Cuando alguien es un terrorista desalmado, una de dos: o es de Podemos, o es moro. En esta película, la disyuntiva queda solucionada rápidamente, pues las primeras escenas transcurren en Pakistán, en una boda que sólo le falta decir al oficiante “y ya puede ponerle el cinturón bomba a la novia”. Sí, una escena así fácilmente podría ser de Podemos celebrando que Irán o Pakistán, o cualquier otro “Estado fallido” (como se denomina en la película a todos los Estados malévolos), les está soltando una pasta por hacer un programa de televisión, pero la trama sería un tanto alambicada. Además, los malos no montan ningún espectáculo de títeres para derribar los puntales de la civilización, y tampoco hay una sola mención a Juego de Tronos [1] comparado con cualquier aspecto de la historia, la política, la economía o la sociedad contemporáneas, con lo que no cabe duda: el malo es moro.
Es moro, y tiene además un desconcertante parecido con Imanol Arias. Abundando en el paralelismo, el malvado moro ha montado un complicadísimo entramado de sociedades ficticias en paraísos fiscales. Se las promete muy felices, pero en esto que el Eje del Bien localiza el lugar de la boda y le lanza un misilazo desde un dron.
Dos años después, Ibn Imanol, que ha sobrevivido milagrosamente, decide armar su venganza: asesina subrepticiamente al primer ministro británico, haciéndolo pasar por una muerte accidental, con lo que convoca a todos los líderes mundiales en Londres, para asistir al funeral. Maravilloso rosario de tópicos para presentarnos a los principales. La canciller alemana, dura pero tierna (¿?); el abuelo japonés, con cara de hacerse el harakiri como siga recordando por más tiempo sus experiencias en alguna perdida isla del Pacífico en los cuarenta; el presidente francés, altivo y empecinado en hacer creer a alguien que su país sigue siendo una gran potencia; el campechano primer ministro canadiense; y, por encima de todo, el primer ministro italiano, carrozón que aprovecha el funeral para llevarse a una velina a ver la abadía de Westminster en visita privada.
Todo en orden. Sólo falta Mariano Rajoy, que iba a ir, pero en el último momento la Selección Española de balón volea sub 23 obtuvo la medalla de bronce en los Juegos del Mediterráneo y claro, tuvo que quedarse en la Moncloa para la recepción oficial. Menos mal que, aunque Rajoy no esté, sí que va al funeral el líder del mundo libre, el Presidente de EEUU, acompañado por su amigo el agente del servicio secreto que le custodia.
El malo, oculto en Yemen (sí, en Yemen: ¿todavía dudan de que Arabia Saudí hacía bien en bombardear?), ha puesto sus considerables recursos, atesorados en los años en los que no era tan malo y vendía armas a nuestros aliados de Oriente Medio que daba gusto verlo, en pro de su venganza. La cosa funciona como un reloj, y en cuestión de minutos una serie de atentados se llevan por delante a los cinco líderes mundiales mencionados y, accesoriamente, a cientos de personas que pasaban por ahí y que no son líderes, ni tienen cuenta en Instagram, ni ná. También intentan asesinar al PRESIDENTE DE EEUU, el HOMBRE MÁS PODEROSO DEL MUNDO, pero logra subir en un helicóptero y escapar en el último momento. Una vez en el aire, y mientras los malos le lanzan misiles para intentar derribarlo, la jefa del servicio secreto, demostrando que no ocupa ese puesto por casualidad, musita sorprendida, en una frase que contribuye considerablemente a ubicar al espectador: “¡es una trampa!”.
De eso va la película: de cómo los terroristas intentan hacerse con el Presidente para matarle, y cómo su agente secreto, en solitario, se enfrenta a ellos y les arrea una somanta de palos tras otra, amenizada por frases que ya en los años ochenta sonaban extemporáneas, como por ejemplo “vuelve a gilipollastán”, mientras tortura a uno de los malos con un cuchillo. Todo ello mezclado con continuas referencias a la vulnerabilidad y al peligro que padece Occidente ante la amenaza del terrorismo transnacional, que tiene a nuestras sociedades al límite y ello justificaría todo lo que sea menester en pro de triunfar en la Guerra contra el Terror.
Para que la cosa tenga algo de emoción, los malvados moros logran hacerse con el Presidente, y se disponen a ajusticiarle en directo, emitido por Internet. Esto tiene cierto mérito, si tenemos presente que los Buenos saben desde dónde están emitiendo (lo cual no impide, al parecer, que sea factible conectarse a Internet) y, para más inri, les dejan sin electricidad, con lo que los malos han de fiarse de un generador de emergencia. Pero, por lo visto, así y todo pueden transmitir a millones de espectadores. Una conexión de esa capacidad y no nos tumban LPD ni poniendo en portada un artículo (hipotético, hipotético: ¡NO ES VERDAD!) sobre las relaciones sentimentales de Vacío con la Familia Real española, que explicarían eso de que el Preparado pasase de su papel institucional y se prestase a lanzar la Operación Letizia con Ciudadanos, de recordado éxito [2].
Pero, en el último momento, cuando le van a cortar la cabeza al Presidente, su superagente aparece, providencial como siempre, y mata a todos sus captores, para desesperación y desaliento de todos los haters, que ya estaban ahí apostados con sus cuentas de Twitter, sus blogs y sus fotitos de Instagram para chotearse del deficiente encuadre de la cámara, la ridícula dicción del terrorista y la chapucera ejecución del Presidente, que parece que sea la primera vez que ejecutan a un líder del mundo libre en directo y delante de las cámaras, de verdad. Y eso, por no hablar de la desesperación del malo cuando le fastidian su plan. Imagínense qué viralidad y qué impacto habría logrado con semejante vídeo, se habría forrado incluso con publicidad de google que no se paga ná. El malo se me pone por delante del Rubius con un solo vídeo, youtuber de pro.
La película tiene un fallo de guión fundamental: como los terroristas han dejado Londres sin comunicaciones y la ciudad es presa del terror, todas las calles están desiertas. Y eso no hay Dios que se lo crea. Es de primero de postnuclear que cuando en una ciudad se tambalean los principios de la civilización, lo primero que pasa es que todo el mundo sale a la calle para robar y saquear, acaparar lo que pueda para estar mejor preparados para el mundo del mañana; y si para ello hay que robar un par de iPhones y TV de plasma de 50”, pues se roban.
Pero, con esa excepción, sin duda la historia cumple todos los requisitos para engrosar nuestro ya dilatado currículum de bodrioculones [3]: es excesiva, es pueril, es insultante desde el punto de vista geopolítico y moral. Es, en resumen, una gran película, que Ustedes disfrutarán primero viéndola y luego comentándola desdeñosamente con todas sus amistades (no olviden decir que alguien les obligó a ir a verla; pero qué digo, Ustedes eso lo dicen siempre, salvo con las películas iraníes y similares, es decir, las que realmente les obligaron a ir a ver, que a ver si no de qué se tragan ese coñazo, pero claro, paradójicamente ahí no se puede decir que les obligaron, eso es de primero de hipsterismo).