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Guns N'Roses

Guns N'Roses en Madrid: Profanando tumbas


"Hello Madrid, Guatemala is very nice" Poco faltó para que Axl soltase esto nada más subir al escenario porque el público congregado en el Auditorio de Juancar estaba formado en una parte muy considerable por individuos de la vasta comunidad latinoamericana que reside y trabaja en Madrid. Sumado ello a que una gran proporción de los étnicamente españoles venían de todos los rincones de la península, el savoir faire hortofrutícola se dio la mano con la miel de las voces caribeñas en lo podía haber sido la celebración de un acto panhispanista.

Y es una pena que no hubiese sido así, porque con un poquito de samba, parrilla, productos de la tierra, pescadito frito, ron y vinazo español, flanqueada la composición por mulatas bailongas e irse luego a casa -o a otro bar- cantando rancheras abrazado a un desconocido en acusado estado de embriaguez, pues sinceramente, hubiese molado bastante más. Ni punto de comparación. Y todo el glamour decadente punk sleaze hard rock metal de las calles de Los Ángeles, pues para ellos, para los americanos del norte. Sin embargo, nuestra raza, la más divertida del globo con diferencia, en el pecado lleva la penitencia. Y como hispanos, moldeados por las esencias de la españolidad, ahí estábamos todos reunidos para ser víctimas de un timo colectivo. Sólo faltaba que el grupo telonero hubiese escenificado con vestidos de época la firma del Tratado de Utrecht sobre el escenario.

Pero hay que ceñirse a lo sucedido, el concierto de los Guns n Roses de Axl Rose. Una cosa muy seria, una cosa muy grave: la crisis total de la decadencia de la civilización occidental. El ocaso de la pérdida de valores burgueses. Se dice mucho por estos lares que antes, al menos, teníamos patria. En este contexto hay que afirmar que, antes, al menos, teníamos mierda. Los Guns N´Roses fueron un grupo muy bueno. No eran punk, pero sí, ni hard rock, pero sí, ni metal, pero sí, ni glam pero sí. Estaban perfectamente incardinados para asaltar el gran mercado en una época en que U2 y Depeche Mode eran la quintaesencia de la música de consumo masivo, pero enrollado. Las grandes listas y los medios importantes ellos las tomaron al asalto como una tribu comanche. Sonido impecable para tocar a como gorrinos, cantante guapo escribiendo letras de altura como "date la vuelta perra que voy a hacer que seas útil" (It´so easy), nada de ensalzar la heroina ni de hacerse el penas en plan "ese caballo llamado muerte", frente al jamaro, la ironía y cachondeo de su Mr. Brownstone. En un lado del ring estaba Bon Jovi soltando que tus objetivos vitales los ibas a conseguir con tus rezos, “viviendo en una plegaria”, y del otro los Guns N´Roses explicando que mucho mejor si te bebes el vino directamente del cartón. Los Gunners originales parecían decir ¡arriba los corazones! a base de patadas en la boca. La cosa estaba clara, eso era una revolución. Duró diez minutos, eso sí, pero es que esa es la esperanza de vida de las revoluciones rockeras. El rock and roll es la única revolución de la Historia que salió a la venta. Así tiene que ser, a Dios gracias. El problema es que los Guns N´Roses no se murieron, como todo el mundo presagiaba. Se pusieron finos de drongach, borrachos de vanidad, grandilocuencia y murieron de otra forma, ellos de éxito y su público de risa. Mientras el resto de seres humanos estaba hasta los cojoncillos ya del asunto.

Y ahí está la mayor desgracia, que no se mataron en un avión, ni conduciendo borrachos, ni de sobresaliente sobredosis, ni asesinados en México por un cirujano traficante de penes, pues el divo de Axl siempre pareció tener el antojo de agitar de forma simultanea catorce pollas injertadas en sus ingles. Terminar a dos metros bajo tierra hubiese sido el mejor colofón para su legado, pero se empeñaron en vivir, los hijos puta. Y el público, claro, manteniendo una esperanza pavloviana, exaltada por las revistas del ramo, en que volvieran, la reunión definitiva, la eterna búsqueda de revivir la sensación del primer impacto, como si fuesen cocaína, vaya. Y nunca ocurrió. Al contrario que esos músicos enrollados con excesos calculados y locura gestionada por un consejo de administración, Axl estaba loco de verdad, pero loco de atar, y la cosa nunca se consumó.

Pero entre pitos y flautas, dimes y diretes y catorce años generando noticias penosas, el hombre pasó por Madrid. Que si reconquista, que si nuevo disco, que si la abuela fuma. La hostia ¡qué emoción! pero el concierto fue una puta mierda de dimensiones inabarcables. Y hay que decirlo así, a las duras y a las maduras. Lo normal es que cuando uno va a estos conciertos de revival las desgracias se queden fuera del recinto y los desgraciados dentro, pero en esta ocasión los desgraciados entramos a comernos con putas patatas nuestras putas desgracias.

La primera mierda, cierto público queriendo ser público de Motorhead época 1982 en una coyuntura de Paul McCartney 2002. Vamos a ver. Los hell angels, los tipos duros del rock, la malosidad en general, cuando hacían sus fechorías, era en un ambiente apocalíptico de caos y destrucción donde sólo se hacía fuerte el más peligroso. En este concierto, la gente se puso a arrancar butacas y, en lugar de tirarlas por ahí como descerebrados, las enviaban al escenario como hormiguitas, mano con mano. Parecía una oruga procesionaria butacosa. Y cuando el objeto contundente llegaba a las primeras filas, el sujeto sobre el que había caído, se cortaba y se lo daba a algún roadie con cara de "el rock no es para reir". En esto que me fijé yo en la última butaca que iba a seguir tan rutinario destino, cuando ésta quedó en manos de un menda que disfrutaba con ella en la mano. Todo el auditorio le miraba, era el más tope de lo tope. El momento, estaba viviendo el momento. Así que no soltó la butaca. No la soltó, al menos, hasta que no apagaron las luces, que la tiró con repugnante violencia contra la gente. Por lo visto el anonimato de la masa no era bastante parapeto para él, que tuvo que arrastrarse debajo de la oscuridad para obsequiarle a vete tú a saber quién con una brecha de cuatro puntos. Eso resumía un poco la magnitud del "peligro rockero" que puedan suponer estos Guns N´Roses hoy día: un tío que viendo a Rose Tattoo en el 79 se sentiría como Zerolo rematando un córner en el área del Sevilla de Caparrós, aquí lo tienes disfrutando de producir dolor ajeno en el anonimato mejor planeado. Y en ese instante dio comienzo el concierto con un retraso de dos horas, que fue en lo que más se pareció lo acontecido a los antiguos Guns N´Roses. Es difícil explicar las sensaciones que producía escuchar los primeros acordes de Welcome to the Jungle.

Fue algo como los incidentes del Cuartel de la Montaña en 1936. El sentido común se rebela al grito de ¡Esto es una ful! Pero los sentimientos adolescentes con sus pañuelos rojinegros intentan aplacar la sublevación rodeando el hipotálamo exigiéndole ¡Ponte a soltar endorfinas! –le gritaban- ¡endorfinas pal pueblo! y éste rehusaba sin una orden expresa del Presidente, pero la situación era crítica, el Gobierno dudaba y la rebelión se hacía fuerte. Sin embargo, los ácratas sentimientos adolescentes tomaron el hipotálamo al asalto, repartieron endorfinas entre todas las emociones y el gris raciocinio sólo pudo hacerse fuerte en algunas plazas. Así pasaron las dos primeras canciones, Welcome to the Jungle e It´s so easy, mal que bien. Pero ¿qué viene después del Cuartel de la Montaña? pues El Alcazar de Toledo, el cual situaré graciosamente en la punta de mi nabo. Allí se hicieron fuertes unos pocos soldados pragmáticos y no había forma de desalojarlos. Tomaron como rehenes a las feromonas de las bolsas testiculares, así cuando los mineros de “tus primeras papeleras rotas a patadas en adolescente embriaguez gritando nightrain” bajaron con la intención de volar el Alcázar con dinamita, les tuvieron que decir que si estaban locos. Que así se perdería todo el sentido de la causa ¿A dónde va uno con sentimientos pero sin huevos? Y mientras las fuerzas emocionales luchaban entre sí, llegó el General Sincero, Dolor Sincero, liberó el Alcázar y poco a poco fue ganando la guerra. De nada sirvió la defensa heroica de la capital “Estrujando tus primeras tetillas con el Sweet Child o Mine”, la Realidad ganó la guerra, sobre todo cuando se desmoronó el norte tras la rendición de los nacionalistas, arguyendo que ellos en realidad luchaban solo por AC/DC. El General Dolor Sincero se hizo caudillo de mi Cuerpo y generalísimo de todos los razonamientos que tuvieron lugar de ahí en adelante hasta que murió cuando, acabado el show, sacamos unos cuantos litros del maletero del coche. Hubo un comunicado histórico: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el ejército adolescente, las fuerzas de la madurez han alcanzado sus últimos objetivos militares. La Tontería ha terminado”. Ojo, no preocuparse, esto no supone cambios sustanciales, tan sólo nominales. Lo que antes en uno era “gilipollez”, ahora hay que denominarlo “necedad”. Y a seguir bien.

Después del fragor de la batalla llegan las especulaciones, el de quién fue la culpa y tal. Yo tengo mi hipótesis, el General Dolor Sincero logró hacerse caudillo de mi cuerpo esa noche por muchas razones, entre ellas, el castigo de cuatro solos, cuatro. Espeluznante, y más aún cuando uno era un punteo hecho sobre el mástil con las dos manos hormigueando un taping deleznable. Porque las canciones nuevas eran auténticos y genuinos ladrillazos. Porque Tom Stinton sobreactuaba como si el público estuviese compuesto por subnormales. Por muchos detalles, aquello se hizo agotador, y sobre todo doloroso.

Se fueron formando algunos corrillos entre el público que, decepcionados, por lo menos optaron por reírse. A mis amigos y a mi se nos unió un joven descamisado que nos anunció con acento del norte que se iba a mear en la botella que tenía en la mano y se la iba a tirar a Axl. Uno de mis troncos le dijo sonriente ¡no me digas! en perfecta ironía ingenua madrileña. Yo me aparté. El hombre lanzó su orín embotellado y este no llegó más allá del foso. No era un hecho aislado. Muchísima gente le tiraba cosas a Axl. Y este fue el principal motivo de la pérdida de la guerra por parte de las emociones. Otrora, Axl, si bien no hacía falta que le partiese la cara a nadie, se hubiese cagado en los muertos de todo el público de forma ostensible. El psiquiatra, por lo visto, le había puesto fino de trankimacin para que no le diese un episodio maníaco en una situación de éstas. Y eso ya fue la debacle. Daba la impresión de que cuando le tiraban cosas, con la facha que lucía por las operaciones de resultado repugnante, iba a salir de detrás una enfermera gritando “por favor, si le tiráis cosas, no le arrojéis lentejas o garbanzos, que luego en tres días lo tenemos lleno de tallitos por todas partes”. La última esperanza es que Axl hubiese montado el pollo por la lluvia de objetos. Pues ni eso. Y sin eso ya no quedaba nada. Sólo el dolor de contemplar a un cadáver exhumado.

Álvaro (alvaro@lapaginadefinitiva.com)