ACTUALIDAD DE ESPAÑA NOVIEMBRE
DE 2003
25/11/03:
La Irreal Oposición
En
España las elecciones, tradicionalmente, las pierde el Gobierno,
no las gana la oposición. Pero, además, es realmente
complicado expulsar al Gobierno de la poltrona. Votar al que manda
parece tener un atractivo misterioso para muchos de aquéllos
que ventilan todas sus disquisiones políticas con el original
comentario de “son todos unos ladrones”. Por razones
que, en tanto misteriosas, somos incapaces de aventurar, estos mismos
individuos suelen votar al que manda por el terrible miedo al vacío
que a veces produce un cambio de Gobierno, la Dimensión Desconocida,
ya saben: ¿y ahora qué harán éstos?
Esto
no deja de ser contradictorio: si partimos de la base de que todos
son unos ladrones sería más lógico la abstención,
más cívico el voto en blanco, y más consecuente
en todo caso dar el voto a cualquier partido de la oposición,
pues si todos roban sería deseable que, en democracia, al
menos todos pudieran hacerlo en igual medida. Sin embargo, el voto
– inercia al ganador sigue, misteriosamente, ahí. Ocurrió
con el PSOE en el 96, cuando incluso cabían dudas razonables
de que González se votara a sí mismo, y ocurre ahora,
con el PP.
El
balance de la gestión del PP tras ocho años de Gobierno
contiene, como ocurre con cualquier Gobierno mínimamente
presentable, luces y sombras. El problema que tiene el PP es que
sus sombras se acumulan en su mayoría en el esplendoroso
último año, la despedida de Ánsar y la configuración
de su legado político, con el chapapote, la guerra, el “desafío
del nacionalismo” en buena medida alimentado por la intransigencia
montaraz del Gobierno y su obsesión por vender “desde
Madrid” un
proyecto de Españaza particularmente irritante, …
Cuando cayó el PSOE en el 96 lo hizo fundamentalmente por
escándalos destapados a lo largo de los 90, pero gestados
en los ochenta, en los épicos años del Rodillo. El
PP ha accedido al Rodillo en su segunda legislatura, y se ha manejado
con el mismo como las suegras más acreditadas, de suerte
que ni siquiera ha precisado de escándalos de corrupción
o guerra sucia para generar hastío en buena parte del electorado.
El PP en las elecciones del 2000
se presentaba con un balance razonablemente bueno, y además
con el seguro de vida que suponía un estadista de talla como
Joaquín Almunia como candidato de la oposición. Pero
además, un estadista de talla que, sin siquiera hacer un
balance de los cuatro años de oposición socialista,
contaba con herramientas muy poco eficaces para criticar al Gobierno:
si se acuerdan, los grandes argumentos de Almunia para justificar
el cambio se resumían, además de cuatro asuntillos
menores como las stock options de Juan Villalonga o las referencias
a la manipulación de TVE (no por ciertas menos ineficaces
en un país como este, en el que la parcialidad de TVE “se
le supone”), en el clásico “que viene la derecha”
(un argumento cuando menos curioso, pues por entonces la derecha
ya llevaba cuatro años “viniendo”, si bien es
cierto que al mismo tiempo profético de la derecha que vino
después).
Pues bien, la derecha ya ha venido,
y quizás haya sobrepasado incluso las mejores expectativas
que los agoreros de la cartilla de racionamiento en los mítines
depositaron en ella. Las acciones de Gobierno del PP en el último
año justifican sobradamente la necesidad de un cambio por
razones de pura higiene democrática (o al menos así
opina “el abajo firmante”). El líder de la oposición
ha vivido un año inmejorable si de lo que se trata es de
criticar al Gobierno. A la vista de los resultados, no ha sabido
aprovecharlo.
Cuando
Zapatero llegó a la Secretaría General del PSOE, publicaciones
de hondo calado en la Civilización Occidental (esta página
y pare Usted de contar, tanto en lo uno –lo del “hondo
calado”- como en lo otro) manifestaron
su alegría por vislumbrar, por una vez, una oposición
mínimamente sosegada, que se saliera de vez en cuando de
la demagogia para buscar puntos de encuentro con el Gobierno, que
contribuyera a reducir la pasión política mal entendida,
esta “democracia de tertulia” consustancial a España
en sus más variadas formas (Españaza, nación
de naciones, es plural en su intolerancia: la tiene a raudales,
en la derecha, en la izquierda, en el centro, en la periferia, …).
Sin embargo, tres años después,
el balance de la “oposición tranquila” queda
fuertemente minado por la incapacidad del PSOE para hacer algo vital
para cualquier oposición digna de tal nombre: ofrecer una
alternativa creíble, o al menos un discurso reconocible.
Víctima
de la Brunete mediática, o más bien víctima
del miedo atroz al supuesto poder de la Brunete mediática,
pero también de su incapacidad para generar un discurso político
que vaya más allá de las buenas maneras, el PSOE ha
sido incapaz de separarse del Gobierno en asuntos en los que no
cabía la identificación con éste, y además
era contraproducente hacerlo desde el punto de vista de ganar votos.
Sobre todo en el asunto del que el PP ha hecho bandera de su política
en estos años: la unidad de España y el PP como máximo
garante de la misma. Con independencia de que esta pretensión
se nos antoje falsa, lo que no tiene demasiado sentido es que el
PSOE, un partido de tradición federal, se avenga a componendas
con un discurso conservador clásico (y es más, un
discurso conservador clásico de raigambre netamente española,
con todo lo que ello significa). Como bien dijo Ánsar, “para
quedarme con la copia, prefiero el original”. El PSOE nunca
conseguirá los votos de aquéllos que creen en Españaza
Una; pero probablemente no los haya tenido nunca. Obrando con esta
indefinición, lo máximo a lo que puede aspirar el
PSOE es a no perder demasiados votos de izquierda a manos de otros
partidos (la experiencia de Cataluña – y tampoco tiene
demasiado sentido ahora salir con aquello de “Cataluña
es una nación, y España no”, o “Cataluña
como hecho diferencial en sí mismo”- es ilustrativa
al respecto).
Los
votos que puede disputarle el PSOE al PP, obviamente, no están
en la derecha (y si se trata de eso, lo mejor habría sido
decantarse por Bono, para que bese manos a los curas en todos los
pueblos de España), sino en el centro político, las
clases medias urbanas que abandonaron al PSOE en los años
noventa, votaron en masa al PP en 2000, y que ahora, en buena medida,
pueden estar en la abstención (hastío con el PP y
desencanto respecto al PSOE; gran momento para que aparezca un partido
de centro; ¿se
atreverá Pimentel?). Posiblemente el PSOE no tenga tiempo,
ni capacidad política (comienza a reproducirse el fenómeno
autodestructivo “jaula de grillos” de “Dios mío,
el PP otra vez con mayoría absoluta, echemos a Bambi y pongamos
a un tío con dos cojones, como Javier Solana o el mismo Joaquín
Almunia de nuevo”), para generar un discurso atractivo a estas
alturas, pero al menos podría intentar un discurso diferenciado
del PP que evite que Don Mariano saque, no ya la mayoría
absoluta, archiconocido mal endémico de la democracia española
que afortunadamente parece improbable (recuerden aquello del principio
sobre quién pierde las elecciones, aunque le cueste hacerlo),
sino la “mayoría suficiente”. Nada mejor para
la democracia española, por mucho que algunos vean siniestros
fantasmas disgregadores, que un Parlamento fragmentado en el que
nadie tenga más de 160 escaños en solitario; en estos
casos, al final, la política tiende a moderarse por la propia
lógica de las cosas.
Guillermo
López (Valencia)
|