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“La superpotencia nerviosa: Alemania 1871-1918” – Volker Ullrich

“Auge y caída del Kaiserreich alemán”

¡Ah, Alemania! Cuanta admiración por ti, en España y en LPD. Y cuanto desconocimiento. Lo cual es lamentable, pues de la historia de Alemania se pueden sacar muchísimos paralelismos con España (paralelismos, ya lo adelantamos, extremadamente deprimentes, pero para eso estamos aquí). En este caso, del Segundo Reich, ese periodo que va desde la unificación nacional en 1871, hasta la debacle de la Primera Guerra Mundial [1] y la Revolución de 1918 [2]. Un periodo que posteriormente queda idealizado, permitiendo que –tras un paréntesis republicano [3]– llegue un señorito con bigotito para “Make Germany Great Again” (el paralelismo incómodo obviamente es Restauración Borbónica-Debacles en Cuba y Marruecos-Primo de Rivera-Paréntesis Republicano-señorito con bigote fino para “Make Spain Great Again”; curiosamente VOX en sus inicios se apuntó la consigna [4]… sin explicar nunca a qué periodo se referían). Sin embargo, Ullrich pretende insertar su libro (de 1997) en la nueva corriente historiográfica alemana, “vamos a interpretar desde 1989 y no desde 1933/45”. Es decir, no todo lo que pasa es un paso inevitable en dirección a Auschwitz (igual que no todo lo que ocurre desde 1808 es un paso inevitable hacia la Guerra Civil). El Segundo Reich es un periodo muy largo, rico y contradictorio, no una entrada en una checklist teleológica.

La mayor contradicción, y de la que nacen todas las teorías del Sonderweg [5], se da entre una sociedad moderna e industrial, puntera en ciencia y tecnología, y un régimen político neoabsolutista… pero que se disfraza con ropajes aparentemente modernos y plurales. Aquí hay que empezar. Ullrich nos lo expone arrancando en frío, sin preparación ni nada, el 18 de enero de 1871: en mitad de la guerra franco-prusiana, tras barrer a Napoleón III y llegar hasta Paris, en la Galería de los Espejos [6] de Versalles, símbolo supremo del poder absolutista de Luis XIV [7], los dirigentes alemanes proclaman a Guillermo III de Prusia como su soberano Guillermo I.

 

Hacía un frío de pelotas, todos de uniforme militar, Bismarck iba de azul y no de ese blanco radiante que le hace destacar, y Guillermo I no le dio ni la mano, mucho menos las gracias. Y por supuesto, ni un solo representante electo del pueblo.

 

La proclamación es el resultado de un intenso juego entre bambalinas de Bismarck, que ya ha pactado todos los detalles. Entre ellos, la arquitectura política y legal del nuevo tinglado: formalmente, el Reich es una federación de príncipes, que retienen la soberanía, bajo presidencia de Prusia. El rey de Prusia es Káiser del conjunto (“Káiser Alemán” y no “Káiser de Alemania”, que eso podría entenderse como una reivindicación territorial), y el primer ministro de Prusia (es decir, el propio Bismarck) es también canciller del Reich, ministro de asuntos exteriores, y presidente del Bundesrat. ¿Qué es el Bundesrat? El Bundesrat es el timo bismarckiano de la estampita: como el absolutismo abierto queda ya muy feo y además se pretende que la unificación alemana se ha logrado en nombre de todo el pueblo, el nuevo Reich se dota de un parlamento elegido por todo el pueblo, el Reichstag, por sufragio universal masculino, secreto y directo. ¡El tope de lo tope, hoygan, que a modernos y demócratas no nos gana nadie! Pero claro, ¿y si ahora el pueblo no vota como es debido? Pues al Reichstag le ponemos al lado un Bundesrat (todo lo que lleve “bund” significa “federal”, Bismark fue muy preciso en que no debía de llamarse Reichsrat) que tiene que aprobar todo lo que salga del Reichstag. De los 58 miembros del Bundesrat, Prusia con 2/3 de la población solo pone 17, pero Bismarck tiene otras herramientas para presionar a estados menores y lograr siempre minorías de bloqueo. No sé, piensen en el Parlamento Europeo, el Consejo Europeo, y como los maneja Alemania (o en el Congreso y el Senado en España, y cómo se eligen, para reformas constitucionales).

Esto se redondea permitiendo al Káiser (y al Bundesrat) la disolución anticipada del Reichstag, no pagando dietas a los parlamentarios, y con distritos uninominales basados en el censo de 1864, previo a la industrialización, de modo que los socialdemócratas, cuando empezaron a despuntar, necesitaban muchos más votos para lograr los mismos escaños que los conservadores rurales. Pero el truco principal es dejar gran parte de la soberanía (crucialmente, la fiscalidad) en los parlamentos de los Länder, donde ya no se vota [8] por sufragio universal masculino, secreto y directo. Quizás es exagerado llamar al Reichstag “la hoja de parra constitucional para un régimen autoritario”, pero no demasiado. Todo es un poco iliberal, pero ya se encarga Bismark de camelarse a los liberales con el argumento de que, a ver, queríais unificación nacional y mercado común alemán, y ya lo tenéis; ¿queréis que ahora lleguen los socialcomunistas, logren mayorías engañando a la gente, suban los impuestos y os quiten la cañita fresca? Los liberales, aún traumatizados por su fracaso de 1848, aceptan (si bien en grados variables, lo que llevará a escisiones entre liberales de derechas y de izquierdas).

 

La monarquía estaba atada a la constitución, en ese sentido era constitucional. Pero en el mando supremo de las fuerzas armadas del Káiser tenía un duro núcleo extra constitucional. Eso era parte de la herencia prusiana en el nuevo Reich. En los asuntos militares, el monarca decidía solo, aconsejado por un gabinete militar que se constituía como gobierno paralelo. Aquí estaba la impronta militarista-autoritaria, y aquí estaba la base para el establecimiento de un régimen personalista, como lo intentaría el futuro Káiser Guillermo II. […] La amenaza del [auto]golpe de estado fue “parte latente y efectiva de la realidad constitucional alemana”. Llevó a la política interior del Reich un elemento violento, cuyo efecto estaba calculado para achantar parlamentos y partidos. En caso de necesidad –ese era el mensaje inequívoco de Bismarck- se defendería la autoridad monárquica, y todo aquello que representaba, mediante un régimen de sables.

 

En el plano internacional, Bismark combina su talento con unas cuantas alineaciones afortunadas para blindar al nuevo Reich: tanto Reino Unido como Rusia están ocupados con reformas internas, y Rusia aún está lamiéndose las heridas de la Guerra de Crimea y como que no le apetece ayudar a Francia (y además el zar está asustado por el episodio de la Comuna de París, con el Reich ofreciéndose diligente como dique de contención). Pero, también, el hecho de que Bismark en 1866 haya dejado viva a Austria, cuando toda Prusia exigía desmembrarla, que garantiza que el Reich tendrá un contrapeso en su flanco sur. Francia por su parte, humillada por la derrota, la proclamación en Versalles y la separación de Alsacia-Lorena, jura venganza eterna, pero se ha quedado débil y aislada. El equilibrio continental pactado en Viena en 1815 sigue en pie, si bien Francia y Prusia/Alemania intercambian los roles de hegemón y estado tapón.

 

Bismarck partiendo la pana

Durante los siguientes 19 años, Bismarck va a presidir este “sistema de decisiones esquivadas” que se ha hecho a medida (Guillermo I: “no es fácil ser Káiser bajo semejante canciller”). Para mantener la ficción de la “alianza de príncipes”, Bismarck insiste en que no debe haber “gobierno del Reich” (se hablará de la Reichsleitung, “la dirección del Reich”) ni “ministros del Reich” (en su lugar, “secretarios de estado”); lo que pasa por ministerios empiezan siendo comisiones del Bundesrat, en estrecha colaboración con los respectivos ministerios prusianos. Pero el Reichstag sigue siendo necesario para aprobar leyes y presupuestos (aunque para la parte militar ya se encarga Bismarck de que haya truquitos), así que Bismarck se mete en jueguecitos políticos. El desarrollo es más o menos el siguiente: al principio, Bismarck se muestra próximo a los liberales. Los primeros años, hasta 1874, son también años de un increíble boom económico acompañado de políticas liberales, así que los Nationalliberalen están encantados de haberse conocido. Pero -¡oh sorpresa!- en 1873 todo se revela como burbuja burbujeante, y se inicia una larguísima depresión [9] de 20 años, uno de cuyos legados será hacer presentable el antisemitismo, ya que determinados círculos acusarán a los judíos de las desgracias económicas. Este es el momento que elige Bismarck para sacarse de la manga las anticlericales Leyes de Mayo [10].

Resulta que Bismarck desconfiaba políticamente de los católicos, al considerarlos más fieles a Roma y su confesión que a su nueva patria germana, y tiene con ellos una “batalla cultural [11]” que dura varios años. De ella salen cosas razonables (matrimonio civil, supervisión estatal de las escuelas, fin de las subvenciones públicas) y otras un poco iliberales (prohibición de los jesuitas, disolución de monasterios), pero los liberales apoyan el paquete entero porque Frente a aquellos que quieren destruir nuestra patria, estamos aquí para decir alto y claro que la unidad de Alemania no se negocia, ¡Viva el Káiser y Viva Alemania! Pero el Zentrum [12], el partido de los católicos, no se achanta sino que sube en votos, así que a finales de los años 70 Bismarck da un giro hacia los conservadores y derechistas – y ya de paso pues pacta con el Zentrum, que con las cosas de comer no se juega. Las cosas del comer consisten en poner fin a la política de librecambio, para proteger a la industria y agricultura nacionales. El Papa de Roma deja de ser el hombre del saco, y en su lugar Bismarck inicia una “guerra preventiva interior” contra los socialistas [13] (con apoyo del ala derecha del liberalismo, natürlich). Industria y agricultura, “la alianza del hierro y el centeno”, fundan juntos una agrupación que hace peticiones para introducir aduanas al grito de “proteged el trabajo nacional” y “Alemania para los alemanes”, y Bismarck está encantado: le permite hacer política al margen del parlamento y los partidos, le otorga ingresos al Reich sin necesidad de acudir al Bundesrat ni introducir impuestos, y el único precio es dejar caer a los liberales, que se encuentran que han traicionado sus ideales políticos para salvar los económicos, y ahora no tienen nada.

 

Pagafantas de la derecha más rancia. Since 1848.

 

El proteccionismo agrícola, además, fortalece políticamente a los Junkers [14] (los latifundistas del este prusiano; a estos se los tienen que imaginar como una fusión de VOX Murcia y Almería, cambiando el catolicismo por luteranismo y a los africanos por polacos), lo que permite a Bismarck hacer el mismo truco en Prusia, de cuyo gobierno y administración purga a todo lo que huela a liberal. Todo este giro hacia la derecha, cementado en 1878-9, marcará políticamente al Reich durante décadas. Fue una “Refundación del Reich”, donde Bismarck “hizo grande a Alemania y pequeños a los alemanes”. Pero –no leamos desde el final- no estaba escrito en 1871. La constitución legalmente sigue permitiendo una mayor parlamentarización y democratización, pero políticamente esto va a resultar imposible, gracias a Bismarck, al oportunismo de los liberales, y a cierta tendencia al autoritarismo de las clases medias germanas, donde el miedo a la proletarización los empuja cada vez más a la derecha y a sentirse un pilar del sistema, especialmente el Bildungsbürgertum, la “burguesía de la educación”, pero también la baja burguesía de artesanos y autónomos. Este miedo va en dos direcciones: contra el gran capital que está destrozando los feudillos pequeñoburgueses (aquí viene al quite la propaganda antisemita, “no es culpa del sistema, son los capitalistas judíos”), y contra la socialdemocracia que recita a Marx profetizándoles “acabaréis aquí en el pozo con nosotros, porque esa es la lógica perversa del sistema” (y aquí viene al quite, ¡también la propaganda antisemita, que Marx era judío!). De ahí que están prontas a pedir que sus chiringuitos sean sustentados y protegidos por el estado (“Reich y monarquía colapsarán cuando solo queden una plutocracia desinhibida y un proletariado lleno de odio, cuando desaparezca el equilibrio y tapón representado por las clases medias”), y encantadas con el giro de Bismarck. Para el cambio de siglo, el antisemitismo, aunque no se plasma en leyes, está aceptado socialmente y la discriminación es una realidad, sobre todo en las universidades, donde se iguala judíos=socialismo, y donde se están formando las clases dirigentes que 30 años después van a fracasar tan penosamente.

 

La Bicha

Ya hemos mencionado al principal Coco del Segundo Reich: la socialdemocracia. Por su republicanismo, su compromiso con la democracia, su anticolonialismo, su pacifismo, su programa de reformas sociales, su feminismo (eran el único partido que abogaba por la completa igualdad y por el voto femenino – ¡incluso siendo conscientes de que las mujeres iban a votar mayormente liberal-conservador!), y porque –gasp– se opusieron a la anexión de Alsacia y Lorena. Inicialmente muy pequeña (3.2% del voto en 1871 [15]) y dividida en dos (SDAP [16] y ADAV [17]), las crecientes persecuciones, aunque al principio resultan efectivas, a la larga fortalecen al movimiento, que se funde en un partido único, el SPD, con un programa posibilista [18] (que Karl Marx, cabreado porque no le han consultado, pone a caer de un burro [19]).

A esto vamos a dedicarle un par de párrafos, porque esta época va a marcar a la socialdemocracia, tal como los tres primeros siglos de nuestra era marcaron al cristianismo [20]. Igual que los primitivos cristianos, los socialistas son pocos, son débiles, y están perseguidos. Pero se sobreponen a la prohibición del partido presentando candidatos independientes y editando periódicos en el extranjero. A cambio, se instala un dualismo: bastante rigidez ideológica (algo que comparten con todos los demás partidos alemanes, todo sea dicho: como poco puede hacerse desde el Reichstag, al menos que la doctrina sea pura; en su caso particular, y dado que las tesis de Marx explican su situación como un guante y ofrecen esperanza en un mundo mejor, el partido se vuelve muy marxista, al menos en el plano teórico), y al mismo tiempo posibilismo a ultranza. Somos tan débiles que en cualquier momento una noche de San Bartolomé [21] nos puede barrer, así que pasitos pequeños y dentro del sistema. Son, en palabras del chico listo [22], “un partido revolucionario que no hace revoluciones”. Y hoygan, ¡les funciona! Poquito a poquito, y sin necesidad de tocar poder, crecen y mantienen unido al movimiento obrero, reúnen un buen dinero con las aportaciones de militantes (hasta el punto de sostener a los socialistas franceses), desarrollan y debaten el marxismo en una revista teórica [23] –flípenlo: ¡publican semanalmente!-, y son en general un ejemplo para sus equivalentes en otros países europeos: un partido prohibido que sin embargo sigue funcionando y creciendo porque se apoya en circunstancias estructurales que hacen imposible suprimirlo del todo. Es a partir de este modelo que Lenin elaborará su teoría sobre el “partido leninista”, y es por ello que su partido [24] también se llama inicialmente “socialdemócrata” (aunque tras la traición al internacionalismo durante la Primera Guerra Mundial [25] lo renombra como “comunista”). Así, con sus pasitos pequeños, pasan en 40 años del 3.2% inicial a diez veces más [26].

Frente a esto, Bismarck desarrolla un cierto estado social, con seguros y pensiones. No porque le preocupen los obreros (la seguridad en el trabajo no se legisla), sino como instrumento para desarmar a la socialdemocracia y estabilizar el régimen. Dejando claro, internamente, que cualquier ayuda está supeditada a los intereses del estado. Y por lo demás, mano dura: juicios, confiscaciones, expulsiones, estados de alarma, y toda una recua de minions muy imaginativos en aplicar las leyes antisocialistas con todo el rigor posible. Pero no sirve de nada, y finalmente en 1890 las leyes expiran.

Mientras la Bicha le crece en casa, Bismarck también tiene que ocuparse del equilibrio continental. Su visión: Francia es una resentida y no nos perdona lo de Alsacia-Lorena, así que hay que aislarla. Reino Unido prefiere desentenderse, montar un equilibrio continental, y por lo demás forrarse con su Imperio (donde además compite con Francia). Dejémosles. Austria y Rusia compiten en los Balcanes y nos miran como ayuda contra el otro, así que hay que bascular cuidadosamente entre ambos mientras vendemos que somos amigos los tres en defensa del buen orden absolutista [27]. El resto de Europa es morralla y no importa. Durante 20 años dirige la política exterior basado en este credo, siempre insistiendo que Alemania “está saturada”, que no tiene ambiciones territoriales y que solo está interesada en la paz. Tradicionalmente, se le representa como un genio que juega al ajedrez pentadimensional con las demás potencias (su fama hace que le dediquen la capital de Dakota del Norte [28]), pero Ullrich cree que esto es quizás un poco exagerado, y que el hombre improvisó mucho a partir de 1871 y estaba guiado por los acontecimientos, y no al revés. Es solo la abismal estupidez posterior la que le ha dejado como un genio. Pero fue el propio Bismarck el que puso muchas de las primeras piedras: con él empieza la expansión colonial alemana (como consecuencia casi inevitable, por otra parte, al giro proteccionista de 1879), y el programa de flotas.

 

1888: Dreikaiserjahr

En 1888, la Era Bismarck entona el canto del cisne. En marzo, muere con 91 años el Káiser Guillermo I. Le sucede su hijo, Federico III. A Bismarck le preocupaba su cercanía al liberalismo, reforzada por su madre sajona [29] y sobre todo su esposa inglesa [30], “esa mujer salvaje de sensualidad no quebrada”. Ya desde años antes Bismarck anda trastocando el sistema para blindarlo ante veleidades progres de Federico, pero al final no hace falta: el nuevo Káiser, conciliante y deprimido por el giro conservador, viene con cáncer de laringe y muere a los 99 días de ascender al trono (aquí el paralelismo es con Alfonso XII, que también se nos murió pronto). Así, 1888 verá tres emperadores [31].

 

“Der greise Kaiser, der weise Kaiser, und der Reisekaiser.”
(“El Káiser anciano, el Káiser sabio, y el Káiser viajero.”)

 

A Federico le sigue al pie su hijo, Guillermo II, que, pese a sus padres tan liberales, es un ultraconservador de manual. Resulta que al nacer viene de nalgas, y los médicos la cagan y se cargan su brazo izquierdo [32]. Su madre, que se siente culpable, reacciona con una educación que bascula entre el consentimiento desmedido, y cierta dureza y frialdad para enseñarle a valerse por su mismo. El resultado es un narcisista patológico, tremendamente vulnerable a los halagos, y con una profunda inseguridad que tapa con teatrales exhibiciones de fuerza y firmeza. Y lo que mejor se adapta a ese discurso de fuerza y firmeza es el nacionalismo conservador y militarista, de cuyos miembros más destacados Guillermo gusta de rodearse. No es realmente un hombre tonto, pero sí un ignorante: un pipiolo que llega al trono con 29 añitos, que cree que “el arte que traspase los límites que yo ponga no es arte”, que exige abiertamente que la escuela debe “inmunizar a los estudiantes contra las enseñanzas socialdemócratas que niegan a Dios y a la decencia”,  que considera el Reichstag una “pocilga” y a los congresistas “unos perros a los que habría que tratar con el látigo”, y que cree que él es Káiser por la Gracia de Dios y que su Reich es lo mah grande der mundo, en vez de una carambola propiciada por un equilibrio inestable que hay que cuidar constantemente.

 

“Guillermo, primo, ¿Cuál es la forma de estado en Alemania?” “La forma de estado es la monarquía antiparlamentaria, primo Alfonso.” “Me gusta, ¿te lo puedo copiar?”

 

Casi inmediatamente choca con Bismarck, que intenta seguir con los trucos de siempre. En 1889 estalla una gran huelga de mineros [33] del carbón, exigiendo mejoras laborales. Bismarck aboga por dejar vía libre, hasta que la huelga pierda fuelle y así de paso asustar a los burgueses, pero Guillermo le enmienda la plana invitando a una delegación de mineros para escuchar sus quejas. Bismarck dobla la apuesta con nuevas leyes anti-socialistas, esta vez incluyendo la posibilidad de expulsar a indeseables de Alemania. Pero Guillermo, que en uno de sus erráticos giros se quiere ver como “monarca social”, decide no apoyarle, las leyes fracasan y expiran – y en su primera reaparición legal [34] el SPD logra el 20%. Susto del establishment, ¿de quién es la culpa?, Bismarck dobla otra vez y empieza a hablar de la necesidad de un golpe de estado light: como el Reich es una unión de nobles y su constitución una carta otorgada, estos también pueden en cualquier momento disolverla o modificarla, por ejemplo, eliminando el Reichstag. Pero Guillermo ya solo quiere cepillarse de una vez a ese viejales intrigante, no manchar su recién estrenado reinado con sangre, así que le saca una mañana de la cama para echarle una bronca y anunciarle que no disolverá el Reichstag por muy socialcomunista que sea. Bismarck, “a punto de tirarle el tintero a la cabeza”, entrega su renuncia.

(Ironías de la vida: el cauto y tacticista Bismarck, que no distinguía entre política interior y exterior porque para él el nacionalismo alemán solo era un instrumento en apoyo de su cosmovisión reaccionaria, ha acabado siendo el gran ídolo de los nacionalistas alemanes y figura dominante del Segundo Reich. Guillermo II, en cambio, ese ONVRE tan nacionalista, tan “los alemanes, unidos contra el exterior”, tan imperialista y tan militarista, es despreciado por esos mismos nacionalistas, pese a encarnar tan bien su ethos y su estética. Claro, uno logró sus objetivos y los mantuvo durante 20 años, el otro fue incapaz de evitar el Hundimiento 1.0 de Alemania. Para cierta gente, el éxito lo es todo. Normal que los que a la postre causarían el Hundimiento 2.0 de Alemania se remontasen a un Bismarck totalmente idealizado y alejado de la realidad, ignorando al bufón de Guillermo.)

 

El guillermismo

Empieza la segunda parte del Segundo Reich, la Era Guillermina, pues está marcada por este monarca, que seguirá ahí hasta la caída de la monarquía en 1918. Se ha descrito como un “régimen personalista”, pero la realidad es más compleja. El Káiser no tiene competencias directas, pero Guillermo usa todas las indirectas posibles: habla personalmente con ministros y secretarios para “recomendarles” ciertas medidas/promociones, muchas veces susurradas por la camarilla ultraconservadora con la que se rodea. Pronto queda claro que para hacer carrera lo mejor es caerle bien e imitar su estilo y cosmovisión. También le gusta emitir comunicados grandilocuentes, que obligan al gobierno a acudir cual bombero cuando se pasa de la raya. Medio establishment piensa que es un imbécil (pero sin decirlo en alto), el otro medio, el más conservador, replica, ya, pero es el Káiser, habrá que hacerle caso, ¿no? ¿O acaso queréis una república?

 

Que esta era una lógica totalmente hueca para promocionar su propia agenda lo demuestran los propios conservadores durante la Gran Guerra: cuando se trata de cosas importantes, Hindenburg y Ludendorff pasan de él y le dejan como un florero. Sí se podía.

 

Pero hasta 1914, su estilo teatral y chulesco es recibido por muchos como representativo de la nueva Alemania, un país que desde 1890 y hasta 1913 va a pegar un enorme salto adelante: se acaba la Larga Depresión y vuelven el crecimiento y la euforia, el PIB se duplica, y la industria alemana se convierte en la más grande de Europa. En algunos campos (química, maquinaria, electricidad…) es puntera del mundo. Las exportaciones igualan a las británicas. La expansión se organiza con una unión casi simbiótica entre los bancos y los grandes conglomerados que surgen. Toda esta industrialización crea el movimiento migratorio más grande de la historia de Alemania: en 1900, la mitad de los alemanes reside en un municipio que no es el de su nacimiento. Y gracias a la industria ya no hace falta expatriarse (en las tres décadas anteriores, 3 millones de alemanes habían emigrado a Estados Unidos). Los avances científicos y sanitarios hacen que la población pase de 50 a 67 millones. La mecanización hace redundantes a los peones agrarios en el este agrícola, que migran en masa al oeste industrial. En su lugar, los Junkers emplean a temporeros polacos para las cosechas, lo que inicia también temores de una “polaquización” y posible pérdida de los territorios más orientales, y movimientos ultra [35] basados en ese miedo. A principios del siglo XX, Alemania ya es la indiscutible primera potencia de Europa. Pero esta pujanza económica, demográfica y científica no va acompañada de una preeminencia política, cosa que cabrea y acompleja al guillermismo y explica su chulería. Son “lo más”, pero al mismo tiempo solo son “uno más”. De este complejo nace la idea de hacer Weltpolitik, política mundial. Es hora de reclamar para Alemania Einen Platz an der Sonne, un lugar al sol. Bismarck muere en 1898 y se libra de vivirlo.

Ya a las pocas semanas de dimitir Bismarck, Alemania no renueva el Tratado de Reaseguro [36] con Rusia. Por pura chulería. ¿Y quién está ahí, esperando a los russkis con los brazos abiertos? Francia. Da igual, piensan los guillermistas, Reino Unido tiene tantos conflictos coloniales con ambos que se pondrá de nuestro lado. Eso es cierto, pero los británicos solo están interesados en acuerdos puntuales, y además con el tiempo resuelven sus conflictos coloniales. Momento en el que el Reino Unido hace una alianza con Francia y Rusia. Resulta que como parte de la Weltpolitik, Alemania se está montando un programa de flotas [37] y además adquiriendo un imperio colonial. El imperio no sigue criterios racionales, se trata de crecer a lo loco y buscar ese “lugar al sol”, y la flota alemana no es lo bastante grande para competir, pero combinado con las chulerías de Guillermo y sus cancilleres le dan el empujón a la opinión pública inglesa. Desesperada, Alemania se agarra a su único aliado, el Imperio austro-húngaro, que le acompañará fielmente hasta el final (sin darse cuenta de que los austriacos les son fieles precisamente porque Austria es la más débil de las cinco potencias europeas y necesita desesperadamente un padrino). A esto lo llaman Nibelungentreue [38], “lealtad de los nibelungos”, una expresión que triunfó y hasta la usaban los niños en la confirmación (sin que nadie pareciese recordar ¡que en el cantar [39] mueren todos!). Aparte de con Austria, solo se logran acuerdos comerciales menores con Rumanía, Bélgica, Holanda o España. Bismarck a estas alturas ya está rotando en su tumba [40] a tal velocidad que podría generar electricidad para medio Hamburgo.

¿Había otras vías? Claro, siempre las hay. Pero fracasaron por culpa precisamente de los Junkers: una alianza con Rusia necesitaba de un tratado de libre comercio, maquinaria germana contra trigo ruso, y las importaciones masivas de trigo ucraniano hubiesen quebrado su preeminencia social. Ídem la Kaiserliche Marine: para financiar una flota a la altura de la Royal Navy, habrían sido necesarios impuestos directos por parte del Reich, que hubiesen recaído principalmente en ellos. Ambas veces se negaron.

Todas estas crisis culminan en 1906-1909. En Algeciras [41] (yo solo estuve una vez y me chulearon también) se escenifica el aislamiento general de Alemania. Varios miembros de la camarilla de Guillermo son sacados del armario como homosexuales [42], un escándalo enorme en la época. Al mismo tiempo, se hace público que la expedición de castigo contra los herero [43] en Namibia [44] ha derivado en un verdadero genocidio [45], con decenas de miles de muertos. Los socialdemócratas la empiezan a armar, y esta vez les acompaña el Zentrum. El canciller von Bülow [46] convoca las llamadas “elecciones de los hotentotes [47]”, con la intención de crear un “Bloque” gubernamental con conservadores y liberales (incluidos los de izquierdas, que han vuelto a la fe verdadera del patriotismo constitucional nacionalismo), y llama a la lucha “contra socialdemócratas, polacos, güelfos y Zentrum”, obligando a funcionarios públicos a apoyar sus preferencias, y enrolando a la recién fundada Asociación Contra la Socialdemocracia [48] (alias Reichslügenverband). La atmósfera es propia de un pogromo.

 

¿Dónde habremos visto eso?

 

El resultado es el esperado: el “Bloque” sube en escaños, sobre todo a costa del SPD (que sin embargo se mantiene en votos). Pero cuando Bülow intenta ponerlos de acuerdo para pasar una agenda, la cosa se complica. Resulta que los liberales de izquierdas se oponen al delito de lesa majestad y a la prohibición de hablar en público en lenguas no alemanas (al final tragan, pero arrancan una exención de 20 años para zonas donde el 60% de la población tenga una lengua materna distinta, ¡los liberales, tu voto sensato para políticas útiles!). Los conservadores, por su parte, no están dispuestos a ceder en la ley electoral prusiana. Y cuando Bülow intenta compensar el déficit que ha causado el programa de flotas mediante una subida fiscal (80% impuestos al consumo, solo un 20% con un impuesto de sucesiones), le acusan de medidas “anti-alemanas”, “contra la familia” e incluso “socialistas”. El “Bloque” se disuelve y Bülow cae. La puntilla la da el propio Káiser con una entrevista al Daily Telegraph [49] en la que pisa todos los callos posibles. La Weltpolitik ha fracasado, pero no sin antes meter al Reich en un callejón sin salida.

 

El camino al abismo

Todas estas crisis empiezan a instalar en el establishment una mentalidad de asedio, combinada con la certeza de que una guerra va a ser inevitable. Y si es inevitable, dicen algunos, más nos vale empezarla nosotros preventivamente, que así pillamos de sorpresa a los otros. ¿Está aquí la semilla para la Gran Guerra? Quizás no directamente, pero es parte de la atmósfera que la hace germinar, junto con las continuas crisis que estallan hasta 1914. Era cuestión de tiempo que una de ellas prendiera el barril. En las elecciones de 1912 [26], además, el SPD logra también liderar en escaños, y por primera vez hay una mayoría social-liberal en el Reichstag, lo que dispara la histeria al combinar el “peligro interno” con el externo.

 

La superpotencia alemana está nerviosa. Todos a cubierto.

 

Sobre el estallido de la Gran Guerra [1], hay básicamente tres teorías. Una la enunció Fritz Fischer [50], nazi en su juventud pero que entró en razón tras la guerra, que afirma que Alemania desató la guerra con toda la intención, declarada en el Septemberprogramm [51], de lograr el ansiado lugar al sol como superpotencia mundial. Otra, la más aceptada, es que el establishment vio en la guerra una salida al bloqueo interno con ascenso de la Bicha, y que el Septemberprogramm no era parte de un plan premeditado sino una improvisación al calor de los éxitos iniciales. Finalmente, la tercera teoría es que Alemania no quería la guerra, pero que jugó con fuego durante la Crisis de Julio [52] y la cosa se le escapó de las manos. En realidad, ninguna de las tres teorías puede explicar sin fisuras todo lo que pasó [53], porque en los asunto humanos siempre media la puñetera suerte. La teoría de Fischer nunca ha sido mainstream, aunque ofrece el atractivo de trazar una línea de continuidad entre el Segundo y el Tercer Reich, entre Septemberprogramm y Lebensraum, para así ahondar en la desgracia de la “Catástrofe Alemana” y hacerla más catastrófica aún. En cuanto a la tercera teoría, curiosamente tiene más partidarios fuera de Alemania [53] que dentro (donde un estudio centrado solo en la política interior tiende a magnificar el papel jugado por los líderes y sus motivaciones).

Según Ullrich, el Septemberprogramm no debiera magnificarse: en aquellos primeros meses de euforia, con las tropas alemanas a tiro de piedra de París, el gobierno del Reich se vio inundado con una riada de memorándums, exigencias y propuestas, por parte de partidos, militares, lobbies económicos y asociaciones ultras, todos dando su visión de cómo debía ser la nueva Europa. El redactor del Septemberprogramm, Kurt Riezler, secretario del canciller Bethmann-Hollweg, solo intentaba hacer un resumen, y Hollweg se resistió a publicarlo para no torpedear negociaciones de paz. Pero es un indicio de por dónde van los tiros, y de la evaluación que hacen las élites. Evaluaciones que según Ullrich no cabe atribuir a la euforia: todo estaba ya en la Weltpolitik, la euforia como mucho hace que no se corten un pelo en exigirlo abiertamente. Por ejemplo, Matthias Erzberger [54], del Zentrum, pide una hegemonía sobre Europa y un imperio colonial que atraviese África (cuatro años más tarde, Erzberger, un poco más humilde, es quien firmará el Armisticio por Alemania); Alfred Hugenberg [55] comenta que “los trabajadores, cuando vuelvan de la guerra, traerán exigencias a sus empleadores, y si no salimos de la guerra con territorios y fuerza económica para compensarles, tendremos una lucha interna terrible”; los Alldeutsche [35] directamente exigen partir Bélgica en dos, “destrozar” Francia para siempre, devolver a Rusia “al estado anterior a Pedro el Grande [56]”, y expulsar poblaciones nativas de los territorios anexionados para colonizarlos con germanos; y August Thyssen [57] pide expansión hasta el Cáucaso “para poder llegar hasta Asia”, y rapidito que esta es una oportunidad que solo se presenta de siglo en siglo. El Septemberprogramm incluye algunas de estas sugerencias, pero se limita a definir unos objetivos vagos, cuyo núcleo duro –ojo, que aquí se viene un paralelismo- es “una unión económica centroeuropea mediante acuerdos de aduanas, que incluya a Alemania, Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Austria-Hungría, Polonia; eventualmente Italia, Suecia y Noruega […] con aparente igualdad de sus integrantes, pero bajo dirección alemana, y asegurando la preeminencia económica alemana sobre Europa Central”.

 

Schäubleprogramm.

 

El Abismo

El último cuarto del libro es, esencialmente, el paso de Alemania por esta guerra, y cómo las corrientes internas siguen estando ahí hasta el final. Mel de romer para este su humilde servidor. Algo con lo que aquí yo ya les he dado la tabarra mil y una veces, y con lo que habría que darla otras mil, para que cale a donde nos acabará llevando esta vuelta al siglo XIX que nuestros próceres están fabricando tan afanosamente. La Primera Guerra Mundial es una sucesión de catástrofes, a cuál peor, que sin embargo nadie logra parar. Y no lo logran porque nadie quiere volver al statu quo ante: Alemania quiere “garantías” (léase territorios y concesiones económicas) para que su nuevo estatus esté a la altura de su chulería Guillermina, y los aliados quieren… bueno, muchas cosas, Rusia por ejemplo tiene los ojos puestos en los Dardanellos y los Balcanes, e Italia quiere el Adriático como charca propia, pero Gran Bretaña y Francia quieren sobre todo garantías de que Alemania no seguirá siendo el peligro que su chulería proclama (para lo cual el hecho de que Alemania, sin provocación, haya invadido Francia y ocupado brutalmente Bélgica pues como que ayuda un poco). Y nadie está dispuesto a ceder.

Ya el 28 de noviembre de 1914, el comandante de las fuerzas alemanas, Falkenhayn, le dice a Bethmann-Hollweg que la guerra no se puede ganar. Hollweg va a tirarse tres años intentando casar esto con las altísimas expectativas de las élites, que estas han propagado por el pueblo alemán. Hasta verano de 1916, la dirección alemana intentará sacar de la guerra a alguno de los miembros de la Entente, a Rusia con Gorlice-Tarnow [58] y a Francia en Verdún [59], a ver si así los otros se acomodan a una paz que se parezca al Septemberprogramm. Pero no funciona, y entonces Hollweg decide jugar con fuego: Falkenhayn debe dimitir, y en su lugar llegan Hindenburg y Ludendorff. Ambos llegan con la vitola de sus grandes victorias en el este, que crean el “mito de Hindenburg” (tan falso como el futuro “mito de Hitler” como gran militar, pero que en ambos casos es enormemente aglutinador). Hollweg confía en hacer digerible al pueblo alemán una paz más modesta, y que esto se logrará si Hindenburg pone todo su prestigio detrás. Pero Hindenburg y Ludendorff pronto se apropian del libreto, erigen una dictadura militar y van a por todas: solo les vale la victoria total. Ni Hollweg ni el Káiser pueden oponer nada sin enfrentarse a las expectativas nacidas de la Weltpolitik (que ellos mismos han creado y cultivado durante décadas), ni confesar que llevan dos años mintiendo.

Y entonces la Bicha empezó a moverse. Inicialmente, y a despecho de toda la retórica revolucionaria e internacionalista, el SPD se había puesto del lado del régimen. Resulta incluso tierno cuando venden la intervención estatal en la economía como “el primer paso hacia el socialismo”. La Bicha pasó de ser la ETA a convertirse en un partido de orden, fiable, patriota, cual PSOE tras las europeas de 2014 [60]. Para ello, Hollweg maniobró con mucha habilidad para hacer que Rusia con su movilización apareciera como agresor. El odio socialdemócrata al régimen zarista, combinado con el miedo a perder lo ya conquistado, hizo que el SPD votara a favor de los créditos de guerra, si bien con mucha insistencia en que “esto es una guerra defensiva, no queremos anexiones”, e indicando que “bueno, tras la guerra tendrán que cambiar algunas cosas, ¿no?” (esto era básicamente la ley electoral prusiana y la parlamentarización del Reich – algo que los conservadores veían con horror). Era por no perder al SPD que Hollweg no pudo nunca publicar los objetivos resumidos en el Septemberprogramm: habría sido la deserción inmediata. Incluso así, en cuanto la “breve guerra de defensa” no tenía visos de terminar, empezó un movimiento que culminó en una escisión: el USPD [61], la Bicha Traidora, pronto el foco de la represión.

Junto a la Bicha Traidora, se redobla la propaganda contra los judíos. Cualquier paz sin anexiones es denunciada como Judenfriede, “paz judía”. Las carencias en la retaguardia (el Reich organiza muy bien las materias primas de las industrias bélicas, pero la caga con la alimentación) empiezan a atribuirse a “especuladores judíos”, y a partir de 1916 el Reich va a alimentar estas paranoias con discriminaciones legales: primero, una Judenzählung (“contado de judíos”, se trataba de establecer cuantos judíos había en las fuerzas armadas, para evaluar si se estaban escaqueando), posteriormente una segunda revisión a todos los soldados judíos que habían logrado una baja médica, por último restricciones a la inmigración de trabajadores judíos desde Europa del Este.

Cuando estalla la revolución en Rusia en 1917, al principio no saben reaccionar: el gobierno provisional quiere seguir la guerra, pero los soviets quieren la paz. Y es en los soviets en que se fijan los trabajadores alemanes liderados por el USPD. El SPD logra retener su ascendencia sobra la clase trabajadora, pero empieza a presionar por la paz. Pero Hindenburg y Ludendorff resisten, la última ofensiva rusa fracasa, y los bolcheviques se hacen con el poder y llegan para negociar. Alemania les casca una paz tan brutal e injusta [62] que el Tratado de Versalles son caricias en comparación, y luego mueve todas las tropas posibles al oeste, para lanzar una ofensiva final antes de que lleguen los americanos. Ofensiva que incluso empieza muy bien y les lleva de nuevo hasta el Marne.

 

Momento en el que el Káiser exclama “si algún parlamentario inglés quiere ahora venir a mendigar la paz, deberá arrodillarse y besar mi insignia imperial, porque esto es un triunfo de la monarquía sobre la democracia.”

 

Pero la ofensiva fracasa, y en ella el Reich ha jugado sus últimas cartas. Los aliados empujan de vuelta a los alemanes, y el colapso es inminente. En este momento, Hindenburg y Ludendorff empiezan a conspirar para cargarles el muerto a los civiles, especialmente a la socialdemocracia. Llevará 15 años, pero finalmente les funcionará. Pero para lograr un armisticio, los aliados exigen “cambios internos”. Momento en que las élites dejan caer a Guillermo II, pero ya es tarde y estalla la Revolución [2]. Tras un par de patéticos amagos de que, en serio, quiere morir por la patria, Guillermo huye cobardemente a Holanda, dejando tras de si el caos y millones de muertos. Cerrando el ciclo, en su primera noche de exilio duerme en una cama donde 247 años antes había dormido Luis XIV, ese en cuyo Salón de los Espejos el Segundo Reich había sido proclamado. No consta que tuviese pesadillas ni remordimientos.

 

Usted está aquí (1878)

Completemos los paralelismos: ¿dónde nos encontramos nosotros? Pues todo parece indicar que estamos en 1878-9: unos cuantos años después de una crisis económica brutal, vuelven a estar en el machito los señoritos de toda la vida, que asegurarán su posición mediante cierto cierre de fronteras, restricciones al libre comercio, el keynesianismo justito para que la gente tenga algo que defender y pueda pagar esas hipotecas a 35 años, medios culturales y propagandísticos al servicio del sistema vía subvenciones y pesebres varios, exaltación del Volk, y criminalización de inmigrantes y rojos. Los (neo)liberales han pagado las fantas que tenían que pagar, han destruido toda posibilidad de organización política de izquierdas, han sacrificado sus principios políticos en defensa de los económicos, y próximamente sacrificarán también estos porque claro, “vienen los rojos a quitarnos las cañitas frescas”. Realmente ya no hacen falta, pero serán conservados como perritos falderos por el sistema para darle una pátina modernilla a todo el tinglado. Como perros de presa contra el lobo rojo, si este se atreve a salir del bosque, el sistema ya tiene a otros partidos políticos más desacomplejados.

 

El liberalismo, el extremo centro y la izquierda en este tiempo de perros que nos espera.

 

Y el resto, pues repitiéndose como farsa: para 2045, el heredero al trono euro-germano (supongo que se seguirá llamando Vicepresidente del BCE) morirá bajo las balas de Ibrahim Princip, un confuso terrorista de la Mano Verde, una oscura sub-sub-sub-subcontrata de Al Qaeda con tenues lazos con los servicios secretos de algún país árabe. La tambaleante monarquía doble de Francia-Alemania y su glacis, donde el anti islamismo ya será totalmente respetable, verán llegado el momento de parar en seco a esos moros impertinentes. Rusia, aun resentida por su derrota en la Guerra Fría, verá abierto el cielo para recuperar Alsacia-Bielorrusia y Lorena-Ucrania. El Imperio Americano querría mantenerse al margen y explotar financieramente al resto del mundo, pero no puede permitirse que caiga el único aliado de peso que le queda, sobre todo porque China cree que es hora de que Taiwán vuelva heim ins Reich. Ya estarían todos. Solo que en vez de 4 años de trinchera la guerra consiste en los 35 minutos de espera hasta que lleguen los ICBM.

 

Albert Rivera sobrevive y se gana la vida dando conferencias compungidas, “cómo pudimos llegar a esto, es inexplicable”.

 

El Segundo Reich es toda una tentación para gente que no necesito presentarles: un “estado de derecho” que garantiza derechos individuales y hasta celebra elecciones abiertas al parlamento, pero donde luego siempre mandan los mismos, empezando por un monarca (que lo es por la Gracia de Dios) que “reina, pero no gobierna”, pero que parte el bacalao y puede nombrar como jefe de gobierno a quien le pete; todo con las leyes necesarias para filtrar –y en su caso ilegalizar- quienes pueden presentarse a las elecciones, y siempre con la amenaza velada del golpe de estado, asegurada por un estatus especial de las Fuerzas Armadas bajo las órdenes del monarca. Mitad y tres cuartos de lo que era el Proyecto de Reforma Política de Arias Navarro [63], alias “democracia a la española”, que intentaron colarnos en 1976 (y que se tumbó a base de huelgas salvajes [64], no porque Campechano estuviese muriéndose de ganas de traernos la democracia). Eso es lo que hay detrás de cada reivindicación de Bismarck (o de Austria-Hungría, si se quiere sustituir el nacionalismo por cosmopolitismo).

A cada libro del periodo que leo, más detalles conozco y más me asombro de lo genuinamente malvados y mala gente que era la élite Guillermina, y de lo increíblemente pagafantas y pacato que era el SPD. Estamos saliendo ahora de 15 meses de pandemia y no han faltado partidos dispuestos al populismo más rastrero de cañita fresca para rascar votos, mientras que en Alemania el SPD aguantó sin rechistar 4 años de guerra con millones de muertos y toneladas de mentiras antes de empezar a moverse un poquito. Siempre dentro del sistema, siempre prestos a aplastar a la extrema izquierda, siempre de la ley a la ley. Y aun así sus enemigos nunca dejaron de atacarlos, ni dudaron en tacharlos de comunistas judíos y antipatriotas, e incluso lograron poner en marcha un segundo intento 20 años más tarde. Lo que demuestra que la verdad no importa una mierda, si tienes el relato de tu parte.