Capítulo XXXVII: De Hixem I a Alhaquen I

Año de nuestro Señor de 796

Abderramán I, del que ya sabemos que en verdad fue Grande, fue sucedido por su hijo Hixem I, muy querido por su pueblo, dado que, a fin de cuentas y como Ustedes saben, era español, que es lo primero que se le debe pedir a un rey como Dios manda (algo, aunque no lo parezca, no tan habitual en España). Con sabiduría e inteligencia, los sucesores de Abderramán consiguieron consolidar, poco a poco, la dinastía omeya, no sin enfrentarse a todo tipo de revueltas que dejaron constancia de que en Al – Andalus el carácter español imperaba con fuerza.

Hixem I fue un gran rey, que por desgracia murió tempranamente, a los 31 años, después de haberse dejado guiar en todo por los sabios consejos del alfaquí (especie de cura integrista, pero “en árabe”) Yahya Ben Yahya, que le pidió, ante todo, que gobernase siguiendo los criterios del Corán. Naturalmente, a cambio de tan sabios consejos, Yahya Ben Yahya (he usado el comando “pegar” para ahorrarme el nombrecito) y sus colegas los alfaquíes se quedaron con el cotarro, en un hermoso antecedente de lo que siempre ha sido la abstención eclesial en España del poder político.

Pero el hijo de Hixem I, Alhaquen I, era “dado al vino y los placeres”, según nos cuentan los historiadores, es decir, que era puramente español, y acabó hasta las narices de las tonterías teológicas de los alfaquíes, los cuales se rebelan contra el emir, quien les inflinge una severa derrota. El pesao de Yahya Ben Yahya huye a Toledo, ciudad que en esos momentos tenía una fuerte rivalidad con Córdoba, y en un plis plas, a cambio del 30% del IRPF, los subleva frente al centralismo omeya. Los muladíes de Toledo, ilusionados, ya se disponen a montar una Administración autonómica, pero la reacción de Alhaquen I es, como no podía ser de otra forma, expeditiva: nombra a un tal Amrus como gobernador de Toledo, el tío llega a la antigua capital visigótica en plan contemporizador (“comprendemos los agravios que siente el pueblo toledano”, “Córdoba quiere el bien de todos los toledanos”, “Las tradiciones toledanas son consustanciales a nuestra cultura”, “Al – Andalus no es sólo Córdoba”, etc.), construye una gigantesca fortaleza (el Alcázar de Toledo), echó a los rojos que querían conquistarlo e invitó a los notables toledanos. Echándole un par de huevos, los degolló a todos, uno a uno, conforme entraban en la “fiesta”, cargándose casi a 5.000 notables, lo cual nos habla también de que, como ocurre en otros casos históricos, Toledo contaba con una burguesía pujante (5.000 notables son muchos notables).

El pueblo toledano, indignado por la matanza, se alza en armas contra Alhaquen I, quien, ni corto ni perezoso, incendia la ciudad. Poco después se sublevan los cordobeses, incitados por el siniestro Yahya Ben Yahya, para quien el emir Alhaquen era un impío que no sólo bebía vino a raudales sino que pasaba olímpicamente de las enseñanzas del Corán. Naturalmente, esto a los cordobeses les daba igual, en realidad la sublevación era por una cuestión seria (impuestos), pero queda como más épico y, sobre todo, español, que se rebelasen por una cuestión moral. Nuevamente Alhaquen reprime la rebelión incendiando y matando a todo el que se le puso por delante, decapitando de paso a los alfaquíes que quedaban y garantizando que a la hora de la verdad la religión nunca pudiera ser motivo para no beber vino. Sólo Yahya Ben Yahya logró escapar, lo cual nos indica que era un auténtico sacerdote (metía a los otros en fregados de los que él siempre salía indemne). Ni corto ni perezoso, Alhaquen cogió a todos los que se habían rebelado a lo largo de su mandato y, dado que entonces esas cosas eran posibles (no había Constitución ni nada que se le pareciera, sólo alfanjes), metió a más de 15.000 en barcos y se los llevó a Oriente, donde seguro que podrían hablar de teología mientras se aburrían como ostras. Por cierto, ¿se dan cuenta de que con todos los españoles que, en un momento u otro, han salido (de grado o por la fuerza) de la península podemos estar en condiciones de afirmar que, en realidad, todo el mundo es español en un grado u otro?

Alhaquen dejó, como Ustedes ven, un balance eminentemente positivo, que su hijo Abderramán II se encargó de redondear. Comenzaremos por lo importante: “Abderramán II, el Atizador”.вок сковорода ценаlow cost cocktails new york


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