Curso para ser corresponsal de guerra

Vacaciones en el fragor de la batalla

(Lecciones de Periodismo Independiente VIII)

La corresponsalía de guerra como profesión romántica es cosa del pasado. Las intrépidas narraciones en una trinchera, las fotos que se convierten en símbolo de una batalla, las carreras para sortear emboscadas y llegar a tiempo de mandar la información al país de origen, el compromiso informativo con las víctimas indefensas… todo eso lo pueden encontrar en manuales sobre periodismo antiguo. Con la moda de las guerras relámpago, la aparición de más y más medios que quieren cubrir los conflictos armados, el intrusismo y la precariedad laboral en el ámbito de la comunicación, la multiplicación por esporas de los becarios y las cada vez más insólitas ofertas de las agencias de viajes, las corresponsalías de guerra están al alcance de cualquiera como trabajo ideal para ganar unas perras y costearse las vacaciones. Sí, querido lector, usted también puede ser corresponsal de guerra. Para ello sólo se necesitan unas nociones elementales e hígados suficientes (por aquello de la ingestión desmesurada de alcohol).

Qué es un corresponsal de guerra.- Se entiende por corresponsal de guerra a aquella persona física que se va a una guerra, de ahí el nombre, para contar a través de los medios de comunicación otra cosa, pero con ambiente de disparos.

El carácter del corresponsal de guerra moderno.- El corresponsal de guerra, paradójicamente, suele ser un padre de familia tranquilo y hogareño, o un joven atolondrado y de vida anodina. Tanta quietud y aburrimiento terminan siendo contraproducentes, por lo que estas personas ven en la corresponsalía la posibilidad de pasar un tiempo en un parque de atracciones, con la ventaja añadida de que a la vuelta podrán alardear ante las amistades de situaciones de riesgo y visión del reverso tenebroso del alma humana.

La formación del corresponsal de guerra moderno.- Graduado escolar, mecanografía con al menos los dos índices, chapurreo de inglés, chapurreo de la lengua materna (castellano en este caso), manejo de un procesador de textos como usuario.

Si usted, querido lector, responde a este modelo, a continuación le indicaremos qué debe hacer para ir a una guerra, hacer su trabajo de corresponsalía con eficacia y volver sin un rasguño y con un premio periodístico.

Cómo ir a la guerra.- Para ir a la guerra hay que escoger un medio de comunicación con posibles. Nos presentamos en la redacción tras solicitar una entrevista con el director u otro mandamás. Previamente nos hemos dejado barba de tres días (en el caso de las mujeres, misteriosamente, da mejor resultado ir con apariencia de niña pija, parece que un atavismo machista incita a mandar a una chica emperifollada a que se manche de barro en países lejanos). Nos vestimos con un chaleco multibolsillos del coronel Tapioca y manifestamos nuestra disposición de ir a la guerra porque siempre ha sido nuestra vocación. Recordemos que nuestro propósito es pasar unos meses divertidos, lejos de la rutina, no enriquecernos ni pasar a la historia de esta profesión, así que debemos detallar que no queremos ser trabajadores de plantilla, que nos hacemos autónomos y que sólo solicitamos un mínimo seguro y un sueldo aceptable. Incluso podemos insinuar que el viaje nos lo pagamos nosotros. Ante tal propuesta, ningún director de medio de comunicación en su sano juicio puede resistirse; sus colmillos brillan, salivan y exclaman ¡adelante!

Cómo escoger la guerra adecuada.- Para nuestro objetivo lúdico hay dos tipos de guerra ideales. La primera es la guerra de moda, el clásico conflicto armado que produce titulares en ese momento. Allí habrá mucha gente como nosotros, por lo que podremos aprovecharnos mutuamente del trabajo respectivo para tener más tiempo libre, haciendo turnos para evitar que tengamos que salir todos los días a por noticias frescas (al fin y al cabo vamos a informar sobre lo mismo). También contaremos con una atractiva oferta de ocio en los hoteles para corresponsales. A cambio, tendremos que mandar información a diario. El segundo tipo de guerra que nos interesa son aquellos conflictos que se están desarrollando desde hace tropecientos años y de los que nadie se acuerda. En este caso la ventaja está en la documentación. Al ser la misma guerra desde hace tanto tiempo nos podemos convertir en expertos con un poco de trabajo de hemeroteca y, por tanto, dar noticias antiguas como nuevas u ofrecer opiniones de taberna como análisis rigurosos de entendido. Tampoco tendremos que mandar información todos los días. Desventajas: habrá mucho menos ambiente, compañeros, y en vez de la divertida vida de hotel tendremos que vivir en una casa, eso sí, con privilegios de habitante de nación rica, como mucama aborigen y televisión por cable.

El mejor itinerario.- Para llegar a la guerra no debemos confundirnos. Tenemos que evitar los vuelos directos, ya que un itinerario con algunas paradas previas nos dará la oportunidad de conocer la noche y los burdeles de lugares exóticos, así como poder decir que estuvimos en ‘tal sitio’ ante las amistades sin faltar a la verdad. Una estancia de más de veinte minutos en un aeropuerto de un lugar es -a efectos de mundología aplicada a la conversación con amigos- conocer ese determinado país, aunque tal estancia sea una espera sin bajar del avión. No hay ni que decir que evitaremos esa tendencia de viajar con un ejército, lo que se ha dado en llamar de manera poco esperanzadora ‘ir incrustado’. Resulta peligrosa y hace trabajar más. Un verdadero corresponsal moderno tiene que ser capaz de poner pies en polvorosa con la rapidez de un velocista olímpico al oír la palabra ‘incrustado’.

El equipo de un corresponsal de guerra.- Tres conjuntos de ropa acordes al clima del país en guerra y hechos con el tipo de tejido que haya que planchar menos, chaleco multibolsillos del coronel Tapioca, cinco mudas de ropa interior, calzado adecuado, ropa deportiva para los aficionados al footing, bañador (por si hay piscina en el hotel), esquijama y pantuflas. A esto hay que añadir el equipo propio del periodista: libreta, bolígrafo Bic Cristal y los medios que nos proporcione nuestro medio, valga la redundancia, como cámara de fotos digital, grabadora de las buenas, ordenador portátil o mariconadas varias (en este apartado entran las superagendas con nosequé, los zapatófonos y demás, y los artilugios con conexiones ultraterrenales de último grito… total, no vamos ni a abrir la caja).

La eficiencia en el trabajo. El decálogo del corresponsal de guerra:
I. Nunca estaremos a menos de 150 kilómetros de donde estén pegando los tiros y los zambombazos.
II. Estableceremos nuestro centro de operaciones en el hotel de la canalla (prensa) de una ciudad ya ‘pacificada’ (arrasada), es decir, nos adelantaremos al acontecer de la guerra en las noticias que publiquemos, pero jamás físicamente.
III. Intentaremos salir del hotel lo menos posible, si acaso para abastecernos de alcohol y putas (o gigolós si se trata de una mujer u otras tendencias) o hacer un poco de ejercicio, como trote por las ruinas.
IV. Antes que conseguir la información por nuestros propios medios intentaremos extraerla de un compañero -previo pago o por trueque para el día siguiente en que nos toca salir a nosotros- o directamente de la fuente oficial, previo pago. Como ‘previo pago’ también consideramos el sonsacar información en las juergas alcohólicas del bar del hotel, invitando a rondas y ayuntamientos con hembras fermosas o agraciados donceles a nuestros proveedores. En el caso de la información extraoficial, es decir, aquella que contiene primicias o está salpicada de anécdotas y de lo que llamaremos ‘conocimiento del terreno’ (asimilación de la idiosincrasia del conflicto y sus consecuencias, o apariencia de ello), pagaremos a un informador (soplón) aborigen para que nos haga el trabajo sucio a cambio del jabón y el botecito de champú del hotel.
V. En caso de trabajar para la tele o salir en las fotos de nuestro periódico, cuidaremos con mimo nuestra apariencia de corresponsal, con el indispensable chaleco multibolsillos del coronel Tapioca y algún toque políticamente correcto, procurando identificarnos con algún pueblo oprimido. La combinación chaleco mutibolsillos-pañuelo palestino no falla y es muy socorrida. Asimismo, saldremos siempre cuidadosamente despeinados y con barro en los ropajes, incluso en zonas desérticas donde para recordar la última visión del barro haya que remontarse unos siglos atrás.
VI. Intentaremos dividir las historias en todas las partes posibles, con la intención de trabajar con sosiego, o sea, lo mínimo que se despache. Por ejemplo: el sitio de la ciudadela (I), el sitio de la ciudadela (II), el sitio de la ciudadela (y III).
VII. En el momento en que percibamos una atmósfera mínimamente hostil, sonido de balas lejanas o resplandor de misiles más allá del horizonte, enviaremos al lugar de la posible noticia a una vanguardia informativa, dicho de otro modo, mandaremos al soplón con la promesa de que le regalaremos nuestro ‘walkman’ con la cinta de grandes éxitos de The Police incluida. Mientras tanto nosotros afianzaremos la cobertura informativa de base, además de hacer labores de coordinación y planear futuras estrategias de trabajo, dicho de otro modo, saldremos por patas.
VIII. Al ser corresponsales de guerra modernos siempre hay que recordar que vendemos estilo, es decir, nos basaremos para nuestras informaciones en lo que el argot periodístico se llama ‘fusilamiento’, que no es otra cosa que plagiar noticias ya conocidas escritas por otro, pero, y ahí entra el estilo, dándoles un toque… (en esos puntos suspensivos puede imaginar su propio nombre). Ese toque se sustenta en dos pilares: los nuevos datos de nuestro soplón y el arte dramático. Por arte dramático entendemos, por ejemplo, pinceladas conmovedoras en nuestros textos, recurrir a la lágrima fácil o al morbo gratuito y, en el caso de radio y televisión, crear una auténtica interpretación, pagando a extras si es necesario para que disparen en el momento preciso y tener que retransmitir cuerpo a tierra, o simular situaciones de peligro en ruinas que estén al lado del hotel pero que nosotros convertiremos con nuestra verborrea en territorio comanche. Este es quizá el punto más desalentador para los aspirantes a corresponsal. Así es, lector. Se necesita un mínimo de inventiva y creatividad.
IX. Para justificar nuestro sueldo, evitar una reprimenda desde la metrópoli y posibilitar un viaje futuro a otra guerra tenemos que intentar convertirnos en ‘testigos de nuestro tiempo’ y en ‘distribuidores de cizaña’. Por ‘testigo de nuestro tiempo’ entendemos un modo de trabajo fundamentado en una teórica modestia que en la práctica se traduzca en que nuestra firma, nuestra voz o nuestro careto (y todo ello ya sería la madre de todas las corresponsalías) aparezcan por doquier. Si se toma, verbigracia, la dichosa ciudadela, el público debe entender que nosotros simplemente pasábamos por allí, lo vimos y lo narramos. En realidad, en cada párrafo habrá un ‘yo’ por frase, y si es televisión saldremos en el ochenta por ciento de los planos. Esto compensa nuestras lagunas informativas, ya que nos convertimos en algo un poco cursi (pero indispensable para alcanzar nuestros objetivos): un ‘referente moral’ de férreos valores que sabe qué lugar le corresponde y se debe a al ciudadano libre. Por otra parte, la ‘distribución de cizaña’ consiste en toda esa labor de desinformación que tenemos que cuidar tanto como la que publiquemos. Se trata de confundir a los aborígenes conforme avanzamos por el país en guerra, utilizando artes de propaganda y rumores de verdulera, con el objetivo de dejar siempre abiertas las heridas entre las diversas facciones de la contienda (en la medida de nuestras posibilidades). Así tendremos noticias de relleno en caso de que el conflicto dure más de lo que se preveía o si decidimos quedarnos algún tiempo más para librarnos de algún compromiso familiar.
X. Nunca mezclaremos. Si empezamos el día con vodka, pues vodka a piñón. Utilizaremos siempre preservativos.

La poliglotía en la guerra.- Este epígrafe es un complemento del dedicado a la formación. Como mencionamos, un buen corresponsal moderno ha de conocer los rudimentos de su propia lengua y cuarto y mitad de los rudimentos del inglés. Conocer el idioma del país al que vamos obstaculiza una labor fluida, ya que perdemos nuestro concepto de objetividad al entender lo que pasa. Esto nos conduciría inevitablemente a una implicación excesiva, e indeseable, en los acontecimientos. De la misma forma, el dominio de otras lenguas o de los múltiples dialectos del lugar se considera un impedimento insalvable para ejercer este difícil trabajo periodístico. Sin embargo, a veces no es suficiente con saberse los números, los colores, los días de la semana y los verbos ‘to be’ y ‘to have’, por lo que lo que adjuntamos una lección breve pero más que suficiente de inglés de corresponsal de guerra (war correspondent’s english):

– Buenos días, Señor embajador/Good morning, Mr. ambassador
– A su servicio, Señora embajadora/At your service, Mrs. ambassadress
– ¡Pago una ronda!/ I pay for a round!
– Va a ir allí un guardia urbano/A town police is going to go there.
– Necesito información. Tengo pastillitas de jabón/I need information, I have little bars of soup
– ¡Cuerpo a tierra!/Hit the ground!
– Cuando diga ¡ya!, disparáis, que entramos en directo/When I say now!, shoot, we’ll on the air in a few seconds
– Póngase aquí y haga como que le duele, que entramos en directo/Put you here and pretend you have a pain, we’ll on the air in a few seconds
– Garrafón no/I don’t want drinks destiled in your mother fucker’s still
– ¡Somos de los suyos!/We are on your side!
– Sí, sí, y de los suyos también/Yes, we are on your side too
– ¿Dónde coño está la ciudadela?/Where the fucking is the fortress?
– ¿Cuánto por media hora en mi habitación?/How much you charge for half hour in my room?
– ¿Y por (censurado) la (censurado)?/And for suck my dick?
– ¿Puede apuntar hacia otro lado?/Could you aim a gun to other where?
– ¿Hubo movida en la batalla?/Was there trouble in the battle?
– Estaré allí en cuanto encuentre un convoy; no es por no ir, que si hay que ir se va/I’ll stay there as soon as I find a convoy; I don’t want to say that I don’t going to go, if I have to go, I’ll go.
La posguerra o el camino hacia el premio.- Si la guerra es vital para hacernos un hueco en la profesión y asegurarnos más diversión en futuros conflictos, la posguerra es el momento idóneo para justificar ante nuestra familia el nuevo modo de vida en el que nos hemos metido. Eso se consigue mediante la obtención de un premio periodístico que enorgullezca a nuestra madre, calme a la pareja, si se tiene, y, en caso también de que se tengan, permita fardar a nuestros hijos en el colegio. Para ello la posguerra resulta perfecta. Una vez que se ha impuesto un bando, hemos de tener en cuenta que los del otro están desesperados. Llegó la hora de hacer reportajes ‘humanitarios’ aprovechándonos de esa situación. Las historias de tullidos, de familias desechas, de desgarros amorosos o de actos heroicos protagonizados por los perdedores suelen tener grandes posibilidades, pero lo que de verdad marca la diferencia es la aparición de niños como víctimas. Un buen corresponsal de guerra moderno no ha de dudar a la hora de utilizar y manipular a la infancia. La posguerra tiene además la ventaja de que todo está más tranquilo y podremos movernos de aquí para allá, trabajando para la consecución de nuestro premio a la par que conocemos el país al que hemos ido. En esta etapa, nuestro mejor aliado se llama ‘jeep’. También es el periodo en el que podemos coger más fácilmente una enfermedad venérea debido a ese ‘trasiego itinerante’.

Cómo volver a la metrópoli.- Después de unas fructíferas jornadas de posguerra hemos de volver a casa. Al contrario que en el apartado ‘cómo ir a la guerra’, retornaremos de la manera más directa posible. Esto persigue un doble objetivo: mostrar ante nuestros superiores que estamos dispuestos a rendir cuentas (contar batallitas entre colegas), y aparentar ante la familia que ansiamos el calor del hogar. Hacerlo bien en este último caso resulta vital para que los allegados no se desesperen ante nuestro próximo paso.

Los bolos por las Españas.- Este es el paso al que nos referíamos. A estas alturas, si hemos hecho bien nuestro trabajo, nos consideran sólidos profesionales en el gremio, y si no tenemos ya el puñetero premio seguro que somos, como mínimo, candidatos a unos cuantos. Al igual que los submarinistas que bajan a las profundidades necesitan diversas etapas de descompresión, nosotros no podemos volver a la rutina sin unos plazos de ‘descorresponsalización’. Pasar de la disipada vida de la guerra a la rutina acabaría con nosotros. Tras estar un fin de semana con la familia empezamos una gira lo más larga posible por todos los medios que podamos, concediendo entrevistas mientras escribimos un libro sobre nuestras experiencias. Incluimos aquí hasta a las más infectas televisiones locales. Justo cuando terminemos la gira tenemos que haber acabado y editado el libro (para esto hay que escoger a un ‘negro’ de calidad que ‘reorganice’ nuestros apuntes), por lo que hacemos el camino inverso para presentarlo de medio en medio, volviendo al hogar con unos buenos euros y todas las justificaciones del mundo, así que, una vez más, ni nuestra pareja podrá dejarnos sin un enorme cargo de conciencia, ni nuestros progenitores desheredarnos.

El síndrome del animal enjaulado.- Después de esta experiencia, tanto si antes nos dedicábamos al periodismo como si no, tendremos nuestro puesto de trabajo convencional en la redacción del medio que nos envió a cubrir la información bélica, seguramente en la sección de cultura, ya que los jefes creerán que necesitamos tranquilidad para no derrumbarnos a causa de las consecuencias postraumáticas del apocalipsis del que hemos sido testigos. Durante tres o cuatro meses tenemos que acomodarnos a esta situación por razones familiares, pero recordemos que nuestra intención es volver a la guerra cuanto antes y alejarnos del tedio. La competencia para ocupar las corresponsalías de guerra es dura, y no podemos utilizar otra vez el ardid especificado en el epígrafe ‘cómo ir a la guerra’. En este caso, el truco consiste en mostrar nuestra incapacidad para adaptarnos a la vida de una redacción normal. Aparentaremos ser animales enjaulados que ansían la aventura, la libertad, la acción. Para ello emplearemos cualquier estratagema a nuestro alcance, como simular pequeñas lagunas en la memoria, lentitud en el trabajo (siempre terminaremos los últimos), gusto por la bebida (esto no nos costará nada), irritabilidad, desidia, sarpullidos y urticaria, conversaciones con amigos invisibles o ataques de pánico (si es necesario con giros de cuello del tipo ‘niña de El Exorcista’). Antes de lo que pensamos estaremos volando hacia un hotel situado en cualquier país con un nombre acabado en –tán.

Como ve, querido lector, convertirse en corresponsal de guerra no es difícil. Si está convencido, hágase ya con el chaleco multibolsillos. Si le pica el gusanillo pero no sabe si tiene madera, a continuación adjuntamos un test que despejará todas sus dudas.

Test: ¿tiene aptitudes para ser corresponsal de guerra?:

1. Su sobrino juega un partido en la liguilla alevín de minibásquet:
a) Voy encantado y con una pancarta para animarle.
b) Pongo una excusa y voy casi al final del partido.
c) Finjo que he cogido la malaria y me quedo en la cama.

2. Llego al hotel de la costa donde paso las vacaciones:
a) Dejo todo ordenado y bajo presto con la familia a disfrutar de la playa.
b) Cuelgo algunas cosas en las perchas y me tumbo en la cama.
c) Investigo el contenido del mini-bar.

3. Voy al campo de perol (hacer un arroz) con los amigos:
a) Soy el cocinero.
b) A regañadientes ayudo a pelar unos pimientos y una cebolla.
c) Me tumbo a la sombra del árbol más cercano y ahí me las den todas.

4. En el trabajo:
a) Soy una persona dinámica y trabajadora.
b) Soy una persona trabajadora.
c) Soy una persona.

5. Mis prioridades en la vida son:
a) La familia y la realización profesional.
b) La familia y las pequeñas cosas.
c) El sexo y el alcohol.

Resultados:
Mayoría de respuestas ‘a’.- Es usted un perfecto imbécil.
Mayoría de respuestas ‘b’.- Puede ser corresponsal de guerra, pero le falta vida nocturna.
Mayoría de respuestas ‘c’.- Usted ha nacido para la corresponsalía de guerra.

Por último, adjuntamos otro test para los corresponsales de guerra que ya han estado en alguna contienda.

Test: ¿ganará el Pulitzer como corresponsal de guerra?

1. Hay un niño herido tras una batalla:
a) Le socorro de inmediato.
b) Busco a algún médico. Mientras viene, trato de obtener información del niño.
c) Le pongo el micrófono en la boca de inmediato y solicito la conexión en directo.

2. Oigo sonido de ametralladoras en los alrededores:
a) Corro a por la noticia, sin importarme el riesgo.
b) Me quedo en el hotel, por si las moscas.
c) Pongo tierra de por medio.

3. La capital del país en guerra está a punto de ser conquistada:
a) Doy la noticia en directo, adelantándome incluso a las tropas victoriosas.
b) Estoy expectante, en cuanto cesan los tiros doy la noticia.
c) Tengo un contacto en las tropas victoriosas. Me llama y doy la noticia en directo como si estuviera allí, aunque estoy a 370 kilómetros.

4. El protagonista aborigen de un suceso me lo cuenta en su lengua:
a) Domino su lengua y sus 14 variantes, no hay problema.
b) Cojo el diccionario aborigen-español/español-aborigen e intento traducir.
c) Le doy el diccionario aborigen-español/español-aborigen al lugareño y le digo que me lo ponga todo en un folio, que yo vuelvo dentro de media hora.

5. En el hotel, una ‘mujer de la vida’ se me ofrece por un precio desorbitado:
a) Jamás tengo relaciones con meretrices.
b) Le pago lo que pide, su situación es muy difícil.
c) Regateo hasta la extenuación.

Resultados:
Mayoría de respuestas ‘a’.- Es usted un auténtico gilipollas.
Mayoría de respuestas ‘b’.- Ganará sin duda algunos premios menores.
Mayoría de respuestas ‘c’.- Tiene el Pulitzer en el bolsillo.english to russian translationtranslate english to spanish document


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