Paro, archipiélago gulag

To my children, George, Sophia, Nicholas and Andreas, with the wish that they contribute to the building of a rational social order

Andreas Papandreu

Fina ironía tiene la Historia. ¿Qué ha quedado del deseo del padre de Papandreu en la dedicatoria de su libro Paternalistic Capitalism? El total desmantelamiento de la democracia griega por obra de su hijo.

En El mundo de ayer, Zweig evocaba el pasado previo a la Primera Guerra Mundial, esa época dorada de paz y prosperidad que se perdió para siempre y, en 1919, en el esfuerzo de volver a ese pasado, se terminó desencadenando la Segunda. En 1919, el Tratado de Versalles imponía medidas draconianas a los países perdedores que los sumieron en deudas imposibles de pagar, que, junto a la inestabilidad del patrón oro, iniciaron el efecto dominó que culminó en el Crac del 1929 y la Gran Depresión. ¿Les suena? Sí, es exactamente lo que está pasando hoy mismo, pero cambien Alemania por Grecia y patrón oro por euro. Once again, el viejo dilema de nacionalismo versus internacionalismo, donde los nacionalistas aducen que «los griegos tienen que pagar sus deudas» mientras que los segundos, más agudamente -igual que en 1914-, hablan del rescate de los bancos (alemanes, pero como si fueran zulúes) por los trabajadores griegos.

Once again, ya no podemos volver a un mundo ya perdido: el Occidente socialdemócrata de 1945-1973, próspero, con respeto por los derechos y libertades individuales y con una fuerte redistribución de riqueza a través de impuestos, la utópica «democracia de clases medias». Ya no hay vuelta atrás: no sé hasta qué punto somos conscientes de esto, cuando elegimos un domingo para manifestarnos «por nuestros derechos» y no un día laboral o cuando las medidas que propone cierta izquierda tradicional pasan por un gobierno mundial (Vicenç Navarro) o un capitalismo regulado con un Estado del bienestar fuerte (Josep Fontana). Son propuestas totalmente naïf porque no van al corazón del problema – siguen operando con los esquemas mentales del mundo de ayer. Por ejemplo, que vivimos en una democracia y la Constitución es un papel que siempre se cumple. Ya, como el artículo 47, el derecho a una vivienda digna, en pleno diluvio de desahucios.

La historia se repite y, esta vez, como farsa; porque el diagnóstico, irónicamente, ya hace años que está escrito. En 1971, tenemos el shock de Nixon, la aniquilación de Bretton Woods, el memorándum de Lewis Powell, etcétera, es el inicio de la Gran Divergencia, el péndulo de la historia cambia de dirección, con un doble movimiento: a nivel político, se desmantelan los sindicatos y se desregula el sector financiero (por eso Clinton se apoyó en los segundos y no en los primeros para poder ganar las elecciones). A nivel económico, empieza la globalización y la entrada de una gran masa de trabajadores en el mercado mundial. El equilibrio entre capital y trabajo en el que se fundaron los treinta años gloriosos se rompe por la mitad. Para Juan Rosell, un trabajador español que te produce lo mismo que un chino y además cobrando varias veces más y que además se ha olvidado de hacer revoluciones a lo soviético ya no es tan necesario ni peligroso como antes. Ya no hace falta pagarle ningún Estado del bienestar para que le puedas seguir extrayendo la plusvalía sin que se queje. Ahora se puede quejar y Rosell tan tranquilo.

En el periodo 1976-2007, los salarios reales americanos bajaron un 7%, como también bajaron los españoles entre 1994 y 2007, con boom económico o sin él. Toda la riqueza que se creó se fue para arriba, para un sector muy concreto de la sociedad, y si nosotros vimos un aumento del nivel de vida fue a base de endeudarnos. El tecnicismo económico se llama brecha entre productividad y salarios, que se disparó a partir de 1971, y su causa no es otra que los beneficios del trabajo -la plusvalía- se los queda el empresario y no el trabajador, porque el trabajador no posee los medios de producción, a diferencia de una cooperativa, donde participa triplemente: propiedad, resultados y gestión.

Todo el liberalismo, por lo tanto, se sustenta en una mentira: que democracia y trabajar por cuenta ajena son compatibles. «Primero se crea la riqueza y, después, automáticamente, se redistribuye». En una situación de libre competencia perfecta, dice, los oligopolios se crearán y destruirán dinámicamente, lo que Schumpeter llamó destrucción creativa. Pero lo que pasa en realidad es, número 1, que política y economía no están separadas y a la mínima el oligopolio capturará el poder político para preservar sus privilegios. El libre mercado se sustenta fundamentalmente en un equilibrio inestable y siempre tenderá a desviarse, brecha de productividad y salarios mediante, al oligopolio y la captura del poder político: siempre habrá transición de democracia liberal a dictadura de los mercados. Número 2, el libre mercado es intrínsecamente ineficiente -la famosa mano invisible no existe al nivel macro (Stiglitz)-, porque siempre hay externalidades.

Número 3, estas «externalidades» es el nombre que los premios Nobel de economía dan a los daños colaterales de la destrucción creativa: los trabajadores de baja productividad, el español de a pie. Para el liberal, el sufrimiento de estos trabajadores obsoletos es el precio a pagar para la prosperidad del sistema y, con esa pirueta dialéctica, su justificación moral es idéntica a la de los estalinistas con el gulag y los nazis con Auschwitz. Libremercado no es humanismo, es totalitarismo, porque va en contra de la dignidad humana.

—¿Rebelarse? Habría preferido no oírte pronunciar esa palabra. ¿Acaso se puede vivir en rebeldía? Y yo quiero vivir. Respóndeme con franqueza. Si los destinos de la humanidad estuviesen en tus manos, y para hacer definitivamente feliz al hombre, para procurarle al fin la paz y la tranquilidad, fuese necesario torturar a un ser, a uno solo, a esa niña que se golpeaba el pecho con el puñito, a fin de fundar sobre sus lágrimas la felicidad futura, ¿te prestarías a ello? Responde sinceramente.

—No, no me prestaría.

—Eso significa que no admites que los hombres acepten la felicidad pagada con la sangre de un pequeño mártir.

Dostojevski, Los hermanos Karamazov

No, no lo admito!: toca rebelarse contra el archipiélago gulag del paro. Podemos aceptar un trabajo, un salario y dar las gracias al empresario de turno como antes el jornalero daba gracias al señorito, olvidándonos momentáneamente del estado real de las cosas, quedándonos tan sólo con las migajas del crecimiento económico, siempre con el miedo en el cuerpo de que nos despidan –el miedo, materia prima de las dictaduras. Pero la tendencia económica es inexorable y la dictadura de los mercados pasa de un eufemismo a la realidad, institucionalizando la precariedad laboral como forma de vida.

La ley de las Diez Horas de 1847, que Karl Marx consideró la primera victoria del socialismo, fue el trabajo de reaccionarios ilustrados.

Karl Polanyi, La gran transformación, biblia de Toxo y Méndez y otros socialistas reaccionarios

No se trata de frenar los impulsos del libre mercado, como diría Karl Polanyi. No se trata de resistir pasivamente. Se trata de rebelarse. De Karl Marx a Polanyi, el socialismo pasó de querer transformar la sociedad a querer dejarla como estaba, de ser progresista a un engendro reaccionario, pero en un mundo dinámico contentarse con lo que hay, el paternalistic capitalism de Papandreu, equivale a perderlo. Toca descolonizar nuestras mentes -por ejemplo, ver a la policía como partidarios del régimen y no como servidores del orden público-, sacudirse el miedo de encima, decir No al paternalismo, colectivizar los servicios públicos y las empresas, convertirnos en emprendedores y meter nuestro dinero en iniciativas como Kiva para que abran el grifo del crédito sin pasar por arriba. Ya que banqueros y políticos van a la suya, nosotros también. España no es sólo el país reaccionario de Fernando VII, el deseado, sino también el que en los años treinta se sublevó y luchó por sus derechos. Toca honrar a nuestros abuelos.

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8 respuestas a Paro, archipiélago gulag

  1. popota dijo:

    ¡Queremos ampliación de lo de Polanyi!

  2. antonio dijo:

    1.-Yo no enterraría tan pronto el ‘estado social fuerte’. El modelo nórdico, p.ej. ¿Naif y mundo de ayer? ..Ya nos gustaría ahora mismo. Productividad máxima del conjunto social y productividad repartida y generada entre la mayoría. Igualdad y eficiencia a toda máquina. Ningún modelo económico ha llegado a esos máximos. Todo es mejorable, pero no desechemos ya lo que si ha demostrado sobradamente que funciona. Porque puede que no encontremos nada mejor. Y si algo mucho peor. 2.- Y si, toca honrar a nuestro abuelos. Saludos,

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  4. Pepe dijo:

    …yo (tampoco)/no he entendido lo de Polanyi. Lo que hace de Toxo y Méndez lo que son es su concepción de la resistecia ‘leal’, vía presupuestos del estado, principalmente. Y a Polanyi, el crítico de Speenhamland, no le que cabría en la cabeza semejante sindicalismo.

  5. parvulesco dijo:

    OK, sobre Polanyi: él habla sobre un «doble movimiento» en la historia, primero el libre mercado ampliándose e integrándose (y con el paso causando una enorme catástrofe social) y el segundo los mecanismos de auto-defensa que la sociedad iba articulando en reacción a ése y de los que fascismo y comunismo son la culminación ideológica.

    Polanyi escribe esto justo cuando se está asentando el laborista consenso de posguerra en UK; él escribe la justificación ideológica de la protección social del Estado de bienestar, que es la auto-defensa de los excesos del libre mercado. Pero esto implica un giro argumental descomunal, que es visualizar el Estado de bienestar no como algo a conquistar en una línea de progreso, sino como algo a preservar. En La gran transformación Polanyi insiste continuamente que las «conquistas sociales» fueron en realidad actos reaccionarios (por eso la cita). De este modo, me parece que Polanyi está sembrando la semilla de la socialdemocracia como una ideología conservadora y reaccionaria, «conservar derechos», «resistir el embate neoliberal», etcétera, que al final ha terminado degenerando en Toxo y Méndez, pero no porque sí, sino por la lógica natural de las cosas.

    Mis disculpas por ser tan confuso y muchas gracias por los comentarios.

  6. desempleado dijo:

    Bien la mención a nuestros abuelos.
    La deriva «conservadora» y «reaccionaria» de la socialdemocracia está ahí desde mucho antes. No olvidemos, por ejemplo, el papelón del SPD en la revolución de 1918.

  7. parvulesco dijo:

    Cierto, es precisamente en este periodo en el que empiezan a mamar teta en la mayoría de países europeos, pero todavía desarrollan muchas políticas de protección social para los trabajadores. Es la Gran Regresión que los pilla totalmente al pie cambiado, como un Sergio Ramos cualquiera delante de Messi.

    Por otro lado, es gracioso, Tortella dice que la Gran Depresión sucedió no por el crac del 29 sino por la rigidez de los salarios (!) y esta rigidez estaba ahí por obra y milagro de partidos socialdemócratas y sindicatos.

    Sobre el estado social fuerte, mi impresión es que cada vez es más estructuralmente improbable de que surjan líderes políticos con suficiente capacidad para implementar este estado social (por las dinámicas de partidos, sus mecanismos de selección de personal, la mediatización de la política, las tensiones externas una vez en el gobierno) y, si surgen, una vez en el gobierno, están atados de manos (se zapaterizan, como Obama).

    • antonio dijo:

      Cierto, es evidente que politicos supuestamente socialdemocratas hace mucho tiempo que ‘no estan por la labor’ de un estado social fuerte. Tambien parece evidente que tanto el ascenso como la caída de la revolución rusa ayudaron a que si estuviesen por la labor durante décadas y ahora….no. Necesidad y azar. Un ‘imperio socialista’ al otro lado de la frontera debió ponerle las pilas a más uno. Incluidos politicos y/o partidos indolentes. Veremos que sucede. ¿Otra revolución?

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