaba disponible para la tarea, muy apropiada para un jubilado con ganas de mantenerse activo. Zaplana y él tuvieron un flechazo y Grisolía se vino para Valencia y empezó a acumular honores, poder y capacidad para determinar hacia dónde se dirigía la pasta. ¡Al fin su tierra reconocía al hijo pródigo y lo recibía con los brazos abiertos!
Los brazos abiertos, la presidencia del Consell Valencià del Cultura (donde se instala en 1996 y sigue hasta la fecha realizando una labor de composición de intereses muy meritoria como en el Dictamen para la creación de la AVL), la pasta necesaria para montar los Premios Jaume I, varios puestos de asesor o consultor y, finalmente, su obra maestra: un mega-centro de investigación financiado a todo trapo para que la gente no tuviera que irse a Chicago o Wisconsin como él sino que pudiera revolucionar la Medicina y la Bioquímica desde Valencia.
Dinero había en esa época. La era ye-ye estaba empezando y se construían ciudades de las ciencias y demás. Montar unos premios como los Jaume I, muy bien dotados, era posible. Todo era cuestión de querer. Y de alguien como Grisolía, con ganas de situar a Valencia en el mapa de la ciencia por la vía de premiar a gente buena de verdad con premios muy importantes para lo que es habitual por ahí (Nobel excluido). Que no es que los científicos del mundo no pueda recibir cheques de muchos ceros, pero suele ser porque alguien con un interés muy concreto se los cobra por otras vías. Que te los den por haber hecho lo que de verdad querías es la leche. Como Grisolía, por edad y trayectoria, estaba y está muy bien relacionado, los jurados y los premiados han dado a los Jaume I (con las excepciones de rigor en las materias que permiten el mangoneo para mamporreros como Economía, Medio Ambiente y Nuevas Tecnologías) un prestigio enorme. En el fondo, por ejemplo, mucho más que el que tienen los Premios Príncipe de Asturias, que son pura propaganda social y política sin mayor sentido. Bien por Valencia y por Grisolía.
Grisolía, ya puestos, decidió aspirar a más. Le habían nombrado director técnico o algo así del Museo de las Ciencias y se dijo, ¿por qué no crear un gigantesco centro de investigación tan mastodóntico como cualquier edificio calatraviano pueda aspirar a serlo? Dicho y hecho. Convenció a Zaplana y se pusieron los cimientos del fastuoso Centro de Investigación Príncipe Felipe, nombre muy bien elegido para pillar subvenciones, a la sombra de la Ciudad de las Artes, lo que obligaba a hacer un edifico mega-tocho. Además, la Generalitat valenciana metía pasta encantada porque, recordemos, no estaba dándole ese dinero para investigar a la siempre sospechosa Universitat de València. La csa, aunando voluntades, salió muy bien: publicamos la Guía en 5 pasos que Grisolía podría publicar pero no lo hace por prudencia sobre cómo se logra sacar de la nada un Súper-Centro de Investigación:
1. Consigue que un político te pague todos los caprichos y, una vez lo tengas en el bote, pídele que derroche el dinero en cosas como ciencia e investigación en lugar de meterlo en asuntos más productivos como carreras de Fórmula 1 y demás. Grisolía se dedicó muy bien a cultivar esto de las relaciones personales, y el resultado fue excelente.
2. Una vez allegues fondos valencianos, contrata muchos gestores y expertos en pedir más y más fondos, subvenciones españolas y europeas. Los gestores, recuerda, son más importantes que los propios científicos. Porque traen el dinero. Y sin dinero no eres nada.
3. Pon un director de tu confianza, alguien de quien te fíes, que esto es una bicoca y hayq ye controlarla bien y de cerca. Y Grisolía se trajo a Rubén Moreno, que de jovencito lo dejó todo para hacer las Américas y crecer a la sombra de un crepuscular Grisolía, que le agradeció la confianza en forma de dirección del centro. La sociedad valenciana apoyó con entusiasmo el nombramiento, pues el chaval llegaba rodeado de nuestros dos grandes exportaciones a los Estados Unidos del siglo XX: Grisolía y las porcelanas Lladró.
4. Contrata a la gente a partir de criterios de mérito y capacidad, sí, pero sin las restricciones molestas de la Universidad y de las oposiciones. Es decir, a tu antojo. Puedes pagar lo que quieras (más que en la Universidad) y puedes definir las líneas de investigación que más te gusten con total libertad. Aprovéchalo. Con eso conseguirás equipos que serán mejores o peores, sí, pero serán tuyos. Y eso es lo más importante.
5. Mete mucha pasta en equipos muy cañeros y contrata a gente de otros países. Así puedes conveniar con Universidades y con esos países programas y demás y sacar más dinero si cabe. Cuanto más dinero fluya y mejores equipos haya, además, mejores serán los científicos que quieran ir allá.
Y que la rueda siga girando.
Durante todos estos años el Centro de Investigación Príncipe Felipe ha ido como un tiro. Más de 200 investigadores, unos equipos potentes, dinero público para financiar las investigaciones… No se sabe muy bien si de ahí han salido muchos avances o no. Es de suponer que sí. Y, en cualquier caso, estas cosas son de crecer poco a poco, de crear un poso. No es justo exigir resultados en sólo unos años. De lo que no hay duda es de que medios había. Equipos que la Universitat no podía soñar con tener estaban allí. La gente de inmunología se pasaba para trabajar allí. Se formaban equipos mixtos. Se codirigían tesis… ¿Algún problema entonces?
El problema de las creaciones tan dependientes de un impulso personal y las relaciones de su creador es que, desaparecido éste, se vienen abajo. O tienen el riesgo de hacerlo. La gestión personalísima de Grisolía y Rubén Moreno ha generado acusaciones de arbitrariedad de todo tipo. Moreno ha tenido poder para hacer y deshacer a su antojo. Es fácil que, en un caso así, pueda no haber acertado siempre. Hay quien dice que no ha acertado casi nunca. Más allá de la razón o falta de ella de denuncias concretas, el modelo personalista y de decisiones individuales frente a las colectivas no es muy útil en un mundo complejo como el que tenemos… salvo en sectas como Apple Computer y ni siquiera allí.
Un gigante así tiene, además, los pies de plomo si la financiación decae. Algo que siempre puede pasar si esa financiación depende del capricho, del bon plaisir, del gobernante de turno. Porque igual que Zaplana y Camps financiaron alegremente el Centro (ayudados por la opulencia de estos años pasados) ahora llega Fabra y su equipo, al que esto de la ciencia y la investigación no les parece una prioridad tan grande como pagar el canon de la Fórmula 1, por poner un ejemplo. Resultado: todo se va al garete rápidamente. Con la pérdida de la pasta autonómica vuelan también las subvenciones europeas o nacionales a proyectos cofinanciados. Los becarios se tienen que largar sin la tesis (la Universitat los puede acoger, sí, pero a ver qué hacen muchos de ellos sin los bichos y los aparatos con los que trabajaban). Se despide a más de 100 investigadores. La imagen de Centro, de Valencia como polo científico, acaba por los suelos. Un desastre en toda regla.
De la hecatombe, eso sí, se ha escapado Rubén Moreno con especial gracia y donosura. En una manifestación más de para qué sirven las relaciones en Valencia y de cómo se monta y destruye un centro de investigación, el chaval ha aprovechado su amistad con Fabra no para allegar recursos para el centro sino para allegarse él a Madrid como diputado. Rubén Moreno, tras el desguace del gigante con pies de barro que ha estado dirigiendo, va de nº 5 en la lista del PP al Congreso de los Diputados por Valencia. Con esta trayectoria no nos extrañaría que cualquier día recalara en la dirección de una entidad financiera, la quebrara y se largara cobrando cuantiosos pluses en recompensa. Más o menos, en el ámbito científico, es lo que ha hecho ahora.
Etiquetas Alberto Fabra, Centro de Investigación Príncipe Felipe, crisis económica, Eduardo Zapalana, estrategia territorial, Fernando Villalonga, Francisco Camps, José Sanmartín, modelo económico valenciano, Premios Jaume I, Rubén Moreno, Santiago Grisolía, Universidad
Pocas veces he visto resumido en tan pocas palabras y tan bien escogidas un caso más de despropósito a la española, en este caso, con sabor valenciano.
Miedo me dá el día en que empiece Andalucía a sacar los trapos sucios, ya que esto quedará como un quítame allá esas pajas entre los enanitos de Blancanieves…
Se agradece mucho la explicación histórica. Si las apuestas son personalistas y dependen tanto de la coyuntura, mal vamos en un negocio como el de la ciencia y la investigación.
Ahora bien, dado que por aquí parece que no hay otra manera de conseguir que se pongan en marcha centros de este tipo, bienvenidas sean, al menos, las apuestas personalistsas como estas… y que duren todo lo posible.
Es una verdadera pena cómo se ha hundido todo, incluso para alguien que, como yo, no tenía ni idea de la existencia del centro en cuestión hasta que dijeron que lo hundían. Los comentarios sobre lo personalista del proyecto tienen sentido, pero en muchos casos uno se encuentra que, hasta que echan a volar, los proyectos científicos más vale que se comporten así, con la esperanza de convertirse en un lugar de referencia y, entonces sí, definir unos criterios todo lo propios que uno quiera, pero objetivos.
Sobre el tema, me hizo gracia la denuncia, repetida por varios medios, según la cual era escandaloso que para 100 científicos hubiera alrededor de 100 personas contratados como personal administrativo. A ver qué se creen esos científicos que son ¿acaso no saben pedirse las becas ellos solitos?¿y contactar con el proveedor de cada una de las sustancias para sus experimentos?¿y preparar los eventos en los que se consigue que vengan otros científicos, se interesen por tu trabajo y colaboren contigo? Bah, pues entonces no sirven para nada!
Y así nos va…
Una vegada més, La Paella Russa ha escampat la merda abans que ningú. No havia llegit enlloc cap referència al paper de Grisolía en tot aquest merder i curiosament hui mateix Martí Domínguez carrega contra ell per aquest assumpte. Sembla mentida la de coses que, pel que sembla, tothom sap als mitjans periodístics a València però no ix «per no ofendre» fins que no les conteu vosaltres: el caos a la BV, el model Alzira timo, el calatravisme desaforat, les subvencions a la Catòlica…
L’enhorabona. Però la premsa professional s’ho hauria de fer mirar.
Per cert, Martí Domínguez també diu que el director científic que ha hagut de dimitir pel caos fa poc, Carlos Simón, també ha pillat premi gros: el premi Jaume I, controlat com bé comenteu, també, per Grisolía. Plim, plim, caixa. 100.000 eurets per al xiquet.
El Centro Príncipe Felipe y su triste final es otro ejemplo de «Burbuja» llevado al campo científico.
Cuando los duros «mos chorraven» decidimos construir un «Sentro de Investigassió com Deu mana» y así aprovechando los grupos investigadores que llevaban largo tiempo haciendo un excelente trabajo en el antiguo «Citogenético», montar un chiringuito «a la valensiana». Es decir, en plan capità moro d´Alcoi, «Aixó molt val? Aixó ho pague jo». Eso si, los criterios de financiación y mantenimiento para años venideros muy desdibujados, muy dependiente del dinero de las subvenciones externas y sin un plan maestro que certifique que ahí «se produce algo» más allá de presumir de edificio. Lease «patentes» que es lo que realmente cuenta en estos «centros generadores de conocimiento».
El edificio de por si nace lastrado. Se construye sin reparar gastos pero con algunas aberraciones arquitectonicas palpabales. Para empezar su aislamiento. Paralelo a la linea de costa, la insolación que recibe es BRUTAL. La ausencia de persianas y/o parasoles que mitiguen la luz (y el calor) que reciben por la mañana y por la tarde (miren la foto de arriba y gocen de la solución «pasarelas alumínicas fijas que recogen mas mierda que el palo de un gallinero») amen del afan cristalero de los arquitectos que se piensan que vivimos en Oslo o en Estocolmo, provocan que en el Centro el aire acondicionado tengo que estar enchufado a toda ostia, todo el dia, so pena que las celulitas y/o medios de cultivo en las bancadas del laboratorio se pongan a bailar la conga con un mojito en la mano…La factura de la luz del centro alcanza unas cifras que ni la ficha de Cristiano Ronaldo. Por otra parte, no se repara en gastos a la hora de dotar al centro de la mas moderna tecnología…se tenga o no se tenga que emplear. El «Principe Felipe» tiene dos quirófanos para animales con TAC intraoperatorio (costaron un millón de euros)…que apenas se ha usado por no decir que se sigue con el plástico de burbujas. También se destinaron 1,5 millones de euros para cuatro salas blancas (zonas de experimentación que garantizan condiciones de aislamiento total) que no han sido homologadas. Con una sola hubiera sido más que suficiente. Ni que decir tiene que esta dotación no la tenemos en la mayoría de Hospitales Valensianos…
La absoluta falta de previsión provoca que en lugar de crear un Centro de tamaño medio-pequeño, con unidades consolidadas, muy interconectadas y de prestigio que poco a poco vayan creando un granero de especialistas que generen nuevas áreas de investigación, se cree un centro con más de 20 líneas de investigación/departamentos (demasiados a mi jucio), nutridas con biologos mal pagados, desconectadas muchas veces entre si a nivel operativo (muy heterogéneas, practicamente se tocaban todos los palos y ninguno) y sin un plan director que revise anualmente su producción científica en aras de constatar su eficiencia. La sensación es que el Centro se creo de «arriba a abajo» y no a la inversa, donde impera la gestión política, más que la científica, donde primero se hace el edificio y luego se va llenando. Una nota: Solo las fundaciones de investigación del Hospital La Fe o del Hospital Clínico de Valencia, publican más (y mejor) que el Príncipe Félipe…y no tienen veinte-tantas líneas diferentes…Les dejo unos datos: Los grupos del Clínico, por ejemplo, publicaron el año pasado 425 trabajos, mientras el Príncipe Felipe publicó 128. Entre 2005 y 2009, el Príncipe Felipe publicó 847 y La Fe 1.300
Durante unos años en Valencia a nivel científico, si no tenías tu laboratorio en el «Principe Felipe» no eras nadie…Como bien indica el post se fichan investigadores extranjeros a golpe de talonario…que cuando descubren las bondades de la paella de la Pepica en el mes de noviembre pues como que pasan un poquito del tema ese de investigar.
La cosa no hubiera ido mal y con más problemas que menos hubiera echado para adelante…sino fuera porque la «burbuja» explotó. Bancaixa, principal patrocinador del chiringo, deja de meter pasta en el asunto; se cierra el grifo de la subvenciones y en un centro ya de por si hipertrofiado pues todo revienta por los aires. ¿Quién ha dicho que solo hay «burbujas» en el ladrillo? Es una lástima la verdad. Para un buen centro de investigación biomédico que podríamos haber tenido y va y lo chapan. No creo que sea una buena idea la verdad…
Leo que van a alquilar instalaciones…si necesitan algún despachito por Valencia ya saben donde contactar…Eso si, el parquing del Oceanogràfic es carísimo. Aviso. Bueno, siempre nos quedara la Formula 1. Podríamos hacer que los coches pasaran cerca del edificio o alquilar los quirofanos a Ecclestone para sus fiestas…¿que les parece?
Fe de erratas: El Instituto del que surgió el germen del CIPF no era el «Citogenético» sino el «Citológico». Perdón. Un lapsus…
Última opinión personal y ya me callo…
1) El fallo principal del CIPF a mi juicio es que buscó ser un referente biomédico…alejado de los Hospitales de Referencia investigadores de la ciudad de Valencia (Clínico y La Fe). Así las fundaciones de estos últimos lo han adelantado sobrádamente…Vivió muy feliz los primeros años en su «torre de marfil» con el dinero del Consell entrando a espuertas.
2) No se especializó y/o dirigió como si hicieron centros como el «Instituto de Neurociencias» del CSIC en Alicante que se ha volcado a una serie de líneas muy concretas y siempre con el soporte de Hospitales cercanos (San Juan de Alicante y General de Alicante).
Muy interesantes los comentarios, Arrop. De todos modos, hay que decir que es lógico que hicieran todo al margen del Clínico y de la Fe. ¡Caray, si la paraeta se monta precisamente para huir del sistema público hospitalario y de la Universidad! La cuestión aquí era meter dinero para LOS SUYOS, los no contminados, los no sospechosos… Si haces el esfuerzo en común con UVEG y red pública de hospitales universitarios, ¿para qué te sirve todo el invento?
Hoy aparece esto en el servicio de alertas del PROP.
http://www.gva.es/portal/page/portal/inicio/procedimientos?id_proc=14138
Si alguien quiere presentarse…
¡Qué bonito! Becas Grisolía. Todo empieza y acaba en Grisolía.
A cada agraciado de una beca Grisolía le regalaría un pisapapeles con la efigie del mismo. O un muñequito «cabezón» de estos a los que le baila la cabeza. ESPECTACULAR!!!
Acabo de acordarme de una anécdota que me contaron hace un tiempo:
· Control de la Policia Nacional en el Puente de la Trinidad de Valencia. Pasa andando el sr. Grisolía. Un policía le dice a un compañero:
– ¿Sabes quien es ese? – El compañero se encoge de hombros- Santiago Grisolía, un científico muy importante. Inventó el genoma humano.