España está a punto de estallar. Lo sabe bien la Princesa de Asturias, Letizia Ortiz Rocasolano, que ha explicado a un periodista de El País que ella ya lo ha vivido [1] y sabe de qué habla: en la “olla a presión” de la Universidad, en colegios públicos y en autobuses que iban por barrios del extrarradio riéndose de la muerte en su misma cara. Pero incluso gente con menos bagaje, personas más protegidas que han pisado menos calle que ella, empiezan también a intuirlo. Es el caso de nuestros esforzados eurodiputados españoles [2], que en medio del estrés de aterrizar en Bruselas, pasarse por el parlamento para fichar y cobrar la dieta para luego volverse al aeropuerto de vuelta a casa al cabo de media horita encima tienen que aguantar que la prensa anglosajona se meta con ellos con total desfachatez. Pero eso, ya suficientemente duro, era antes, ahora la cosa no acaba ahí, porque por culpa de Internet y de las redes sociales hasta hay españoles que les critican con saña e impunidad. Y he ahí el problema: la impunidad. En Twitter, en Facebook, en blogs, en foros de opinión. Como si tal cosa. Criticando a los que mandan y sin arrostrar las consecuencias. Que aquí es muy bonito decir lo que uno quiere pero luego habrá que apechugar, ¿no? Pues no. Este clima de opinión es realmente asfixiante y recuerda a un autobús interurbano sin aire acondicionado en verano, de esos que paran en todos los pueblos. Que si un montaje por aquí, que si un chistecito por allá. Inevitablemente, porque la violencia engendra violencia, al final hay quien aprieta el gatillo o acaba peleándose por estar al lado de la ventanilla abierta, interponiendo su cuerpo e impidiendo que pase el aire. El acero brilla al sol. Los asesinatos se suceden. Lo augura el ex director general de la Policía, que seguro que sabe de esto [3] porque en la vida pública española a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado los comanda siempre la flor y nata de la clase política.
De hecho, lo dice después de que alguien haya apretado ya el gatillo, como dándole preventivamente la razón. En León. Cosas de la izquierda radical, según nos explicaban mentes preclaras del PP, [4] tanto en su comando político como en su comando mediático. Pero también, y no conviene perderlo de vista, cosas de la libertad de expresión, que se confunde demasiado con el libertinaje [5] y acaba vistiéndonos a todos como putas para que vayamos apretando gatillos en Facebook sin darnos importancia mientras además provocamos a la Santa Madre Iglesia con la faldita demasiado corta en cada fotito que subimos. Obviamente, la gente sensata y de orden de este país, los intelectuales que han estudiado y viajado, no comparten estas delirantes manifestaciones de la derecha carpetovetónica cuando se empeña en acusar a la izquierda de matar a la gente así como así a golpe de tuit de odio radical, pero como tampoco son del todo Bambis y no viven en la inopia, sino que pisan calle que casi parecen Princesas del Pueblo, sí nos alertan de los riesgos de decir majaderías en las redes, de los perniciosos efectos sociales que ello genera y, por ende, apuntan a la necesidad de cierto control. Es que, ¿saben?, aquí en las redes e Internet “no cabe un tonto más” [6] y todos nos ponemos a extraer conclusiones precipitadas acusando de crímenes a unos y a otros y a diestro y siniestro. No como en la prensa tradicional en papel, de toda la vida, que nos contó eso de la matanza de la ETA en Madrid el 11-M y cómo los culpables eran no sólo los etarras sino todos esos patéticos crédulos que se tragaban todas esas historias de los nacionalistas engendrando así más y más violencia, una violencia mala y antiespañola que no se podía aguantar y que, a falta de redes sociales que la expandiera hacia afuera, hacía que el odio se quedara en las entrañas de los malos [7].
Joder, que de todo el tema de León, aunque a mí el catecismo mediático español me dice que tengo que estar muy compungido y triste porque hay violencia contra la democracia y eso, a mí, la verdad, lo que me fastidia bastante es que pillaran in fraganti a las autoras provocando con ello que en sólo dos horas no diera apenas tiempo a ver el show, desde derecha e izquierda, de acusaciones bien a una ideología determinada (izquierda social rabiosa y vengativa), bien a una determinada manera de entender la vida (radicalismo democrático y la gente que se cree que la libertad de expresión permite ir contra las corrientes mayoritarias así como así), dando leccioncillas curiles o pasándose tres pueblos con barbaridades zafias, según los estilos respectivos de nuestros Galácticos de las Tertulias y la Opinión Publicada o de los meritorios que buscan su huequecillo siendo más papistas que el Papa. ¡Será que me puede el radicalismo y el gusto por el show! Porque todos sabemos que el espectáculo habría sido delicioso. Un 11-M a lo bestia… y mientras tanto la poli teniendo que investigar a medio PP leonés (y eso siendo prudentes) a medida que fueran descubriendo actuaciones varias de la asesinada que le hubieran podido granjear sólidas enemistades. ¡Eso nos hemos perdido! Y encima, hala, pues a tragar violencia social y más violencia social.
Afortunadamente, ante semejante panorama, no es de extrañar que la policía, la fiscalía y el gobierno lo tengan claro. Un clima así, que ni puedes salir a la calle sin que alguien diga algo contra el Gobierno o contra un político, no se puede soportar. ¡Hay que proteger a los niños! ¡Pobres niños! ¿Qué van a pensar que es esto? Hay que meter mano a toda esa gente que injuria a muertos (sea posible o no eso de injuriar a un muerto y sea o no posible que se levante de su tumba para querellarse), que hace propuestas de asesinar a gente ya asesinada como si tal cosa o, incluso, que propone la aniquilación de políticos, lo que nuestra jurisprudencia más reciente, dictada por el Ministerio del Interior, ha considerado una forma cualificada de genocidio porque los políticos son un grupo social particularmente diferenciado y desprotegido. Naciones Unidas está a punto de proponer que este hallazgo se generalice.
Pero más allá de la revolución jurídica que suponen estos planteamientos [8], tienen además una cosa que es indudablemente interesante. Y es que, abiertamente, demuestran que nuestra casta política ha pasado a otro nivel y ya ni siquiera disimula. A lo mejor es porque entienden sus representantes más eximios que no hace ya ni falta (porque esta nueva Europa es lo que es y a los tontos útiles que crean opinión pública y se ofrecen voluntariosa y alegremente para explicar todo lo que haya que explicar, desde el 135 de la Constitución a la revolución democrática de las cruces gamadas en Ucrania o que en España la obra pública se realiza con niveles de limpieza y calidad que son la envidia de Occidente, siempre van a seguir ahí). O a lo mejor, sencillamente, porque andan nerviosos y dado que los representantes de la “castita” en España no son los más listos del mundo sacan la patita antes que ninguno de sus colegas europeos y hacen tonterías. Tonterías azuzadas en este caso porque están preocupados a la vista de lo que se puede venir encima como empiecen a copar puestos de eurodiputado y luego a saber qué más cosas todos esos partiduchos de demagogos populistas impresentables que nos llevarían a la ruina de las que nuestros sabios y buenos gestores nos han salvado. A cambio de un módico estipendio (algo que nos recuerdan con cierta periodicidad, ¡los sueldos de políticos más bajos de Europa!) y de cubrirse, eso sí, por otras vías el riñón por un par de generaciones en no pocos casos. Sin pegar ni chapa, en otros muchos. Y sin hacer nada demasiado útil, las más de las veces. Bueno, vale. Pero ahí han estado, sacrificándose por nosotros para que los radicales y populistas, de izquierdas o de derechas, no tomaran al asalto los coches oficiales y los cargos de asesor. Reconozcámoselo. Se han sacrificado por todos. Aquí ni Movimiento 5 Estrellas, ni euroescépticos, ni Frente Nacional, ni nada de nada… ¡Ni falta que hace, oiga!
Mientras los ciudadanos no reaccionemos exigiendo la creación del Día del Asesor para honrar a los mejores de entre ellos, no les subamos el sueldo a niveles dignos y no mostremos el debido respeto, ¿podemos extrañarnos de que se quieran defender legítimamente? A fin de cuentas, no son gente acostumbrada a vivir al límite, a diferencia de lo que le pasa a nuestra Familia Real, y es normal que pasen miedo. La gente les insulta, les silba por la calle, les critica, se ríe de ellos en páginas web que no hacen caso a lo que las teles dicen que hay que decir, les tira tartas (ni pasar varios años a la sombra si el sistema judicial español o de Corea del Norte te pilla por en medio con una tarta en la mano arredra a estos tipos, quizás por el mal ejemplo que la Europa subdesarrollada da al tolerar estos comportamientos). ¡Esto sí es una “olla a presión” de verdad y a punto de estallar! No es de extrañar que la Policía Nacional haya rectificado su doctrina tradicional, expuesta en su día oportunamente cuando se trataba de gente diciendo que deseaba que se murieran algunos ciudadanos de ciertas regiones de España, de que desear la muerte de alguien no es delito [9] por investigaciones que se suceden, con detenciones a diario, en torno a personas que expresan su alegría porque se cepillen, o puedan cepillarse, a políticos [10]. Porque la gracia de la situación, como ya se ha dicho, es justamente ésa, que por una razón o por otra alguien ha decidido que no hace ya falta ni tratar de disimular. Si hemos puesto a ministros abiertamente nazis en Ucrania pasando de votar o de cualquier paripé que intente maquillar el tema y nos da ya igual que lo que hacemos en Egipto se vea que lo hacemos también al lado de casa, ¿qué más darán las detenciones de cuatro pringados si además iban peligrosamente armados con la aplicación móvil de Twitter?
Resulta fascinante, eso sí, cómo esta mentalidad liberticida y represora ha calado entre los ciudadanos españoles, a diferencia de lo que ocurre por ahí, en el mundo civilizado, donde este tipo de cosas son más difíciles, entre otras cosas, porque a la gente le parecen, por lo general, mal y peligrosas. En cambio, aquí, esto de reprimir la expresión que no nos gusta ni es nuevo ni parece disgustar a la población en demasía. Desde los primeros días de Internet ha habido en España que reaccionar contra quienes pretendían que lo dicho o expresado en la Red fuera por definición más penado que si dicho fuera [11], porque la mayoría del personal estaba por considerar per se más peligroso y ofensivo lo publicado en Internet. Pero es que, además, esos delitos de apología que ahora tanto revuelo generan llevan años siendo muy del gusto de todo el mundo y especialmente de nuestras autoridades. En España, además de mantener como en Arabia Saudí todos los delitos de blasfemia [12] posibles para que quede claro de qué va la cosa, hemos metido en el Código penal, con pasión sin igual en el mundo desarrollado, delitos para quienes hagan comentarios xenófobos o inciten al odio racial, para quienes nieguen el holocausto e incluso se proponía no hace mucho (por el PP; eh, no vayan a creer) ir ampliando el tipo para quienes pongan en cuestión que la violencia machista es una lacra [13] social terrible. La apología la hemos extendido hasta niveles bochornosos, pero era legítimo porque había que meter caña a los españoles que piensan de forma diferente a la nuestr [14]a (además de prohibirles partidos políticos por sus ideas). Y de las juergas sobre el delito de “enaltecimiento” mejor no hablar, porque eso es ser de la ETA… como mínimo (e incluso independentista o algo aún peor si nos ponemos serios).
La pulsión, conviene tenerlo claro, es la que es. De hecho, estos días, en las mismas redes sociales que bramaban contra ciertas detenciones se pedía, a su vez, la de otras personas por ciertos comentarios contra otros colectivos, comunidades o personas (ya fueran judíos que ganaban al baloncesto al Real Madrid, ya mensajes contra independentistas catalanes o bromas sobre homosexuales). Y no se trataba únicamente de peticiones para denunciar el doble rasero de nuestras autoridades, que eso, pues vale, bien (doble rasero, por cierto, como sabe cualquiera que no viva en los Mundos de Yupi, consustancial a decidir qué acciones persigues y qué acciones no) sino que también había una mayoría que las exigía, y eso es lo más inquietante, porque incluso en este contexto hay quien piensa que es mejor dar el poder a nuestras autoridades de censurar y meter en la cárcel por ideas y opiniones… siempre y cuando esas ideas y opiniones no nos gusten o nos parezcan particularmente odiosas. Es otra cosa curiosa de este país y de la herencia franquista: somos una sociedad plagada de angelitos que confían en que si al Poder se le dice que sea Bueno y se limite a reprimir a los malos pero sólo a los malos, eh (a ellos, eso sí, cuanto más exageradamente, mejor), lo que pasará es que empleará esos poderes en, en efecto, dar caña a los malos y ya está. Todos contentos. Así que, a día de hoy, ahí tenemos a la sociedad española, alucinando con que se quiera meter en la cárcel a alguien por decir que se alegra de que un ajuste de cuentas interno en una estructura mafiosa se lleve por delante a una persona pero, a la vez, pidiendo que se enchirone a quien minimice la violencia machista, se burle de los sentimientos religiosos o haga bromas zafias sobre homosexuales. Es decir, que como sociedad no hemos entendido aún nada de nada. Y luego nos extraña que ciertos señores consideren que no hace ni falta disimular… excepto si se hace para no evidenciar la superioridad intelectual del varón y evitar avasallar a las dulces mujeres que se dedican al teatrillo de nuestra Casta, claro.