De la necesidad de la tortura

La marea retro que todo lo anega se lleva por delante cada vez más hitos de la civilización occidental. La semana que viene tenemos que hablar de esto, de sus orígenes, del cambio de velocidad en la involución que supone lo aprobado por el Senado de los Estados Unidos, de lo bueno que es que, al fin, aparezcan nítidas críticas en medios de comunicación como el New York Times. Probablemente vale la pena dejar pasar unos días y tratar, mientras tanto, de entender qué está pasando, cuáles son las razones de esta deriva irracional y peligrosísima, a qué se debe que las alarmas ciudadanas hayan tardado tanto en encenderse…

En España, será porque no consideramos que nada de eso tenga que ver con nuestra realidad presente o muy reciente, la cosa no parece que nos conmueva, de momento, en demasía. No deja de ser extraño, cuando somos también un país que afrontaba la lucha contra el terrorismo de forma muy diferente hace treinta años, cuando el azote era mucho más cruento.

Se ve que los tiempos cambian, aunque sea para ir legitimando, cada vez más, los métodos empleados por dictaduras como la de Sadam Hussein que no hace mucho, recordemos, supuestamente ampararon una intervención armada para derrocarlo y encauzar, a la manera democrática occidental, el destino de Irak. Así, de momento los Estados Unidos se han dotado, como su Presidente deseaba, de tribunales especiales, de una auto-otorgada carta blanca para que sus espías cometan crímenes en la lucha contra el terrorismo, de capacidad para que el poder ejecutivo detenga y retenga sin habeas corpus a todo aquél que entienda necesario y oportuno… Y, sobre todo, en contra de lo que desde hace más de una centuria todo el mundo civilizado había aceptado como una regla básica (más allá de que el mundo del ser se alejara de las consideraciones del deber ser en muchas más ocasiones de lo que sería admisible), los Estados Unidos podrán decidir libremente (según su Derecho interno) qué métodos de interrogatorio aplicar, qué tipo de técnicas son oportunas y, además, mantener en secreto estas consideraciones. Si a ello añadimos la laxa definición de lo que se considera a partir de ahora la tortura prohibida, el hecho de que las pruebas obtenidas bajo «coerción» pasan a aceptarse sin problemas y la imposibilidad por parte de los jueces de controlar estos procesos la conclusión sólo puede ser una: que los Estados Unidos, en realidad, han legalizado la tortura pura y dura. Un retroceso, ciertamente, sin precedentes que demuestra que esta gente y sus barbaridades (ojito a la explicación de lo maravilloso que es el campo de Guantánamo) van ganando terreno.

Documentos relacionados: Texto de la Military Commissions Act aprobado por el Senado



Obra benéfico-social y financiación de infraestructuras

Las Cajas de Ahorro están de actualidad en los últimos años por múltiples motivos: se han convertido (prácticamente) en las únicas instituciones financieras con un peso importante en sectores industriales de relieve, participan en la reorganización de algunos de ellos tan estratégicos como el eléctrico, están constantemente en el punto de mira de la banca privada (que por una parte ve con desagrado una competencia que entienden desleal por no estar condicionada por la necesidad de retribuir a los accionistas, mientras que no oculta su deseo de adquirirlas y liquidar a los rivales en el mercado español del crédito)…

Las Cajas de Ahorro no suelen ser analizadas por los juristas como lo que son, en realidad, según parece obvio para el común de los mortales, esto es, como parte integrante del sector público. Si no tienen accionistas y entonces las decisiones las adopta un consejo de administración elegido mayoritariamente por diferentes Administraciones públicas, si existe de facto una línea directa entre estos consejos de administración y los gobiernos autonómicos, si los fondos que no se destinan a reservas son empleados a partir de criterios determinados por los poderes públicos… si todo ello es así, la verdad es que parece complicado vivir al margen de lo que no resulta sino una realidad evidente: que las Cajas son parte, al menos en un sentido funcional, del sector público económico. Pero no conviene minusvalorar la capacidad del Derecho para vivir, en ocasiones, aunque sea formale interesadamente, en un mundo paralelo con sus exotismos y peculiaridades.

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Bloggers en la Academia

En los Estados Unidos las Universidades se han llenado de profesores que escriben sobre asuntos jurídicos de actualidad o en torno a las cuestiones que están estudiando, que comentan sentencias o que participan en polémicas sociales y políticas empleando para ello sus blocs en Internet, con la intención de llegar a más gente, sin duda, aprovechando la capacidad de penetración y porosidad de la herramienta.

Como es obvio, parece difícil desde aquí (incluso es probable que tampoco sea sencillo saberlo para quienes allí están) tener muy claro a quiénes, en concreto, se dirigen mayoritariamente. ¿A los colegas?, ¿a sus estudiantes?, ¿a la opinión pública, en su estrato más informado?, ¿o incluso a la cerrada y retroalimentada comunidad de bloggers que, también en el universo de los las bitácoras jurídicas, ha acabado por conformarse, inevitablemente? En realidad, da un poco igual. Cuando las aportaciones son de interés, éstas tienen valor trascendiendo incluso el público al que su autor las destinaba. La ventaja de Internet es que, cuando se tiene algo que decir, el resultado suele ser gratificante para quien topa con él.

En España no parece que, por el momento, la cosa haya despuntado. Todo se andará, sin duda. No sólo los cuadernos de este tipo, sino la generalización del acceso a la red, a bases de datos y a información y opinión especializada están llamados a jugar un papel creciente. Cambiarán con ello muchas cosas y también la forma de enseñar, la de acceder a los estudiantes y mostrarles cómo la realidad se ve afectada por el Derecho, la manera de enfocar los asuntos que nos interesan y nos estudiamos y también, por supuesto, la capacidad de que las reflexiones que hacemos los juristas (profesores o no) lleguen a más gente e incluso que puedan incorporarse con mayor facilidad y carta de naturaleza (al menos en sus bases más asequibles para el lego) al debate público.

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The failure of the Founding Fathers – Bruce Ackerman

Poner en marcha cualquier tinglado es siempre algo bastante complicado. En el mejor de los casos, no es nada fácil hacerlo de forma que funcione satisfactoriamente desde un principio. Un resultado digno requiere como mínimo de una buena dosis de suerte y de tener más o menos claro qué desea uno hacer, por supuesto, pero también ayuda dotarse de normas que disciplinen de la manera más eficaz posible la actividad, de forma que el entramado regulador previsto se convierta en un instrumento y promueva unas dinámicas que faciliten la consecución de los fines perseguidos.Cuanto más compleja es la actividad que pretendemos llevar a cabo, cuanto más ambiciosa, cuanta más gente haya implicada, más difícil será acertar. Pero más importante será también, a la vez, realizar un esfuerzo sincero por lograr el mejor diseño posible. Algo que implica asumir, desde un primer momento, que por bien que nos salgan las cosas estaremos siempre lejos de haber conseguido un resultado óptimo. De otra forma, inevitablemente, nos invadirá la melancolía. Porque tarde o temprano constataremos que abundan fallas, desviaciones e incluso lo que podríamos entender como absolutas perversiones de la idea inicial. No conviene ni rasgarse las vestiduras por ello ni descalificar todo aquello que se salga del plan o diseño inicial. Las criaturas, una vez vivas, evolucionan un poco a su aire. Lo que no es necesariamente malo. Muchas veces el producto del uso y de la práctica es más fino y elegante que el de la especulación ilustrada. Y casi siempre los resultados de la experiencia, sobre todo si hemos logrado sintetizarlos y combinarlos con algunos de los elementos propios de la estructura inicial, superan ampliamente cualquier elaboración previa, por sabia y trabajada que sea. Cualquiera que se haya visto en la tesitura de iniciar una aventura del tipo que sea, de plantearse sus objetivos y de tratar de establecer las normas que mejor parecían, a priori, que podían ayudar a cumplirlos, sabe de la cura de humildad que supone la imposibilidad de controlar la vida la criatura en todos sus extremos. Continúa leyendo The failure of the Founding Fathers – Bruce Ackerman…



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