La Corona. Reflexiones en voz baja, de Gaspar Ariño

Con esto de que el Borbón ha abdicado su corona de repente (y a saber por qué, la verdad, lo ha hecho así, deprisa y corriendo, dado el lío jurídico que se va a organizar por no tener el tema mínimamente previsto, a falta de la ley orgánica de desarrollo del tema que prevé la Constitución y que parece que va a obligar a una acelerada aprobación de una norma ad hoc, todo tan edificante como siempre) parece obligado hoy hablar un poco de la figura del Rey en este país nuestro. Pero la verdad es que no tengo muchas ganas. Da mucha pereza repetir lo evidente. De modo que me limito a enlazar aquí las dos últimas cosas que escribí hace unos meses sobre la Monarquía en España, donde creo que queda expuesto lo fundamental (por lo demás, para los viciosos, todos los escritos en el blog sobre forma de Estado están aquí):

Entre Hendaya y Cartagena, Su Majestad escoja

¿Un Rey comisionista? A vueltas con la toxicidad de la institución

Sí puede ser más interesante que repetir cosas ya dichas, sin embargo, y más allá de recordarlas y de alertar sobre el show jurídico que puede venirse encima con la Ley Orgánica express que PP y PSOE ya han prometido ofrendar a los Borbones, analizar un poco cuáles son los perfiles del pensamiento monárquico jurídicamente más elaborado de nuestros días y en nuestro país. De todo lo que tengo controlado más o menos reciente el libro que se acerca más a un intento de justificar y explicar desde el ordenamiento jurídico (y sin ofender a la inteligencia del lector) lo que es y debería (a juicio de su autor) ser nuestra Monarquía es el de Gaspar Ariño Ortiz (publicado por Iustel el año pasado y prologado por Juan Antonio Sagardoy Bengoechea). Es una de esas cosas que yo me leo porque no puedo evitar cierta tendencia necrófila, cosa que hice hace unos meses, lo que me permite dejar aquí constancia de ciertas sorpresas que me produjo el texto, pero también de algunos apuntes que quizás puedan permitir entender por dónde puedan ir algunos de los cambios que se pretendan dar a la institución monárquica con el relevo de Campechano I por Pre-parado I. Vamos allá.

En primer lugar me llamó la atención del libro, y creo que es de justicia reconocerlo desde le principio, la honradez intelectual del autor, monárquico confeso, respecto de los orígenes de la institución. Más que nada por lo poco habitual. Copio y pego parte de la expresiva nota 79 (p. 95), que creo que se puede suscribir íntegramente:

«Aguilar y Hernández han subrayado cómo el reconocimiento de la legitmidad dinástica, ahora bajo la forma de Monarquía parlamentaria y sin poder alguno, venía a unir la histórica institución, de más de diez siglos (anterior al franquismo) con la nueva legitimidad democrática, queriendo así saltar de una a otra pasando por encima del origen franquista. Ello, obviamente, es puro artificio. La Monarquía la restauró el General Franco e ignorarlo es ignorar la realidad. La restauración de una Monarquía en el siglo XX (en el que habían desaparecido siete monarquías europeas), en un país sin monárquicos, es un hecho verdaderamente extraordinario, sólo posible porque Franco quiso traerla. Aparte de los antecedentes históricos (en los que los borbones fueron expulsados del trono español en cuatro ocasiones en siglo y medio) España era en ese momento un país con muy pocos monárquicos de razón y unos pocos más, pero muy pocos, de corazón. Uno de éstos era Franco, al que los nuevos teóricos de la Corona quieren hacer desaparecer. Es ridículo. Por ello Torcuato Fernández Miranda se abstuvo en la votación de ese artículo 57.1 (…).»

La cita es larga, pero me parece pertinente, dado que, como bien señala el autor, es un tema sobre el que los monárquicos (es decir, todo el establishment español: empresarios, medios de comunicación, grandes partidos…) pasan de puntillas una y otra vez, hasta el punto de que RTVE suele dar cercenados los vídeos de momentos históricos de nuestro país, como la jura de las leyes del movimiento de nuestro Borbón o su aceptación de la corona, para evitar recordar a los ciudadanos, con sus emocionados recuerdos al General Franco y a su obra política, que la cosa viene de donde viene y que esto tiene el origen y la explicación que tiene.

Gaspar Ariño, que es profesor de esto a lo que me dedico yo que es el Derecho administrativo, es al menos honrado al recordarlo. Y también lo es cuando reconoce que escribe su libro para enfrentarse a lo que inteligentemente vislumbra como una crisis en ciernes de la institución, crisis que tiene pinta de ser grave ya y de irse incrementando con el tiempo como no se le ponga remedio de algún modo. Él denomina a este «problema» la «aporía monárquica» y se enfrenta con denuedo (y a mi entender, también sin éxito, a tratar de resolver la imposible ecuación). A saber, ¿cómo justificar en democracia y en una sociedad donde todos nacemos iguales en derechos que haya quien, por razón de cuna, esté llamado a las más altas misiones y a funciones constitucionales de primerísimo nivel, como es la Jefatura del Estado? De las prebendas asociadas, personales y familiares, no vamos a hablar, que esto es España, es como de mal gusto y ni siquiera tenemos derecho a saber qué patrimonio ha acumulado esta buena gente. Quedémonos, pues, en la parte de «vocación de servicio» de la famosa aporía.

Ariño intenta hacer la fintas al uso, vestirlas jurídicamente, pero al final la verdad es que nos queda lo que nos queda. Que, como digo, no es mucho ni a mi entender solución alguna que considerar válida. Esquemáticamente, esto de la aporía, podríamos resumirlo así como:

– Si somos todos iguales en derechos, hay algo como que no casa en eso de que unos sean reyes y otros no porque sí;

– Si la democracia es que la gente elija a quienes les han de representar, hay algo como que no casa en que unos no iguales, además, tengan funciones porque sí;

– En esos términos, sólo puede tener sentido una Monarquía que demuestre que por cuna (o por la educación recibida desde la cuna) se puede lograr más y ofrecer mejores resultados a la sociedad que cuando esas personas son elegidas por ese imperfecto método que es votar, que es lo que intenta justificar Ariño (al menos, para algunos casos):

– Y entonces, si eso fuera verdad, ¿por qué no dar más funciones a la Monarquía e ir más allá de contentarnos con esa tópica enunciación, por falsa que sea, de que un rey de nuestros días «reina pero no gobierna» y sólo ejerce funciones representativas? Porque si de verdad un rey educado desde la cuna para serlo (o genéticamente seleccionado para estar dotado de determinada manera, para quien crea que ése es el fundamento de la Monarquía, una cosa más de bragueta y bragas que de legitimidad ciudadana) es mejor que un jefe del estado que llega ahí de repente pero elegido democráticamente, ¿a santo de qué autolimitarnos y privarnos de esos beneficios sociales en otras funciones? Con lo que adiós, cada vez más, a eso de la libertad y la igualdad y la democracia. Y… ¡zas! ahí está la aporía.

Ariño trata de resolver el evidente problema lógico que se deriva de querer ser demócrata y monárquico justificando en la educación y la preparación desde la infancia ciertas ventajas (ah, ¡para que luego digan que nada de lo que produce la Academia tiene luego trascendencia social!, ¿o acaso no ven todos ahí esas maravillosas referencias a nuestro querido Nuevo Rey Borbón como el más Pre-parado de la Historia?). También en el hecho de que la institución sea tradicional, tenga sus reglas, esté dotada de una estabilidad al margen de la democracia y del pueblo. En fin, que la aporía se resuelve, como toda la vida, de forma poco edificante.

Hay que reconocer, no obstante, el esfuerzo por buscar algunas legitimaciones, a fuer de poco democráticas, sí, al menos, divertidas. Es, por ejemplo, la propuesta de una «Monarquía empresarial» (sic, y es que los monárquicos españoles otra cosa no, pero cachondos por lo visto lo son un rato, pp. 33-34) que realiza Rafel Domingo y recoge Ariño, que nos dirá algo así como que la legitimidad de la institución depende de si demuestra «utilidad» para el país, evaluando ésta como la de cualquier empresa. Se trataría de una visión supuestamente desideologizada que, como sabemos, ha hecho fortuna en este país recientemente, con ministros y grandes empresarios cantando sus virtudes (de nuevo, ahí, ahí, la Universidad «transfiriendo» conocimiento dle bueno a la sociedad): que si Su Majestad nos consigue el AVE a la Meca, que si Su Majestad intercede por nuestras grandes empresas… En fin, que ya sabemos de qué va el tema. Cada cual que decida si le gusta. A Ariño, que es un tipo listo y sabe cómo acabaría eso de la Monarquía empresarial si encima le damos patente, nunca mejor dicho, de corso, parece que no mucho.

Sí le convence más la original y maravillosa propuesta de Manuel Conthe, ese señor al que un gobierno  puso a regir los destinos de la CNMV no mucho tiempo ha y que por lo visto está convencido de que fue por su acrisolada independencia. Este buen hombre que ha ideado una posible posibilidad de evolución monárquica darwiniana a la que reconozco desde aquí su maravillosa osadía y adaptación a los nuevos tiempos. Como cuenta Ariño (pp. 35-35), lo que dice Conthe es que eso de la democracia es una majadería pretender que rija siempre las decisiones públicas y tal y que a fin de cuentas, ¿no hemos quedado todos de acuerdo en este consenso neoliberal nuestro de cada día en que, por ejemplo, mucho mejor que los mercados financieros y otros sectores estratégicos mejor si son controlados por «agencias independientes» que vayan un poco a su bola, tipo Banco Central Europeo, con independencia de lo que diga el populacho? Pues si esto es así, y tiene más o menos razón Conthe en que es así (al menos en teoría, claro, porque luego eso de la independencia es un poco de Alicia en el País de las Maravillas, pero aceptemos la enunciación al uso, al menos, a efectos teóricos), ¿por qué no conformar la Monoarquía jurídicamente como una suerte de súper-administración independiente? Con sus poderes y competencias, sus espacios de actuación… y su total independencia. Y todas las ventajas de las agencias, que tienen ese poder (supuestamente) por su acrisolada profesionalidad avalada por los propios mercados. El Rey, pues igual, acrisolada personalidad, profesionalidad y conocimientos avalados por… bueno, vamos a dejarlo, pero si quieren echarse unas risas les comunico que la propuesta de Conthe que relata Ariño va en serio (que va en serio que la ha hecho, vamos). Aquí tienen una prueba. Y no me descarten que esto sea una suerte de boceto de lo que podemos empezar a escuchar en adelante respecto de las funciones que debiera (o pudiera) cumplir nuestro querido Pre-parado I, pues el tipo ha estudiado, eh, y sacaba notables en la Autónoma y todo, que lo dice la prensa y lo recuerda Carmen Iglesias. Y luego estudió business y demás en Estados Unidos. Ojito con él.

Por lo demás, Ariño sí que, y eso hay que reconocérselo, es más o menos coherente a la hora de deducir consecuencias de la manera en que sale del embrollo ese de la «aporía» que explicábamos arriba. Porque, como decíamos, si de verdad te crees el tema hay que dar funciones al rey. Por eso critica mucho en el libro la tramitación del Título II de la Constitución, que cercenó muchas de las posibilidades de dotar de espacios de acción política autónomos al Monarca, y, sobre todo, la práctica que se generaliza a partir del segundo Suárez consistente en que unos mindundis de nada, como él o Felipe González, con toda la desfachatez, se creen que proque han ganaado elecciones van a ser los que manden y tomen decisiones, en vez de dejar que su Borbónica Majestad siga manejando el cotarro. Esta práctica constitucional, instaurada en España paulatinamente, deja al Rey con los espacios simbólicos y mucho poder para, en su caso, hacer cosas entre bambalinas (no sabemos si luego las hace o no, todos intuimos que sí, y por eso su presencia es ciertamente molesta en términos democráticos, como los ciudadanos de Cataluña experimentan desde hace unos años cada vez que interfiere en las dinámicas políticas legitimadas por los ciudadanos, aunque quizás no haga demasiado en estas materias porque lo ciertto es que no tiene mucho tiempo entre las cacerías y los negocios ¡a saber!) pero sin posibilidades de ejercicio real en las decisiones políticas cotidianas. Algo que Ariño critica, realizando una relectura del actual artículo 62 de la Constitución (que lista las funciones del Monarca) y proponiendo que la Corona recupere competencias y las ejerza de una manera menos «minimalista» que hasta la fecha. Vamos, que Ariño propone que la Corona pueda decidir autónomamente en estas cuestiones y además se tome en serio las más simbólicas y moderadores: que sea una especie «Think tank» público que modere, aporte ideas al debate, lance propuestas… y de resultas de todo ello nos guíe a todos en una determinada dirección: la del Bien, la Verdad y la Justicia.

El entramado para ello que propone Ariño tiene su gracia: usar a las Reales Academias que, agrupadas en el Instituto de España, deberían dar soporte a la Corona en esta labor. O el Real Instituto Elcano, que podría aportar su reconocido prestigio internacional tan bien ganado apoyando con pseudo-informes pagados a precio de oro venezolano de ese que financia a Podemos todo lo que el Gobierno de turno proponga, desde invadir Irak o la Luna hasta recortar libertades civiles porque hay muchos terristas malos ahí fuera, para acabar de dotar a esta especie de «administración independiente de la Inteligencia española» del fuste que todos estábamos esperando. Rematando la faena, Ariño saca la vieja idea de un Consejo de la Corona que coronara toda esta estructura, con personas buenas y sabias, formadas, especialistas en sus diversas áreas de conocimiento, que se integraran en la estructura de la Corona y asesoraran al Rey en todas estas nuevas funciones suyas, tan adecuadas para los Borbones, relacionadas con la estrategia, la inteligencia y pensar cosas buenas para el país y sus ciudadanos. A mí, y estoy seguro de que a Ariño también cuando lanza su propuesta, me vienen ya hasta nombres concretos a la mente. Pero vamos, que lo peor de todo es que como el nuevo Borbón es joven y viene con hambre de gol me temo lo peor. ¡Quizás cualquier día de estos nos vienen con que nos deben evangelizar desde la Corona día sí, día también, con al colaboración inestimable de las Academias, el neo all-star tertuliano y académico del país y el chiringuito ese del Instituto Elcano! Cosas que nos parecían más inverosímiles a priori han acabado produciéndose: recuerden que Ana Botella es alcaldesa de Madrid y en ella, su don de gentes, su entusiasmo y sus conocimientos depositaron toda su confianza cientos de empreas y administraciones españolas para que nos dieran unos Juegos Olímpicos. Esto es España. Todo lo ridículo no sólo puede ocurrir, es que lo normal es que, tarde o temprano, ocurra. Y ni siquiera hace falta que pase primero como tragedia. Aquí podemos ir a la risión desde la primera experiencia.

Junto a todo ello, Ariño también propone, como ya hemos señalado, que las funciones reales de «arbitrar y moderar» tengan algo más de sustancia jurídica de la que tienen en nuestros días, que el Rey pueda tomar autónomamente algunas decisiones sobre disolución de Cortes o propuesta de Presidente, que ahora le vienen supraordenadas. Se apunta el ejemplo del Presidente de la República italiana, que como sabemos lleva unos añitos de mangoneo quitanto y poniendo primeros ministros con la ayuda y entusiasta apoyo de la Unión Europea que, por lo que se ve, son la envidia de todos los que «reinan pero no gobiernan». Y se explica, por supuesto, que los Reyes, para hacer todo esto, deben ser reyes y no «plebeyizarse» demasiado, porque el invento no funciona si lo hacen (esta es una tesis clásica de Jaime Peñafiel, a quien reconozco toda la autoridad del mundo en este tema de la plebeyización y sus problemas, de modo que no voy a discutirlo, pero que tiene a mi juicio poca importancia jurídica, salvo si a alguien se le ocurre hacer una especie de «reglamento anti-plebeyos» para uso de los Borbones un día de estos: probablemente Letizia Ortiz esté ya en ello para marcar las debidas diferencias entre ella y su prole con la gente de abajo y demás plebeyos que a saber qué se han creído).

Vamos, que está todo muy bien y son mucho y loables los esfuerzos porque la pildorita pase mejor. Sin embargo, a medida que uno va llegando al final del libro y de todas estas trabajosas explicaciones, le ocurre como le pasa a uno cuando ve al PSOE tratar de defender hoy que la Monarquía española es guay, democrática y encarnación pura de los valores republicanos. Que la aporía en cuestión, sencillamente, no es posible superarla con estas fintas. Una Monarquía es lo que es, es lo que estamos viendo. Y o te crees que ciertas gentes, por casta, por genes o por educación desde la cuna son por definición mejores, en cuyo caso la solución lógica sería extender este sistema de selección de líderes a la presidencia del gobierno, para empezar, y de ahí hacia abajo; o, sencillamente, no te lo crees. Es bastante sencillo de entender. Quienes no se lo creen, en el resto de Europa, llevan como dos siglos montando regímenes democráticos o inocuizando sus monarquías tradicionales a que vayan en carroza, saluden y ya (y a nadie se le ha ocurrido, por su puesto, restaurar una Monarquía en un siglo). Aquí, en España, tenemos el privilegio de asistir, en pleno siglo XXI, al espectáculo de una Monarquía divisiva y tóxica, restaurada militarmente no sé cuántas veces, que sigue llenando las plazas de más y más ciudades de España con ciudadanos que les piden a estos Borbones nuestros que se larguen y que exigen a sus representantes (que cómodamente instalados en eso de que sólo se puede votar en unas elecciones y que éstas, ya se sabe, son un pack, se permiten pasar de todo) poder aspirar a ser, sencillamente, en esto y en otras cosas, un país normal. Sin aporías de esas.



14 comentarios en La Corona. Reflexiones en voz baja, de Gaspar Ariño
  1. 1

    Esto es así.
    Luis.

    Comentario escrito por Luis — 03 de junio de 2014 a las 10:58 am

  2. 2

    Muy buen artículo, como siempre, pero hecho a faltar como argumento en favor del mantenimiento de la monarquía, tal vez el único que a mí me resulta convincente en la actualidad, el hecho de que el rey es un jefe de estado (aparentemente o razonablemente) neutral, mientras que un presidente de la república, por muy intachable que sea, necesariamente ha de tener un pasado «político». Es decir, que en este país nuestro siempre sería «de los nuestros» o «de los otros». No quiero decir con esto que a la larga no podríamos aprender a respetar el cargo como, mal que bien, pasa en otros países, sino que también aquí pagamos los platos por una democracia tutelada, que ha fomentado tener que votar un partido como un bloque, sin matices y sin posibilidad de seleccionar a los votados, y ha perpetuado la cultura del «conmigo o contra mí» en lugar de fomentar el gobierno de los más capaces. Traducido a un caso práctico, puedo imaginarme al nuevo rey con un gobierno de derechas tratando de dar un nuevo encaje constitucional al problema catalán, pero no sé cuanto duraría un presidente de la república de izquierdas tratando de hacer lo mismo, incluso con «concesiones» menores. No sé si me explico o si mezclo demasiados conceptos…

    Comentario escrito por Pau VLC — 03 de junio de 2014 a las 12:15 pm

  3. 3

    En la primera línea evidentemente «echo a faltar», y no «hecho». No se puede escribir con prisas :-p

    Comentario escrito por Pau VLC — 03 de junio de 2014 a las 12:41 pm

  4. 4

    Pau VLC, ese problema tiene fácil solución: si nos perturba tener un Jefe de Estado no neutral… prescindamos de la figura del Jefe de Estado y ya está. Cada vez hay más países que no tienen y no pasa nada. Simbólicamente Naranjito nos puede representar a todos mejor en el imaginario colectivo social.

    Por otra parte, me llama la atención eso de que la Monarquía actual española es neutral. ¿Acaso no estamos viendo quién la apoya y quién no? ¿Qué tiene eso de neutral? Establishment, derecha, derecha moderada, centro derecha y centro (si metemos al PSOE ahí y no en el centro derecha) están con el monarca. Toda la izquierda, en contra. ¿Eso qué tiene de neutralidad?

    Comentario escrito por Andrés Boix Palop — 03 de junio de 2014 a las 6:39 pm

  5. 5

    Coincido plenamente con tu artículo.

    Soy de la opinión que no entiende la necesidad de una jefatura de estado pues, creo, que para la firma de títulos académicos y la recepción de credenciales de embajadores, no es necesaria la existencia de una Corona y una Familia Real.

    Pero me gustaría destacar un asunto, de importancia menor ciertamente, y es el reglamento anti-plebeyos.

    Me explico, aquellos que piensan que la legitimidad de la monarquía está en su «que ciertas gentes, por casta, por genes o por educación desde la cuna son por definición mejores»

    Esta superioridad de la «realeza» viene históricamente por la sangre y su política de emparejamientos, que reforzaban la fuerzas y prestigio de la propia casa real. Por ello siempre se hacían matrimonios concertados, con la finalidad de acumular mayor prestigio y porque era lo mejor para el reino.

    Esta lógica fue la que hizo que Eduardo VIII, del Reino Unido, tuviera que abandonar el trono. Pues si quería seguir su corazón, y casarse con una divorciada, entonces estaba buscando lo mejor para él, y no para la Corona.

    Yo entiendo que de esta forma existe un equilibrio, puedes ser el rey de un reino, pero renuncias a cuestiones como la intimidad y elegir la profesión, mujer, hobby,… que te parezca.

    Porque la monarquía es una institución que se justifica por la tradición, no por la razón. Así que una institución basada exclusivamente en tradición, en el linaje, no respeta la tradición… pues ya me dirás que queda.

    Pero el caso español me parece de risión, es decir, tiene todos los beneficios de ser llamado al trono, pero ninguno de los inconvenientes (hasta hace poco), es decir, elección de pareja libre, no tener que dar justificación de los gastos y el patrimonio que se posee, no tener que declarar dónde se encuentra en cada momento…

    Hasta la rotura del cordón mediático sanitario (aunque parece que están trabajando en una versión 2.0 para Pre-parado, las noticias Antena 3 parecían elaboradas por la oficina de propaganda de la Zarzuela) todo eran ventajas y ningún inconveniente.

    Por lo tanto, si van a tener los mismos derechos que cualquier ciudadano, pues que sean ciudadanos normales y fin de la casa real.

    Espero haberme dado a entender.

    Un cordial saludo.

    Comentario escrito por Aarón Albors — 03 de junio de 2014 a las 8:58 pm

  6. 6

    Ahí le ha dado don Andrés. Lo cualo neutralidad. Nuestro querido monarca es de los otros y muy republicano no es, no.

    Comentario escrito por ieau — 03 de junio de 2014 a las 11:03 pm

  7. 7

    Andrés,
    Lamente dir-te que la teua anàlisi és molt sesgada xD. Hi ha coses com la igualtat davant la llei, o els mecanismes de control (democràcia) per a evitar abusos de poder, que tenen una certa importància, no ho negue. Però una societat madura i pràctica deuria vore altres objectius tan o més importants: la imatge de proximitat que donen els xiquets de les infantes, lo bonicos que són els vestits de la Reina, la simpatia de Letizia, la prestància que té el Rei, ¡i lo guapo que és el príncep! ¿De veres, com a societat oberta, democràtica, amb voluntat ciutadana partipativa per a involucar-se en la presa de decisions importants, estem dispostos a perdre’ns tants avantatges que ens dóna la monarquia?

    Comentario escrito por Marc Nadal — 04 de junio de 2014 a las 12:23 pm

  8. 8

    Como siempre muy bueno el articulo:
    A mi lo que no deja de sorprerderme es el argumento, si tuvieramos republica te imaginas tener a » (pongasse lo que proceda, aunque preferiblemente se utiliza a Aznar y a Zapatero) como presidente:

    Si tan malo es el interfecto, mejor tenerlo en un cargo sin poder que en uno con poder.

    Comentario escrito por pio baroja — 04 de junio de 2014 a las 12:34 pm

  9. 9

    Por cierto, al final la tesis se reduce a tengamos una «democracia», por decirlo de alguna manera, «darwinviana».
    que los mejores sean los que mandan, y que la politica es muy seria para que este manos de cualquiera.
    De todas maneras para contradicciones las de PSOE explicando que es posible conciliar las hondas convicciones republicanas con el apoyo a la monarquia.
    lo que mas me ha gustado es Felipe Gonzalez citando como argumento de autoridad a , no no es Peman, menos mal, sino a Santiago Carrillo.

    Comentario escrito por pio baroja — 04 de junio de 2014 a las 12:38 pm

  10. 10

    Vamos, al señor este Gaspar Ariño se le ocurre reinventar los conceptos de la llamada tecnocracia. El gobierno es muy complicado para dejarselo a la gente, tengamos un grupo de expertos que tutelen y dirigan.

    Vale, bien, pero sacar esa idea como defensa de la monarquía no defiende mucho. Porque si el chiste es ese papel de controlador imparcial que tales organismos «de la Corona» van a tener… ¿porque atarlo a una familia en particular? O sea, que el invento funciona exactamente igual SIN monarquia.

    Claro que al menos se molesta en buscarle un uso. Las defensas mas irritantes de la monarquia que he leido u oido vienen siendo un «como no sirve para nada pues que mas te da». Por lo visto la pregunta «Si no sirve para nada para que lo defiendes» no llega a sus cabezas…

    Comentario escrito por Latro — 04 de junio de 2014 a las 2:07 pm

  11. 11

    Pues si queremos tener al mejor ciudadano como jefe de Estado, ¿no sería entonces lógico convocar unas oposiciones? Seguro que el mejor de los candidatos superaría en méritos al Pre-parado.

    Comentario escrito por Guerau — 08 de junio de 2014 a las 9:42 pm

  12. 12

    […] democrático de convivencia más o menos sensato. Me parece una institución tóxica, en general, y no me convencen las explicaciones/justificaciones de sus defensores. La monarquía española, además, impuesta por el general Franco, me resulta, como a cualquier […]

    Pingback escrito por ¿Un Heredero inconstitucional? | Blog jurídico | No se trata de hacer leer — 16 de junio de 2014 a las 5:33 pm

  13. 13

    El general Franco a la Cortes:
    «Creo necesario recordaros que el reino que nosotros, con el asentimiento de la nación, hemos establecido, nada debe al pasado; nace de aquel acto decisivo del 18 de julio, que constituye un hecho histórico trascendente que no admite pactos ni condiciones
    […] La legitimidad del ejercicio constituye la base de la futura Monarquía, en que lo importante no es la forma, sino precisamente el contenido»

    Comentario escrito por Maximilien Robespierre — 03 de julio de 2014 a las 5:37 pm

  14. 14

    El rey Juan Carlos en el mismo acto…
    «Plenamente consciente de la responsabilidad que asumo, acabo de jurar, como sucesor, a título de Rey, lealtad a su Excelencia el Jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento Nacional y Leyes Fundamentales del Reino. Quiero expresar, en primer lugar, que recibo de Su Excelencia el Jefe del Estado y Generalísimo Franco, la legitimidad política surgida el 18 de julio de 1936 […]»

    Comentario escrito por Maximilien Robespierre — 03 de julio de 2014 a las 5:40 pm

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