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Kilómetro cero

Puerta del Sol, 2050

Mille viae ducunt homines per saecula Romam. “Todos los caminos llevan a Roma” es una expresión medieval, acuñada por el teólogo francés Alain de Lille a finales del siglo XII en su “Libro de las Parábolas” en referencia a los múltiples caminos que ofrece el libre albedrío para llegar a un único fin -Dios, la salvación, etc, en la línea de las obsesiones de la época. Su origen estaba en el Miliarium Aureum, un sencillo monumento erigido por Augusto en el Foro Romano en honor a Saturno que servía para indicar el origen de las carreteras de Italia y del Imperio. La demostración austera pero efectiva de que el poder político es quien fija la geografía. Desaparecido el Imperio, el Miliarium es apenas una peana; pero el concepto y su interpretación posterior perviven.

En España el concepto ha tenido peculiar fortuna. Desde que los Habsburgo decidiesen establecer su residencia en Madrid en el siglo XVI, fue una obsesión recurrente de la Corona intentar reordenar la geografía peninsular de acuerdo con sus intereses. Ajena a la revolución copernicana y los sufrimientos de Galileo, para la Monarquía Hispánica el universo debía seguir girando a su alrededor según el clasicismo ptolemaico. Como explicaba brillantemente el economista catalán Germà Bel en su ya clásico España, capital París [1], la capitalidad de Madrid escapaba a toda lógica geográfica o económica (lejana al mar, a cualquier curso fluvial o zona de interés económico) y presentaba para ello graves problemas logísticos y de aprovisionamiento.

Sería Felipe V, el primero de los Borbones, quien estableciese en 1720 el mapa de caminos de postas con origen en Madrid y los seis itinerarios principales -Irún, Barcelona-La Junquera, Valencia, Sevilla, Extremadura-Lisboa y la Coruña, que son a la sazón y hasta hoy las seis primeras autovías radiales españolas, las antiguas “Nacionales” de la I a la VI.

No fue hasta 1950 cuando, en un alarde de modernidad y en plena fase autárquica, el gobierno del Invicto Caudillo decidiese instalar una referencia visual en forma de placa de cuál era el centro geográfico de la España Eterna. Dedicada a ese Sol al que no temían mirar de cara, y asumida ya la cosmovisión copernicana sobre su centralidad, el franquismo ponía la antigua Puerta del Sol de la muralla madrileña como referencia, kilómetro cero y meta indiscutida de todos los caminos de quiénes aspirasen a llegar a algo en el Estado. En 1962, Televisión Española empezaría a retransmitir las campanadas de Fin de Año desde el campanario de la Puerta del Sol; conquistada ya la referencia espacial, el Kilómetro Cero ganaba también la temporal: sólo desde allí podía empezar el año en España.

Casi cuatro décadas de democracia no han variado sustancialmente éste papel central(ista). Es más, la plaza ha ido ganando tanto de forma simbólica -las televisiones privadas han asumido sin problemas que Sol es el único lugar dónde seguir las campanadas- como puramente física, hasta llegar a un punto de saturación. La sede del gobierno autonómico en Correos, la estación estrella del Metro patrocinada por una teleco, la estatua gigante INSIGNIFICANTE del Oso y el Madroño, símbolos municipales, el Tío Pepe y la estatua ecuestre de Carlos III encargada en los estertores de la hegemonía socialista, cuando el PSOE estaba obsesionado con recordar la Ilustración mientras Europa conmemoraba la Revolución Francesa. España, siempre a la cabeza, también en lo simbólico.

Pero se llega a un punto de saturación con los intangibles: en la fachada de la Casa de Correos, morada del gobierno autonómico, hay dos placas de homenaje: una a las víctimas del 11-M y otra al levantamiento del 2 de mayo de 1808 (preludio del celebérrimo “Vivan las caenas” de 1814), dado que algunos de sus últimos combates y estertores tuvieron lugar en la misma Plaza de Sol. Y finalmente, el recuerdo vivo y generacional del 15-M de 2011 y la acampada que diera origen al “No nos representan“. Probablemente no exista otro lugar de España tan saturado a nivel simbólico como la Puerta del Sol.

No es pues casualidad que éste fuera el lugar donde Podemos, un producto tan madrileño en origen como las porras o los chulapos, decidiera pasar definitivamente a la Historia española el pasado 31 de enero. Terminando allí una manifestación de partido “Marcha por el cambio” con alrededor de 200.000 personas, Podemos se incorporaba por la puerta grande a la tradición tan española -tan CT que diría Guillem Martínez- de convocar manifestaciones sin programa concreto más allá de la exhibición logística y de apoyo a los líderes; con el mérito añadido de hacerlo ya incluso antes de entrar a gobernar. El Espíritu de Sol deja obsoleto al de Ermua: Pablo Iglesias presenta sus credenciales para heredar sin traumatismos el cortijo, demostrando que conoce perfectamente las reglas de la casa.

Pero aquí llegó la novedad: en un discurso con impecable cadencia de hip-hop que Internet no tardó en musicar [2] poniendo bases adecuadas (no en vano ya la Tuerka original tenía una sección La Tuerka rap dónde pasaron buena parte de los grupos de la escena rap del Estado [3]) Iglesias se atrevía por primera vez con una referencia histórica directamente relacionada con el espacio desde dónde hablaba, más allá de la referencia obvia al 15-M. Aunque el espacio estaba lleno de tricolores y había autobuses y una convocatoria para toda España, Iglesias habló no de la República o la Guerra Civil -eso remitiría al eje izquierda-derecha- sino al 2 de mayo de 1808 y la retórica de la defensa contra una invasión extranjera, estableciendo un paralelismo con la situación actual de entrega de la soberanía por parte de las élites.

El 2 de mayo de 1808, conocido por los famosos fusilamientos del día siguiente plasmados en el cuadro de Goya, ha sido siempre un referente más propio de la tradición conservadora española, que sin embargo no ha conseguido reclamarlos con demasiado éxito: el último intento, generosamente regado con dinero público, la Sangre de Mayo de José Luis Garci, fue un sonoro fracaso de crítica y público en el intento de llevar a superproducción cinematográfica uno de los Episodios Nacionales de Galdós. Tampoco Agustina de Aragón, el Timbaler del Bruc ni El Palleter han tenido demasiado éxito como referentes populares ni gozan de popularidad fuera de sustratos conservadores. Ni tan siquiera la Constitución de Cádiz goza de demasiada popularidad fuera de la ciudad y los círculos de constitucionalistas. La Guerra de Independencia -o Guerra del Francès, como se la conoce en los territorios catalanófonos- no es un símbolo de consenso: ni está claro que hubiera demasiada España a conservar ni que los franceses no trajesen consigo la modernidad. No son tan fáciles de demonizar como los nazis para Tsipras o los turcos para sus socios de ANEL.

De acuerdo con las teorías de Ernesto Laclau que Íñigo Errejón, el ideólogo de Podemos, esgrime como eje de la construcción discursiva del partido, hace falta un enemigo común para cohesionar al grupo; si es posible identificar al excluido simbólicamente de la comunidad con intereses extraños o espurios, tanto mejor para el proceso de creación y construcción de voluntad colectiva que supone. En definitiva, si se puede acusar a la casta de ser una quinta columna de los extranjeros -en el caso que nos ocupa, los alemanes en el papel de nueva potencia colonial- seguramente el proceso sea más rápido.

Para construir una espacio político amplio pero cohesionado que sea capaz de tejer alianzas para la negociación con Europa, Podemos necesita dotar de contenido a la identidad española en un marco donde la cuestión nacional no está en absoluto resuelta. En España conviven distintos relatos nacionales, subnacionales y regionales con dispares niveles de cohesión; en las llamadas comunidades históricas han coexistido realidades de tipo diverso. Naciones en el sentido más clásico como el País Vasco o Catalunya; comunidades mixtas o híbridas con identidades construidas alrededor del foralismo (Navarra), la insularidad (Canarias) o el ciclo inmobiliario (Valencia) y otras como Andalucía o Galicia dónde el papel de la acción institucional ha configurado culturas políticas muy distintas.

En este contexto construir una nación -en el sentido discursivo performativo que defiende Podemos, dónde el lenguaje no tiene un papel meramente descriptivo sino que toma una perspectiva constructivista- en el sentido clásico de Estado-Nación es complejo dada la diversidad y que las particularidades afectan a la mayoría de territorios más ricos, urbanizados y poblados del Estado; resulta difícil imaginar como reducirlos a la unidad. Más aún dado que, tres décadas después del inicio del desarrollo autonómico, buena parte de las competencias propias del Estado moderno las desarrollan las Comunidades Autónomas.

En éste sentido, Podemos se enfrenta a varias contradicciones. En primer lugar, en términos de alianzas: en aras a construir alianzas post-electorales, y más aún mientras se va confirmando la larga agonía del PSOE, si Podemos decide apostar por una estrategia “soberanista” frente a Europa como la que está ensayando Grecia. Ante la también previsible debacle de IU, Pablo Iglesias y sus acólitos deberán optar entre aliarse con el espacio de Ciudadanos e UPyD -en clave claramente centrípeta- o optar por acuerdos con el espacio nacionalista centrífugo -que abarca fuerzas como ERC, Bildu, Compromís o incluso el PNV. Construir un frente común entre estos espacios se antoja muy complejo dada la disparidad de agendas. La retórica de vaga apelación a un proceso constituyente seguramente no funcione por mucho tiempo con la experiencia aún reciente del proceso estatutario en Catalunya.

En segundo lugar, existe la contradicción entre un discurso puramente ciudadanista como el que el partido ensaya “la patria es la sanidad pública” y desprovisto de toda retórica identitaria y la necesaria construcción de un relato histórico, ya no del último siglo sino de la misma contemporaneidad. Encuestas en mano, Podemos opta conscientemente por no impugnar el relato de la Transición, de pacto para evitar el conflicto, canalizando reivindicaciones y renuncias; las élites han roto el pacto del reparto firmado en la Moncloa en el 1977 y Podemos se dispone a reequilibrar las fuerzas pero sin alterar las premisas. Lo mismo pasa en clave territorial, dónde se plantea implícitamente una federalización que sirva de “cierre” al modelo esquematizado en el 78.

Probablemente sea aquí, en este enfoque incompleto de la cuestión territorial, dónde el partido tenga su talón de Aquiles, sabiendo que va a ser el partido decisivo -si no directamente fuerza de gobierno- en plazas clave como Valencia o Navarra, y tomar decisiones trascendentes en clave territorial por ejemplo en Catalunya con la perspectiva de unas elecciones anticipadas en septiembre; y con la perspectiva de elecciones vascas y gallegas en 2016. Espacios políticos todos ellos dónde no serán suficientes apelaciones vagas en clave madrileña y de gestión, más cuando haya de negociarse un nuevo sistema de financiación autonómica que es ya acuciante. La referencia a Alemania y Merkel no será suficiente para cubrir todos los frentes.

Resulta complicado de imaginar como puede casar Podemos la propuesta de un proceso constituyente si no cuestiona las premisas básicas del pacto del 78 -eso sin tener en cuenta la amplísima mayoría necesaria para acometer un proceso de esas características, dos tercios del Congreso y el Senado, lo que convierte tal reforma en casi imposible- y como gestionar y eventualmente solventar la cuestión territorial con un discurso pensado y aplicado en la Puerta del Sol, en una clave madrileña y mesetaria que puede ser clave para ganar las elecciones y disputar escaños en Soria o Cuenca (algo clave dado el sistema electoral) pero que obliga a unos pactos fáusticos o al menos equilibrios que le dificultarían posteriormente muchos pactos necesarios en clave autonómica, estatal y también local.

La indefinición del proyecto español aparenta ser un problema irresoluble. Pero a diferencia de lo que parece obvio, no hay un déficit de relatos colectivos al respecto; España va a descubrir ahora, en el momento de replantearse su identidad ante el inevitable rediseño en clave interna aplazado por el rajoyismo y externa ante el choque con Europa, que su verdadero problema es de sobrecarga de relatos y representaciones colectivas que conducen casi siempre a la inacción cuando no a la esquizofrenia. Algo que teorizó Fanon a propósito de Argelia y que el sociólogo valenciano Josep Vicent Marquès definió como hiperideologización, un exceso de representaciones colectivas distorsionadas a partir de visiones del “otro”. Un dilema difícil de superar si no es posible empezar de cero.

Podemos y sus aliados sociopolíticos deberán elegir en breve qué decisión toman en la definición del kilómetro cero de su recorrido. Si toman como referencia la Puerta del Sol sobrecargada de discursos, de símbolos, de instituciones y de inercias, el kilómetro cero del motín y de la acampada y gestionan más o menos como el resto de los inquilinos de la Villa y Corte desde el siglo XVI; o si llegan a entender -sería la primera vez en la política española desde Pi i Margall, que no por casualidad no era madrileño- que cada ciudad española tuvo su plaza del 15-M y su Kilómetro Cero; que buena parte del tráfico rodado y ferroviario transcurre por ejes transversales, las cuáles nada casualmente son de estricto -y nada barato- peaje.

Quién esto escribe es pesimista al respecto, claro está; pero a los periféricos, molidos a palos como estamos, siempre nos quedará el consuelo de que vaya vaya, allí no hay playa. Menos da una piedra.

https://www.youtube.com/watch?v=5hWCZK0Hf0A [4]