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Ayer aprovechaba en mi columna de El País Comunidad Valenciana para hablar de los trepillas, un fenómeno siempre de actualidad pero al que de vez en cuando conviene girar la atención. En Valencia desde hace años tenemos a los dos partidos mayoritarios, PPCV y PSPV, absolutamente secuestrados por unos grupitos de dirigentes de más que dudosa competencia, con las consecuencias nefastas por todos sabidas. Probablemente, además, esto no es una especificidad valenciana. Yo la veo más aquí, simplemente, por tenerla más próxima. Así que hablemos hoy un poco de estiralevitas profesionales.
En los últimos meses el PPCV ha renovado su liderazgo de la manera menos edificante posible. Una camarilla autista y dedicada al halago del exPresident por encima de todas las cosas ha sido sustituida por una camarilla autista y dedicada al halago del nuevo President impuesto desde Madrid. Las posibilidades de que de esta renovación de liderazgo y sus respectivos entornos se deriven cambios profundos es muy limitada y sólo los muy optimistas (o mejor, los interesadamente optimistas) pueden pensar lo contrario. No sólo porque los fundamentos sociales, políticos y económicos de las políticas de la derecha valenciana siguen siendo los que son sino porque, además, a los problemas del autismo y la pelotería como únicas herramientas de trabajo se unen la falta de autonomía, el estrecho margen de maniobra y la absoluta dependencia de un poder superior, Mariano Rajoy, que velará siempre y en primer lugar por sus intereses, a los que habrá que supeditar todo (como ya estamos viendo un día sí y otro también).
Mientras tanto, en el otro extremo de la galaxia, los socialistas valencianos están en fase de cambio de liderazgo. Si los años recientes han sido de enorme despiste e incapacidad para hacer frente a un modelo conservador hegemónico desde hacía años pero que se venía abajo sin que la oposición lo detectara, lo han sido, entre otras razones, porque la dirección socialista se ha caracterizado, más que ninguna otra, por excluir y dar bola sólo a los adictos. Los críticos han sido expulsados y expedientados mientras la claque a sueldo que ha rodeado a los gerifaltes se especializaba en alabar, alabar y alabar. A fin de cuentas, para eso les pagaban. Sonadas han sido las purgas, incluso entre gente próxima, de quienes osaran disentir (en Valencia ciudad, por ejemplo, al nº 2 de la ejecutiva, tras haber protestado por el reparto de cuotas a que había quedado reducida la política local de oposición). Más allá de si la estrategia de oposición era buena o mala (yo creo que era mala, pues eso de que la apuesta política sea copiar el modelo del PP, pero prometiendo honradez y dignidad, me resulta increíblemente ignorante de la realidad desfalleciste de esa apuesta y por ello de una gran ceguera), la clave de estos años ha sido el desastre organizativo por primar a pelotas frente a independientes. Es un dato al que conviene prestar atención dado que ahora hay que renovar al equipo llamado a gestionar los próximos años en el principal (y clave) partido de la oposición valenciana.
Pues bien, ante esta tesitura, y com el aval que me da mi vida como universitario, que me convierte en un absoluto experto en entornos de trepas y sicarios vocacionales, dispuestos a todo por agradar al jefe, me permito hacer una serie de reflexiones al respecto. De eso va la columna, precisamente.
Los trepillas como problema
ANDRÉS BOIX
Hablar de los problemas de selección inversa que padecen nuestros partidos políticos es casi, a estas alturas, un lugar común. Sabemos que hemos montado un sistema que fomenta que se dejen la piel en la vida interna de partido quienes menos pueden ofrecer a la sociedad y peor lo pasarían si tuvieran que vivir y trabajar más allá de la protección de la organización. Y, en sentido inverso, aquellas personas formadas, con opciones profesionales, que pueden dedicarse a otras cosas, son expulsados con facilidad pues están mucho menos dispuestas a perder tiempo con ciertas cosas y, sobre todo, a hacer ciertas barbaridades que muchas veces les son exigidas. Porque la lealtad se entiende en este país muchas veces como estar dispuesto a traspasar ciertos límites si lo ordena el jefe, sin preguntar, sin quejarse, sin pensar (o, si se piensa, que no se note).
Obviamente, todos conocemos entornos en los que los trepillas y quienes no tienen escrúpulos para agradar al jefe de turno (a quien por supuesto serán los primeros en apuñalar en cuanto caiga en desgracia) campan a sus anchas y generan destrozos sin cuento. En el trabajo, por ejemplo, es fácil tenerlos identificados. La naturaleza humana tiene estas cosas y es inevitable que así sea. Sin embargo, ¿no tenemos todos la sensación de que en España este tipo de fauna está especialmente protegida? Ignoro cuál pueda ser la razón, la verdad. Quizás es la tradición autoritaria, las décadas de dictadura, que han hecho estragos psicológicos en generaciones y generaciones que todavía se notan. El consejo por excelencia que durante tanto tiempo se ha dado en estos lares ha sido siempre eso de “no te signifiques, hijo, que no te vean como díscolo o crítico, que eso no trae nada bueno”. Emitir opiniones diferentes a las del jefe, incluso el mero hecho de tenerlas, está sorprendentemente mal visto en nuestro imaginario popular. Se considera que es, de suyo, “peligroso”.
Incluso en entornos tan protegidos (contratos fijos y estatuto de funcionario para realizar un trabajo que es vocacional) como la Universidad somos, por lo general, extraordinariamente reacios a quedar marcados como críticos. Vean cómo hemos acatado, como corderitos, aberraciones como la reforma de Bolonia a pesar de que encontrar a alguien en la Universidad que la vea sinceramente bien empieza a ser más complicado que identificar a un político valenciano capaz de criticar al Gobierno español… cuando está gobernado por los suyos. Cuestión, como siempre, de disciplina. Y también de vocación. El trepilla es así, está en su ADN. Y se hace lo que haga falta: atacar a compañeros, asumir cualquier trabajo sucio, encargos personales… Si hay que ir en sábado a hacer la colada a casa del jefe, pues se va.
Como es evidente, lo importante en contextos así es que quienes están al mando sean inteligentes y capaces de sustraerse a este tipo de personajes. Pero lo que tenemos por aquí, al revés, selección inversa mediante, es lo contrario. ¿Alguien imagina cómo es el entorno del actual President de la Generalitat? ¿O cómo era el del anterior? ¿O cómo es el que ha dirigido estos años el PSPV? A la vista de sus actuaciones, su empecinamiento en el error y el sectarismo con el que actúan, liquidando a toda voz crítica y autónoma, no es difícil hacerse una idea.
Andrés Boix Palop
En resumen, y por aprovechar la reflexión para dar consejos a quien no los pide (el PSPV, en este caso), las cosas son relativamente fáciles de sintetizar:
1. Trepillas miserables y sicarios vocacionales siempre ha habido y siempre habrá. En España, además, más, todavía, pues nuestra cultura social ha exaltado (y exalta) la genuflexión interesada ante el poderoso, arrimarse a quien manda de forma lacuyuna y cobrar en lo posible por los servicios prestados. Luego están los que, además, cuanto más chungo sea lo que les piden, mejor, dado que más podrán cobrar.
2. Dado ese punto de partida, una organización funciona bien cuando se dota de mecanismos para desincentivar los efectos de estas dinámicas (por ejemplo, colegiando la toma de decisiones) o, si sus estructuras organizativas son muy jerárquicas, seleccionando personas conocidas por su talante abierto, su capacidad de aceptar e integrar ideas ajenas, incluso las que puedan contradecir las propias y con una vanidad no demasiado inflamada, lo que siempre protege de la pelotería. Lamentablemente, estructuras como un partido político o la Universidad, por otros motivos que todos conocemos, son refractarias a liderazgos no carismáticos, lo que dificulta confiar en una solución fácil al problema.
3. La solución en la Universidad ha pasado por establecer un modelo organizativo muy horizontal, que en las últimas décadas se ha generalizado, y que presenta problemas en otros ámbitos, pero que al menos sí ha ido logrando eliminar la figura del Catedrático que te dice que él es muy humilde y normal, no como otros, mientras hay que llevarle en coche a Cuenca porque le viene de gusto comer un morteruelo ese día, un meritorio le porta maletín y paraguas caminando tres pasos por detrás o pide que le ayudes a hacer la colada porque se ha quedado sin chica por unos días por la razón que sea. Los problemas de otro tipo que genera el tipo de gobierno universitario que nos hemos dado son enormes pero casi todo el mundo los acepta resignadamente porque, a cambio, al menos, se ha eliminado «eso» (en esta vida a casi madie, salvo cuatro entusiastas del miserabilismo, a nadie le gusta ser el chico al que te llaman para hacer la colada y saber que no puedes negarte y a muy pocos les gusta vivir en entornos que hacen algo así posible e incluso frecuente). Obviamente, estas cosas tampoco se han liquidado del todo, porque hay entornos más irredentos, tradiciones más sólidas de vasallaje y a fin de cuentas esto es España y el suministro de esbirros vocacionales siempre será alto. Alrededor de la media siguen floreciendo entornos con trepas y pelotas sin cuento y sin freno. Los pelotas son así, detectan la debilidad a la mínima. En la Universiad, además, hay un código secreto que no falla: individuo que alardea constantemente de que él no es así «a diferencia de otros», individuo peligrosísimo. Además, está el rollo de la cartera, eso de que los demás les lleven cosas, para intuir dónde hay alguien que puede «caer» los trepas entrenados lo saben, lo huelen, van a por ellos. Eso de la cartera, por cierto, ha de ser un tema freudiano o algo, porque es una constante de gran solidez.
4. A la vista está que en esos entornos las cosas se ponen chungas. Los partidos políticos se parecen mucho a ese tipo de mundo universitario. Los irreductibles del feudalismo y el derecho de pernada. La aldea gala de las tradiciones caciquiles. Allí enviamos a nuestros mejores pelotas, a los más bragorganizativosque ya han demostrado su excelencia en estas miserables artes en entornos como la Universidad. Para esos casos sólo queda una solución: que los demás, el resto de la organización, se niegue a entrar en el juego del pelota Trepilla, de las camarillas, del susurro al oído, de la caricia para medrar… Y hagan su vida. Intentando que los trepas y los que gustan de rodearse de ellos pinten lo menos posible y, sobre todo, incordien lo menos posible. Porque son tóxicos. Se cargan todo a su alrededor.
Así que, sinceramente, si yo fuera del PP pediría una limpieza a fondo y, mientras tanto, no me mezclaría mucho con esa gente. Y si fuera del PSPV largaría de una vez, si se puede (o al menos apoyaría ahora a quienes van por ahí) a los que se atrincheran en los íntimos, joden a los demás y en lugar de hacer su trabajo y pensar en la función que han de cumplir sólo se dedican al mamoneo. Todo esto es obviamente difícil, como todos sabemos, pero existe una baza a nuestro favor (no muchas, pero sí, al menos, una): en el fondo todos podemos identificar con mucha, mucha facilidad, a los pelotas mostosos,malos sicarios a sueldo y los trepillas asquerosillos que tenemos en nuestro entorno. Refulgen más que el sol.
14 comentarios en Trepillas, pelotas y otros fenómenos organizativos
Comentarios cerrados para esta entrada.
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Otra de las taras psicológicas que genera ese malsano ambiente es el alejamiento de la realidad. El continuo baño de alabanzas y ausencia de críticas pueden llegar a deformar la visión del mundo de forma irreversible. Estaba pensando mientras leía el artículo en el ex-honorable, en sus grabaciones de la Gürtel, los aplausos cada vez que hacía su entrada en la asamblea y en su última entrevista en Telva que me hace dudar de que esta persona esté en su sano juicio.
También se deduce una falta de autoestima tremenda por ambas partes tanto por el que se humilla como por el que necesita que le digan constantemente lo guapo que es. Uno se puede volver adicto a los piropos, en una entrevista dijo la ex-ministra-presidente del Land de Schleswig-Holstein, Heide Simonis, que la vez que salía a la calle y nadie la reconocía se deprimía. La buena señora acabó participando en la versión alemana del «Mira quien baila».
Comentario escrito por emigrante — 27 de marzo de 2012 a las 11:11 am
Emigrante, esa anécdota sobre Heide Simonis es impresionante. Que se deprimía, dice. Joder. ¡Si no debe de haber nada más insoportable que el que te reconozcan y paren por la calle!
Comentario escrito por Andrés Boix Palop — 27 de marzo de 2012 a las 1:25 pm
Lo inaudito es que ninguno de los cuatro «pretendientes» al PSPV hable para nada de esto. Ninguno enarbola la bandera de que, en lo que ellos llaman pomposamente «su proyecto» (??), el objetivo primordial y casi único sea acabar con este estado de cosas. Antes, al contrario, se apresuran a asegurar que, si no ganan en el Congreso, desde el dái siguiente estarán, sumisos, a disposición del «aparato».
¡Qué horror!
Comentario escrito por fhfuentes — 27 de marzo de 2012 a las 11:47 am
Joder Andrés, quien no te conozca pensaría que te has presentado a un Concurso de Méritos para una Catedra y te la ha birlado injustamente el hijo del ex-catedrático…
Comentario escrito por Garganta Profunda — 27 de marzo de 2012 a las 12:00 pm
Je, je, Garganta, si es al revés. Afortunadamente, como digo, esto en la Universidad está ahora contenido, más allá de ciertos ámbitos y de algunos que son unos figuras de esto del tiralevitismo. Al menos, está contenido en ciertos círculos y niveles. Y uno puede, a partir de cierto momento, decidir vivir en ellos. Pero vivo bajo el impacto de lo que estoy viendo de cara al congreso del PSPV y de qué tipo de personajes del segundo escalón empiezan a emerger.
Comentario escrito por Andrés Boix Palop — 27 de marzo de 2012 a las 1:11 pm
El problema de organizaciones como el PSPV o el PP es que no tienen
remedio. No va a aparecer mágicamente una nueva hornada de militantes y cuadros medios que abjuren de esas prácticas de lamer culos y comer pollas para medrar. Porque siempre habrá otros y otras que lo harán. Y cuanto más en sentido literal mejor. Y esa gente copará el poder y laminará a los que no han jugado a eso, que no pintarán nada.
En la Universidad las cosas han cambiado porque durante muchos años ha habido para todos. En un entorno donde el 80% de los implicados puede pillar una dinámica cooperativista puede funcionar porque beneficia a casi todos. Pero los partidos funcionan con una base muy amplia de pringados para que una elite viva bien. Son más como un sindicato grande. Jerarquía, verticalidad y orden impuesto con miedo y alguna zanahoria… para los que mejor la chupan.
Comentario escrito por Laura — 27 de marzo de 2012 a las 12:26 pm
Yo estuve a punto de currar en la Universidad, lo de la hacerle la colada al catedrático me deja muerto. ¿Es un pourparler o un caso real?
Comentario escrito por Regularizado — 28 de marzo de 2012 a las 10:28 am
Estimado Prof. Boix: entre la cúpula de los partidos y el Alma Mater hay una diferencia – para sacar una plaza en la Universidá hay que acabar la carrera y hasta hacer una oposición – para estar en la cúpula de los partidos hay que tener ‘estudios’ namás.
Y además, aprenderse todas las normativas de la universidad y los libricos de competencias del máster de Bolonia y la junta de facultad y la de gobierno y el claustro y todo requiere más codos que aprenderse el procedimiento de un congreso del partido. No tire Vd. piedras a su tejado.
Comentario escrito por Baturrico — 29 de marzo de 2012 a las 10:24 pm
Baturrico, tietes razón. La diferencia no sé si es tants, a la hora de la verdad, pero en algo sí ha de notarse. Hacer una tesis y tener un buen padrino, recuerdo que me dijo un buen amigo cuanto yo empezaba que eran los requisitos imprescindibles. Si nos ponemos en plan cínico, nada más haría falta. Pero es cierto que hacer una tesis, al menos, ya significa algo (aunque yo no me conformo con eso, no me parece suficiente).
Oposición no tenemos en la Universidad. Yo empecé en tiempos LRU. Eso no era una oposición. Por avatares temporales ajenos a mí (¡ya me habría gustado no haber tenido que pasar por ello!) luego hubo época de habilitaciones por la que me tocó pasar, que sí se parecían más a una oposición (aunque con sus peculiaridades). El actual sistema de acreditaciones, de nuevo, poco tiene que ver con una oposición. Em este sentido, la verdad, siempre he pensado que debiéramos volver a fórmulas más razonables de ingreso en los cuerpos. Más como las de antaño. O, simplemente, más como las del resto de profesores (de secundaria, por ejemplo).
Comentario escrito por Andrés Boix Palop — 31 de marzo de 2012 a las 7:00 am
El problema no es el ansia que tienen algunos por hacer la pelota al gran líder, es lo fácilmente que se les despeja el camino. Como dices al principio, aquellos que saben hacer algo además de la pelota, tienen otras opciones y, si ven que nadie les hace caso porque cuando hablan no lo hacen de rodillas e intercalando piropos, evalúan la situación y deciden que no vale la pena.
Si se ha producido el cambio que comentas en la universidad, ha sido porque los no-pelotas tenían incentivos para continuar molestando a pesar de todo. Existía la posibilidad de llegar al nivel en el que uno fuera intocable a pesar de no haber rendido pleitesía nunca a nadie, con lo que esos nodos rebeldes lo único que han tenido que hacer es convencer a los que venían detrás de que ese era un equilibrio posible.
Pero en un partido político la gente es intocable hasta que deja de serlo, así que el grupo busca estar permanentemente convencido de su propia invencibilidad. A mi modo de ver, la rueda del sistema necesita a gente que se lo crea, así que genera a tipos que dudan lo menos posible. Y si no dudas, o eres muy bueno o eres muy imbécil (y, aunque uno crea lo primero, lo más probable es lo segundo).
Un saludo,
Comentario escrito por Johnnie — 30 de marzo de 2012 a las 7:33 am
Lo decía un poco en broma, lo de la comparación de las oposiciones/habilitaciones/acreditaciones. Cuando escucho hablar o veo como escriben (¡faltas de ortografía en los enunciados de exámenes!) algunos señores que han llegado a titular o incluso catedrático, casi me asusto tanto como cuando escucho a alguno de nuestros padres de la patria.
Respecto al sistema de acceso, tengo el corazón partío. Por un lado casi prefiero el de sitios como la sociedad Max Planck: a dedo por una comisión o por el director, y si no funciona (ni tesis ni publicaciones ni buena docencia), despedido y cerrado el grupo. Por el otro creo que la misión del funcionario es defender su oficio y servir al Estado incluso enfrentándose a dirigentes políticos, para garantizar su independencia.
Probablemente el sistema de habilitación fue el mejor de todos: había que cumplir unos criterios estatales y se impedía que el zoquete o el hijo-de accediese rápidamente a la plaza. Justo por eso lo sabotearon las universidades sacando plazas en masa justo antes en masa y después racionándolas para reducir a los concursos de habilitación al ridículo.
Pero estos son todos debates para otro día.
Al igual que con los políticos, habría que ver cuantos tipos con toga sueltos en la calle sabían sobrevivir sin morirse de hambre, si les quitase uno su puesto. Los buenos y los que tienen contacto saldrían adelante (o se irían a otro país, en las áreas ‘transportables’ como las ciencias naturales), los otros, pues como todos esos políticos que se quedan sin escaño y sin consejo de administración.
Comentario escrito por Baturrico — 01 de abril de 2012 a las 8:55 pm
[…] en esas “altas esferas”, lo importante son la cuna, el nacimiento, los contactos y el comportamiento lacayuno. Un credo que se filtra a nuestra clase política y a nuestra elite empresarial (por llamarla de […]
Pingback escrito por Por Hendaya o por Cartagena, su Majestad escoja | Blog jurídico | No se trata de hacer leer — 21 de abril de 2012 a las 6:40 am
Completamente de acuerdo, Andrés. Te paso el link a otro blog en el que expresé ideas parecidas:
http://uniseria.blogspot.com.es/2010/03/por-un-control-de-acceso-la-carrera.html
En la Universidad estamos pagando muy cara, individual y colectivamente, la falta de controles serios de acceso, tanto iniciales (para hacer la tesis) como posteriores.
Comentario escrito por Alejandro Huergo — 26 de junio de 2012 a las 11:03 am
Pues tienes toda la razón, Alejandro. Realmente, llama la atención lo mal que nos lo hemos montado en este país.En todas partes. Per tot arreu, que decimos en Valencia.
Un abrazo.
Comentario escrito por Andrés Boix Palop — 04 de julio de 2012 a las 8:37 am