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INVERSIÓN, ESPECULACIÓN, BURBUJAS Y ESTAFAS A GRAN ESCALA

La vivienda en España, para quien se la trabaja recalificando

 

1. Pero, ¿hay un problema de vivienda en España?

Pues sí, los jóvenes españoles han logrado atraer la atención de La Página Definitiva. No puede negarse, en consecuencia, el indudable éxito de la iniciativa con la que trataban de poner sobre el tapete una cuestión tan importante como las dificultades de acceso a la vivienda en España. A unos nos ha atraído que se corearan lemas con ripios tan horrendos pero mensaje tan cautivador como "Queremos un pisito, como el del Principito". A otros, definitivamente, les han tocado la fibra sensible las comparaciones con el botellón y otros fenómenos festivos proferidas por los analistas de guardia del ABC.

La cosa, más o menos, parte de la constatación de que comprarse un piso en España es prohibitivo para la mayoría de las economías. No hace falta hacer muchos números al respecto sobre el esfuerzo que cuesta acceder a la vivienda en este país (comparar el precio del metro cuadrado medio con el sueldo medio de un licenciado ahora y analizar cómo era esa relación hace diez, veinte o treinta años... y esas cosas) porque todos los sabemos. También que lo que cuesta alquilar, eliminando los efectos fiscales, es sorprendentemente cercano a lo que cuesta comprar. Es decir, que estamos ante una situación como mínimo anómala en lo que al alquiler se refiere. Y que más o menos la cosa supone, en cualquier gran ciudad española, dejarse como el 50% de una nómina mileurista sólo en pagar el alquiler o el plazo del préstamo hipotecario. Teniendo en cuenta que la gente tiene que comer, vestirse, comprarse zapatillas Camper e incluso pagar agua y luz, las conclusiones son:

- aquí no se independiza antes de los 30 nadie si no es con la ayuda de sus padres, en forma de regalo del piso, de ayuda a pagar las cuotas o el alquiler, o de cualquier otra alternativa que encontremos (sí, incluimos aquí también al 99% de los que cobran más de 2.000 o 3.000 euros al mes, dado que en ese porcentaje lo cobran gracias a la ayuda de sus papás);

- salvo que te pongas a compartir gastos con amigos, con lo cual la aspiración pasará a ser independizarte de ellos;

- o salvo que uno se case, pues socialmente se considera de buen gusto hacerlo y en consecuencia ello oblig a poner entre familia, amigos y ayudas sociales un pisito a los jóvenes que contraen matrimonio (pero, bien pensado, ¿acaso no es esto una modalidad de la primera opción?).

Al margen de que es bonito que una sociedad se base en fomentar y fortalezar lazos tan duraderos y hermosos como el afecto a los padres o el amor conyugal por la vía de convertirlos en peaje para acceder a una vivienda, parece que la cosa es extraña. Un servidor no entiende que en Europa las cosas sean diferentes, por ejemplo. Que tras vivir en Múnich y Fráncfort (ciudades ambas grandes, desarrolladas, con gente con pasta y unos salarios que son como el doble o el triple de los que tenemos en España, amén de con un desempleo juvenil mucho menor) y haber podido estar en esta última ciudad viviendo en el centro, en un piso reformado y con calefacción central, con parquet, con sus 70 metros cuadrados, por 350 euros al mes, vuelvas a Valencia (España) y te encuentres con que por ese precio sólo tienes para el porcentaje del alquiler de un destartaladísimo piso de estudiantes o algo en condiciones de dudosa habitabilidad en un barrio de las afueras da que pensar. La cosa como que no cuadra.

2. ¿En qué es España diferente?

Como es sabido, en España no hay mercado de alquiler y la estrechez del mismo condena a precios altísimos y a que la gente opte casi indefectiblemente por comprar. Lo que ayuda a que la demanda de pisos en propiedad siga sana y robusta. Es una particularidad que retroalimenta la dinámica de propietarización que sabiamente, como siempre, introdujo el Caudillo en nuestro país. Sabía el Generalísimo que unir a la gente a la tierra o al bloque de viviendas, darles una propiedad por misérrima en origen que fuera (hoy, no crean, esos pisos absurdos de los años cincuenta valen un potosí), era un germen imparable hacia el conservadurismo social. Una sociedad de propietarios pequeño-burgueses no es revolucionaria.

Pero no todas las sociedades de propietarios pequeño-burgueses tienen el precio de las viviendas por las nubes y a los jóvenes de 30 años viviendo con sus papis. Algo raro pasa en España. Algo más pasa. Y algo de lo que pasa es que aquí el deporte nacional, en parte consecuencia del virus propietarista inoculado por el franquismo, en parte reflejo de la mileraria atracción por la tierra del español, en parte manifestación de una característica de la generación de los que hoy tienen 50-60 años, es acaparar viviendas. Para "invertir", dicen. O para los hijos. O para hacerse un patrimonio. O para que la abuela tenga tres casas diferentes, una para cada estación del año. A fin de cuentas, como bien es sabido, la vivienda es junto con los sellos el único bien que nunca, nunca, se devalúa. Todo lo más se mantiene el precio un par de añitos y luego para arriba otra vez, oiga. Embebidos de esa doctrina, masas de españoles se apuntan al carro, compran y asisten encantados a las fiables proyecciones de las sociedades de tasación sobre cuánto se ha revalorizado su piso. Son ricos, oiga.

Sin embargo, como es evidente, sólo quienes han llegado a una determinada edad en la que por ingresos y por no arrastrar deudas (hipotecarias, por ejemplo, dado que cuando adquirieron ellos un piso el esfuerzo había de ser menor) pueden permitirse invertir están en condiciones de acceder a ese lucrativo mercado y exprimirlo de verdad. Mientras dure, pero bueno. Empujando al alza los precios, dado que pujan por hacerse con los mejores bienes, los más revalorizables. Y dejando sin opciones de competir a quienes cuentan con un salario de unos 1.000 euros al mes en el mejor de los casos (tener empleo fijo y un sueldo que llegue a esos niveles, que no es ni mucho menos la norma). Lo hacen sin un ápice de mala conciencia, pues a fin de cuentas están velando por sus intereses y tienen todo el derecho a hacerlo. Están, incluso, poniendo los cimientos de un status para sus hijos y sus descendientes, que sólo podrán agradecérselo ya que gracias a ellos heredarán un buen patrimonio. O podrán ayudarles a acceder a una vivienda. O incluso regalarles una.

Si miraran las caras de la generación que con 30 años sigue en casita a lo mejor se darían cuenta de que no, de que no les vamos a dar las gracias. Pero bueno, quizás tampoco les importe en exceso esto y todo sea un más consciente de lo que parece mecanismo de control generacional. Porque ninguna generación como la que ahora alcanza la madurez se ha encontrado en el mundo con un tapón como el que suponen en España quienes llegaron en los 80 muy jóvenes a conseguir todo y se han acostumbrado a estar en lo más alto 30 años o más. Suplían a franquistas ignaros, lo que justificaba su temprana evicción, y han campeado por ahí a sus anchas mucho más de lo que cualquier generación en un país desarrollado puede aspirar a monopolizar el poder de todo tipo (político, económico, mediático). Y claro, si los relevos generacionales son continuados y suaves, las resistencias son menores. En el resto del mundo cada ocho o diez años van cambiando las caras de los que están más arriba. Pero no en España, donde eso pasará quizá a partir de ahora, normalizándose la cosa, pero sólo una vez se termine de largar y ceder paso una generación que lleva la friolera de 30 años en una posición insólita en Europa. Miren a Iñaki Gabilondo, recuerden que el era el director de informativos de TVE cuando gobernaba UCD y pregúntense qué está pasando.

Lógicamente, una generación que ha controlado todos los resortes del poder tanto tiempo se ha montado un sistema a su imagen y semejanza. Las pensiones que cobrarán no tendrán parangón con las que cobrará nadie. Son la generación que menos cotizó al principio y que ha acabado haciéndolo por sueldos altísimos en términos relativos que las generaciones posteriores no alcanzarán. Ahora que está de moda meterse con los sistemas piramidales de capitalización, convendría analizar si esta gente cree en serio que la carga que plantean para la siguiente generación (cotizar bastante pero de sueldos menos generosos; pagar jubilaciones generosísimas, equivalentes al sueldo de las personas productivas que han de pagar hipotecas, mantener familias, cuando no superiores; y encima saber que luego las jubilaciones se recortarán) es un plan sensato. Puede dinamizar el sector económico "cruceros para la tercera edad" o "viajes a Tailanda a encontrar carne joven", eso no lo duda nadie, pero el guión es letal para la economía productiva. Porque pagar a alguien que no trabaja para que tenga mejor nivel de vida que tú sabiendo que luego a ti nadie te corresponderá es algo que hacen sólo personas muy entregadas y en España, excepción hecha de la militancia de ERC, casi nadie cree ya en quimeras.

Forma parte esta gente de una generación que, además, a nivel mundial va a lograr el privilegio de legar menos recursos y menos riqueza a sus descendientes. Casi por primera vez en la historia. Y, lo que tiene más mérito, en contradicción con uno de los imperativos parabiológicos que se predican de la especie humana, eso de tratar de asegurar las mejores condiciones para tu descendencia. Todo un triunfo de la cultura (del hedonismo) sobre la biología y sus pautas de aseguramiento de la supervivencia de la especie. Porque estos no, estos han apurado su bienestar hasta las más altas cotas, consumiendo recursos almacenados desde milenios y condenando a problemas indudables a quienes vendrán después, que se quedarán sin la "despensa" empleada en asegurar a quienes ahora empiezan a encarar la vejez buenos todoterreno para volver del supermercado con las bolsas de la compra bien seguras, no vayan los huevos a padecer en el trayecto por algún bache o a ponerse malos por ser transportados sin el necesario aire acondicionado.

Esta gente controla el país y controla sus recursos. Esta gente ha montado un sistema que le beneficia gracias a la asignación de recursos públicos de una determinada forma. Incentivando una serie de cosas y desincentivando otras. Como es obvio, sólo modificando esta situación cuando demográfica y culturalmente su peso político pueda ser confrontado al del la generación venidera pueden solucionarse algunos de los problemas. Porque este tipo de modelos se combaten con decisiones políticas. Y no se tarta sólo de dejarles con menos pensión, que lo de la vivienda es harina de otro costal.

3. ¿Qué soluciones?

No parece que la solución propiciada, en su último arrebato acaparador, por las elites dominantes, haya logrado nada bueno. Nos referimos a la idea de que lo que había que hacer era "liberalizar" el suelo, dado que como es sabido los precios eran carísimos y crecientes como consecuencia de que el suelo, por defecto, era considerado por la ley no urbanizable, lo que encarecía enormemente el restante y excepcional suelo urbanizable. Tras la brillante reforma de 1998, donde se estableció por ley que todo el suelo, por defecto y salvo excepciones, se consideraba urbanizable, como es sabido, la Ciencia Económica puede alardear de un nuevo éxito de prognosis: sorprendentemente los precios han realizado en 8 añitos una bella filigrada multiplicándose por 3, más o menos. Precioso.

Los irredentos afirman que, si no se hubiera hecho, la cosa habría sido peor. Probablemente piensan en que ahora se pedirían no 2.000 euros por metro cuadrado sino 3.000 y un hígado, de forma que para comparar un pisito de mínimos habría que matar a una clase de primaria sudamericana enterita. Pero lo cierto es que no lo sabemos y que no tiene porqué ser así. De hecho otros sospechamos que cuando un mercado se basa en cierto oligopolio sobre la oferta y en que la demanda lo es sobre un bien de primera necesidad el precio, si se deja actuar al libre mercado, suele venir determinado por una ecuación muy sencilla: "dame todo lo que llevas o te rajo, que me he metido una raya y no sé lo que hago".

Es evidente que urge una intervención pública. Pero, por favor, no como la que se pide por algunos, que no es sino la profundización en la actual e ignominiosa política de VPOs. Que estos akelarres desigualitarios son más causa de sonrojo y vergüenza que otra cosa. ¿En qué país serio se entiende normal que por un sorteillo con unos bombos de hojalata la colectividad pague a ciertos ciudadanos el equivalente al premio gordo de la lotería en concepto de vivienda? Porque los juegos de azar, al menos, son voluntarios, no se pagan con los impuestos y dejan beneficios al Estado. Pero las loterías en materia de VPO son otra cosa: dejar en manos del azar que a unos les toque pagar 100.000 euros por lo que otros deberán desembolsar 250.000. A unos que son una ínfima parte de la sociedad y que, además, no se entiende que tenga sentido que obtengan un beneficio tan desproporcionado. Cuando, además, y por muy repartido que salga el sorteo, nada garantiza que sean los más necesitados. Es más, el método de reparto empleado es buen indicativo de que no, de que se renuncia a seleccionar atendiendo a las necesidades reales. Y ello sin abundar en posibles corruptelas. Lo escandaloso no es que haya chanchullos, patología inevitable. Lo absolutamente indignante es que se entienda como positivo lo que en principio, si todo funciona bien, ha de ocurrir: que a uno de cada diez mil ciudadanos con rentas que pueden ir entre los 5.000 y los 30.000 euros anuales le toque una vivienda por pura decisión lotera y a los demás no. Entre todos pagando la vivienda a uno, hala. Como si el problema no fuera de por sí gordo, pues pongamos elementos que lo agraven.

Ocurre que en España tenemos marcado a fuego el reflejo de la España del Caudillo, la de las VPOs y las flechas con el yugo en el portal, sobre la puerta. Que lo que nos ponemos a exigir a la Administración ante un problema como el que tenemos es, manda cojones, que se hagan más VPOs. ¿Más todavía? Pero, ¿de qué estamos hablando? ¿De desviar más recursos todavía de forma arbitraria? ¿De fomentar a quienes se enteran mejor de estas cosas, por cultura y educación, frente a los más desfavorecidos? ¿De propiciar corruptelas y primar a quienes tienen ingresos más opacos, que entran en los sorteos igualmente? ¿Nadie se ha parado a pensar que si se soluciona por esta vía el problema de la vivienda a todo el mundo o a una parte relevante de la población aparecerá la bicha por otra parte, en forma de cuestiones fiscales? Y, sobre todo, ¿nadie se ha parado a pensar que si de verdad hay que asignar viviendas a gente con verdaderos problemas el sistema no es un sorteo sino una evaluación de las más sangrantes y urgentes necesidades? Funciona aquí un mecanismo muy español: lo que no estaríamos en ningún caso dispuestos a sufragar con nuestros impuestos (¡qué! ¿viviendas de más de 30 metros cuadrados y que no estén en el extrarradio y contruidas con materiales baratos para gentes sin recursos? ¿con mis impuestos? ¿esos lujos? ¡Pero nos hemos vuelto todos locos!) lo permitimos mejorado y aumentado si tenemos la percepción de que el chollo injusto puede tocarnos a nosotros.

Lo que hay que hacer, coño, es boicotear las VPOs. Cualquier persona responsable y solidaria con los demás lo haría. Y urgir a que ciertas medidas cuya evidencia hace innecesario que se razonen demasiado se pongan en marcha desde ya. Pero son medidas que requieren de la asunción de la responsabilidad política que conllevan, pues suponen cambios del modelo. Y requieren por ello de que pueda lograr imponerlas una generación distinta a la que tiene montado un chiringuito que, como es obvio, es incompatible con las mismas:

- Actuar en el lado de la demanda, introduciendo mecanismos compensatorios que no hicieran rentable la compra de vivienda para fines especuladores (como inversión). Es una medida perfectamente justificable en tanto que la vivienda es un bien de primera necesidad y en tanto que la existencia de viviendas vacías provoca enormes perjuicios (también ambientales). De forma que las viviendas vacías han de estar gravadas como lo que son: artículos de lujo notablemente perjudiciales para la sociedad. En todos los sentidos. El tabaco lo está hasta un 80%. Las gasolinas también. ¿Acaso alguien cree que los efectos ambientales de que un 30% del parque de viviendas español esté desocupado no existen? ¿O los problemas sociales que conlleva esta existencia de una amortización de facto de tanta vivienda? Esta medida acabaría actuando además, también, en el lado de la oferta, pues produciría una desamortización forzada de muchas viviendas.

- Actuar en el lado de la oferta, si se cree que los poderes públicos han de hacer algo más activo que esperar a que poco a poco la cosa se calme. No se trata de hacer VPOs, se trata de hacer promociones públicas de vivienda que compitan en el mercado. Con empresas públicas, municipales, por ejemplo, que buquen incluso un pequeño beneficio, pero vendiendo a precio casi de coste. Introduciendo competencia real en un sector donde los efectos del control oligopolístico existente inflan hacia arriba el precio y el beneficio de los prohombres del sector. Ya sé que son buena gente y que gracias a ellos ya sus negocios tenemos unos equipos de fútbol rutilantes en Europa, pero por alguna parte habrá que asumir pérdidas. ¡Que España es el único país del mundo donde un porcentaje amplísimo de sus indicadores bursátiles está compuesto de empresas inmobiliarias, joder! ¡Que no se entienden los beneficios crecientes que obtienen, que les permiten comprarse compañías industriales como quien se compra chucherías! Algo que, por lo demás, tampoco es que sea muy sano, nos permitimos apuntar.

El problema de este tipo de medidas, dicen muchos, es que "pondrían en riesgo la bonanza de la economía". Pues claro, porque desinflarían la burbuja, el burbujón inmobiliario. No inmediatamente, no de golpe, no del todo, pero poco a poco irían ayudando a virar un modelo económico demencial en todos los sentidos. Incluso, como apuntan algunos, desde la persepctiva de la inversión que el ladrillo está drenando de sectores productivos. ¿Quién quiere poner pasta para I+D o para arriesgarse montando una empresita de servicios si sabe que razonablemente esa pasta le dará un rendimiento estratosféricos dedicándose a construir casitas dentro del tinglado de locos fomentado por todos? Pues eso. Pero mientras todos, y también los jóvenes que se manifiestan, sigamos adorando al Dios ladrillo y limitándonos a pedir a gritos ayuda estatal para entrar en la Santa Iglesia del Cemento y los Forjados, poco bueno hay que esperar.