Capítulo 7: España, el gallego y Portugal

I. Introducción histórica

Como complemento a un anterior artículo titulado “La Dinamita en la Palabra”, me dispongo a contarles ahora uno de los más tristes casos que conozco de manipulación informativa, histórica y emocional: la destrucción sistemática, y probablemente planificada, de una lengua que conozco bien: el gallego. Inevitablemente, tendré que hablar también de nacionalismo, y de Historia.

En primer lugar, deberíamos denunciar la existencia de un mito: la realidad española no es homogénea en ningún sentido, y menos en lo que a nacionalismos se refiere. Probablemente las tres “nacionalidades” o comunidades autónomas más evidentes, y conocidas como Comunidades Históricas por haber contado con un Estatuto aprobado por el gobierno republicano antes de la llegada de la democracia y la restauración borbónica, dan una impresión de homogeneidad totalmente falsa. Galicia, País Vasco y Cataluña se parecen muy pero que muy poco en lo político. Y Galicia aun menos: gobernada desde hace más de veinte años por el PP en régimen hegemónico, con apenas un breve intervalo de gobierno progre que fue rápidamente olvidado, Galicia se erige como feudo impepinable del último ex-ministro de Franco que sigue en activo, y donde el aparato burocrático, el amigismo, la componenda y el caciquismo impregna cada aspecto de la vida pública y parte de la privada, la actividad industrial y la cultural.

El nacionalismo en Galicia, aunque activo y en algunos aspectos bastante pintoresco (a diferencia de Cataluña y País Vasco, NO son de derechas, sino un batiburrillo de distintas influencias del antiguo tradicionalismo, socialismo, comunismo, leninismo, indigenismo y de todo un poco), y con una presencia perceptible en la vida pública más por la actividad febril de los que hay que por su número, no pinta gran cosa en el conjunto de la vida pública. Sin embargo, y para asombro de muchos, la imagen que se ha conseguido dar al exterior, con la innegable ayuda de medios de comunicación y declaraciones estratégicamente bien diseminadas, es la de que estamos en una situación en la que los malvados nacionalistas gallegos tienen o bien actitudes violentas y racistas como en el País Vasco o que son sibilinos y de corte masónico como los catalanes, que a la chita callando y con buenas maneras poco a poco van consiguiendo lo que quieren.

Pues ni una cosa ni la otra: a veces los nacionalistas pueden ponerse un poco tontos, Beiras puede dar un poco de miedo cuando lo ponen desgañitándose en un mitin electoral, tienen la manía de cubrir las paredes con sus carteles (horrorosos, por cierto, no sé quién se los diseñará pero para meterlo en la cárcel, oigan), y por regla general andan bastante más desnortados que sus homólogos del norte central y del este. Resumiendo: en veinte años de PP en Galicia el nacionalismo, aunque no del todo mal asentado en un cierto sector de la población urbana (Galicia sigue siendo mucho más rural de lo que parece), no deja de ser una fuerza bastante minúscula en comparación con el fabuloso aparato estatal que ha conseguido construir el partidito de la gaviota. Por si fuera poco la mala leche concentrada del nacionalismo, el verse durante tanto tiempo relegado del poder que ellos creen que les pertenece y restringidos apenas a unos cuantos municipios, ha desatado todo tipo de fantasías y de desvaríos ideológicos que repercuten en la visión que el conjunto de los ciudadanos tienen de ellos. Probablemente lo peor que le podría pasar ya al nacionalismo gallego sería llegar al poder, y darse cuenta de todas las idas de olla con la que ha llenado las cabezas de sus votantes, que quizá le pedirían que las llevase a cabo. El continuo alejamiento del poder real por parte del nacionalismo lo ha conducido en la mayor parte de los casos por una vía de desbarre mental que lo ha ido apartando cada vez más del principio de realidad.

Sin embargo, como antes indiqué, lo que se ha conseguido es hacer entender que el nacionalismo en Galicia es rampante, peligroso y amenazador, lo que hace verse al PP a sí mismo en Galicia como el salvador de la nación, como los ocupantes de un fuerte que resisten con heroísmo el asedio de los apaches, y en el resto de España se difunde la idea de que en Galicia el nacionalismo “ha sido contenido”. Quizá sea verdad… pero a qué precio…

Esta pequeña introducción sirve para entender cuál es la situación del idioma gallego en Galicia. Resumiendo: el PP dice que el gallego vive un “bilingüismo armónico” con el español y goza de una excelente salud. Según la UNESCO, el gallego está ya en peligro de extinción, como el astur-leonés o el aragonés. No sé ustedes, pero si me dan a elegir entre lo que dice el gobierno popular y lo que dice la United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization, pues qué quieren que les diga: no tengo ni que hacer caso a la UNESCO, porque lo que dice ya lo sabía yo desde hace mucho tiempo.

El gallego se muere. Punto. A este paso no lo salva ni la caridad. Ahora bien: ¿se muere o lo mataron? Pongámonos el abrigo y la gorra de caza, encendamos la pipa y llamemos a Watson para que nos eche una mano.

Empecemos por el principio. Mal asunto, porque escarbar en la historia medieval siempre es peliagudo y rescatar datos poco conocidos o molestos siempre conlleva el riesgo de que a uno lo acusen de herejía y de ser un relajado en la doctrina de la Santa Madre Historia Oficial Española. Porque quizá no lo sepan, pero casi todos los datos y cuestiones que esgrimen los nacionalistas sobre historia o filología son ciertos, y están en los libros de las bibliotecas de las Universidades Complutense y Autónoma en Madrid; lo que joroba es que esos datos se puedan filtrar al vulgo y que éste pueda pensar que no todo lo que le cuentan es verdad, o que se les dé una interpretación que no sea la que esa Santa Madre Historia Oficial Española ha determinado según la Tradición y las encíclicas ex cathedra de los correspondientes miembros adeptos al Centro de Estudios Históricos de ayer y de hoy: Real Academia de la Historia, universidades, ABC, Franciso Umbral, etc.

Y ahora conteste rápido: ¿Qué sabe de Portugal? Cite a dos escritores en lengua portuguesa que no sean Saramago. Cite a dos equipos de fútbol que no sean el Sporting de Lisboa y el Benfica. ¿Fueron España y Portugal una misma nación? ¿Por qué no lo eran antes? ¿Por qué luego dejaron de serlo? ¿Existe Portugal? Cite un plato típico portugués. ¿Se le ha pasado alguna vez por la cabeza la idea de visitar Portugal, o es para usted un pensamiento tan exótico como el de ir a Campuchea? ¿Usan euros? Si es el caso, ¿cómo se llamaba lo que utilizaban antes? ¿Qué coño se habla en Portugal? ¿Pero de veras existe Portugal? ¿Sabe remotamente algo de la historia de Portugal o del Imperio Brasileño? ¿Sabe que además de tener fútbol y mulatas, Brasil está entre las fuerzas aliadas que combatieron contra el Eje en la Segunda Guerra Mundial, y que envió la Força Expedicionária Brasileira al mando de João Batista Mascarenhas de Morais? ¿Hace cuánto que no lee u oye una noticia referida a Portugal? ¿El portugués es un idioma o un dialecto?

Si no tiene usted ni puñetera idea de la respuesta a estas preguntas, o reconoce que efectivamente no tiene ni pajolera idea de Portugal, del portugués, de lo que hacen o dejan de hacer, no se preocupe ni lo más mínimo: ES USTED UN ESPAÑOL TOTALMENTE NORMAL. Esto sólo tiene un pequeño problema: EL QUE NO SABE ABSOLUTAMENTE NADA DE PORTUGAL NO PUEDE ASPIRAR A ENTENDER NADA DE LO QUE ES ESPAÑA.

Aunque nos lo tomamos un poco a broma, el olvido, la dejadez, el absoluto desprecio y desconocimiento de Portugal, no puede ser casual. Sabemos tan poco de ellos, nos negamos tanto a hacerles caso o a darnos cuenta de que existen, que no puede ser algo normal, y si sencillamente pasásemos de ellos sabríamos de ellos mucho más de lo que sabemos ahora, y la única conclusión a la que podemos llegar es que ese olvido, dejadez y vivir completamente de espaldas a ellos es algo consciente y programado… desde hace siglos.

Quizá hayan hablado alguna vez con un vasco o catalán cercano a las posiciones nacionalistas y se habrán dicho: “Qué poco cuadra lo que dice este señor con lo que a mí me enseñaron en la escuela”. Hablen con un portugués, ciudadano de un país independiente y con capacidad para crear sus propias mentiras históricas oficiales con la misma tranquilidad que lo puede hacer España, Alemania o Francia, y ya verán cómo se les caen todos los palos del sombrajo.

Desde luego no voy a ser yo el que los ilustre sobre todo lo que desconocen un país que sencillamente ocupa la misma península que el nuestro, con el que nos une una historia común y que es clave para entender todas las trolas que nos hicieron tragar desde el colegio, pero tendré que compartir un mínimo de ese conocimiento tan duramente adquirido por mi cuenta si quiero que puedan llegar a entender algo de lo que les quiero explicar.

Volviendo a mi artículo anterior que versaba sobre el desastre en la educación respecto a la lengua española: si ya les dijeron poco sobre las otras lenguas románicas como el catalán-valenciano o el gallego, ¿no les dijeron aún menos sobre el portugués, cuyo origen es el mismo maremágnum lingüístico y romance común que se hablaba en todo el norte peninsular? Porque no hablar de lo que en definitiva no es más que “dialectos” tendría un pase, pero el portugués se supone que es una lengua de pleno derecho y oficial en varios estados, ¿no? Además, bien mirado, no merece la pena hablar un poquito del portugués en clase de lengua española: AL FIN Y AL CABO SÓLO ES LA LENGUA QUE MÁS SE PARECE AL ESPAÑOL Y CUALQUIER PERSONA MÍNIMAMENTE ILUSTRADA CON UN POCO DE VOLUNTAD PUEDE ENTENDER EL PORTUGUÉS ESCRITO. Y echándole un poco de buena voluntad, leer novelas en portugués está al alcance de cualquiera. ¿Que no se lo creen? Pues al revés funciona, que los portugueses a poco que se ponen leen en español tranquilamente, y con muy buen tino opinan que es mejor leer las obras en su lengua original. Por un español que lee a Saramago en portugués puede haber como mínimo cien que leen a Cela en español. Inquietante…

Tampoco es cuestión de resumir demasiado, pero podríamos decir que Portugal es en cierto modo el resultado del fracaso militar y político de España. Primero, el bocas de Afonso I Henriques (1128-1185), un nieto de nuestro Alfonso VI, se le ocurre que su condado… le mola más que sea un reino. Su primo Alfonso VII (que antes de ser rey de León y Castilla lo fue de Galicia, mire usted por dónde), en vez de ponerlo en su sitio de dos collejas bien dadas, le dice: “Vale, colega, pero a mí me reconoces como Emperador de la península”. El portugués (bueno, medio castellano y medio borgoñés) le dijo que vale, pero le faltó tiempo para hacerse luego vasallo del Papa y luego hacerse el sueco. ¡La cagamos! Y después mucho más el 14 de agosto de 1385, en la batalla de Aljubarrota, en la que las tropas castellanas fueron vencidas por las portuguesas, y que es para ellos uno de los puntos culminantes de su historia. (Quizá, bien pensado, no es de extrañar que queramos vivir de espaldas a unos maleducados que consideran que vencernos es algo para recordar, y que tienen como heroína nacional a una especie de Agustina de Aragón que en vez de invasores franceses, ¡mataba invasores españoles!) Precisamente esta batalla nos puede dar pie a hacer alusión a cómo los destinos de Portugal y España se fueron distanciando, a pesar de ser las dos primeras potencias coloniales del mundo: España miraría siempre hacia Francia y al continente, y Portugal como respuesta se alió desde el primer momento y hasta ahora con Inglaterra, lo que explica la presencia de temibles arqueros ingleses veteranos de la Guerra de los Cien Años en Aljubarrota, y que en las películas los nobles ingleses sean tan aficionados al vino de oporto. También es de señalar que la alianza entre la Iglesia y el poder político en España cuando ésta dominaba Europa hiciese temer a Portugal que la religión pudiese ser una forma de penetración de la política española en Portugal, y aunque siempre ha sido un país tradicionalmente católico la influencia de la Iglesia sobre las instituciones políticas fue más vigilada por el poder político.

Después, bueno, llegó Felipe II, o como dicen ellos, Filipe I, pues haciendo valer sus derechos sucesorios (su mamá era hija del rey de Portugal y esposa de Carlos V, Carlos I de España) en 1580 derrota a António Prior do Crato en Alcântara y tras llegar a Lisboa es coronado en las cortes de Tomar, y jura mantener las instituciones del reino recién adquirido, y respetar que esas instituciones sean gobernadas por portugueses. (¿Les suena esto a algo?) Portugal sería uno más de los reinos de España, como Castilla o Navarra, de 1580 a 1660. Como lo oyen: los portugueses fueron españoles. Y después dejaron de serlo.

Ahora reflexionen un momento e intenten recordar lo que les enseñaron sobre ese período histórico. Más bien poquito, ¿verdad? La independencia (lo siento, pero no hay otra palabra) de Portugal es un tema muy espinoso, y ahora aun más, y se suele citar de pasada. En particular en algunos libros de bachillerato que he consultado se cita la anexión, y después a partir de 1660 se habla nuevamente de dos países independientes como si tal cosa. No, si aún será que la manipulación histórica, las medias verdades y hacer ese tipo de requiebros de argumentos no va a ser exclusiva de los nacionalismos periféricos, y que existe un nacionalismo centralista o “patriotismo constitucional”. (Si quieren saber lo que era el patriotismo constitucional antes de que el PP jodiese irremediablemente el termino interpretándolo a su manera, visiten www.esi2.us.es/~mbilbao/pdffiles/vega.pdf. Y para entender del todo el tema: www.aznar.net/Opinion/Art%C3%ADculos/elpatriotismoconstitucionalleguina.240102.html).

Portugal se independizó de España en 1660 por dos razones muy simples:

1º España no pudo reaccionar a tiempo y con Felipe IV ya estábamos en lo que iba a ser nuestra decadencia política, militar y económica. Se les llega a ocurrir independizarse con Felipe II o al principio del reinado de Felipe III y ahora los brasileños estarían cantando sambas en recio y viril idioma castellano

2º Por decirlo de una forma suave, los portugueses estaban hasta los mismísimos cojones de los españoles. Pero hasta los cojones, ¿eh? Nos tenían hasta en la sopa, sus instituciones estaban siendo respetadas como ustedes se pueden fácilmente imaginar y poco a poco altos cargos políticos y eclesiásticos estaban siendo ocupados por castellanos. Y por si fuera poco, ya desde Felipe II la Chancillería española tenía muy claro que la lengua de la administración de tan vario pintos territorios como tenía la Corona, debía expresarse en español, y veían muy ominosamente la experiencia de Fernando el Católico, que en su propio reino había sustituido al aragonés por el castellano como lengua administrativa. Si hoy se le pregunta a los portugueses cuál sería el estado de su lengua de no haberse independizado de España, puede que contesten: “Pues estaríamos como ahora el gallego”. Decid que sí, vecinos: si cuarenta años después, en 1700, el primer rey Borbón Felipe V hubiese sido también rey de Portugal, habría abolido las leyes portuguesas igual que hizo con los fueros de los antiguos reinos.

Bueno, ya vamos conectando los dos temas del título.

Dejamos por tanto a Portugal nuevamente independizado, con un período de ocho años, 1660 a 1668, en el que no se le reconoció esa independencia y por tanto fue considerado una especie de reino en rebeldía al que no se le podía meter mano porque no había dinero ni ganas de hacerlo. Y Portugal desapareció de la Historia de España. Desapareció, no se puede decir de otro modo. Es lo que se llama la destrucción de la memoria, la “damnatio memoriae” que ya practicaban los romanos frente a traidores o personajes que caían en desgracia: no volver a hablar de ellos, no citarlos, y borrarlos de los registros como si nunca hubiesen existido. Esto suena, obviamente, a los desaparecidos de las dictaduras militares, a las prácticas de manipulación de la época stalinista en la que cada fotografía y papel era manipulado para borrar de la existencia a los disidentes, y al continuo revisar de estatutos y registros del Opus Dei, de modo que personas que pudieron haber trabajado gratis para ellos durante décadas sencillamente “no consta” que fueran parte de la organización. En palabras de George Orwell, se convertían en “no-personas”. Pues Portugal se convirtió en un no-país. Estaba, pero como si no estuviera. Por si fuera poco, desde entonces los destinos de España y Portugal no tuvieron mucho que ver, la conflictividad terrorial de las posesiones americanas ya habían sido dirimidas, y sólo después Portugal serviría como cabeza de puente de Inglaterra para atacar al poder napoleónico, y con Godoy les chorizamos un cachito de territorio en la Guerra de las Naranjas. Pero aun así España sencillamente se olvidó de que le faltaba un buen pedazo para llamarse legítimamente España, y se negó a recordar su existencia del mismo modo que todos por experiencia conocemos familias que dejan en el olvido a un familiar que hizo algo que se consideraba horroroso, y de ahí las melodramáticas frases de “Yo no tengo hermano”, o “Yo no tengo ningún hijo”, o “Tu padre murió a manos de un jedi renegado llamado Darth Vader”. ¡A Anakin Skywalker sí que le hicieron una buena “damnatio memoriae”!

Que España a partir de entonces viviese de espaldas a Portugal por este hecho puede parecer una exageración, pero no lo es tanto si pensamos en lo citado anteriormente, y ese hacer el completo vació a una nación que nos había a) traicionado b) abandonado c) chuleado d) todas las anteriores, contrasta por el otro lado con la obsesión nacionalista de los portugueses y cierta monomanía con España. Todo lo que nosotros los ignoramos, ellos nos prestan atención de más, y a cada maniobra política y alianza exterior de España hubo un contramovimiento diplomático y búsqueda de alianzas que garantizasen la independencia de Portugal. El mismo hecho de quedar Portugal aislada de Europa explica su necesidad de volcarse hacia el exterior hacia América, África y Asia, rodeados por una nación que se percibió siempre como hostil y amenazadora. España es en las exaltaciones patrias y excesos nacionalistas la “bestia negra” y anatema de Portugal, y eso llega a nuestros días, de modo que cualquier inyección fuerte de capital español en Portugal o la compra de empresas portuguesas por parte de españolas se ve como una agresión directa a la independencia de Portugal y como un claro intento imperialista español. Para muestra se puede consultar http://manifestoportugal.net/artigo07.htm, donde además se puede comprobar el tono más bien chulesco y ofendido de la posición española, que recuerda claramente la postura que se toma ante reclamaciones catalanas o vascas. Más aun: si se atreven con la lengua portuguesa (venga, ánimo) y bucean en ese mismo enlace principal, http://manifestoportugal.net, podrán ver el verdadero acojono que tienen a día de hoy los portugueses con respecto a España, denuncian continuos movimientos de España para atraerlos a su dominio y cosas por el estilo. Vamos: RÍANSE USTEDES DEL NACIONALISMO CATALÁN Y VASCO, y hay una constante denuncia en toda Portugal de la penetración lingüística, a la chita callando, del español en Portugal, y de la arrogancia de las empresas españolas en Portugal que pasan del portugués como de comer mierda y se dedican a hacerlo todo en español, curiosamente lo mismo que se critica aquí a las multinacionales, que lo hacen todo en inglés y pasan del español. Avasalla el que puede, no el que quiere.

Por otro lado, veamos el párrafo inicial de una de las páginas del portal de hermanamiento luso-brasileiro “Cá estamos nós” (“Aquí estamos nosotros”, nada menos) http://www.caestamosnos.hpg.ig.com.br/brasil.htm:

Muita gente esqueceu ou não sabe que Portugal antes de se tornar o único país independente da Península Hispânica (hoje Península Ibérica) teve de lutar durante muitos séculos pela sua independência. Desde os Lígures até aos Mouros, foram séculos de ocupação, privação e exploração por outros povos. Mas os Lusitanos foram reagindo e um dia tornaram-se independentes. De 1580 a 1660, Portugal voltou a ser ocupado, neste caso, pela poderosa Espanha. Mais uma vez reagimos e voltámos a ser independentes. E mais, um País tão pequeno e pobre, conseguiu reconquistar na altura enormes territórios coloniais como o Brasil e Angola, já lá com franceses, holandeses, espanhóis implantados…

“Mucha gente ha olvidado o no sabe que Portugal antes de convertirse en el único país independiente de la Península Hispánica (hoy Península Ibérica) tuvo que luchar durante muchos siglos por su independencia. Desde los ligures hasta los moros, fueron muchos los siglos de ocupación, privación y exploración de otros pueblos. Pero los lusitanos fueron reaccionando y un día se volvieron independientes. De 1580 a 1660, Portugal volvió a ser ocupado, en este caso, por la poderosa España. Pero una vez más reaccionamos y volvimos a ser independientes. Y además, un país tan pequeño y pobre, consiguió reconquistar al fin enormes territorios coloniales como el Brasil y Angola, ya entonces con los franceses allá, holandeses y españoles establecidos…”

En la historiografía española se habla de la “unificación de España y Portugal”, y en la portuguesa, de “ocupación”. Para España la unión con Portugal es la recuperación de la verdadera unidad peninsular visigótica, que no entendía de españoles y portugueses, y que según los historiadores “patriotas constitucionales” está implícita ya desde las pedradas de don Pelayo, y para Portugal eso mismo es la invasión de unos extranjeros. ¿Quién tiene razón? Pues depende desde qué lado de la frontera se mire. Difícilmente se puede por tanto considerar verdadera “ciencia” a la Historia, como defienden algunos, pues sería como si la constante de la Gravitación Universal variase de un país a otro dependiendo de un decreto ley.

Y no dude una cosa: por mucho que casi el 100% de los españoles ignoren que existió una batalla llamada Aljubarrota, si un español va a Portugal ya se encontrará con un portugués que se lo explique y le cuente la historia de Brites de Almeida, una panadera con una historia detrás más emocionante que el Capitán Trueno (secuestrada por piratas y vendida en Argel, vuelta a la patria en situaciones de película y hábil con la espada como si la hija de D’Artagnan se tratase) que se cargó a siete compatriotas nuestros a golpes de pala de panadero. De hecho, la pala se conserva, y forma parte de la procesión que celebra la victoria en esa batalla. Y si esto les da dentera imagínense al maño de turno explicándole al Jacques correspondiente cómo Agustina hacía volar a sus ancestros a cañonazos y le cante lo de: “La Virgen del Pilar diceeeee…. que no quiere ser fancesaaaa… que quiere ser Capitanaaa… de la tropaaa… aragonesaaa…”

Otra explicación complementaria de la relación España-Portugal podría ser que sencillamente se pasa de aquél que está por debajo de nosotros. Los franceses, los alemanes o los ingleses nos hacen caso, sí, pero quizá no tanto como nosotros a ellos. Sencillamente, el que se cree que es la hostia ignora a los demás, sobre todo si cree que está por encima de ellos. Esto podría ser un motivo de reflexión: nosotros nos permitimos el lujo de ignorar y ningunear a un país lleno de historia, tradiciones, literatura y cultura como Portugal, que además lo tenemos a tiro de piedra, así que, ¿por qué nos enfadamos tanto cuando sabemos que los paletos de los Estados Unidos no saben ni que existimos y prohiben la importación de jamón serrano, cuando los cultísimos japoneses igualmente ignoran que existimos y del mismo modo desprecian nuestros artesanales productos derivados del gorrino, y no por eso los criticamos? Probablemente “gracias” a la contumacia de Aznar de apoyar a los americanos en el ataque a Irak éstos sepan más de nosotros, y que efectivamente existimos, del mismo modo que para que un escritor portugués como Saramago haya sido reconocido en España éste haya tenido que venirse a vivir aquí, hable en español cuando le preguntan y demuestre su ridículo “iberismo” y cierto desapego por Portugal, alabado sentre otros por Fernando Sánchez Dragó.

II. El gallego

Y así volvemos ya al otro tema del artículo, en el que volverá a salir el asunto de Portugal: la situación de la lengua gallega. Mas, ¿existe la lengua gallega desde un punto de vista filológico? Pues eso habrá que comentarlo brevemente. En dialectología se define que dos dialectos forman parte de una misma lengua si entre ellos se da la condición “de transparencia”. Esto es simple de entender: un andaluz y un vasco, cada uno con su propio dialecto del español, pueden entenderse automáticamente; las posibles variantes dialectales se referirán a términos varios, objetos domésticos o frases hechas que no dificultan la comprensión y que se solucionan con una sencilla pregunta: “¿Eso qué coño quiere decir?” (A partir de ahora esta pregunta se citará por sus siglas EQCQD.) Y precisamente he elegido esos dos ejemplos para demostrar que los sistemas lingüísticos son los bastante flexibles como para que dos dialectos, uno con grandes peculiaridades fonéticas, y otro con desviaciones gramaticales notables como utilizar el condicional por el subjuntivo, no imposibilitan la comprensión.

¿Hay condición de transparencia entre todos los dialectos del español? Pues… sí…, pero… Lo que no se suele tener en cuenta es el número de EQCQD que hay que formular, ni el tiempo que se necesita para que la transparencia sea completa. El número de EQCQD que tendríamos que formular en el altiplano boliviano será muchísimo mayor que de una región a otra de España, y tendríamos que afinar mucho el oído hasta reconstruir y reconocer en el suyo nuestro propio sistema lingüístico: el problema no es que digan “fósfro” en vez de fósforo, sino que es una palabra tras otra, una línea melódica distinta y muchas cosas más. Pero al final nos hacemos entender y la condición de transparencia se cumple.

En realidad la condición de transparencia está bien, pero no deja de ser bastante endeble. Si un español habla lento y clarito con frases simples puede hacerse entender por un portugués o incluso por un italiano, ya que participamos de un montón de raíces latinas comunes y las sintaxis son notablemente parecidas. Pero ahí podríamos decir claramente que lo que uno está haciendo es aprendiendo un nuevo idioma. Y es cierto. Cuando dentro de nuestro idioma cambiamos de una región a otra o a otro país, también cambiamos de dialecto, aprendemos un dialecto nuevo: si nos vamos a vivir a Canarias desde Madrid tendremos que aprender que el autobús es la guagua y que las mandarinas son las yiyas, y si nos mudamos a Argentina el autobús es el colectivo y las bifes son los filetes. Si nos vamos a Francia, las patatas se convierten en pommes de terre y la calle es la rue. ¿Hay alguna diferencia? Pues sí y no, en lingüística nada se corta a navaja tan fácilmente.

Dependiendo de la disciplina, filología o lingüística, de la escuela, y del rango en el que se estudian las lenguas, podríamos hablar de que hay transparencia entre todas las lenguas latinas, como diría un romanista, encantado de ver cómo el común padre latín nos permite a todos entendernos a través de sus vástagos, y un indoeuropeísta dice sin ningún empacho que se ve el origen común del alemán y el sánscrito y que conociendo uno es bien fácil empezar a entender el otro; por último un especialista en gramática generativo-transformacional se podría cachondear de cosas que le parecen tonterías, inmerso como está en intentar comprender las leyes gramaticales que rigen en cualquier idioma.

También el término lengua es equívoco, y además de ser poco claro se aplica como siempre de manera muy eurocéntrica y tomando como siempre los ejemplos del latín y de las modernas lenguas de cultura europeas. Pongamos por ejemplo al árabe: los hablantes de lugares tan alejados como Marruecos e Irak pueden hablar cosas tan distintas que no se pueden entender entre ellos, pero nunca dirán que hablan otra cosa que árabe: para ellos, la lengua es la lengua escrita y estándar que deriva del Corán y de su etapa de esplendor literario: la alfosja. Que entre ellos no se entiendan no les impide sentirse parte de una misma comunidad religiosa y lingüística. Para ampliar este concepto y que se les caigan a ustedes todos los prejuicios que tienen sobre lo que es una lengua, pueden leer el magnífico artículo que se halla en http://www.webpersonal.net/jordimastrullenque/arabe/dialectos.html. Más compleja puede ser incluso la definición de una lengua como el chino, pues en este caso es el sistema ideográfico común. En el caso del árabe, puede no haber transparencia entre dos dialectos del árabe, pero sin embargo no podemos hablar de dos lenguas distintas desde el momento que ello sí se reconocen como hablantes de un tronco común que llaman lengua, pues para ellos la lengua es la lengua de cultura, la lengua culta. Esas variedades dialectales pueden ser estudiadas, y analizadas filológicamente sus diferencias, pero de ningún modo se hacen oficiales esas diferencias para convertirlas en lenguas independientes. De todos modos, el reconocer o no a los dialectos árabes como lenguas nacionales de los distintos países es un tema candente y de continua discusión en la actualidad.

La definición de una lengua y de qué cosa es una lengua o un dialecto, como se ve, puede tener más que ver con la voluntad política que con una seria definición científica. Como dije en “La dinamita en la palabra”, gallego y catalán eran considerados dialectos durante el franquismo, e incluso posteriormente, y con la democracia recuperan su estatus de lenguas, que nunca habían perdido entre los especialistas mundiales en lenguas románicas. Como vemos, los hablantes de las distintas hablas árabes quieren y desean considerar que hablan lo mismo, y todos se sienten más identificados con una lengua común en la que depositan su sentido de unidad y de comunidad que con lo que hablan todos los días con el vecino de al lado. En el caso del español, se reafirma en cada congreso hispanoamericano la unidad absoluta del español y de la perfecta coherencia que tiene el español culto a las dos orillas del océano, a la vez que la lengua coloquial se enriquece y se crea una infinita variedad lingüística, tan fecunda para la expresión literaria. Sin embargo hay bastantes brasileños que serían muy felices si se independizasen de la lengua portuguesa y se proclamasen como lengua independiente, y los norteamericanos hacen lo que les da la gana con su lengua y son muy conscientes de que se han convertido en la variedad estándar del inglés por encima de la BBC y Orford.

Las relaciones entre lo que es gallego y lo que es portugués también tiene múltiples problemas en su definición. Las distinciones filológicas y los estudios rigurosos son importantes, pero no lo son menos un análisis de las relaciones políticas y de la misma percepción que un pueblo tiene del otro, y menos aún de lo que hablan. Quizá podríamos empezar haciendo una comparación con el mismo caso español, y con un refrán: “No hay más sordo que el que no quiere oír”. España no es que sea un país demasiado racista, démosle tiempo, pero hay detalles bastante feos, como burlarse de la forma de hablar de los inmigrantes sudamericanos, como si no supieran hablar, o decir que “no los entiendo”. Hombre, entenderlos se les entiende, pero como se empeñe uno en no entenderlos, pues claro que no se les entiende: la condición de transparencia necesita de la buena voluntad. Y eso no ocurre sólo con los sudamericanos, y es tristemente habitual oír decir a alguien del norte que “no entiende a los andaluces”. Obviamente, si nos encontramos a un andaluz que habla con un acento muy cerrado y que además tiene dificultad de dicción nos costará entenderlo, pero quizá también tenga problemas para entenderse con sus amigos. La relación de unos dialectos con otros es a veces por tanto problemática, y sobre todo entre los que sirvieron de modelo y que han perdido la preeminencia frente a variedades coloniales, como el inglés británico, o como el español de España y el americano, en el que sigue habiendo no poco imperialismo y mangonería por parte de España, favorecida por nuestra posición económica y la suya: España se sigue viendo a sí misma como el original y a los demás como a copias, e incluso Menéndez Pidal proclamaba que a nivel mundial en la enseñanza de español a extranjeros se debía optar por la pronunciación castellana. No me quiero imaginar a un mexicano enseñando a un estadounidense la pronunciación castellana, pero bueno…

La condición de transparencia se ve facilitada por el contacto, y como entre los distintos dialectos del español de España estamos acostumbrados a oírnos continuamente, pues nos habituamos y no nos suenan extrañas muchas de las cosas que oímos, aunque luego no las reproduzcamos en nuestro propio dialecto. Del mismo modo no es lo mismo el choque lingüístico que puede sufrir un español al trasladarse a un país sudamericano si sólo ha leído en toda su vida a Azorín o si es aficionado a la literatura sudamericana y a los culebrones. Por tanto, si le preguntan a un gallego conocido cuál es la relación entre el gallego y el portugués podrán obtener respuestas tan dispares como éstas: “Se les entiende todo”, “No les pillo ni una”, “Gallego y portugués son en realidad la misma lengua”, “El gallego y portugués se parecen, pero son claramente dos lenguas independientes”. Estas respuestas dependen de varios factores: de si el gallego es del norte o del sur, si sabe gallego o no, si es hablante de gallego o no, del conocimiento general que tenga del mismo español y de su nivel cultural, de su postura ideológica y de sus prejuicios, y en general un montón de factores.

Ahora bien: ustedes me podrían preguntar qué es lo que opinan los serios, sesudos y concienzudos filólogos de todo esto. Pues eso es muy simple de decir: los filólogos opinan lo que les mandan que opinen. La filología describe lo que hay, pero no lo crea. Si hay un consenso en el mundo árabe de que hablantes de dialectos tan dispares entre ellos como el italiano y el francés son la misma lengua porque esos hablantes se ven reflejados en la alfosja, que consideran el verdadero idioma común, ésa es la realidad para ellos, y los filólogos occidentales así suelen respetarlo aunque su modelo de lenguas europeas de cultura no se adapte particularmente bien a ese caso, pues en ciencia cuando un modelo no explica correctamente un caso particular suele ser por deficiencia del modelo más que por equivocación de la realidad que se intenta explicar.

La doctrina oficial a día de hoy es: el gallego es una lengua independiente del portugués, aunque comparte con la “lengua hermana” un origen común. Y se acabó: ésa es la doctrina oficial de la Xunta de Galicia y del Estado Español. Ahora bien: que algo sea oficial no quiere decir que sea bueno, y mucho menos que no pudiese haber habido algo mejor.

Volvamos atrás y al asunto histórico: Alfonso X el Manirroto (1221-1284) tiene la peregrina idea de escribir un libro en gallego. ¿A santo de qué? Como no dejan de repetir machaconamente los profesores de lengua gallega, en esa época el gallego, o gallego-portugués para ser más políticamente correctos, era una lengua de cultura predominante en la Península, con más producción literaria que el castellano y en comunicación con las más importantes corrientes literarias sobre todo por medio del Camino de Santiago. Aunque hubiese una separación política entre los reinos de Galicia y el antiguo condado de Portugal, continuó habiendo una conciencia literaria y lingüística común, por lo que ese período literario se estudia tanto por gallegos como por portugueses en las escuelas.

Y entonces… (pongan en el ordenador la Marcha Imperial de Star Wars) se fue todo al carajo. Después de las Guerras Irmandiñas, levantamientos populares contra la nobleza, Galicia queda debilitada y los Reyes Católicos entran en Galicia de manera muy poco diplomática y descabezan a los poderes autóctonos. Desde entonces la decadencia política y cultural de Galicia no haría si no acentuarse a cada siglo que pasaba. El gallego, que tenía sólida inplantación en el mundo literario y en la administración, sencillamente desaparece como lengua de cultura en unos pocos decenios, aunque ocasionalmente aparecerán textos escritos en esa lengua. Por lo tanto del siglo XV al XIX habría un largo período en el que el gallego sobreviviría únicamente como lengua oral, y sólo en momentos puntuales como lengua escrita. A este período se le denomina de manera un tanto dramática, pero muy gráfica, os Séculos Escuros (los Siglos Oscuros). Con la llegada del Romanticismo, el regionalismo y la reivindicación de los pueblos que no tenían Estado, llega lo que se llama el Rexurdimento (Resurgimiento) del siglo XIX, que comienza la reivindicación del uso literario del gallego, y busca que tenga un lugar en la educación a la par del castellano. Paralelamente a esta reivindicación lingüística nacerá un movimiento político que se dará primero de tortas con el tradicionalismo español del siglo XIX, y posteriormente con los noventayochistas del XX, hasta culminar en un estatuto de autonomía que fue aprobado por las Cortes Republicanas en el exilio. Después, durante el franquismo, el nacionalismo gallego se transformaría profundamente y llegaría a la Transición ya reconocible como lo que es hoy.

Todo esto es una historia muyyyyyyy larga, y contarla aquí es imposible porque llevaría cientos de páginas. Sólo podemos decir que, para el tema que nos interesa, la lengua siempre fue punto central del pensamiento nacionalista, y también el cambio de su percepción a medida que avanzaba el tiempo, y sobre todo sus relaciones con el portugués y con el español.

Tenemos que decir también que, dentro de la corriente clásica de la filología románica, siempre se tuvo muy claro que gallego y portugués eran y son la misma lengua. De hecho, la doctrina que se sigue manteniendo en las gramáticas y estudios dialectológicos del portugués reconocen a los dialectos gallegos como parte de su sistema, y cualquiera que sepa un poco la realidad dialectológica del español o del portugués puede comprobar que no hay más diferencias entre el brasileiro y el portugués europeo o entre el argentino y el español que entre el gallego y el portugués, y menos aun si estamos hablando del gallego del sur y del portugués del norte. Un brasileiro diría: “Eu chi amo, Maria. Teu pai há entendê-lo”, y un gallego o un portugués: “Eu amo-te, Maria. O teu pai há entendê-lo”, o bien “Eu ámote, María. O teu pai ha entendelo”, que si se fijan ustedes es exactamente lo mismo. Básicamente el gallego oficial impuesto por las leyes es una serie de elecciones dialectales arbitrarias, siguiendo implícitamente la norma de elegir siempre las que más se parezcan al español, y una ortografía española ligeramente adaptada.

¿De dónde sale pues este gallego oficial, separado del portugués y actualmente en vías de extinción después de treinta años de supuesto apoyo institucional a la lengua gallega? Pues eso también en difícil de explicar, y sólo poniendo algunos ejemplos podremos entender algo: cuando una lengua se queda como se quedó el gallego en el siglo XV, pues le pasa de todo menos nada bueno, y a perro flaco todo son pulgas. Cuando una lengua se ve en ese estado, empieza a sufrir varias mutaciones.

Por ejemplo: “Esa persona tiene mala dexteridad”. Cosas como ésta podemos oírlas en múltiples páginas de Internet, y nos llevan a una realidad más conocida por el público español, y que nos puede ayudar a entender mejor el caso del gallego: el spanglish. El spanglish surge del contacto de hablantes poco ilustrados de español con una lengua que en cierto espacio geográfico, los USA, tiene el poder político y económico. Las interferencias lingüísticas del inglés en el español hablado en los USA (e incluso en el que se habla en los mismos países hispanohablantes) es diversa y poco homogénea. Primero se afecta al léxico, y no es difícil entender cómo realidades tecnológicas desconocidas o poco habituales para los inmigrantes empiezan a ser nombradas con burdas adaptaciones del inglés. Dicho de otro modo: si en España, que a todos nos enseñan el español, aunque ya sabemos de qué manera, penetra el léxico y hasta ciertos vicios gramaticales del inglés, imagínense la situación del pobre inmigrante hispano que tiene pocas oportunidades de aprender la lengua de sus padres y que tiene que desenvolverse en un mundo que se expresa en inglés, o del hablante hispano al que le doblan las series de televisión a toda prisa con un traductor de ordenador. Resultado: el spanglish. Pero… sin embargo los hablantes de un español bastante extraño de los Estados Unidos se reconocen como hablantes de español, si no ellos mismos sí la comunidad internacional hablante de español. ¿Está más alejado en algunos casos del español estándar internacional el español de Estados Unidos que el gallego del portugués? Pues miren por dónde: sí.

¿Cuál es la actitud de la comunidad hispanohablante respecto al spanglish? Pues muy negativa, y ni quieren oír hablar de que el spanglish se convierta en una “nueva lengua”. Basta con buscar “spanglish” en el Google buscando sólo páginas en español, y nos encontraremos artículos como: “Defensor del spanglish provoca a lingüistas”, “Hablar spanglish es degradar el español”, etc. Hay cierto cabreo espeso sobre el tema, y sobre todo se ve con muy malos ojos cierto apoyo institucional que, en nombre del multiculturalismo, propone el mestizaje del spanglish, y como se ve en esos artículos empiezan a proliferar los intentos de crear diccionarios, gramáticas y cátedras de spanglish. Los filólogos de las filas del español apuntan que, si se permitiese la creación de un estándar de spanglish a partir de un sistema inherentemente cambiante e inestable que es el mismo spanglish, eso sólo desembocaría en un conjunto minúsculo de hablantes desgajados del español, al que no sabrían o no querrían volver, e incapaces de evitar el ser absorbidos a medio o largo plazo por el inglés. Defienden también que, si no se actúa rápidamente en los Estados Unidos y se promueve la enseñanza de un español correcto en la población hispana, el español terminará por desaparecer. Eso no quita, desde luego, que al día siguiente hablen de la importancia del español en los Estados Unidos.

Como bien sabemos, la filología es lo que tiene: las mismas leyes que se utilizan para una cosa sirven para otra completamente distinta si le echamos bastante morro. ¿Por qué no vale para el gallego y el portugués lo que debe valer para el spanglish y el español? Pues aquí sí que no se pueden argüir fundamentos filológicos o científicos. Porque no y ya está, que aquí mando yo. Así de simple, que el que manda, manda.

La cuestión sobre la necesidad de un acercamiento cada vez mayor del gallego al portugués se planteó desde muy pronto en el siglo XIX, y uno tras otros CASI LA TOTALIDAD de ensayistas, poetas, padres de la patria y demás próceres del gallegismo y de la defensa del gallego fueron formando un movimiento favorable a ese acercamiento. Se decía, ya entonces, que si el gallego quería llegar a alguna parte, tenía que ser a través del portugués. Y, del mismo modo que ahora un hispanohablante de los USA puede coger un diccionario y descubrir con sorpresa que “dexteridad” no es más que una burda copia de “dexterity”, y que lo correcto es “destreza”, desde el siglo XIX se empezaron a recuperar muchas palabras del portugués, que después se descubrieron que seguían vivas en el gallego, aunque en ocasiones en zonas aisladas o sólo en los habitantes más ancianos. Pero nunca, nunca, el grado de destrucción léxica del gallego con respecto al castellano alcanzó el grado salvaje que ocurre en el spanglish, favorecido esto por supuesto por el hecho de ser dos lenguas latinas. La sintaxis es básicamente la misma en gallego y portugués, y cualquier gallego con un poco de voluntad puede entenderse con un portugués, y sabiendo gallego, incluso el impuesto por ley que se parece obligatoriamente al español, leer en portugués no es ningún trauma. De hecho, si se hubiese cumplido lo que se prometió desde el año 1981, un acercamiento cultural a Portugal, favorecer los intercambios literarios y culturales y la difusión de la televisión portuguesa en Galicia, ahora todos los gallegos dirían: “Joder, qué gallego más simpático hablan los portugueses. Se les entiende todo.” El roce crea el cariño y oírse aguza el oído.

A la necesidad de ir integrando y recuperando el gallego por medio del portugués, pero siempre sin renunciar a los dialectos hablados ni al léxico propio, como los sudamericanos no renuncian a su léxico ni a sus giros coloquiales, se le denomina “reintegracionismo”, y por mucho que ahora se quiera reescribir la historia desde instancias oficiales, era la línea mayoritaria hasta los años sesenta y setenta del siglo XX.

III. Conclusiones

Llegado a este momento, reflexionemos sobre lo que tenemos a punto de empezar la Transición Española: una región española, Galicia, que todavía tiene una abrumadora mayoría de hablantes en gallego, y que está a punto de plantearse (agárrense fuerte), convertirse en un país que habla una lengua reconocida mundialmente y con una literatura admirada. Como se ve, nada que ver con la situación del vasco ni la del catalán. Como se puede entender fácilmente, un peligro que de algún modo había que cortar de raíz.

Y lo cortaron. Vaya si lo cortaron. De hecho, ya desde los años cuarenta se habían ido infiltrando en el nacionalismo gallego elementos bastante sospechosos y cercanos al régimen que poco a poco se fueron posicionando en puestos claves con vistas a desarticular ese nacionalismo en ese momento en el exilio, con tendencias izquierdosas ya antes de la Guerra Civil y con un discurso muy peligroso y desasosegante por su posible proyección internacional por medio de un reintegracionismo lingüístico. Esta infiltración buscaba reconvertir y reconducir al nacionalismo gallego a lo que es hoy de mano de Fraga Iribarne: tradicionalismo ñoño, perfectamente integrado en la corriente cultural española y libre de cualquier manifestación cultural superior, o sea crítica, renovadora o innovadora: todo se resume a exaltaciones populares, musicales (la célebre gaiteirada cuando renueva mandato, por ejemplo), gastronómicas, y muchas, muchas verbenas con canciones de toda la vida para satisfacer a una población gallega cada día más envejecida.

A diferencia de Cataluña, que a medida que la dictadura se convertía en dictablanda fue ganando campo para el catalán, y se sabía muy bien lo que querían los nacionalistas para el nacionalismo y ese idioma, en Galicia se sabía muy bien lo que querían los que pretendían desmontar el nacionalismo, que como ya dijimos, volvería reformado en algo muy distinto. La mayor parte de las instituciones lingüísticas, que se formaron tarde mal y arrastro en Galicia, y en la que se habían infiltrado esos elementos extraños, estaban en 1971 a punto de caramelo para hacer lo que se tenía que hacer, con todos los puestos claves copados por estos seres “mixtos”, que combinaban dos discursos completamente contradictorios, por un lado la recuperación del gallego y por otro una inquebrantable sumisión a la idea de una adhesión servil a la lengua española, y a la idea, confesada, o rechazada hipócritamente, de que el gallego debía ser una lengua subsidiaria del español, y en definitiva un dialecto. Y eso se proclamó oficialmente en 1983, poco después de que ganase el PP las primeras autonómicas y se aprobase el más restrictivo de los Estatutos de Autonomía.

A esto se le llama actualmente “regeneracionismo”, por oposición al “reintegracionismo” del que hablamos antes: los términos son modernos, pero los utilizo de forma convencional para no liarnos. El regeneracionismo parte de algo muy curioso: defiende que ya en la época de los Reyes Católicos, e incluso antes, el gallego y el portugués ya estaban en fase de diferenciación. Ah, vale. Creo que se acaba de cagar la perra. Vamos, lo que están diciendo es que había varios dialectos perfectamente intercomprensibles, pero que sólo haya dos lenguas en potencia se lo sacan de la manga y es subordinar completamente la realidad lingüística a unas fronteras convencionales que sólo existían para los reyes y los administradores. Por si fuera poco esas dos lenguas en potencia tienen un muy distinto destino: una evoluciona como cualquier otra lengua, libre de cualquier influencia que no sea la normal de una lengua que anda por ahí mundo adelante, y la otra se queda “sola frente al peligro” del español, y milagrosamente “resurge” para ser “regenerada” por los simpáticos caballeros españolizantes del ILG (Instituto de la Lengua Gallega) y la RAG (Real Academia Gallega), tomando como modelo… el español, por supuesto.

Como ustedes son aún menos especialistas que yo en esta materia, se tendrán que fiar de mí si les digo que el Regeneracionismo es una Mierda con M bien mayúscula. Tampoco es que en reintegracionismo sea una maravilla completa, pero tiene las siguientes ventajas:

-El reintegracionismo tiene las cosas claras: aunque hay varias tendencias distintas dentro de él, por regla general bastante respetuosas entre ellas, está claro que se considera que la “alfosja” del gallego es el portugués. Todo lo que existe en gallego es legítimo, e incluso las palabras españolizadas deben ser respetadas en el hablante que así se expresa. Dentro del reintegracionismo las dos corrientes principales serían: reintegracionismo con norma propia, que se resumiría en la norma ortográfica y gramatical AGAL, que resume los dialectos gallegos y respeta un amplio rango de formas incluso en la flexión verbal; reintegracionismo pleno, o sea considerar la norma culta del gallego el actual portugués. Actualmente, existen las dos versiones, e incluso según me parece la segunda va ganando adeptos.

-El regeneracionismo se hace la picha un lío cada dos por tres. El cúmulo de despropósitos que han cometido los académicos gallegos llenarían varias antologías del disparate. Desde el primer momento que se creó la actual norma regeneracionista se violaron los presupuestos filológicos y los principios que se dijeron que se iban a seguir. Sin ningún criterio sólido se inventan palabras, algunas las toman del portugués (¿cómo? ¿eso no lo hacían los del otro bando?), se inventas supuestas evoluciones del latín al gallego como si no hubiese existido la influencia del español y a veces les salen hipercultismos que chirrían y dan grima como pasar los dientes por una mesa de mármol, y otras curiosamente esa “evolución” coincide exactamente con el español. La mayor parte de las veces se limita a dar por buenas implícitamente cualquier interferencia lingüística del español, empezando por la misma ortografía.

-El reintegracionismo es abierto. Aunque reconoce una variedad estándar o culta, no se cierra a la realidad del gallego. En el uso culto o científico, existiría una norma común con el resto de lo países lusófonos, obviamente, pero en lo literario a nadie se le impediría escribir “Ti colhiches a lura”, aunque en el estándar fuese “Tu colheste o calamar”, del mismo modo que a nadie en su sano juicio impide a un argentino en sus novelas reflejar el voseo, de modo que pueda escribir “Vós sós un boludo”.

-Si los regeneracionistas mandasen también en Argentina, los argentinos a los que se les ocurriese la idea de escribir “Vós sós un boludo” verían cómo el editor los obligaría a cambiar la frase por “Tú eres gilipollas”. El regeneracionismo, demostrando cuál es su origen, se embarcó en una cruzada para borrar al reintegracionismo, tradujo el pasado literario a la nueva fe aunque así lo desvirtuase e impuso sus ideas de modo que sólo pudo publicar aquél que se plegase a las normas, pues casi el cien por cien de lo que se publica en gallego es porque existen subvenciones dadas por la Xunta, y si haces algo que no le gusta a la Xunta… no hay dinero. Todas las lenguas tienen un sistema para reflejar el habla popular y otras realidades lingüísticas, menos el gallego, por supuesto. Se puede escribir una novela en español sin puntos ni comas a lo Faulkner, comiéndose sílabas y casi como transcripción fonética de lo que se habla, y si fuese en Nueva York medio en spanglish, y no pasaría nada siempre que tuviese calidad literaria, pero, como decía un amigo mío, si escribes una novela en primera persona en la que el protagonista es reintegracionista, piensa en reintegrado, y todos sus amigos con los que habla son reintegracionistas, no te dan ni un duro para publicarla, porque no está en el “gallego bonito” para el que sí dan subvenciones.

El regeneracionismo es, muy probablemente, la puntilla al gallego. Más allá de criterios filológicos, que nos pueden ilustrar lo que pasa, está el sentido común. Huele muy, pero que muy mal, que el reintegracionismo, mayoritario en su momento, fuese barrido de las instituciones y del sistema educativo por una serie de personajes regeneracionistas, muchos con pasadas y bien documentadas opiniones reintegracionistas, que empezaron a partir de su conversión a copar cátedras y altos puestos culturales, censurando y vetando a sus antiguos compañeros, que aun ahora no los llaman otra cosa que vendidos. También es como para hacerle pensar a uno que la norma regeneracionista fuese aprobada a la chita callando y como a traición, “olvidándose” de llamar a los que tenían derecho a voto y no comulgaban con lo que iba a ser el nuevo orden.

Pero tampoco se crean que el reintegracionismo fue todo amor y alegría: también tuvieron sus errores, radicalizaron su discurso y sencillamente no supieron responden correctamente a la robada de cartera, y se refugiaron muchas veces en un lamentable discurso victimista. También entraron al trapo en la famosa “Guerra de Normativas”, muy lesiva para la imagen y el estudio del gallego, que desorientó más si cabe a la población y que hizo ver a los gallegos en general a la cultura gallega como un montón de fanáticos que se cosían a navajazos por una ortografía u otra. También pecaron de cierto elitismo, inherente al mismo postulado filológico defendido que acepta la existencia de una lengua estándar y culta, y probablemente desconfiaron de que el pueblo entendiese sus razones y se dedicaron a imponerlas las pocas veces que tuvieron ocasión de hacerlo.

Otra cosa, más grave, es que todas las predicciones del regeneracionismo y el estado de bienaventuranza que se nos prometía ha quedado en agua de borrajas: no se han iniciado los fértiles intercambios culturales con Portugal, sino que se sigue viviendo de espaldas no ya al “país vecino”, como se le llama en toda España, sino al “país hermano”, como se dice no pocas veces en Galicia; el gallego no ha dejado de ser el hazmerreír de la clase alta y profundamente anti-gallega de la propia Galicia, que hace del snobismo y de su desprecio a lo gallego un signo de su españolidad (justo al revés de los andaluces), lo que no deja de ser lógico pues ese gallego “regenerado”, escrito con ortografía española y con gramática española subyacente igual que el spanglish tiene una gramática subyacente inglesa, no parece otra cosa más que una burda copia del español; y, sobre todo, el regeneracionismo ha fallado en su predicción, contraria al sentido común y a todo conocimiento filológico, de que el gallego tendría un futuro glorioso y “armónico” con el español, y denunciaba a los que no afirmaban lo contrario como alarmistas y nacionalistas, cuando desde los años setenta el reintegracionismo avisó de que el gallego estaba ya en peligro de extinción, y más si se optaba por la vía suicida del regeneracionismo. Pues ahora la UNESCO viene a darles tristemente la razón.

Por si fuera poco, el actual sistema político y literario ha generado una literatura que sería muy amable decir que es un desastre, con sus lógicas excepciones. Es la gallega una literatura en la que, al igual que en el resto del país, sólo impera el enchufismo, el amiguismo, el veto y la mediocridad, subvencionada y halagadora del gobierno de la Xunta aunque algunos autores se disfracen de “críticos oficiales del régimen”, como Manuel Rivas o Suso de Toro. No hace falta ser Noam Chomsky para saber que un poder que de verdad merezca ese nombre elige a su propia oposición para que le haga sirva de sparring, y para dar la impresión de que hay “juego limpio”. El tradicionalismo españolista y uniformizador que representa la Xunta elige a sus propios adversarios, y en una jugada maestra de doble moral y doble discurso juega sus bazas de modo perfecto: la Xunta aprobó la actual ley de Normalización Lingüística que critican los mismos votantes carpetopetónicos del PP, al que no echan la culpa, sino a los nacionalistas que no aprobaron esa ley, y del mismo modo cualquier actitud defensora del gallego o de la cultura gallega, incluso por parte de la intelectualidad deudora del PP, es criticada desde Madrid y Galicia como si fuera iniciativa de las ramas más duras del nacionalismo gallego. Del mismo modo Fraga no tiene ningún problema para decir en Brasil que “gallegos y brasileiros hablamos el mismo idioma” y luego en casa continuar la caza de brujas contra todo aquél que no comulgue con la idea de que el gallego es un dialecto que tiene que pedirle humildemente al español vocabulario y recursos sintácticos y gramaticales.

El modelo de literatura ofrecido por el reintegracionismo ofrece un panorama muy distinto, pues permite integrar en el canon gallego una de las mejores literaturas del mundo, a la que tendríamos incluso ahora un fácil acceso incluso sabiendo sólo el gallego normalizado. Vamos, que podríamos olvidarnos al amigo de turno del alcalde de no sé dónde o del colega de toda la vida del editor enchufado de turno, y leernos a Eça de Queirós o a Pessoa, uno de los poetas más influyentes del siglo XX. (Una pequeña diferencia, si ustedes se fijan.) De vez en cuando tendríamos que mirar el diccionario, pero anda que no tenemos que hacerlo también leyendo a Borges, a Cortázar o a Quevedo. Miren, sólo por tener acceso a la literatura portuguesa, y librarse del horror que son algunas obras de la literatura gallega, que hay que poner por las nubes como si película española se tratase, valdría la pena el reintegracionismo.

En definitiva el español hace lo mismo, si no algo peor, que el inglés con el español en los Estados Unidos. Igual que es escandaloso que los defensores del spanglish ignoren que el español tiene recursos de sobra en el lenguaje tecnológico y de todo tipo para no tener que pedirlos servilmente al inglés, el gallego tiene de suyo recursos, ortografía y léxico dentro de su propia tradición lingüística como para no tener que pedirle nada al español, que sin embargo, por ley, obliga al gallego a convertirse “de facto” en su dialecto, y a aceptar una paulatina absorción, en una situación mucho más oprobiosa que la que se cierne sobre el español en los Estados Unidos con la doctrina del English Only. La misma chulería de los angloparlantes que miran a los hispanohablantes como pobres hablantes bárbaros de una lengua medio asilvestrada que “lógicamente” tiene que mirarse y copiar de la lengua de Shakespeare, los hispanohablantes miran al gallego, e incluso al portugués, del mismo modo. Aunque sea repetirme, de vergüenza se nos debería caer la cara el quejarnos de que los yanquis sepan tan poco de nosotros, cuando raro debe ser el que allí no sepa al menos que existe la “paei-ya”, y que tenemos “bull fighters”, mientras que nosotros de un país con el que compartimos el mismo espacio geográfico por no saber, sabemos menos que eso. Por eso es tan gracioso que los portugueses no se sientan especialmente escandalizados como el resto de los europeos de que los americanos no sepan nada de ellos: después de nuestro absoluto abandono y desprecio, no les suena raro que los emperadores del mundo tampoco sepan que existen.

Y ahora que lo pienso, compatriotas españoles: de la moderna Grecia, ¿sabéis algo? Cite un escritor griego moderno, un plato típico, haga un resumen de diez líneas de la moderna historia griega. Y eso que la reina es de allí…

Por desgracia, en lo cultural en general, y en los lingüístico en particular, no ofende el que quiere, sino el que puede, y el que puede siempre quiere.

Y si se preguntan qué es lo que opinan los portugueses de la desaparición del gallego, pues diremos que no les hace ni pizca de gracia. Por suerte para algunos, el dictador Oliveira Salazar era colega de Franco. (Ah, lo olvidaba: que no sabéis que Portugal tuvo su ración de eso. ¿Os suena la Revolución de los Claveles? ¿Grândola Vila Morena de José Afonso?) Pues no, a los portugueses no les hace ni pizca de gracia que en sus mapas lingüísticos, en la mitad del territorio en el que ellos reconocen que nació su idioma, éste vaya a desaparecer.

Por tanto, así a la chita callando, nos cargamos el gallego, escondemos el cadáver y a otra cosa mariposa, y hacemos como si a la izquierda de nuestro mapa en vez tierra y todo un país tanto o más antiguo que nosotros se encontrase el océano. Del mismo modo, ignoramos su Historia, con lo que entre otras cosas nos aseguramos el no conocer la nuestra del mismo modo que los pérfidos nacionalistas gallegos se quejan de que en un reciente libro de divulgación histórica no se citen las Guerras Irmandiñas (la mayor parte de los españoles ni sospechan que ocurrieron), con lo cual sencillamente no se puede contextualizar las Rebeliones Comuneras de un siglo después, y de ésas se habla hasta aburrir. Yo no me lo explico: será que los castellanos levantándose contra Carlos V vende mucho y tiene morbo, y miles de gallegos destruyendo castillos y fortalezas señoriales en tiempos de los Reyes Católicos no. Y es que es la coña: ni citarlas de pasada, oiga. Es como hablar de Lutero sin citar siquiera a todos los que mucho antes que él habían dicho cosas parecidas, aunque sin tanto éxito de público. Y en ese mismo libro el reino suevo, ni citarlo: total, obviar completamente un reino entero no es tan grave. Y si les hablo de todos los intentos que hizo Portugal por recuperar Galicia, tanto diplomáticos como con incursiones militares, y así unificar estratégicamente la franja territorial del oeste y unificar a todos los hablantes de su lengua, pues me pondrán una cara como si les predico los principios de la cienciología, pero les juro por Snoopy y por la cobertura de mi móvil que existieron.

No hay peor nacionalista que los centralistas: o eres español como a ellos les da la gana y reconociendo tu inferioridad, tu falta de cultura y la poca importancia de tu Historia, o te convierten en nacionalista te guste o no. Y con los gallegos se ha hecho una labor sobresaliente: se les ha enseñado a odiar y despreciar todo lo que son, a burlarse de su acento y a reconocer que las “alfosja” del gallego es el español. Los gallegos van por buen camino.

Pues con eso como con todo: la historia de Galicia, y la de cualquier otra parte de España que no haya sido declarada apta para el consumo del ganado por la Santa Madre Historia Oficial, no existe. Y cualquier intento de hacer señalar que esa historia está ahí, y no ya digo contradice, sino que complementa a la que ya existe… ¡a la hoguera con el hereje nacionalista! Y si se te ocurre comparar las gilipolleces de Sabino Arana con las que va desgranando hoy día en el ABC Carlos Seco Serrano, emocionado al hablarnos de la superioridad moral y ética del noble caballero castellano frente al resto de los habitantes de la Península, pues dicen que de noche aparecen unos hombres de negro y al día siguiente sin saber por qué sientes el impulso irresistible de retractarte de tus palabras y peregrinar de rodillas hasta la calle Génova, y a partir de entonces crees con don Carlos en el sentido providencial de la monarquía y en el sentido espiritual de España guiado por su prístino y católico afán castellano. Si luego les digo que Gregorio Salvador (lo mismo que Carlos Seco Serrano, pero donde pone Historia pongan lengua española) es uno de los mentores de Juan Ramón Lodares, que se empeña en explicar que el pobrecito idioma español es muy bueno muy bueno y que nunca ha atacado a otra lengua, y que se ha ido imponiendo de forma natural sobre las demás sin tener la culpa de ser tan chuliguay, pues no se extrañen. Y es que si seguimos las doctrinas del señor Lodares, lo mejor es callarse y dejar que el inglés se imponga pacífica y naturalmente sobre el español en Estados Unidos, Hispanoamérica y España, y no hacer “demagogias” sobre poder político que impone una lengua, imponer modelos lingüísticos y que las duras leyes del mercado quieren ahorrar haciéndolo todo estandarizado, y al final las leyes que obligan al etiquetado o a que las instrucciones estén en español son un atraso. Si ya lo decía Su Majestad el Rey don Juan Carlos (el del sentido providencial de la Monarquía): “El español nunca ha sido lengua de imposición, sino de encuentro”. Ya: como el francés en Argelia. Y si les digo que hace solo un mes en un pueblo de Zamora en el que todavía se habla gallego el director prohibe que se hable gallego y castigó a copiar cien veces a los alumnos “No hablaré gallego en clase”, pues será que les estoy mintiendo. Y eso que hay un acuerdo entre la Xunta de Galicia y la Junta de Castilla y León para respetar e incluso impartir alguna clase en gallego, pero ya se ve lo que hay.

Joder, esta gente consigue que la sociolingüística funcione como un diodo. Es para cagarse: los mismos conceptos que utilizan para defenderse de la agresión del inglés en España y en el resto del mundo, luego les dan la vuelta, los niegan y se burlan de ellos si los demás los utilizan en su contra. Y digo yo que si se acepta la teoría de que el pez grande se come al chico, pues… es en los dos sentidos, y puedes ser tú el pez chico si aparece uno más grande que tú. No se puede ser tan machote a la hora de “dar”, y luego chillar como una maricona a la hora de “tomar”. Y lo más gracioso es que dentro del discurso de glorificación del español, y las profecías de su futuro estelar apenas si tienen críticas internas, cuando canta a la legua y se ve que se apoya exclusivamente en la presión demográfica de masas iletradas que buscan ganarse la vida, en un ideal de la Gran Hispania que recuerda sospechosamente a discursos expansionistas de principios del siglo XX en Alemania, y en una santificación de “lo latino”, “lo hispano”, como necesariamente bueno y superior a otras culturas: somos espontáneos, tenemos sabrosura, hacemos la siesta, tenemos calidad de vida (¿a que me cago en la madre de alguien?), y todas esas macanas. Y no deja de ser curioso que estos mismos sectores, tan orteguianos siempre, sean los que luego no tengan más argumento que la presión de la masa, la fuerza del número, e igualmente llamativo es que los mismos que ven con orgullo la inmigración de esas masas incultas y pobres que buscan su sustento, y que fantasean con que eso conlleve a una recuperación, al menos simbólica, de esa Hispania irredenta que es Florida y California, sean los mismos patriotas constitucionales de derechas de toda la vida que arrugan la nariz como si estuviesen oliendo mierda al pensar en los inmigrantes que siguen llegando a España, y que amenazan nuestra sacra unidad política, religiosa y cultural; los mismos que, me jugaría la vida, cuando mandan a sus hijos a estudiar a los Estados Unidos a aprender inglés los prefieren ver en un bonito barrio wasp antes que cerca de nuestros hermanos hispanos.

Lodares y otros, lo que más jode, es que realmente tienen razón en todo lo que dicen, pero siempre se las apañan para arreglarlo al final y arrimar el ascua a su sardina. Tiene toda la razón Lodares al decir que dentro del bloque anglófono Shakespeare no es más que un bonito símbolo que preside una procesión de intereses, pero se olvida bien de decir que Cervantes (y el muy cenutrio es capaz de llamar a los hispanohablantes “cervantinos”, tiene huevos la cosa), no sería más que lo mismo en la fantasía de académicos, miembros del Instituto Cervantes, escritores y e intelectuales que sueñan con un mundo del Mañana-Mañana en el que la Humanidad entera nos mirará asombrada y sentirá un vivo deseo de aprender la lengua en la que se escribió El Quijote. Pero en realidad no es más que codicia, búsqueda de honores y de protagonismo, y escritores fantaseando en ventas millonarias como Stephen King.

Nuevamente, e igual que discutí en el artículo “Pearl Harbor”, envidia y afán de substitución, y de reivindicación de lo que seguimos creyendo que debería ser nuestro, y un grave desvarío que fantasea con una historia alternativa en la que nunca perdimos lo que fue nuestro, lo que debe ser nuestro: la supremacía que ahora usurpan otros. Por eso es coherente el discurso de todos estos pájaros, las leyes de la lingüística nos apoyan incluso cuando no nos dan la razón, y a no ser que uno sea adepto a esa secta canta ópera ver el mundo que describen estos señores, una situación en la que siempre tienen la razón, toda acción suya se basa en la generosidad y en seguir el destino inevitable que nos espera, mientras que todo impedimento en conseguir ese destino fantasioso es obra de bárbaros, enemigos tanto internos (los nacionalistas), como externos (el resto del mundo). Y lo peor es que este discurso soterrado, que cada día se siente más seguro y empieza a aflorar, se muestra también en ciertos revisionismos históricos claramente enfocados, y lavados en profundidad de ciertas etapas de nuestra Historia. Pero eso en otro artículo.

En definitiva, lean esto si quieren ver cómo el mismo Lodares dice verdades como puños bien mezcladas con burradas que le valdrían perder el título universitario si lo que dijese fuese contrario a la doctrina del Santo Oficio Histórico: www.paginadigital.com.ar/articulos/2003/2003prim/literatura/esp4-2pl.asp. Como se puede comprobar, y tal como ya dije, se contradicen que da gusto: proclaman un futuro glorioso, pero reconocen que las bases para asentar ese futuro son más bien inexistentes. Eso sí: no les falta esperanza, ni ilusión. Como a la lechera del cuento. No quiero ser cruel, pero a este paso si tenemos que esperar por una posición económica de los países hispanohablantes que garantice la realización de lo que el español es potencialmente por su importancia geográfica y su peso demográfico, le puede dar tiempo al birmano a ser la nueva lengua dominante, y al español en haberse dispersado en una docena de lenguas por muchas grapas y cinta adhesiva que le pongan los académicos.

Por eso no debemos olvidar lo que realmente busca un discurso en particular, cuando quiere llegar a la población. La Real Academia Española, el Instituto Cervantes y los intelectuales del patriotismo constitucional no dicen mentiras, pero dicen verdades de manera que mucha gente no está capacitada para comprender, o facilitan que se malinterprete lo que oye pues se le ofrece de manera poco clara o ambigua. Y un discurso ambiguo (que no es cierto ni falso, sino todo lo contrario) tiene una clara finalidad: que resalte y cale la parte de él que el oyente está predispuesto a aceptar. No podemos decir que esas instituciones y esos grupos de opinión mientan, pero los dos actúan en sinergia: las primeras exponen la realidad científica y fijan la doctrina, y los segundos la popularizan y la deforman un poco, lo suficiente para que el mensaje se invierta y se produzca el efecto deseado que consiste en obviar lo negativo y sobredimensionar lo positivo. De ahí que luego aparezca gente que piensa, sin recordar muy bien de dónde ha sacado la idea, que en los Estados Unidos se habla ya tanto inglés como español (lo he oído más de una vez y en distintos sitios), que el español es ya casi la primera lengua del mundo (la tercera o cuarta, nenes, y va que chuta, aunque los criterios para calcular eso a veces son de lo más curioso), o que se celebre que el cateto de Almodóvar dijese cuando lo de “¡Peeeeeeedrooooo!” que los americanos ya podían ir teniendo más hijos, que o si no los hispanos los íbamos a sobrepasar en poco tiempo en su propio territorio. No sé cómo, la verdad: o teniendo ochenta hijos por pareja, o dejando casi vacía Sudamérica, porque o si no… Como se ve, si uno desvaría histórica o filológicamente malo será que a uno le llamen la atención, mientras lo que diga no choque con el discurso dominante.

Por cierto: la segunda lengua más hablada es el hindi, con un potencial demográfico acojonante, que la India lleva camino de superar a China como nación más poblada del mundo, y ya ven ustedes lo que pinta el hindi en el mundo.

Ustedes mismos: si se creen las películas que les cuentan, luego no se quejen de lo que les pueda pasar.

Del mismo modo que hay una conciencia histórica, hay una conciencia lingüística, y por regla general ninguna de las dos se suele utilizar para nada bueno. La conciencia lingüística es reconocerse a uno mismo como hablante de una lengua en particular, y tal como se ha hecho con los gallegos, ni se reconocen como lusófonos ni como gallegos.

Tampoco debemos olvidar que, por mucho que las ciencias del lenguaje nos guíen en las definiciones de lengua y dialecto, la conciencia histórica guía a la lingüística y la conforma la mayor parte de las veces. Política y geoestratégicamente los múltiples dialectos del árabe quedan abarcados por una lengua escrita porque así a ellos les conviene de momento, y ya está. Punto pelota. Del mismo modo el gallego no conviene que sea parte del portugués, sino un dialecto fácilmente absorbible por el español, y ya está. Punto pelota. No reconocerlo es pura filfa y limpiar conciencias, tanto por los españoles que no quieren oír hablar de estos temas y miran a otro lado como muchos gallegos que viven del cuento en un sistema cultural subvencionado y de lo que les va cayendo “mientras les dure”, y los que vengan detrás y se encuentren un páramo, que se jodan.

Los asuntos lingüísticos, por referirse a un campo tan íntimo de nosotros como personas y como integrantes de un grupo social, son cualquier cosa menos fáciles de abarcar, y muchas de veces de una complejidad tal que es muy difícil emprender un análisis serio e imparcial. Pero no se preocupen: en los periódicos y en muchos otros sitios lo arreglan todo con un par de descalificaciones y poco más, y a casa a divertirse. Precisamente la manipulación de todos estos temas se basa lo mismo que la manipulación histórica: mantener a la gente en la ignorancia y ofrecer poco más que un resumen sesgado y tendencioso, especialmente a través del mismo sistema educativo y los medios de comunicación. La otra opción es leer tochos infumables como éste, que a saber si yo no se la he querido colar a ustedes o no, y si se han fijado porque he sido bueno y no les he mandado deberes para casa y no pongo bibliografía, pero podría haberlo hecho y quedarme tan ancho.

Y por poner otro ejemplo de malentendidos por desconocimiento y cerrilidad extremas, la batalla entre el catalán y el valenciano, que si tú eres mi dialecto y te impongo mis rasgos propios, reacción por el otro lado, nunca, malandrín, somos totalmente diferentes, ahora te voy a explicar mi período de gloria histórica y literaria, ahora hago esto, contraataco por ahí. Y es que no hay dos casos iguales: tenemos lo que es básicamente la misma lengua, hay una intercomprensión fácil, pero no hay claramente un foco de normas establecido y aceptado desde un tiempo histórico, sino dos. Tanto nacionalismo y tanto nacionalismo, pero luego quieren copiar el modelo de lengua a partir del español, con un único foco de normas y luego los demás que se conviertan en dialectos, les guste o no. ¡Joder, copiad del neerlandés, que tiene dos dialectos estandarizados codominantes, y se llevan más o menos bien! ¡Unos lo llaman Hollands, y los otros Vlaams, y hala, holandeses y flamencos tan colegas, cada uno en su casa y Dios en la de todos! Pero no: a ver quién jode más a quién: tú hablas catalán, ciudadano del País Catalán del sur, y me cago en tu puta madre, polaco, que somos una lengua independiente, y fuimos reino que vosotros no pasasteis de condado. Si en el fondo yo creo que a unos y a otros les va la marcha, y lo que les mola es discutir. Lo triste es que Lodares y sus amigos están al lado mirando, y se parten de risa. Hasta el modelo neerlandés no es malo para el gallego, y podría servir de ejemplo para una norma que, sin coincidir plenamente con la del portugués, sea compatible con él.

Pero no sé para qué me esfuerzo: comparar teorías, plantear distintas opciones, buscar el origen de los problemas, tomarse las cosas con una cierta distancia e incluso criticar los propios postulados… ¿A quién le importa esas cosas a estas alturas?

De todos modos me doy por satisfecho si con la lectura de este artículo les han quedado claras dos cosas:

1º El gallego no es más que un dialecto del español.
2º Las portuguesas tienen bigote.english to russian translation onlineстатья 125 ук


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