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El Reino de los Cielos

Todos son de Puta Madre

(AVISO DE EXENCIÓN DE RESPONSABILIDAD: al parecer, algunos lectores no ven bien que en nuestras críticas desvelemos aspectos importantes de las películas, lo cual les quitaría atractivo. Con independencia de que nos resulte un poco sorprendente que uno busque, en una buena crítica cinematográfica, la exclusión de casi todo lo que tiene que ver con la película y su sustitución por verborrea expuesta con suficiencia y que carece totalmente de contenido –es increíble, en este contexto, el daño efectuado por la crítica cinematográfica al cine-, como somos gente de bien les avisamos: aunque no se lo crean, la crítica de "El Reino de los Cielos" desvela algunos asuntos relacionados con la película “El Reino de los Cielos”).

No sé si les he comentado alguna vez que desde que la informática entró a saco en el mundo del cine las cosas han mejorado bastante: ahora las muertes parecen muertes en condiciones, con su sangre, sus vísceras, sus cadáveres desparramados por todo el campo de batalla, … y no como antes, que aquello parecían los efectos especiales de Bambi. Tampoco recuerdo ahora mismo si me repito al afirmar que esta eclosión de los efectos especiales generados por ordenador es particularmente beneficiosa para las películas históricas, les ruego me disculpen si no es la primera vez que lo oyen (y si es la primera vez, ya están tardando en leerse las críticas de Troya y Alejandro, encima que sólo voy al cine a ver “ficción histórica” y no me van a hacer el menor caso).

En efecto, los espectadores, acostumbrados a la dictadura del peplum, de las heridas ridículas con chorrrito de sangre, de unos Tiempos Antiguos en los que todos los personajes estaban perfectamente limpios y vestían trajes cuyos coloridos desafiaban las fronteras del kitsch (vean “Ivanhoe”, el Paradigma al respecto), nos congratulamos de ver una Edad Antigua, una II Guerra Mundial o una Edad Media como Dios manda.

“El reino de los cielos” participa de esta tendencia, con lo que al menos nos asegura a los freakies históricos una ambientación decente y unos personajes ante todo sucios, como debe ser. Además, es preciso señalar que la película ha sido perpetrada por Ridley Scott, con lo que toda similitud entre la película y los acontecimientos históricos es pura coincidencia, es decir, el flim es “más mejor” si cabe.

Contrariamente a lo que pudiera parecer por el título, la película no es una nueva revisión de la vida y milagros de Jesucristo (aspecto este que “La Pasión” ya ha dejado muy claro), sino que está ambientada a finales del siglo XII, justo antes de la III Cruzada. A los efectos de recordarles mínimamente en qué consistieron las Cruzadas, y en un nuevo ejercicio gratuito –en el más amplio sentido de la palabra- de Pedantería Barata LPD, pueden revisar la Historia de tan magnos eventos en los libros Breve Historia de Bizancio y Las Cruzadas vistas por los árabes. No les servirá de mucho desde la perspectiva de entender lo que cuenta la pinícula, pues como ya he indicado ésta se va desde el principio por los Cerros de Úbeda, pero de eso se trata: de hacerse el interesante en el equivalente español a los centros de investigación, las tertulias de café, explicando cómo la película “ignora de principio a fin el referente histórico para embarcarse en un camino a ninguna parte plagado de concesiones propias del más rancio comercialismo neoliberal”. Con un poco de suerte igual Usted podrá llevarse a la cama a un/a intelectual, o sea, con gafas.

Entrando en materia, el protagonista, Orlando Bloom, reconocido representante de la metrosexualidad merced a papeles tan poco varoniles como el de Legolas y Legolas II, es hijo bastardo de uno de los señores feudales en Tierra Santa (Liam Neeson), que le revela su origen y le ofrece acompañarle y, en última instancia, quedarse todo el cotarro, título y castillo incluidos. Balian (Orlando Bloom) al principio no quiere saber nada, pero un incidente menor (el asesinato de un sacerdote) le obliga a reconsiderar su decisión y a irse, en plan penitente (por él y por su mujer, que se había suicidado a raíz de la muerte de su hijo; un poco más y la película es venezolana), a Tierra Santa. Bien pronto las cosas se tuercen, su padre muere y él, tras pasar un sinnúmero de penalidades, acaba llegando a Jerusalén, donde más o menos la cosa es como sigue:

- Están los Buenos, entre ellos el rey, su hermana, su senescal, el padre de Balian, los amigos y conocidos del padre de Balian, Saladino, los lugartenientes de Saladino y, por supuesto, el propio Balian. Todos ellos son Buenos de la hostia, todos ellos quieren crear un “Reino de Conciencia”, que vendría a ser algo así como un Reino de Jerusalén multicultural, donde judíos, cristianos y musulmanes pudieran convivir en paz y dedicarse a montar espectáculos callejeros de títeres, hacer performances conceptuales y vivir del Estado.
- Y luego están, claro está, los Malos, representados por un advenedizo candidato al trono (por estar casado con la hermana del rey leproso, en plan Letizzia pero en el siglo XII) y por un templario peazo animal que sólo quiere matar y saquear a los moros, es decir, fidedignos representantes de la tradición cruzada.

Hasta ahí, todo bien. Pueden Ustedes figurarse que el Bueno se lía con la chica, se enfrenta a los malos, supera situaciones dificilísimas y al final, dadas las circunstancias, triunfa. Pero el problema es, como casi siempre, de medida. No es que el Bueno sea Bueno, es que el tío parece un Cardenal Ratzinger en Tierra Santa: es Bueno, Valiente, Inteligente, Capaz, Trabajador, Abnegado, Desprendido, Metrosexual, y así hasta completar un Misalito Regina (cuarta noticia) entero. El tío sale de Francia sin saber manejar apenas la espada y en un par de semanas se me convierte en el Capitán Trueno; es un herrero inculto y luego se marca discursitos como el propio José María Pemán; se supone que no tiene ni idea de tácticas militares y en la gran batalla final te monta un show táctico y estratégico que ni el Patton de las películas; y, en posición destacada, está la cuestión del “Agua para todos”.

La cosa es como sigue: llega el Bueno a las posesiones de su padre, y descubre que el castillo es bastante apañao, los cruzados que lo custodian tienen pinta de bestias, y tal; pero sus tierras, lo que se dice sus tierras, son una mierda, un páramo. Con gran sagacidad, nuestro héroe dice “aquí no hay agua” y, sin solución de continuidad, se pone a cavar como un poseso, él, señor feudal, codo con codo con los Chavales que le ayudan. No hace falta decir que en un par de días el agua corría por el páramo talmente como si de la provincia de Murcia 2006 sin victoria de Bin Laden en 2004 se tratara (el padre del Bueno, recordémoslo, también era Bueno y, por ende, un tío avispado, pese a lo cual, en veinte años ostentando sus dominios nunca se le había ocurrido lo de abrir un pozo). Y, para acabarlo de arreglar, un tiempo indeterminado después, que oscilará entre un día y una semana, el páramo se ha convertido en un vergel, un Paraíso Terrenal, un Centro de Ocio, Disneylandia, un Aragón llevando a cabo hasta sus últimas consecuencias el programa de Joaquín Costa en los Monegros, en suma. Fue ese el momento en el que un amigo profirió la frase que mejor resume el film: “¡Este es un tío de puta madre!”.

Pero la cosa no queda ahí, no crean, no es que Balian sea un tío de puta madre, es que los que le rodean son de puta madre también: todos los que en la práctica mandan, entre cristianos y musulmanes, son tíos de puta madre, a los que Ustedes comprarían un coche usado sin dudarlo un momento, y la chica de la historia… bueno, es muy posible que también sea de puta madre (se pasa la película diciendo cosas superprofundas), pero lo que es seguro es que la chica es un poco putilla: nada más llegado el Bueno, le suelta de sopetón algo así como “me acostaba con tu padre y ahora me acostaré contigo”, como diciendo “tu padre era un tío de puta madre, pero tu eres directamente El Tío”.

Por supuesto, ni que decir tiene que, como también ocurriera en la historia real, la maldad inherente a los malos destruye todos los grandes proyectos “de puta madre” perpetrados por los notables del lugar, pero cuando todo parece perdido aún nos queda El Tío para, merced a sus muchas cualidades en la gestión de la defensa de Jerusalén, asegurar vida y propiedades de sus habitantes (recordemos que también Saladino es un tío de puta madre) y largarse con la cabeza bien alta. Y eso que tuvo que enfrentarse a unos trabuquetes que para sí los hubiera querido el Führer para bombardear Inglaterra a través del canal, hay que ver qué alcance, qué precisión, y sobre todo qué capacidad destructiva, más que piedras parecían bombas “revientamanzanas” de la II Guerra Mundial.

La película, en resumen, es muy entretenida: hay batallitas, hay viril compadreo y siniestra conspiración, hay entornos naturales incomparables, hay un Tío mezcla de Alejandro Magno y Leonardo da Vinci y además hay mensajito deslizado con indescriptible sutileza: la religión es mu mala, que lo sepan, y en todo caso es mu malo el cristianismo, los moros aún tienen un pase: islamoprogresía pata negra en el siglo XII.

Guillermo López (Valencia)