El jefe de todo esto (Lars von Trier, 2006)

Nuestro amigo Lars

La caída del Muro de Berlín en 1989 supuso un desastre para la cinefilia en Europa. Hasta ese momento, el ejercer de cinéfilo era de lo más sencillo, basado en la adoración a cualquier película que tuviera lucha de clases en su trama o discurso y en la repulsa a todo lo que oliese a norteamericano. Todo ello se podía aderezar con una particular visión de la historia del cine construida según unos pocos tópicos que daban una preponderancia al cine soviético: que el cine moderno lo había desarrollado Eisenstein, y no Griffith; que el auténtico cine mudo estaba representado por Pudovkin o Vertov, y no por los payasos del cine cómico yanqui; que los norteamericanos sólo habían aportado caza de brujas y persecuciones; que el mejor cine se hace en Europa, sobre todo a partir de los años 60, etc. El único esfuerzo que requería ser cinéfilo era aguantar tostones insoportables y aprenderse de memoria títulos largos de películas de países exóticos (Checoslovaquia, Polonia, Hungría, etc.) para mostrar la sensibilidad: si uno decía que había visto películas como Trenes rigurosamente vigilados, Escenas de caza en la Baja Baviera o Las amargas lágrimas de Petra von Kant, entonces ya daba el do de pecho y obtenía la aprobación social entre la comunidad cinefílica.

Pero entonces cayó el Muro. Y generaciones enteras de cinéfilos quedaron sin ningún tipo de orientación, en la más absoluta orfandad de referentes. De repente ese discurso de chulillo de sala de arte y ensayo sonó a caduco, a impostado, a desfasado. Ya no era fácil ligar siendo cinéfilo. La caída del Muro trajo multitud de efectos devastadores: en sintonía con el acontecimiento histórico, se derrumbaron las salas de cine de las ciudades, en las que los cinéfilos habían preservado la pureza de la cinefilia; se edificaron multisalas en las afueras de los centros urbanos; las salas se llenaron de jóvenes que acudían en grupos cargados con palomitas; se sustituyeron las largas y aburridas películas europeas por largas y entretenidas películas y sagas con capital norteamericano; en definitiva, la gente acudía al cine para divertirse, para pasar un buen rato.

La estupefacción asaltó al amplio colectivo de cinéfilos. Veían cómo se desmoronaba un perfecto esquema que les había dotado de armas para la sociabilidad. Individuos grises y sin aspiraciones reales, la visión y comentario de películas les había permitido crecer al amparo de la afición al celuloide: los primeros magreos, su compromiso político de salón en la universidad, sus ligues en la madurez,… todo había sido gracias a saber engarzar un par de frases complicadas sobre la película europea de moda del momento. Algo había que hacer. Había que reaccionar.

Entonces surgió el movimiento Dogma. Ideado por una serie de cineastas desconocidos, se basaba en un manifiesto de reglas para hacer un cine más “puro”, un cine de esencias, alejado de los artificios narrativos del decadente cine burgués anglosajón. Estos directores decían que si, por ejemplo, no había música en las películas, el cine sería más mejor, más chachipilongui. Los cinéfilos lloraron de emoción: los de la vieja guardia, porque volvía la época de los manifiestos, las declaraciones de intenciones y los enfrentamientos culturales gratuitos; los de las nuevas generaciones, porque con recitar de oídas lo que sabían del nuevo movimiento, volvía a estar asegurado mantener relaciones sexuales (insatisfactorias, pero sexuales, al fin y al cabo). Los cinéfilos del mundo encontraron un nuevo ídolo al que seguir: el cineasta danés Lars von Trier, “el jefe de todo esto” del Dogma, de la recuperación del orgullo de ser cinéfilo.

Lars von Trier era un director conocido en Dinamarca, que es lo mismo que decir que Ventura Pons es un director muy conocido en Cataluña. La fama internacional le llegó con una película, Europa, que es todo lo contrario del futuro movimiento Dogma: un videoclip basado en algunas películas de los años 60 (en especial, Trenes rigurosamente vigilados) a ritmo de la voz en off hipnótica de Max von Sydow. El videoclip fascinó, pero fascinó aún más su siguiente película, Rompiendo las olas. En esta ocasión, Lars von Trier pasaba por el filtro de la postmodernidad el cine de Dreyer para crear un pastiche sensiblero adornado con canciones modernas (Leonard Cohen, por ejemplo) en un intento de crear un producto de fácil consumo que pareciese muy complejo. El conflicto personal, religioso y vital de Dreyer se lo apropiaba Lars von Trier en una película cuyo argumento y temática han tenido muchas imitaciones en el cine posterior (como es el caso de la falsa La vida secreta de las palabras, de Isabel Coixet).

El intento tuvo tanto éxito que decidió repetirlo, pero esta vez a lo grande. Buscó los servicios de la artista más megamoderna y alternativa de la escena pop (Björk), le dio unos números musicales y una historia para llorar mucho: la protagonista era una chica proletaria, explotada, que sufría mucho por su hijo, y que se estaba quedando ciega. Pocas veces se han visto tantas lágrimas al final de una película como en Bailando en la oscuridad. Los cinéfilos, reconfortados por hallar la salida a años de incertidumbre, comulgaban finalmente con Lars von Trier, lloraban a moco tendido y le elegían, al fin, el nuevo Mesías de la causa.

Desde ese momento, Lars von Trier fue un dios, pero un dios cercano, de la familia. Era simpático, porque era excéntrico: decía que odiaba viajar, que nunca había pisado suelo yanqui, que le sofocaban las multitudes, etc. Sus ocurrencias eran aplaudidas igual que sus películas, siempre salpicadas con lucha de clases por todas partes, y siempre beneficiadas por su carácter camaleónico: tan pronto pasaba del videoclip de Europa como frivolizaba con Dreyer, como hacía películas sin música como hacía una película musical con una cantante islandesa. Qué más daba, al genio redentor se le aplaude todo, que para eso es un genio.

Y no se crean que la parroquia no se lo agradece. No hay experiencia más religiosa en estos tiempos actuales que ir a ver una película de Lars von Trier a una de esas salas de cines para entendidos. Como la última, titulada El jefe de todo esto. Pongámonos en situación: acudimos a un cine de gente culta, donde proyectan una película de Lars von Trier en danés (es decir, cine más puro aún porque no está en inglés) y que, además, es una comedia. Cuando al principio aparece el director hablando del propósito de su película, la gente ya se ríe aunque no haya nada gracioso que merezca siquiera una sonrisa.

Pero el problema es que toda la película es así. El argumento es de manual para hacer una película de lucha de clases: un actor es contratado para encarnar al gerente de una empresa para cerrar la venta de esa empresa. Esa venta supondrá el despido de los trabajadores, y el actor (de quien se requieren sus servicios porque el verdadero jefe no quiere darse a conocer a sus empleados) se debate en el conflicto moral que supone llevar a cabo un trabajo que pondrá de patitas en la calle a un puñado de honrados trabajadores. Qué película más progresista, pensará el lector. Y eso pensaba servidor de Vds, que acudió al cine pensando en sentirme en comunión con mis compañeros camaradas espectadores. Pero según va avanzando la película, y en ella se trata a los jefes como explotadores simpáticos pero, sobre todo, a los trabajadores como imbéciles, según va ocurriendo eso y las risotadas van en aumento, uno no puede evitar sentir temor por las consecuencias eventuales de elegir como profeta de los nuevos tiempos a un danés egocéntrico e insultón.

Egocéntrico porque Lars von Trier no se conforma con hacer una comedia (?), sino que quiere dar una lección a toda la Humanidad sobre cómo hacer una comedia. De ahí su aparición como narrador en tres momentos de la película (marcando el planteamiento, nudo y desenlace) en que trata de ofrecer algunas frases lapidarias al respecto, al tiempo que se encarga de recordar que él es el auténtico mandamás, el demiurgo genial e intransferible. E insultón porque lo que se cuenta en la película, al fin y al cabo, es que las reglas del capitalismo siguen unas lógicas internas que no están tan mal como pudiera parecer: así se explicaría el desprecio a los personajes de los trabajadores, trazados de una manera muy estereotipada (la casamentera, la chupona trepa, el violento, etc.) que los emparenta con el personaje del empresario islandés, cuya comicidad se reduce a gritar y soltar tacos. Todo resulta al final tan burdo y falso que dan ganas de salirse de la sala y dejar que otros se traguen las neuras y los tics de genio del director de turno.

En resumen, El jefe de todo esto se presenta como una película sofisticada de autor. Pero ni que la sofisticación ni la autoría fuesen garantía de nada. El resultado es una comedia muy moderna, muy de hoy en día, como un restaurante moderno en el que uno sale con más hambre que con la que entró. El problema no es que no haga gracia, sino que ni siquiera funciona como reflexión sobre lo mala e injusta que es la sociedad o sobre el poder deshumanizador del capitalismo, porque al final la película se mueve por unos senderos muy discutibles. El director de la urna de cristal se asoma al mundo y dice, el capitalismo es una mierda, los trabajadores son basura, todo es una porquería, excepto yo mismo, que me miro y maravillo de ser tan listo y genial. Pues eso, que lo aguanten en casa.полотенцесушитель электрическийпродвижение бренда через интернет на рынке


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  1. Comentario de Garganta Profunda (13/04/2007 08:45):

    Que raro que no hayas dicho nada del semi-petardo que fue “Dogville”.

    Me pareció acojonante como encumbraron a una película en la que durante todo su metraje asistes a como todo el puñetero pueblecito del diablo se pasa por la piedra a la Kidman (en sentido práctico y metafórico) sin que se le vea un cacho de la poca carne que tiene. Para que luego al final venga el Popo de la Ninia y en plan “azote de Dios” mande a todos los lugareños al infierno por la via rápida.

    Baratita les salío eso si. Con los decorados pintados en tiza.

    Lo unico bueno que tiene es que en los titulos de credito del final y sin venir a cuento se escucha “Young Americans” de Bowie.

  2. Comentario de MeFuMo (13/04/2007 11:18):

    Lo has clavado, sin mas.

  3. Comentario de de ventre (13/04/2007 12:52):

    eh, a mí “celebración” e “italiano para principiantes” me gustaron. con mifune estuve a punto de quemar el consulado danés de mi pueblo.

    a mí el von trier este no siempre me acaba, pero es un personaje interesante (como personaje).

    yo quería ver la peli de todos modos, pero bueno, igual me quedo en casita.

    j

  4. Comentario de Carlos Fabra (16/04/2007 20:31):

    Lars Von Trier es el mejor director de todos los tiempos y Manuel de la Fuente no tiene ni puta idea de cine.

    Saludos,

    CF

  5. Comentario de deavejb (16/04/2007 22:26):

    Manuel….lo has clavado tio….como me gusta el DOGMA…te permite dormir de un tiron…

  6. Comentario de Mengele en Urgencias (17/04/2007 03:40):

    Ese tipo,el tal Lars Von Trilero,además de pedante es un triste de cojones,es como esos recien famosillos que los incorporan al club de monologuistas de Flo and company y que intentan que el público se ría por decreto,y acaban llorando en los camerinos.
    Francamente,estoy ya cansado de la búsqueda de Santo Grial Cinematográfico Independiente,de ver como encumbran a mediocres solo por la necesidad de desmarcarse del cine de masas,de ese cine al que cada día abrazo mas,porque sé que no me van a vender ninguna moto,además de las palomitas,porque estoy cansado de los listillos de siempre,
    de la exclusión social al que se le somete a cualquiera que no tenga en su videoteca la obra completa de Tarkovski y Bergman,cansado ya de las piruetas ideológicas de los críticos mercenarios según sus oscuros intereses.Reivindico el cine sin pretensiones,que para lumbreras en el arte ya tenemos a columnistas,que no ensucien más las pantallas,que dejen de llamarnos tontos y que se piren,coño,y nos dejen con nuestras putas palomitas.

    Y a ver cuando quitan para siempre los dichosos subtítulos
    que mi abuela se pierde y se duerme,hostias!queremos películas dobladas y sin tonterías.La era de los intelectuales ha muerto!viva la era Isi/Disi.

  7. Comentario de jonbil (19/04/2007 14:51):

    A mi “Europa” me encantó, es falsa pero tiene atmosfera y está muy bien hecha.
    Y sobre todo “El reino”, serie para la TV danesa (1994) sobre un hospital donde hay fantasmas y fantasmones,un delirio, y que ha sido editada hace poco en España en 4 DVD con libreto (recomendada). A partir de hay, un bodrio todo desde “Rompiendo las olas” porque no hay puesta en escena, musica ni nada. Solo salvaría “Manderlay”, mejor que “Dogville”

  8. Comentario de Israel (23/04/2007 13:40):

    Joder, lo que me ha costado encontrar a alguien con quien sentirme identificado después de decidir salirme de semejante pestiño a la media hora. Por que la de críticas que he leído hablando de la rompedora factura formal (cargarse el raccord y que los encuadres sean aleatorios, cortando cabezas como un maquetador de el Mundo cualquiera y demás), o de la sugerente galería de personajes (una panda de mongolos que se comportan como se comportan por que el director cree que son graciosos)

    Por lo que veo, no me perdí nada al irme con mi chica a tomar unos vinos, en lugar de seguir cabreandonos como monas por la tomadura de pelo que estábamos sufriendo.

    Esta crítica sola ya justifica mis aportaciones periódicas al mantenimiento de LPD (la página del óbolo, que seguro es la menos visitada de todas)

  9. Comentario de A. Muñon de Mesa (25/04/2007 01:07):

    Las de Von Trier son para nenazas. Lo mismo que las del Menzel o el Fassbinder. Nenazas. A todo aquel que no hubiere visto Дом номер 8 de Volev, Белое солнце пустыни de Motyl y Летят журавли de Kalatozishvili, habría que prohibirle llevar gafas de pasta. He dicho.

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